|
Ignacio de Azevedo y 39 Compañeros, Beatos |
Mártires Jesuitas
Martirologio Romano: Pasión de los mártires beatos Ignacio de
Acebedo, presbítero, y treinta y ocho compañeros, religiosos todos de
la Compañía de Jesús, que cuando se dirigían a las
misiones del Brasil, su nave, de nombre “San Jacobo”, fue
asaltada por un barco pirata, cuyos ocupantes, por odio a
los católicos, los traspasaron con espadas y lanzas (1570).Estos Bienaventurados son llamados los Mártires del
Brasil. No dieron la vida en América, pero ellos iban
en viaje para ser allí misioneros.
Todos pertenecían a la
Compañía de Jesús. Solamente dos eran sacerdotes; uno de ellos,
era el Superior Provincial en el Brasil. Los otros eran
Estudiantes jesuitas, Novicios y Hermanos jesuitas.
Treinta y dos eran portugueses;
ocho eran españoles.
Los portugueses
1. Bienaventurado Ignacio de Azevedo (1527 –
1570)
Sacerdote. Ignacio de Azevedo de Atayde Abreu y Malafaia nació
el año 1527 cerca de Oporto (Portugal). Su padre fue
don Manuel de Azevedo y su madre doña Francisca de
Abreu. Su familia era noble, tenía fortuna y eran personas
importantes.
En realidad era hijo ilegítimo. Fue legitimado a los
12 ó 13 años por el rey Don Juan III.
Educado en la corte portuguesa vivió un tiempo “muy distraídamente
y metido en los negocios de revueltas y contiendas”, como
él mismo dijo años más tarde. Cuando despertó y se
empeñó en su fe pensó e “hizo promesa a Nuestra
Señora de ser dominico o de entrar en los descalzos,
por tenerlos por más perfectos.”
Decidió entonces hacer un discernimiento vocacional,
después de oír la predicación del Padre jesuita Francisco Estrada.
En Coimbra hizo durante 40 días los Ejercicios Espirituales de
San Ignacio. Dice un biógrafo: “Como Jesús en el desierto
ayunó todos esos 40 días, y debió llamarle la atención
el Superior Padre Simón Rodríguez”. Y determinó renunciar a su
mayorazgo de Barbosa, los terrenos y propiedades en el distrito
Paso de Sousa, entre los ríos Duero y Miño, asiento
de los Morgado de Azevedo.
Y entró en la Compañía
de Jesús, en el Noviciado de Coimbra, el 23 de
diciembre del año 1548 a la edad de 21 años.
Traía
estudios de Humanidades, pero los completó “un poco”. Enseguida, por
dos ó tres años estudió la Filosofía en San Fins.
Después, año y medio de Teología, en Coimbra.
Le atraían las
noticias de Misiones. Primero, se ofreció para Angola y el
Congo. Después, para la India y el Japón.
En el
mes de febrero de 1553 “tomó en Braga todas las
órdenes sagradas”. El P. Maestro Simón Rodríguez, uno de los
primeros compañeros de San Ignacio y Provincial de Portugal, se
las concedió.
Nombrado confesor para la “gente de afuera” estuvo en
Lisboa, en la iglesia de San Antonio, cuatro o cinco
meses, hasta que el mismo Padre Simón Rodríguez, ese mismo
año, lo nombró primer Rector del Colegio de San Antonio,
en Lisboa. Allí estuvo durante dos años. Después fue Ministro
en la Casa profesa de San Roque, también en Lisboa,
y después Rector en Coimbra.
En 1556, a la muerte de
San Ignacio, el P. Provincial Miguel de Torres debió viajar
a Roma a la Congregación General. El P. Ignacio de
Azevedo quedó como Viceprovincial en Portugal. Visitó entonces en el
país todas las Casas de la Compañía.
En 1560 fue nombrado
primer Rector del reciente Colegio, fundado por él, en la
ciudad de Braga.
En 1565, después de la muerte del P.
Diego Laínez, el segundo General de la Compañía de Jesús,
la Congregación Provincial lo eligió como elector para la Congregaci¢n
General. Y el nuevo General, San Francisco de Borja, lo
nombró Visitador de las Tierras de la Santa Cruz (Brasil),
con toda la autoridad del General, encargándole que al término
de su misión regresare a Roma a informarle de viva
voz. Hacía ya bastante tiempo que el Padre Manuel de
Nóbrega había pedido un Visitador para determinar mejor algunas situaciones
y opciones en la Misión del Brasil.
El Padre Ignacio de
Azevedo volvió a Portugal y pronto, con otros siete compañeros
se embarcó para las Indias en junio de 1566, en
la armada de Cristóbal Cardoso de Barros.
El 23 de
agosto de 1566, llegó a la ciudad de Bahía, sede
del Gobernador, del Obispo, y del Colegio de la Compañía.
Allí estuvo tres meses. Después, viajó a todas las Residencias
que habían fundado los Padres, diseminadas en ese inmenso territorio,
perdidas en las selvas y bosques tropicales. El Padre Azevedo
quiso visitar a todos los misioneros y ver lo que
estaban haciendo en pro de los aborígenes y de los
colonos.
Nombró Provincial al célebre Padre Manuel de Nóbrega. Y con
él y el Beato José de Anchieta participó en las
fundaciones de las ciudades de Sao Pablo y Río de
Janeiro, donde la Compañía de Jesús tenía Misiones establecidas. En
total estuvo casi dos años en el Brasil.
Se reunió la
Congregación Provincial en Bahía, en junio de 1568, y el
Padre Ignacio de Azevedo fue elegido Procurador a Roma. Embarcó
el 14 de agosto, para llegar a Lisboa el 21
de octubre de 1568.
En Portugal informó al Rey y en
mayo de 1569 salió para Roma para informar al Padre
General y al Papa sobre la Misión del Brasil. Impresionó
a San Pío V y a San Francisco de Borja
con sus noticias y con el gran problema de fondo:
la escasez de misioneros. El Papa le concedió la gracia
de otorgarle una copia de la imagen de la Virgen
venerada en la Basílica de Santa María la Mayor. Y
de San Francisco de Borja obtuvo la licencia y misión
de reclutar refuerzos de la Compañía, pues regresaba al Brasil
con el cargo de Provincial.
El 28 de agosto de
1569, ya estaba en España, y el 26 de septiembre
en Portugal llegando a Coimbra, con nueve jesuitas de Castilla
y Valencia.
Después de conversar largo con el Rey Don Sebastián
se fue a Oporto para tratar el viaje al Brasil.
Y en esos meses se afanó por encontrar voluntarios. Quería
llevar el mayor número posible de misioneros.
Reunió unos 90: cuatro
sacerdotes, algunos estudiantes de teología o filosofía, un buen número
de novicios, Hermanos jesuitas, tan necesarios en los países nuevos
de América, y algunos laicos. Y a todos ellos los
reunió en una Casa de campo del Colegio de Lisboa,
llamada Valle de Rosal, en la Costa de Caparica. Allí
empezó a prepararlos para la futura misión. Fue Maestro de
novicios, formador y Superior de todos.
Inteligente y escrupulosamente había elegido.
