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martes, 24 de julio de 2012

Kinga (Cunegunda), Santa


Princesa de Polonia, 24 de julio
 
Kinga (Cunegunda), Santa
Kinga (Cunegunda), Santa

Virgen

Martirologio Romano: En Stary Sacz, de Tarnow, en Polonia, santa Kinga o Cunegunda, hija del rey de Hungría y casada con el príncipe Boleslao, la cual, de acuerdo con su esposo, conservó su virginidad y, muerto éste, profesó la vida religiosa bajo la Regla de Santa Clara, en el monasterio fundado por ella misma (1293).
Virgen y religiosa de la Segunda Orden (1224‑1292). Aprobó su culto Alejandro VIII el 11 de junio de 1690. Canonizada por Juan Pablo II en 1999.

Cunegunda (Kinga) nació en 1224 hija de Bela IV rey de Hungría y de Teodora Laskarysa, y fue hermana de las Beatas Yolanda y Margarita. En 1238 fue dada como esposa al príncipe de Cracovia, Boleslao el Púdico, a quien indujo a hacer voto de castidad junto con ella. En la corte Cunegunda llevó una vida mortificada dedicando el tiempo libre de las oraciones y ocupaciones domésticas a la asistencia a los enfermos y a los pobres. Con el marido promovió la canonización de San Estanislao, Obispo de Cracovia, asesinado en 1079, lo cual obtuvo en 1253.

La muerte del rey Boleslao en 1279 rompió el único lazo que la unía al mundo y, rechazadas todas las propuestas de dirigir los destinos del Estado, ingresó en el monasterio de las Clarisas en Stary Sacz, fundado por ella con los bienes de su dote. Allí sus virtudes brillaron en todo su esplendor. Cediendo a los insistentes ruegos de las hermanas, asumió, aunque contra su deseo, las funciones de abadesa y, sin embargo, se comportaba como si fuera inferior a todas, dando ejemplo de profunda humildad. El descubrimiento del agua dentro del monasterio, que de otra manera debían traer de lejos, se atribuyó a sus oraciones. A ella se debe también el prodigioso descubrimiento de sal gema en Bochnia.

Su permanencia en el monasterio duró trece años. Dulce y afable con las cohermanas, obedecía como si fuera la última de ellas, escogía para sí los trabajos más humildes, como lavar la vajilla, asear la casa y asistir a los enfermos. Cuando entró en el monasterio había dicho a las religiosas: “Vengo a ustedes para ser sierva suya: olviden lo que he sido en el pasado; y ténganme como una humilde religiosa más”. La oración y una rigurosa penitencia eran su continua aspiración. La meditación de la Pasión del Salvador la hacía derramar abundantes lágrimas y las llagas de Jesús eran objeto de su especial devoción.

Como abadesa, Cunegunda dirigió la comunidad con prudencia y caridad verdaderamente maternales, impulsando a las cohermanas a la perfección más con el ejemplo que con las palabras.

Cuando en 1287 Polonia fue invadida por los tártaros, Cunegunda y sus 70 cohermanas debieron abandonar el monasterio y refugiarse en el castillo de Pyiemin. Los tártaros llegaron también al nuevo refugio. Las hermanas, espantadas se arrojaron a los pies de su Madre y se repitió el milagro de Santa Clara de Asís. También aquí los agresores fueron detenidos por una fuerza invisible. Y así, un tiempo más tarde pudieron las hermanas volver a su monasterio. Después de un año de enfermedad, confortada con una aparición de San Francisco, Cunegunda murió a los 68 años el 25 de julio de 1292.

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