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Bonifacia Rodríguez Castro, Santa |
Fundadora de las Siervas de San José
Martirologio Romano: En la
ciudad de Zamora, en España, Santa Bonifacia Rodríguez Castro, virgen,
que fundó la Congregación de las Siervas de San José,
para promover cristiana y socialmente a la mujer mediante la
oración y el trabajo, según el ejemplo de la Sagrada
Familia (1905).
Fecha de canonización: 23 de octubre de 2011 por
el Papa Benedicto XVI
Bonifacia Rodríguez Castro es una sencilla trabajadora que, en medio
de lo cotidiano, se abre al don de Dios, dejándolo
crecer en su corazón con actitudes auténticamente evangélicas. Fiel a
la llamada de Dios, se abandona en sus brazos de
Padre, dejándole imprimir en ella los rasgos de Jesús, el
trabajador de Nazaret, que vive oculto en compañía de sus
padres la mayor parte de su vida.
Nace en Salamanca (España)
el 6 de junio de 1837 en el seno de
una familia artesana. Sus padres, Juan y María Natalia, eran
profundamente cristianos, siendo su principal preocupación la educación en la
fe de sus seis hijos, de los cuales Bonifacia era
la mayor. Su primera escuela es el hogar de sus
padres, donde Juan, sastre, tenía instalado su taller de costura,
por lo que Bonifacia lo primero que ve al nacer
es un taller.
Terminados los estudios primarios, aprende el oficio de
cordonera, con el que comienza a ganarse la vida por
cuenta ajena a los quince años, a la muerte de
su padre, para ayudar a su madre a sacar adelante
la familia. La necesidad de trabajar para vivir configura desde
muy pronto su recia personalidad, experimentando en carne propia las
duras condiciones de la mujer trabajadora de la época: horario
agotador y exiguo jornal.
Pasadas las primeras estrecheces económicas, monta su
propio taller de “cordonería, pasamanería y demás labores”, en el
que trabaja con el mayor recogimiento posible e imita la
vida oculta de la Familia de Nazaret. Tenía gran devoción
a María Inmaculada y a san José, devociones de suma
actualidad después de la proclamación del dogma de la Inmaculada
Concepción en 1854 y de la declaración de san José
como patrono de la Iglesia universal en 1870.
A partir de
1865, fecha del matrimonio de Agustina, única de sus hermanos
que alcanza la edad adulta, Bonifacia y su madre, que
se habían quedado solas, se entregan a una vida de
intensa piedad, acudiendo todos los días a la cercana Clerecía,
iglesia regentada por la Compañía de Jesús.
Un grupo de chicas
de Salamanca, amigas suyas, atraídas por su testimonio de vida,
comienzan a acudir a su casa-taller los domingos y festivos
por la tarde para verse libres de las peligrosas diversiones
de la época. Buscaban en Bonifacia una amiga que las
ayudara. Juntas deciden formar la Asociación de la Inmaculada y
san José, llamada después Asociación Josefina. Adquiere así el taller
de Bonifacia una clara proyección apostólica y social de prevención
de la mujer trabajadora.
Bonifacia se siente llamada a la
vida religiosa. Su gran devoción a María hace que su
corazón vaya acariciando el proyecto de hacerse dominica en el
convento salmantino de Santa María de Dueñas.
Pero un acontecimiento de
trascendental importancia va a cambiar el rumbo de su vida:
el encuentro con el jesuita catalán Francisco Javier Butinyà i
Hospital, natural de Bañolas-Girona (1834-1899), que llega a Salamanca en
octubre de 1870 con una gran inquietud apostólica hacia el
mundo de los trabajadores manuales. Para ellos estaba escribiendo “La
luz del menestral, o sea, colección de vidas de fieles
esclarecidos que se santificaron en profesiones humildes”. Atraída por su
mensaje evangelizador en torno a la santificación del trabajo, Bonifacia
se pone bajo su dirección espiritual. A través de ella
Butinyà entra en contacto con las chicas que frecuentaban su
taller, la mayor parte también trabajadoras manuales. Y el Espíritu
Santo le sugiere la fundación de una nueva congregación femenina,
orientada a la prevención de la mujer trabajadora, valiéndose de
aquellas mujeres trabajadoras.