Llevaba a los que “podían enseñar Teología”, a otros que
“podían enseñar Artes” o Filosofía y también a “buenos humanistas”
que podrían enseñar Humanidades. Con todo, los más eran Hermanos
jesuitas, que recién habían ingresado en la Compañía y con
el expreso deseo de ser enviados a las misiones.
El 5
de junio de 1570 pudo zarpar en la flota de
siete de naves que salían desde Lisboa. Su expedición jesuita
hacia Brasil estaba formada por casi 100 personas contando a
los laicos para los trabajos artesanales. Era la mayor expedición
de religiosos que salía a América y, por cierto, no
hubo otra mayor entre todas las salidas de Lisboa en
los años de la Compañía de Jesús, desde 1541 a
1747.
En tres naves viajaron los jesuitas. En una, en la
de don Luis Vasconcelos nuevo Gobernador del Brasil, el Padre
Pedro Díaz con 20 compañeros. En la que llamaban de
los Huérfanos, conducidos allá para poblar el Brasil, el Padre
Francisco de Castro con tres Hermanos. Y en la nave
“Santiago”, cargada de mercaderías para las islas Canarias, Cabo Verde
y Brasil, el Padre Provincial Ignacio Azevedo con 45 compañeros.
Las siete naves llegaron a la isla de Madeira el
12 del mismo mes, sin encuentro peligroso de enemigos. Y
aunque vieran algunas velas, como eran siete los navíos portugueses,
no se atrevieron. Pero los mercaderes de Oporto que iban
en la nave “Santiago” insistieron en continuar el viaje hasta
la isla La Palma, una de las Canarias, para dejar
parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar pronto
y reincorporarse al grueso de la flota. En esa nave
viajaba Ignacio con sus compañeros.
Antes de hacerse nuevamente a
la mar, presintiendo el Padre Azevedo el peligro de los
corsarios y con ello el martirio, convocó a su grupo
antes del embarque. Dijo querer voluntarios, sin coacciones. Algunos dudaron,
y fueron sustituidos por candidatos de otros barcos. Los marineros
se confesaron en la víspera de San Pedro, y en
el día de la fiesta comulgaron todos. Cuatro novicios pidieron
seguir viaje en otra de las naves. En su lugar
fueron admitidos dos españoles y dos portugueses. Continuaron viaje el
30 de junio.
A los siete días avistaron la isla
de la Palma, pero al no poder ingresar en el
puerto de la capital por un viento contrario debieron desviarse
a una ensenada llamada Tazacorte.
Exactamente en ese lugar vivía
un hidalgo, don Melchor de Monteverde y Pruss, quien resultó
ser muy amigo del P. Ignacio desde cuando ambos habían
sido niños en Oporto. Don Melchor pidió agasajar a su
amigo y a sus compañeros en su casa señorial. Y
al día siguiente todos los jesuitas visitaron la hacienda, las
casas y hasta la iglesia donde el Padre Ignacio celebró
la Eucaristía. Don Melchor se confesó con su amigo.
En
ese puerto de Tazacorte estuvieron 5 días y don Melchor
aconsejó que siguieran el viaje por tierra hasta la capital
de la isla, Santa Cruz de La Palma: él ofreció
cabalgaduras para todos y camellos para la carga. No había
más que tres leguas de camino y, por mar, con
el tiempo contrario y las vueltas que debería dar la
nave, podrían ser varios días. Además, por tierra, no había
peligro de corsarios
El P. Ignacio se inclinó a aceptar el
ofrecimiento de don Melchor. Agradeció a su amigo y le
dijo que esa noche iba a tomar una decisión. Al
día siguiente, muy temprano, con esta intención, se recogió en
oración para continuar su discernimiento. Celebró la Eucaristía con todos
los Hermanos, les dio la Comunión, y después dijo:
“Hermanos, yo
estaba decidido a que nos fuéramos por tierra, porque parecía
haber peligro de corsarios. Pero ahora me he determinado a
seguir por mar. Y así siento en Dios Nuestro lo
que debemos hacer. Porque los franceses si nos tomaran ¿qué
mal nos podrían hacer? El mayor que nos podrían hacer
es mandarnos pronto al Cielo. Créanme, Hermanos, todo el mal
que los franceses pueden hacer, en verdad, es nada”
Esta fue
la última Misa del Padre Ignacio de Azevedo. Después dijo:
“Cuando tengamos que irnos, nos embarcaremos”
Toda esa tarde los
Hermanos estuvieron “cantando y recreándose”. Y cuando se despidieron de
don Melchor, éste los mandó en cabalgaduras hasta la playa,
y mandó entregarles gallinas, conejos, muchos dulces de miel y
panes de azúcar y otras muchas cosas. Y a su
vez el Padre Ignacio lo convidó a bordo y “le
dio en la cubierta una buena merienda con cosas dulces
de la isla de Madeira”
Pero la nave fue atacada el
15 de julio. El vigía, desde la cofia, avistó a
cinco galeones. Esas cinco naves, enfiladas las proas, embistieron contra
la “Santiago”. Era la temible escuadra del calvinista francés Jacques
Sourié de la Rochelle, vicealmirante de la reina de Navarra,
doña Juana de Albret. Éste había declarado una feroz persecución
contra los navíos portugueses que navegaban hacia las Indias. Las
órdenes eran expropiar las naves y mercaderías, no tocar a
la tripulación y a los pasajeros, pero sí exterminar a
los odiados jesuitas que viajaran como misioneros.
En una lucha
desigual, murió el capitán y la “Santiago” se rindió. Ignacio
hizo salir a los jesuitas a cubierta. Todos, frente a
la imagen de la Virgen, sostenida por el Provincial, entonaron
las letanías lauretanas. No hubo clemencia. Jacques dictó sentencia de
muerte contra los jesuitas. Los calvinistas atacaron con gritos: ¡Mueran
los perros papistas! ¡Hay que echarlos al mar!
El P.
Ignacio se había “colocado en el medio de la nave,
al pie del mástil mayor, con la Imagen de Nuestra
Señora en sus manos”.
Y a él fue al primero
a quien se le descargó una violenta cuchillada en la
cabeza abriéndola hasta los sesos. Y como parecía estar firme,
sin caer, le dieron otras tres o cuatro estocadas mortales.
Y, no cayó del todo, sino que “quedó como acostado
en el martinete del barco”. Allí lo abrazó el Padre
Diego de Andrade y acudieron algunos Hermanos, y así como
estaban ambos abrazados, los llevaron junto al timón donde el
Padre Azevedo quedó “siempre aferrado a la imagen de Nuestra
Señora, sin nunca soltar las manos” por lo cual la
imagen ya estaba “toda ensangrentada con su sangre”.
Antes de morir
dijo: “Muero por la Iglesia Católica y por lo que
ella enseña”. Y a los jesuitas que lo rodearon, les
dijo: “No tengan miedo, agradezcan esta misericordia del Señor. Yo
voy adelante y los esperaré en el cielo”. Y expiró,
“con los ojos en la imagen de Nuestra Señora”.
Después
de terminada la refriega, los Hermanos vieron que el cuerpo
del Padre Ignacio era llevado por 6 o 7 franceses
“duro y con los brazos extendidos en cruz” y así
vestido y calzado, delante de ellos, que estaban en la
bomba para sacar el agua, lo arrojaron al mar. Así,
de esta manera sufrieron el martirio, junto con Ignacio, otros
39 jesuitas, arrojados desnudos al mar.
