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Juan el Ibérico, Santo |
Abad
Etimológicamente significa “Dios es misericordia”. Viene de la lengua hebrea.
En la antigüedad, la Iglesia de Georgia (llamada
entonces la Iberia de Cólquide), se distinguió por el florecimiento
de la vida monástica, no sólo en la misma Georgia,
sino también en Siria, en Palestina, en Sinaí, en Bitinia,
en Grecia y en las islas circundantes. Cuando San Atanasio
el Atónita organizaba la vida religiosa, San Juan el Ibérico
y su hijo San Eutimio fundaron ahí el monasterio de
Ivirón. Felizmente, el monje Jorge, que fue casi contemporáneo de
los dos santos, nos dejó un relato de los hechos.
Juan, que pertenecía a una noble familia ibérica,
se distinguía por su simpatía, su valor en los combates,
su inteligencia y su pureza de vida. En la alborada
de la Edad Media, el futuro santo abandonó a su
mujer y a su familia, renunció a su fortuna, a
su cargo en el gobierno y se retiró a un
monasterio del Monte Olimpo, en Bitinia. Sin embargo, tuvo que
ir a la corte de Constantinopla, pues su hijo Eutimio
y otros nobles de Georgia habían sido entregados como rehenes
al emperador. Juan consiguió rescatar a su hijo, quien se
retiró con él al Monte Olimpo. Pero al poco tiempo,
ambos santos, cuya fama se había extendido mucho, se refugiaron
en la "laura" de San Atanasio en la "Santa Montaña"
de Athos. San Juan ejerció durante dos años el oficio
de cocinero. Su cuñado, Juan Tornikios, renunciando a una brillante
carrera militar, fue a reunírsele ahí. Los tres compatriotas obtuvieron
entonces licencia de construir sus propias celdas y una capilla
para ellos. El año 980, dado que los religiosos ibéricos
del Monte Athos se habían multiplicado, quedó decidido que formasen
una comunidad aparte. La construcción del nuevo monasterio se pagó
en gran parte con el botín que Juan Tornikios había
conquistado en su última campaña. A la muerte de éste,
San Juan decidió retirarse a España con su hijo y
algunos discípulos predilectos. El santo nunca había sido partidario de
la idea de que los ibéricos formasen una comunidad aparte;
y, una vez muerto su amigo Tornikios, con quien hasta
entonces había compartido las dificultades de la fundación, la carga
le resultó demasiado pesada. Cuando los peregrinos se hallaban ya
en Abidos, el prefecto se enteró de su huida, y
los fugitivos recibieron la orden de presentarse en Constantinopla. Los
emperadores Basilio II y Constantino VIII dijeron a San Juan:
"Santo padre, nosotros hemos dado abundantes muestras del afecto y
la estima que te profesamos. ¿Por qué, pues, huyes de
nosotros y emigras a un país extranjero?" El santo replicó:
"Religiosísimos y muy poderosos emperadores, yo no soy más que
un pobre laico y me encuentro muy mal en este
mundo saturado de maldad. Por eso, deseo retirarme a un
país remoto en el que pueda consagrarme a trabajar por
la salvación de mi alma. Ahí podré vivir pobremente y
librarme de la multitud de preocupaciones y de visitantes que
me empezaron a asediar desde que mi cuñado llegó al
Monte Athos." A pesar de todo, los emperadores lograron persuadirle
a que volviese al Monte Athos y siguiese gobernando el
monasterio de Ivirón.
San Juan pasó en el
lecho los últimos años de su vida, a causa de
la gota y de su estado de debilidad general. Cuando
se sintió ya sin fuerzas, entregó la dirección del monasterio
a su hijo. Pero, mientras vivió su padre, Eutimio no
hacía absolutamente nada sin consultarle. En su lecho de muerte,
San Juan exhortó a sus hermanos: "No permitáis que nadie
os aparte de la santidad y el amor de Dios,
es decir, de la humilde obediencia y de la caridad
que debe reinar entre vosotros. Así os salvaréis de esta
vida mortal y ganaréis la vida eterna por el amor
que Cristo vino a traer al mundo. Que el Dios
de misericordia se apiade de vosotros y os conduzca por
el camino de sus divinas enseñanzas y de su santa
voluntad, por la intercesión de su Santísima Madre y de
todos los santos. Amén. Acoged siempre con los brazos abiertos
a los huéspedes y compartid con ellos, en cuanto sea
posible, todo lo que Dios os ha concedido por su
bondad... Celebrad todos los años la memoria de nuestro padre
espiritual Atanasio. Pedid por mí, hijos y hermanos míos, y
no me olvidéis..." En seguida pidió la bendición a su
hijo Eutimio y entregó apaciblemente su alma a Dios. Su
biógrafo escribe: "En verdad, nuestro padre Juan fue un hombre
amado de Dios y digno de toda veneración. Como Abraham,
abandonó su país para vivir en la pobreza en el
exilio. Se puso totalmente en manos de sus padres espirituales
y Dios le hizo tan grande como los hombres en
cuyas manos se había puesto." Y, hablando del monasterio que
San Juan ayudó a fundar tan contra su voluntad, el
biógrafo añade: "Admirad esa famosa "laura", esa construcción magnífica y
primorosamente decorada. Estos santos varones la erigieron con gran trabajo
e infatigable laboriosidad para que sirviese de refugio a muchas
almas. Construyeron iglesias de celestial belleza y las enriquecieron con
libros e imágenes. Dotaron el monasterio de tierras, fincas, dependencias
y celdas e hicieron lo necesario para que el culto
fuese dignamente celebrado. Obtuvieron de los más piadosos emperadores protección
y privilegios y reunieron en el monasterio a un ejército
de monjes de vida angélica, cuyas traducciones de los sagrados
textos son el ornato de nuestro país y la flor
de nuestro idioma." San Eutimio se distinguió precisamente en este
tipo de trabajo, ya que tradujo más de cincuenta obras
religiosas del griego al ibérico.
La liberalidad de
San Juan se extendió a León el Romano, quien fundó
en el Monte Athos un monasterio benedictino. Fue ése el
primero y único monasterio latino del gran centro monástico bizantino,
pero se le suprimió desde hace muchos siglos. El monasterio
de Ivirón existe todavía, aunque ya no pertenece a los
georgianos sino a los griegos.
¡Felicidades a quien leve este nombre!
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