Bonifacia le confía su decisión de hacerse
dominica, pero Butinyà le propone fundar con él la Congregación
de Siervas de san José, a lo que Bonifacia accede
con docilidad. Juntamente con otras seis chicas de la Asociación
Josefina, entre ellas su madre, da inicio en Salamanca, en
su proprio taller, a la vida de comunidad el 10
de enero de 1874, momento muy conflictivo en la vida
política del país.
Tres días antes, el 7 de enero, el
obispo de Salamanca, D. Joaquin Lluch i Garriga, había firmado
el Decreto de Erección del Instituto. Catalán como Butinyà, natural
de Manresa-Barcelona (1816‑1882), desde el primer momento había secundado con
el mayor entusiasmo la nueva fundación.
Se trataba de un novedoso
proyecto de vida religiosa femenina, inserta en el mundo del
trabajo a la luz de la contemplación de la Sagrada
Familia, recreando en las casas de la Congregación el Taller
de Nazaret. En este taller las Siervas de san José
ofrecían trabajo a las mujeres pobres que carecían de él,
evitando así los peligros que en aquella época suponía para
ellas salir a trabajar fuera de casa.
Era una forma de
vida religiosa demasiado arriesgada para no tener oposición. En seguida
es combatida por el clero diocesano de Salamanca, que no
capta la hondura evangélica de esta forma de vida tan
cercana al mundo del trabajo.
A los tres meses de la
fundación Francisco Butinyà es desterrado de España con sus compañeros
jesuitas y en enero de 1875 el obispo Lluch i
Garriga es trasladado como obispo a Barcelona. Bonifacia se ve
sola al frente del Instituto a tan sólo un año
de su nacimiento.
Los nuevos directores de la comunidad, nombrados
por el obispo entre los sacerdotes seculares, siembran imprudentemente la
desunión entres las hermanas, algunas de las cuales, apoyadas por
ellos, comienzan a oponerse al taller como forma de vida
y a la acogida de la mujer trabajadora en él.
Bonifacia Rodríguez, fundadora, que encarnaba con perfección el proyecto que
había dado origen a las Siervas de san José, no
consiente cambios en el carisma definido por el P. Butinyà
en las Constituciones.
Pero el director de la Congregación, aprovechando
un viaje de Bonifacia a Girona en 1882, efectuado para
establecer la unión con otras casas de Siervas de san
José que Francisco Butinyà había fundado en Cataluña a su
vuelta del destierro, promueve su destitución como superiora y orientadora
del Instituto.
Humillaciones, rechazo, desprecios y calumnias recaen sobre ella para
hacerla salir de Salamanca. La única respuesta de Bonifacia es
el silencio, la humildad y el perdón. Sin una palabra
de reivindicación o protesta, deja que se impriman en ella
los rasgos de Jesús, silencioso ante quienes lo acusaban (Mt
26, 59-63).
Como solución al conflicto, Bonifacia propone al obispo de
Salamanca, D. Narciso Martínez Izquierdo, la fundación de una nueva
comunidad en Zamora. Aceptada jurídicamente por él y por el
obispo de Zamora, D. Tomás Belestá y Cambeses, Bonifacia sale
acompañada de su madre camino de esta ciudad el 25
de julio de 1883, llevando en su corazón el Taller
de Nazaret, su tesoro. Y en Zamora le da vida
con toda fidelidad, mientras en Salamanca comienzan las rectificaciones a
un proyecto incomprendido.