Los calvinistas sólo perdonaron la
vida al Hermano Juan Sánchez. Supieron que era cocinero y
lo conservaron para servirse de él. Estuvo con ellos hasta
que volvieron a Francia, de donde volvió a España para
dar testimonio del martirio de sus Hermanos.
También dieron testimonios los
cautivos que quedaron en las galeras de Jacobo Soria, por
los cuales pagaron rescate en las islas de La Palma
y Lanzarote. Ellos después navegaron a Madeira y refirieron todo.
Fueron
venerados como mártires, en Roma y en otras partes, apenas
se supo el martirio. Gregorio XV permitió su culto en
1621. Ese culto se interrumpió por el Decreto de Urbano
VIII, en 1625. Benedicto XIV publicó en 1742 un Decreto
otorgando nuevamente el culto anterior. Y el Bienaventurado Pío IX,
aprobó el parecer de la Sagrada Congregación, reconoció y confirmó
el culto de estos mártires, el 11 de mayo de
1854.
Los jesuitas, que viajaban en las otras naves también tuvieron
su martirio a manos de los hugonotes. El P. Pedro
Díaz con veinte de la Compañía, el P. Francisco de
Castro y los suyos, con el Gobernador Vasconcelos, debieron desviarse
a las islas de Barvolento, a Santo Domingo y Cuba.
Después de 15 meses de andar errantes, catorce pudieron por
fin dirigirse al Brasil. Cayeron también en poder de los
corsarios franceses e ingleses. Doce de ellos terminaron allí sus
vidas; sólo dos se salvaron a nado.
2. Bienaventurado Diego de
Andrade (1533 – 1570)
Sacerdote. Nació en Pedrogan Grande, Portugal,
en el distrito de Leiría, en el año 1530. Era
primo del poeta Miguel Leitao de Andrade. Su padre se
llamaba Juan Núñez y su madre Ana de Andrade.
Entre
los datos de su juventud sabemos que vivía con su
madre y una hermana y se preocupaba del cultivo de
un campo. También sabemos que una vez hizo la peregrinación
a Santiago de Compostela.
Tenía algunos estudios cuando el 7 de
julio de 1558 entró al Noviciado de la Compañía de
Jesús en Coimbra, a la edad de 25 años.
Fue Sotoministro
tanto en el Colegio de Coimbra como en el de
San Antonio en Lisboa. Se ordenó de sacerdote en Coimbra
en noviembre de 1569.
Diego fue el único sacerdote de la
Compañía que acompañó al Padre Ignacio de Azevedo en el
martirio. Los otros sacerdotes iban en otras naves. Diego era
el compañero o Socio del Provincial.
Se sabe que el Padre
Ignacio de Azevedo en el mar “todos los domingos y
días festivos celebraba Misa cantada” ¿Lo acompañaba el Bienaventurado Padre
de Andrade como sacerdote y el Bienaventurado Gonzalo Henríques que
era diácono? Las crónicas no lo dicen, pero es muy
posible. Confiesa sí, en la nave y en tierra, pues
en Madeira y en las islas Canarias confesaron a tripulantes
y pasajeros, en las horas de calma y de modo
especial durante la batalla. Él reconcilió varias veces a los
Hermanos y también al Bienaventurado Ignacio de Azevedo ya moribundo.
En medio de la refriega el Padre Diego de Andrade
“tanto esforzaba los ánimos de los que combatían, como curaba
a los heridos, lavando con vino sus heridas, y exhortando
a tener paciencia y a morir como buenos católicos”
Al término
de la batalla, como viese al sobrino de Jacques de
Sourié de la Rochelle, que estaba en la popa conversando
amigablemente con los marineros sobrevivientes de la Santiago, el Padre
Diego se dirigió cortésmente a él en latín y le
representó la gran necesidad y debilidad en que estaban los
Hermanos que en la bomba achicaban agua por orden de
los que habían asaltado la nave. ¿Qué dice usted?, contestó
el calvinista. Y con gran indignación, mirándolo con profunda ira,
le dio muchas bofetadas, como queriendo acabar con él.
Y como
era de prever, los amigos de Merlim Sourié arremetieron también
contra Diego, con bofetadas y puñetazos. Le quitaron el birrete
y se lo arrojaron al mar. Y al ver, entonces
la tonsura, llenos de odio, le dieron golpes, empujones y
patadas como endemoniados. Y lo lanzaron cubierta abajo donde quedó
descalabrado arrojando mucha sangre por la boca y las narices.
Pero se lo vio muy sereno y exhortó a los
Hermanos que lo compadecían, indicándoles que para él ésta era
una merced de Dios.
Después, los hugonotes tomaron las gallinas de
las que se llevaban en la nave y las echaron
en una caldera. Al momento de comerlas, “tomaron media docena
de esas gallinas cocidas y las mandaron a través de
un francés a los Hermanos para que las comieran; y
cuando las presentó al Padre Diego éste las tomó y
de inmediato las lanzó al mar diciéndole al francés: “Nosotros
no comemos carne los días sábados”.
Entonces el Hermano Luis Correia,
estudiante, natural de Evora, fue a los camarotes y trajo
“algo de conserva, que el Padre Andrade dio a los
Hermanos como comida, pero pocos comieron porque sólo esperaban el
fin de sus vidas”
Después, los hugonotes pasaron nuevamente dando bofetadas,
feroces golpes en las espaldas, puñetazos, diciendo mil injurias y
amenazas como “perros, canallas del Diablo”.
Más tarde los encerraron en
el castillo de proa. Y estando allí el Padre Diego“
les decía que se esforzasen todos, porque tenía para sí
que ésa era la hora en que Dios quería llevarlos
a una vida mejor”. Y todos respondían: “Que se cumpla
la Voluntad de Nuestro Señor y que todos estemos preparados
para lo que Dios quisiera”. Y lo mismo decían los
marineros y pasajeros que les hacían compañía.
Y al fin vino
el almirante Jacques de Sourié, personalmente. Y con los brazos
en alto, implacable, pronunció la sentencia de muerte: “Echen al
mar a estos perros, religiosos y monos”
Y siguiendo, por
gusto o rigor, el orden jerárquico, arremetieron contra el Padre
Diego de Andrade, le dieron de puñaladas y por una
portezuela los arrojaron al mar.
3. Bienaventurado Manuel Álvarez (1537 –
1570)
Hermano jesuita. Nació en Extremoz, Portugal, en 1537. Fue hijo
de Jerónimo Álvares y de Juana López. Fue pastor antes
de entrar en la Compañía en Evora el 12 de
febrero de 1559 a los 22 años de edad.
Una carta
suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San
Francisco de Borja, el 21 de abril de 1566, muestra
detalles biográficos y la transparencia de su alma:
“Siendo un pastor
rústico me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde
usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas
Dios Nuestro Señor me ha dado desde hace mucho tiempo
el deseo de ir al Brasil. Y esto hace siete
años que lo siento y me parece que Nuestro Señor
no me lo concede por mis muchas imperfecciones, las cuales,
espero por la misericordia del Señor, apartar de mí poco
a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del
Japón e India podrían moverme a desviarme, me parece que
Nuestro Señor me da muy firmes propósitos hacia el Brasil,
sin que nada pueda pesar más que éstos.
