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martes, 21 de agosto de 2012

Ayudar a los hijos sin estorbar


Si hay cariño y responsabilidad por las dos partes, será posible encontrar caminos concretos para que las respectivas familias mantengan lazos de unión no invasiva que sean provechosos para todos
 
Ayudar a los hijos sin estorbar
Ayudar a los hijos sin estorbar
Nace del corazón paterno el deseo de ayudar a sus hijos: cuando son pequeños, cuando entran en la adolescencia, cuando estudian la carrera, cuando empiezan a trabajar, cuando se casan.

A veces surge la pregunta: ¿hasta dónde ayudar? Existe el peligro de que un exceso de ayudas ahogue al hijo, o lo haga perezoso o irresponsable. En el otro extremo, si los padres cortan de modo rápido y radical la ayuda a los hijos, pueden hacer que se sientan abandonados, especialmente si se producen situaciones difíciles que podrían ser solucionadas en parte si hubiera apoyo paterno.

En esta temática no pensemos sólo en lo económico: a veces los hijos no necesitan dinero, sino apoyos más profundos de cariño, de tiempo, de consejo. Por ejemplo, resulta sumamente hermoso ver cómo tantos padres condescienden, sin excesos, cuando los hijos les piden que se queden con los nietos por unos días.

Conseguir en este campo el justo medio resulta a veces difícil. Pueden ser útiles algunos criterios generales que vamos a hacer presentes en estas líneas.

Uno consiste simplemente en recordar que el cariño paterno dura siempre. Ese cariño necesita madurar conforme crecen los hijos, para así poder discernir hasta cuándo ayudar y en qué momento llega la hora de “dar carrete” y dejar un justo espacio a la autonomía a quienes ya cuentan con edad y fuerzas para emprender su propio camino.

Un segundo criterio surge del anterior: es necesario reconocer que cada hijo está llamado a asumir responsabilidades en el camino de la propia vida, lo cual implica en algún momento romper con cordones umbilicales que pueden llevarle a la pereza. Sólo con una adecuada “ruptura” el hijo será capaz (al menos en principio) de volar por su cuenta, de tomar las redes de la propia vida y, si ya se ha casado, de la nueva familia a la que ha unido a través del matrimonio.

Los dos criterios anteriores no cierran el paso a un tercer criterio: se dan muchas situaciones en las que una ayuda oportuna de los padres para con sus hijos puede ser no sólo necesaria, sino incluso urgente. Si se produce una grave crisis económica, si el hijo ha perdido por un tiempo el empleo, si surge alguna enfermedad en el mismo hijo o en los nietos, encontrar en los padres un acompañamiento cercano sirve para afrontar la prueba con mayor serenidad y, en ocasiones, para sobrevivir ante imprevistos dolorosos.

Encontrar en este tema, como en tantos otros, el equilibro, el “justo medio”, no será ciertamente fácil. La vida no funciona desde fórmulas que, aplicadas como en matemáticas, ofrecen en seguida la respuesta. Por eso en algunos casos se caerá en el hiperintervencionismo, que provocará en los hijos un complejo de dependencia y una falta de responsabilidad que daña a todos: a los hijos, porque no terminan de madurar; a los padres, porque los recursos son limitados: un buen día se darán cuenta de que el dinero no es flexible y que el hijo les estaba pidiendo más de lo que podían ofrecer de modo razonable.

El otro extremo consiste en un corte radical. A veces tal corte brota desde un válido deseo de dejar espacios a la responsabilidad del hijo; otras (tristemente) desde una actitud solapada de egoísmo por parte de los padres que creen que les ha llegado la hora de disfrutar sus bienes el tiempo restante de vida porque ya los hijos son mayores y deben afrontar la vida por su cuenta.

El secreto consiste en aprender a ayudar sin estorbar. Lo cual se consigue sobre la marcha, incluso a base de corregir decisiones erróneas. Si hay cariño y responsabilidad por las dos partes, será posible encontrar caminos concretos para que las respectivas familias mantengan lazos de unión no invasiva que sean provechosos para todos.
   

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