Bonifacia, cordonera, en su taller de Zamora, codo
a codo con otras mujeres trabajadoras, niñas, jóvenes y adultas,
— teje la dignidad de la mujer pobre sin trabajo,
“preservándola del peligro de perderse” (Decreto de Erección del Instituto.
7 de enero de 1874),
— teje la santificación del trabajo
hermanándolo con la oración al estilo de Nazaret: “así la
oración no os será estorbo para el trabajo ni el
trabajo os quitará el recogimiento de la oración” (Francisco Butinyà,
carta desde Poyanne, 4 de junio de 1874),
— teje relaciones
humanas de igualdad, fraternidad y respeto en el trabajo: “debemos
ser todas para todas, siguiendo a Jesús” (Bonifacia Rodríguez, primer
discurso, Salamanca, 1876).
La casa madre de Salamanca se desentiende totalmente
de Bonifacia y de la fundación de Zamora, dejándola sola
y marginada, y, bajo la guía de los superiores eclesiásticos,
lleva a cabo modificaciones en las Constituciones de Butinyà para
cambiar los fines del Instituto.
El 1 de julio de 1901
León XIII concede la aprobación pontificia a las Siervas de
san José, solicitada por la casa madre, quedando excluida la
casa de Zamora. Es el momento cumbre de la humillación
y despojo de Bonifacia, lo es también de su grandeza
de corazón. No recibiendo contestación del obispo de Salamanca, D.
Tomás Cámara y Castro, llevada por su fuerza de comunión,
se pone en camino hacia Salamanca para hablar personalmente con
aquellas hermanas. Pero al llegar a la Casa de santa
Teresa le dicen: “tenemos órdenes de no recibirla”, y se
vuelve a Zamora con el corazón partido de dolor. Sólo
se desahoga mansamente con estas palabras: “No volveré a la
tierra que me vio nacer ni a esta querida Casa
de santa Teresa”. Y de nuevo el silencio sella sus
labios, de modo que la comunidad de Zamora sólo después
de su muerte se entera de lo ocurrido.
Ni siquiera
este nuevo rechazo la separa de sus hijas de Salamanca
y, llena de confianza en Dios, comienza a decir a
las hermanas de Zamora: “cuando yo muera”, segura de que
la unión se realizaría cuando ella faltase. Con esta esperanza,
rodeada del cariño de su comunidad y de la gente
de Zamora que la veneraban como a una santa, fallece
en esta ciudad el 8 de agosto de 1905.
El 23
de enero de 1907 la casa de Zamora se incorpora
al resto de la Congregación.
Cuando su vida se apaga, escondida
y fecunda como grano de trigo echado en el surco,
Bonifacia Rodríguez deja como herencia a toda la Iglesia:
— el
testimonio de su fiel seguimiento de Jesús en el misterio
de su vida oculta en Nazaret,
— una vida trasparentemente evangélica,
—
y un camino de espiritualidad, centrado en la santificación del
trabajo hermanado con la oración en la sencillez de la
vida cotidiana.
Fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el
9 de noviembre de 20
Una intercesión milagrosa para su canonización:
El milagro que impulsa la
canonización de la Madre Bonifacia Rodríguez de Castro es la
inexplicable curación del congoleño Kasongo Bavon. Este joven llegó a
un hospital de las Siervas de San José en la
región de Katanga afectado de peritonitis tífica con perforación intestinal
con posterior peritonitis plástica y fístula enterocutánea, una enfermedad que
lo mantenía al borde de la muerte. El enfermo fue
operado y, contra toda esperanza, se curó de forma «rapidísima,
perfecta y duradera», según el informe de la causa de
canonización. Para los médicos que han estudiado el caso, la
sanación de Kasongo Bavon no puede explicarse con la ciencia.
Las religiosas del hospital, el médico que le operó y
todo el personal sanitario del centro afirman que pidieron la
intercesión de la Madre Bonifacia para conseguir su curación. Bavon,
que hoy tiene 41 años, goza de una excelente salud.
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