Así, aunque no
sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir
a los enfermos en la nave. Y allá en el
Brasil haría todo lo que mande la santa obediencia, ya
sea ser cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea
cualquier otro oficio. Mi oficio ahora es el de ropero,
pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor
para consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo.
Yo soy aquél que, si se acuerda Su Reverencia, era
comprador, cuando vino a este Colegio de Evora y yo
no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba
cuenta al Procurador del dinero que recibía, y Su Reverencia
me mandó que aprendiera a leer y a escribir, lo
que ahora tengo, aunque imperfectamente”
Conocemos de su boca algunos pormenores
de su vocación: “Yo era trabajador y guardaba ganado. Un
día, estaba arando y me vino el deseo de ser
peregrino, pedir limosna por Dios y no tener nada. Y
viendo las maldades del mundo, me vino el deseo de
hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de
entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió
a la Compañía. Me recibió el Padre Dom Leao”.
En la
nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, echó en
cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus
conductas. Y en el castillo de popa animó a los
portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.
Y
en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo:
Hermano Manuel, ojalá alguien pudiera tocar este tambor para yo
poder ir a pelear. El Hermano dijo: Trae acá el
tambor, y por él no dejes de pelear. Con gritos,
voces, y tambor, animaba a los portugueses.
Apenas llegaron a él,
los franceses le dieron una estocada en el rostro y
se ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y
le cortaron la cara, los brazos y las piernas. Éstas
las estiraron y le quebraron las canillas. Al fin quedó
hecho un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que
pudieta sufrir más. Él, mirando a sus Hermanos horrorizados, les
dijo: “No me tengan lástima, sino envidia. Hace quince años
que estoy en la Compañía, y hace más de diez
que estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con
esta muerte me tengo por extraordinariamente pagado.
Como pudieron unos Hermanos
lo arrastraron hasta un camarote y allí lo ayudaron. Y
él se esforzaba por consolar a los otros.
El Capitán de
la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse
abajo donde estaban los Hermanos para morir con ellos. Los
calvinistas lo siguieron y allí acabaron de matar a muchos.
Cuando
llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas
gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el
tambor. Echémoslo al mar.”. Le volvieron a pegar, lo arrastraron,
lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.
El Bienaventurado
tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano Francisco
Álvarez, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante
40 años.
4. Bienaventurado Francisco Álvarez (1539 – 1570)
Hermano jesuita. Nació
en Covillán, Portugal, alrededor del año 1539. Entró en la
Compañía de Jesús en Evora en la fiesta de la
Presentación de la Santísima Virgen en el año 1564.
Tenía la
profesión de tejedor y cardador.
Cuando lo nombraron para el Brasil
figuraba entre los “Hermanos antiguos de mucha virtud”
Fue arrojado vivo
al mar.
5. Bienaventurado Gaspar Álvarez
Hermano jesuita. Nació en Oporto, Portugal.
Se
lee de él en la Relación del martirio: Cuando las
naves de los calvinistas tenían cercada a la Santiago, y
les daban batalla, acertó a pasar una bala de cañón
entre dos Hermanos. Y les dijo uno que se llamaba
Gaspar: “Pluguiera a Dios que me hubiera acertado a mí
esa bala de cañón y me hubiera matado por amor
a Dios”. Herido a puñaladas lo arrojaron, también vivo, al
mar.
6. Bienaventurado Bento de Castro (1543 – 1570)
Estudiante jesuita. Nació
en Cacimo, Portugal, en el Obispado de Miranda en 1543.
Era hijo de Jorge de Castro y de Isabel Brás.
Entró
en la Compañía a los 18 años en el Noviciado
de San Roque, en Lisboa, el 2 de agosto de
1561 cuando contaba 17 para 18 años de edad.
“Era de
fuerzas y de cuerpo delgado, pero muy animoso. Cuando le
dieron la nueva de que había de ir al Brasil,
se fue inmediatamente al coro de la iglesia a dar
gracias a Dios y a ofrecer su vida ante el
Santísimo. Después se fue a su pieza y abrazó a
su compañero diciéndole con gran alegría: Amigo, yo voy a
ser el primero que van a agarrar los herejes con
un crucifijo, y con él en la mano he de
morir”. Estaba en Coimbra en 2° año de Filosofía.
Después en
Valle de Rosal, estuvo en el grupo que Ignacio de
Azevedo “tenía preparado para que fueran ordenados sacerdotes” y “ejercitó
en todas las virtudes que eran tan necesarias para el
martirio”
En la nave Santiago, por encargo del Padre Ignacio
de Azevedo, se desempeñó como Maestro de novicios, sin ser
sacerdote, y como Catequista de los pasajeros y tripulantes. Y
ante ese maestro el capitán y el contramaestre holgaban ponerse
de pie cada vez que daban una respuesta, a pesar
de que el Hermano Bento de Castro no quería que
se levantasen personas tan importantes y menos porque el capitán
tenía más de 40 años.
Durante el abordaje, el Padre Ignacio
le ordenó que “retirado con sus Novicios, en las estancias
que ocupaban, estuviesen en oración” encomendaran la batalla. Ahí fue
importunado por los Hermanos para que él les diera licencia
para salir y meterse entre los enemigos y morir por
la fe. Pero el Hermano Bento no dejó salir a
ninguno, porque la obediencia era permanecer en oración.
Inmediatamente después
de herido el Padre Ignacio, recordando lo que le había
dicho el Señor en Coimbra, tomó el crucifijo de la
capilla del barco, abrazó a los Hermanos pidiendo perdón por
sus faltas y se dirigió a donde peleaban los calvinistas.
Varios de los Hermanos, llorando, le pidieron acompañarlo, pero no
les dio licencia.
Y subió al castillo de proa a todo
correr, y allí gritó: “Yo soy católico e hijo de
la Iglesia de Roma”.
Le dispararon inmediatamente tres tiros de arcabuz.
Y al ver que seguía confesando la fe, le dieron
siete u ocho puñaladas y, vivo aún, lo arrojaron al
mar.
Fue el primero en ser martirizado, aún antes del Bienaventurado
Ignacio.
7. Bienaventurado Marcos Caldeira (1547 – 1570)
Novicio indiferente. Nació en
Villa de Feira, Portugal, distrito de Aveiro. Fue hijo de
Pedro Martins y de Isabel Caldeira.
Contaba 22 años de
edad cuando fue aceptado en la Compañía, en Evora el
2 de octubre de 1569. Por causa de la edad
“entró indiferente, esto es: para Estudiante o para Hermano jesuita,
conforme satisficiese a los Padres y lo decidiese su capacidad”
Todavía
en Evora “cuando el Padre Rector, en la Capilla de
los novicios, en voz baja, le dio el aviso de
que había de ir al Brasil, él como fuera de
sí exclamó: ¡Oh feliz de mí que voy a ser
mártir! Y esto lo repitió con el mismo fervor tres
veces; tanto que todos se espantaron creyendo que podría perder
el juicio”.
En Valle del Rosal, donde esperaron los jesuitas
para embarcar al Brasil, “vino el Hermano Marcos Caldeira, con
licencia, a decir sus faltas en el recreo, y las
dijo con un papel con mucho sentimiento y lágrimas. Tenía
avisado el Padre Azevedo que, acabando él, otro comenzase, y
por eso comenzó a decirle a él y sobre todo
lo que estaba diciendo: ¿No le parece a usted que
esto es una especie de hipocresía, para que lo tengan
por humilde? ¿Es ésta verdadera humildad, es verdadero deseo de
no querer ser visto u oído? Y ya que escribe
estas faltas, ¿por qué no conoce éstas y otras muchas?
De éstas yo querría que se enmendase, éstas tendría usted
que llorar y de éstas debía usted tener ese gran
sentimiento”.
En esta escuela austera se formaban los Novicios de entonces,
preparados para las durezas del apostolado, sin olvidar la continua
abnegación que igualmente exigía la vida comunitaria de cada día.
Ya
en el mar, Marcos Caldeira muchas veces dijo durante la
navegación: ¡Oh, quién nos llevara ya al Brasil para que
nos maten por amor de Dios!
Y cuando llegó el momento
del martirio se lo vio lleno de alegría y dijo
a los Hermanos: Si nosotros íbamos al Brasil con el
deseo de morir allá, ¿no es mejor que muramos todos
acá?
8. Bienaventurado Antonio Correia (1553 – 1570)
Estudiante novicio. Nació en
Oporto, Portugal, en 1553. Fue hijo de Juan Gonzalves y
de Violante Correia.
Su padre cuenta en una carta cómo se
desarrolló la decidida vocación de su hijo: “Tan suave que
nunca me dio trabajo; tan bien inclinado, que nunca, me
parece, hizo algo que mereciera ser castigado. Aprendió a leer,
a escribir y gramática. Yo tenía un pariente en Coimbra,
y lo mandé allí para que estudiara latín. Era tan
aficionado a la Compañía de Jesús que pedía a los
Padres con insistencia que lo recibieran en ella. Pero como
no tenía edad no lo admitieron. Desconsolado quiso hacerse Capuchino
y para ello fue al Monasterio de Ponte de Lima.
Pero cuando lo vieron tan pequeño le dijeron que su
Regla era muy dura, que no tenía edad, ni físico
para ella. Y no lo aceptaron. Con esto estuvo más
desconsolado. Quiso el Señor que en ese tiempo estuviese el
Padre Manuel Rodríguez en Coimbra y el Padre Peres aquí,
y éste le escribió. Nosotros mandamos a nuestro mocito y
él fue con muchos deseos. Quiso el Señor que lo
recibieran en la Compañía y él quedó tan contento que
siempre daba gracias a Dios por haberle dado esta gracia
tan grande. Y me decían que cada vez que oía
Misa le pedía al Señor que ordenase que él fuera
mártir. Nuestro Señor fue servido de cumplirle sus deseos. Sea
Él alabado por siempre. Amén”.
Efectivamente, Antonio fue recibido en el
Noviciado de Coimbra el 1 de junio de 1569 a
los 16 años de edad.
Desahogándose cierto día con un Hermano
le reveló que “confiaba en Dios que iba a ser
mártir, y que esto lo pedía a Nuestro Señor desde
hacía un año, cuando entró en la Compañía, y que
perseveraba en la misma petición, apenas se despertaba y visitaba
el Santísimo Sacramento”. Y que Dios se dignó mostrarle “orando
ante el Santísimo que su petición sería despachada, de lo
cual quedó muy alegre”
De hecho, cuando los calvinistas entraron en
el camarote donde se encontraban los jesuitas, “el Hermano Antonio
Correia, de Oporto, era uno de los estaban en oración
perseverando en ella. Al verlo delante de las imágenes, uno
lo golpeó en la cabeza con los puños de una
daga. Y fue tan fuerte que se le hinchó toda
la cara, pero no lo mató. Y les dijo a
los otros Hermanos que se quejaban: ¿No ven cuán duro
soy que aunque me den un mazazo en la cabeza
no podrán matarme? Y al decir esto parecía tan desconsolado
que los Hermanos, para consolarlo, le decían que aunque no
muriera esa vez, Dios le podría dar esa gracia”. Y
así fue. Poco después, lo tiraron vivo al mar.
En 1628
en Oporto se abrió un Proceso canónico, y se hablaba
de muchos devotos que lo invocaban en su ciudad natal,
y en las ciudades vecinas.
9. Bienaventurado Simón da Costa (1552
– 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto, Portugal, en 1552.
Las
primeras noticias del martirio de las Canarias demoraron un mes
en llegar a Funchal, la capital de la isla Madeira.
Exactamente el día de Asunción llegaron a ese puerto
El
Padre Pedro Días, el sacerdote jesuita que iba en otra
nave al Brasil, informó a Lisboa que “unos franceses que
iban cautivos habían visto a dos portugueses, y a uno
de ellos mozo bien vestido, de cabello corto, natural de
Oporto y que iba para entrar en la Compañía en
el Brasil”.
El día del martirio, por su gallarda presencia, los
hugonotes pensaron que era hijo de alguien principal. Uno de
los testigos de vista dirá después: “él iba con los
Hermanos, pero no parecía Hermano porque por haber entrado hacía
poco en la Compañía todavía usaba el pelo como seglar.
Sospecharon nuestros marineros que los calvinistas lo tuvieron por un
mercader, o hijo de un comerciante, porque era mancebo de
18 años y bien dispuesto, y lo llevaron entonces al
galeón de Jacobo Soria para que éste viera al muchacho
y determinara servirse de él como su paje”.
“Al día
siguiente Soria mandó traer al muchacho a su presencia y
le preguntó si era religioso jesuita. Él podía afirmar que
no lo era, pero insistió en decir que era jesuita
y hermano de los que estaban muriendo por la fe
católica”.
Jacques Soria se llenó de odio, y de inmediato dio
la orden de que le cortasen la cabeza, a él,
al piloto y al calafate de la Santiago, y los
arrojasen al mar.
Y el cronista concluye: “Hacía un mes que
había sido recibido en la Compañía. Consummatus in brevi, explevit
tempora multa.
De los 40 mártires, ningún otro fue degollado. Y
también, él fue el único que no murió el día
15, sino el 16 de julio de 1570.
10. Bienaventurado Aleixo
Delgado (1556 – 1570)
Estudiante novicio. Nació en Elvas, Portugal, en
1556. Era hijo de un pobre ciego de Elvas a
quien le había servido de guía largo tiempo.
La Relación
dice que él era “de bello ingenio, índole y habilidad”.
Tal vez por esto el padre “habiendo enseñado a un
pequeño perro para que lo guiase” en su ceguera, entregó
a Aleixo “a un hombre honrado de Evora para que
le diera algún orden y modo con que estudiar”
Colocado como
criado en el Colegio de los Convictores, o pajes del
Rey, el pequeño Aleixo fue creciendo en virtud y letras.
Este Colegio había sido fundado por el Cardenal Infante Don
Enrique y lo había confiado a la Compañía de Jesús.
Hablando Aleixo un día con el Padre jesuita Jorge Serrao,
Rector del Colegio, “le rogó mucho que lo admitiera en
la Compañía”. Le preguntó el Padre para qué quería ser
de la Compañía, respondiendo él que lo movía mucho el
deseo de ser mártir.
En la visita que el Padre Azevedo
hizo al Colegio de Evora, dio satisfacción a su pedido.
Tenía entonces 14 años, pero “se mostraba siempre de espíritu
mayor a su edad”.
Cantaba bien, y su especialidad era entonar
el Catecismo, lo cual hoy no se usa tanto. Hasta
los marineros viejos “gozaban mucho al oírlo cantar la doctrina.
Y para esto el Padre Azevedo la mandaba siempre cantar
por alguno de los Hermanos que lo hacían bien: Aleixo,
Francisco Magalhaes y algún otro"
Durante la refriega en la nave
Santiago, tres o cuatro fornidos hugonotes “tomaron al Hermano Aleixo,
y aunque lo vieron tan pequeño, que no tenía sino
14 para 15 años, le dieron fuertes puñetazos. Y no
acabó ahí esa violencia, porque uno de ellos lo golpeó
muy fuertemente en la cabeza y el cuello tanto que
empezó a echar sangre por las narices y la boca.
Y lo lanzaron así, todo ensangrentado, a donde estaban los
otros Hermanos, en la bomba achicando el agua. Estos quisieron
consolarlo instándolo a tener paciencia y a sufrir por amor
a Dios. Entonces él dijo, muy resuelto: “Esto no es
nada. ¿Es acaso algo? Omnia possum in eo qui me
confortat”.
Tripulantes y pasajeros recordaron más tarde: “Aquel padrecito que nos
cantaba la doctrina, cuando lo echaron al mar se fue
al fondo, con la cabeza para abajo y los brazos
abiertos en cruz”.
11. Bienaventurado Nicolás Dinis
Estudiante novicio. Nació en Tras
los Montes, cerca de Braganza, Portugal, en 1553. Fue alumno
del Colegio de Braganza como el Hermano Bento de Castro.
Hacía
4 ó 5 años que había comenzado a estudiar latín
con la esperanza de que lo dejaran entrar en la
Compañía, pero no había manera de que lo atendieran “por
ser muy pálido de cara”.
Cuando el Padre Ignacio de Azevedo
supo esto, recomendó que lo admitieran en casa hasta que
él lo mandara a llamar.
Y así, Nicolás empezó a aprender
de todo. Un día “estaba ocupado en amasar el pan”
terminando “con una alegría tan extraordinaria” que le preguntaron la
causa. Hermano, dijo, ¿cómo no voy a estar alegre si
recién Dios me ha revelado que dentro de poco voy
a ser mártir?
Esa alegría lo acompañó todo el tiempo que
estuvo en Valle del Rosal, donde los misioneros se preparaban
para embarcarse hasta el Brasil. Era como una ola que
no le cabía en el pecho, y parece que hasta
en el andar se manifestaba, en pasos de baile, si
nos atenemos a lo que de él dijo un biógrafo.
Como
fuera todo esto, lo cierto es que corría la fama
de que “tenía mucha gracia en representar”.
Tendría 17 años cuando
lo tiraron vivo al mar.
12. Bienaventurado Pedro de Fontoura
Hermano jesuita
novicio. Nació en Braga, Portugal.
Casi al mismo momento que el
Hermano Brás Ribeiro sufrió él el martirio.
Así dice la Relación:
“A otro Hermano, por nombre Pedro de Fontoura, de Braga,
que allí estaba también en oración, le saltó uno de
los hugonotes no pudiendo sufrir la oración que salía de
su boca, y con una daga le hundió la cabeza,
y le destrozó la mandíbula. Y con la lengua cortada,
él caminaba entre los Hermanos dando muestras y señales de
alegría, esperando que le acabasen de dar su perfecta corona”
No
tardaron mucho en satisfacer su deseo y ansias de gloria,
porque lo arrojaron vivo al mar.
13. Bienaventurado Andrés Gonzalves
Estudiante novicio.
Nació en Viana de Alentejo, en el arzobispado de Evora,
Portugal.
Y a pesar de haber sido estudiante universitario, no andaba
bien con los libros.
De su martirio no se hizo ninguna
relación. Tal vez, porque los calvinistas acostumbraban con los de
menor edad, arrojarlos vivos al mar, aunque no tuvieran heridas.
14.
Bienaventurado Francisco de Magalhaes (1549 – 1570)
Estudiante novicio. Nació en
Alcázar de Sal, Portugal, en el año 1549. Fue hijo
de Sebastián de Magalhaes y de Isabel Luis. El joven
Francisco estudiaba en Evora cuando a los 19 años resolvió
dejar todo y entrar en la Compañía, dos días después
de la Navidad del año 1568.
La Relación del martirio dice
de él: “El Padre Ignacio de Azevedo hacía mucho caso
de él y compartía con él el trabajo en el
gobierno de los Hermanos, porque le hallaba un especial talento
en todo lo relacionado con la administración”.
“Otra de sus cualidades
era su excelente voz de tenor. Estando en tierra henchía
con ella los montes y los valles, y, embarcado obligaba
a las otras naves aproximarse a la Santiago. Apenas comenzaba
ese poema Muerto está el buen Jesús, el cual el
Hermano cantaba con una voz tan suave que parecía venir
del cielo, tan viva y clara, que hasta las naves
que iban apartadas la oían y trataban de acercarse. Y
en el mar, de noche, aquello era como una nostalgia
que venía de otro mundo”
Era tan variado el repertorio que
a veces agregaba el arpa, tocada por el Hermano Francisco
Pérez Godoy quien también cantaba “en segunda voz”
Y así, a
la luz de la luna, con “todas las naves juntas”
tocaba otra música muy suave, Recuerde el alma dormida, a
tres voces que “los Hermanos Alvaro Méndez, Francisco Pérez Godoy
y Francisco de Magalhaes cantaban muy sentidamente” y tanto que
“hacía estar estáticos a todos y llorar muchas veces a
los Hermanos” y en cuanto al Padre Azevedo “parecía que
no estaba en esta vida”.
Y vino el martirio:
El Padre Ignacio
de Azevedo, en medio de su comunidad, “estaba lleno de
sangre, lleno el rostro, toda la cabeza y también sangre
en el pecho; los Hermanos que lo abrazaban todos le
sostenían la cabeza y el rostro herido; la imagen de
Nuestra señora estaba ensangrentada con su sangre, y la cámara
llena de sangre. Los Hermanos lloraban, y especialmente el Hermano
Magalhaes sollozaba diciendo: ¿Que va a ser de nosotros sin
padre y sin pastor?
Cuando el Padre expiró, “no se cansaban
los Hermanos de abrazarlo, especialmente el Hermano Francisco de Magalhaes
que estaba lleno su rostro y manos de la sangre
del Padre Ignacio. Entonces dijo a los Hermanos: “Quiera el
Señor que yo me lave jamás esta sangre del Santo
Padre Ignacio, a no ser que la obediencia me lo
ordene”.
Y cuando lo lanzaron al mar, el Hermano Magalhaes dijo
a los calvinistas: “Hermanos, Dios los perdone por esto que
hacen”.
15. Bienaventurado Blas Ribeiro (1545 – 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació
en Braga, Portugal. Era hombre de 24 años, bien saludables,
cuando fue recibido en Oporto para Hermano jesuita.
Debe haber sido
de los primeros en sufrir el martirio, pues en uno
de los ímpetus de furia de los asaltantes, quienes entraron
en el camarote donde se encontraban los Hermanos, los encontraron
“de rodillas rezando con las manos en alto frente a
sus imágenes”
Inmediatamente “arremetieron contra uno de ellos, que era el
Hermano Brás Ribeiro, de Braga. Y con los puños de
las espadas le golpearon tan cruelmente la cabeza que le
rompieron el cráneo haciéndolo pedazos, de tal manera que derramaron
los sesos por el suelo. Y así, muy pronto, entregó
su alma bendita a Dios”.
16. Bienaventurado Luis Rodríguez (1554 –
1570)
Estudiante novicio. Nació en la ciudad de Evora, Portugal, en
1554. Era hijo de Diego Rodriguez y de Leonor Fernández.
Cursaba el 3er año de Secundaria cuando el 15 de
enero de 1570 fue admitido en el Noviciado de su
tierra natal, con 16 años de edad.
Del testimonio dado por
el sobreviviente Hermano Juan Sánchez consta que “también el Hermano
Luis Rodríguez durante la pelea iba muy animado y animando
a los Hermanos diciendo en alta voz: “Hermanos, animémonos y
ayudémonos del Credo, porque la sangre de Cristo no se
ha de perder”.
El nombre del Bienaventurado Luis Rodríguez siempre
figuró desde las primeras listas de los Mártires que enviaron
los jesuitas, desde la primera fechada en Funchal el 19
de agosto de 1570 hasta la expedida por el Provincial
Leao Henriques en 1571. Poco después llegó a Roma el
Catálogo oficial de los Padres y Hermanos de la Compañía
de Jesús muertos en la Nave Santiago y en ese
Catálogo se omitió el nombre del Hermano Luis Rodríguez; hubo
también allí otros errores, como poner un segundo Hermano Baena
que nunca existió.
Pero de hecho, en todos los manuscritos antiguos,
archivados en la Biblioteca de Oporto, en la Nacional de
Lisboa, procedentes del Colegio jesuita de Evora, el nombre del
Hermano Luis Rodríguez siempre aparece entre los 40 Mártires.
17. Bienaventurado
Amaro Vaz (1553 - 1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto,
Portugal. Era hijo de Francisco Pires y de María Vaz,
del Consejo de Benviver.
A los 16 años, el 1 de
noviembre de 1569, en Oporto, el Hermano Amaro Vaz fue
admitido como Hermano jesuita.
En la Relación del martirio se escribe
señalando que lo atravesaron a puñaladas y que lo tiraron
al mar todavía vivo.
18. Bienaventurado Juan Fernández Jorge (1547 –
1570)
Entre los misioneros que salieron de Lisboa en 1570 con
el Bienaventurado Ignacio de Azevedo iban 8 jesuitas de apellido
Fernández, 3 de los cuales quedaron en la isla de
Madeira para seguir en las otras naves. Dos de éstos
fueron martirizados en septiembre de 1571 y el tercero, Diego
Fernández, fue arrojado vivo al mar con otros dos más,
pero él porque sabía nadar consiguió vivir y subir a
un barco.
Los otros cinco fueron martirizados el 15 de julio
de 1570 y son los Escolares jesuitas: dos de nombre
Juan, Manuel, y los dos Hermanos jesuitas, Domingo y Antonio.
Estudiante novicio. Un año después que su homónimo, el 5
de junio de 1569, fue recibido en Coimbra en la
Compañía de Jesús este segundo jesuita Juan Fernández. Nació en
Braga en 1547 y era hijo de Juan Fernández y
de Ana Jorge. Tenía 22 años el día de su
ingreso.
Dice la Relación que en la proximidad del martirio “en
algunos resplandeció una notable alegría y especialmente en el Hermano
Juan Fernández, de Braga; lo cual se le veía en
el rostro y en las palabras, porque hablaba tan libre
y audazmente a los hugonotes que bien mostraba no temer
a la muerte, y más bien parecía provocar a que
lo matasen o maltratasen”
Fue arrojado al mar.
19. Bienaventurado Juan Fernández
Torres (1551 – 1570)
Este Juan Fernández II era Estudiante jesuita.
Había nacido en Lisboa, Portugal. Fue hijo de Andrés Fernández
y de Helena Torres. Entró en la Compañía de Jesús
en Coimbra el 15 de abril de 1568, a los
17 años de edad.
Y “habiendo sido muy bien probado y
dado muy buen ejemplo y satisfacción de sí, hizo los
Votos en la Capilla” del Valle del Rosal, dos meses
antes de embarcarse al Brasil con el Bienaventurado Padre Ignacio
de Azevedo.
Murió a los 19 años de edad.
20. Bienaventurado Manuel
Fernández
Estudiante jesuita. Nació en Celorico, Portugal.
Como los anteriores Hermanos Fernández,
éste también fue arrojado vivo al mar, pero en circunstancias
dignas de particular registro:
“Iba el Hermano Manuel Fernández encima de
unas cajas junto al borde de la nave, y como
los calvinistas estaban furiosos y muy indignados contra los jesuitas,
uno de ellos lo levantó en brazos y, así vivo,
lo lanzó al mar, en presencia de todos los otros,
sin haber otra causa nueva para ello que el odio
interior que le había concebido. Y al pasar el Hermano
junto al borde le pareció ser cosa fácil poderlo lanzar
abajo”
21. Bienaventurado Domingo Fernández (1551 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en
Villaviciosa, Portugal. Era hijo de Bento Fernández y de María
Cortés. Tenía 16 años cuando fue admitido en el Noviciado
de Evora, el 25 de septiembre de 1567. Y a
pesar de ello en la Relación se dice de él
que era de los “Her4manos antiguos, de muchos años y
de mucha virtud”
Cuando arrojaron al mar al Bienaventurado Diego de
Andrade “de la misma manera cogieron y dieron de puñaladas
al Hermano Domingo Fernández y así, medio vivo y medio
muerto, lo lanzaron al mar”
22. Bienaventurado Antonio Fernández (1552 –
1570)
Hermano jesuita novicio. Nació en Montemayor Nuevo, Portugal, en 1552.
Su padre era Gaspar Fernández y su madre, María López.
Con probable aprendizaje en artes, en Lisboa, fue admitido en
la Compañía el 1 de enero de 1570, a los
18 años de edad.
La Relación dice de él: “Era muy
buen carpintero, y todo el tiempo que demoraron en Funchal,
tanto él, como el Hermano pintor, como los orfebres, estuvieron
siempre en el Colegio y dejaron ahí a los Padres
algunas obras muy valiosas”
También este Hermano carpintero fue arrojado vivo
al mar.
23. Bienaventurado Luis Correia
Estudiante jesuita. Natural de Evora, Portugal.
Todo
lo que se sabe de su vida vino anotado en
la Relación cuando se escribió que en los últimos momentos
del Padre Diego de Andrade, el Hermano Luis Correia, como
era el despensero, le quiso dar un “bizcocho” mientras esperaba
la muerte tan próxima.
24. Bienaventurado Gonzalo Henríquez
Estudiante jesuita. Diácono. Categóricamente
se dice de él: “tenía las órdenes del evangelio”. Nació
en Oporto, Portugal.
Se desconocen los pormenores de su muerte, porque
los Hermanos no lo vieron morir, ni a él ni
a otros tres: a Manuel Rodríguez, Manuel Pacheco y Esteban
Zuraire. “Estos cuatro estaban muy metidos entre los que peleaban,
y de la misma manera el Hermano Juan de Mayorga
que era pintor. Y todos se dieron a conocer como
de la Compañía, no solamente por el hábito, sino por
las exhortaciones que hacían con mucho fervor. No estuvieron con
el Padre Ignacio de Azevedo, ni lo vieron en su
muerte. Estos cuatro desaparecieron en la pelea, y porque no
los vieron morir ni a sus cuerpos entre los que
arrojaron al mar, los Hermanos coligen que heridos por los
hugonotes, éstos los arrojarían al mar, o que sin ninguna
herida los lanzarían vivos como lo hicieron con el Hermano
pintor”
En particular de “Gonzalo Hernríquez, diácono, de Oporto” atestiguan que
“siempre anduvo exhortando y animando a todos con grandes gritos
y voces, y con gran fervor”.
25. Bienaventurado Simón López
Estudiante jesuita.
Nació en Ourem, Portugal.
Probablemente hizo los votos en la Compañía
“entre Lisboa y la isla Madeira”, pues era novicio cuando
estaba en Oporto.
De hecho debía de ser muy joven y
con apariencia de corta edad, por el género de muerte
que le dieron los calvinistas: simplemente lo echaron sin herirlo
vivo al mar. Así acostumbraban actuar con los de “muy
poca edad y que parecían tener de 17 para abajo;
los lanzaban vivos al mar sin ninguna herida”.
26. Bienaventurado Alvaro
Méndez
Estudiante jesuita. Nació en Elvas, Portugal. Su nombre era Alvaro
Borralho, pero los jesuitas lo cambiaron por el de Méndez.
Tenía
buena voz y él fue uno de los que cantaba
a tres voces, lo que tanto apreciaba el P. Azevedo.
Era
una persona delicada de estómago y nunca se acostumbró al
movimiento del mar, ni siquiera cuando, de la isla Madeira
hasta las Canarias, la nave no se sacudía. Sin ningún
alivio ni mejoría alguna “Alvaro estuvo todo el viaje tan
enfermo y tan aislado por el mareo que casi siempre
estaba en cama”.
El día del ataque calvinista, Alvaro yacía enfermo
y mareado en su camarote. Igualmente, el Hermano Gregorio Escribano.
Y ambos se levantaron como mejor pudieron. Se colocaron la
sotana jesuita y corrieron a juntarse con sus Hermanos. Y
con ellos trabajaron en la bomba que achicaba agua del
barco.
Después fueron maltratados. A Alvaro le atravesaron el pecho.
Y antes de expirar, a los dos, los arrojaron vivos
al mar.
27. Bienaventurado Pedro Nunes
Estudiante jesuita. Nació en Fronteira, en
el Obispado de Elvas, Portugal.
Se conserva de él sólo una
frase muy sobria, pero que inequívocamente revela su envidiable fortaleza
de ánimo; especialmente si atendemos las circunstancias en que la
dijo, cuando los calvinistas tenían ya cercada la nave Santiago.
Dice
la Relación: “Estaba el Hermano Pedro Nunes con otros en
una cámara la cual tenía un gran agujero, y entonces
dijo: ¡Ojalá quisiera Dios Nuestro Señor que por este agujero
viniera una bala de cañón y me quebrara la cabeza
por amor de Nuestro Señor!
28. Bienaventurado Manuel Pacheco
Estudiante jesuita. Nació
en Ceuta, Africa, pero se consideraba portugués.
Lo vieron audaz e
intrépido durante el asalto de los calvinistas. Pero después, nadie
lo vio más, ni muerto ni vivo.
29. Bienaventurado Diego Pírez
Estudiante
jesuita. Nació en Nisa, en el Obispado de Portoalegre, Portugal.
Cuando
estudiaba Filosofía en Evora, dice la Relación de su martirio,
“parece que no lo ayudaba mucho su ingenio poco dado
a las sutilezas”.
“Un día faltó a clases y fue
castigado y él fue a decir al Maestro que la
causa de su ausencia había sido por ir al Monasterio
de Valverde, distante a una legua y media de Evora,
a tratar con el Guardián su entrada a los Capuchinos
de la Piedad. Le respondió el Maestro que sentía no
haber tendido conocimiento de esas santas intenciones, y de camino
le engrandeció la excelente elección que habían hecho algunos estudiantes
de esa Universidad de ser recibidos por el Padre Ignacio
de Azevedo para el Brasil. Entonces Diego Pires comenzó también
a inclinarse para ese mismo viaje. Pidió entrar en la
Compañía de Jesús y fue aceptado”
“En la mañana del martirio
fue señalado uno de los once jesuitas que fueron escogidos
para animar a los que peleaban en la nave.
Y en
medio de la pelea, poco después que cayera herido el
Padre Ignacio de Azevedo, el Hermano Diego Pires, salió a
la cubierta, protestando la fe católica y de la verdadera
Iglesia Romana, vestido con la sotana de la Compañía. Uno
de los calvinistas se enojó mucho y lo siguió de
una parte a otra. Y con una lanza le dio
un lanzazo que lo atravesó de parte a parte. Allí
cayó muerto sin poder decir una sola palabra.
Y después, arrojaron
su cuerpo al mar.
Contando después el Maestro a sus discípulos,
en la Universidad de Evora, “su afortunada muerte, les dijo
que hicieran de él buenos recuerdos y que guardaran respeto
al lugar donde él se sentaba en las clases”. Y
tanto fue ese respeto que nadie se atrevió jamás a
sentarse en el puesto de Diego Pírez.
30. Bienaventurado Manuel Rodríguez
Estudiante
jesuita. Nació en Alcochete, Portugal.
Esa tierra de Alcochete era la
tierra del “santo Padre Cruz” donde se le tenía gran
devoción. Tal vez por eso el Bienaventurado Rodríguez usaba también
como su apellido el de Rodríguez de la Cruz. Los
dos pertenecían a la Compañía, pero no se sabe si
eran parientes.
Nada se sabe de su martirio, a no ser
que lo sufrió.
31. Bienaventurado Antonio Soares (1543 – 1570)
Estudiante jesuita.
Nació en Portugal, en 1543. Hijo de Vicente Gonzalves y
de Leonor de Soares, este jesuita era natural de Trancoso
Entró
en la Compañía el 5 de junio de 1565 y
terminó su noviciado en Evora. Al principio los Superiores lo
habían destinado a ayudar en los trabajos domésticos, pero el
Padre Ignacio de Azevedo, notando en él dotes y capacidad
para más, ordenó que estudiara y se preparara para el
sacerdocio.
Todo pudo ser distinto, pero “el Hermano Antonio Soares, soto
ministro, también fue herido con puñaladas y después lo lanzaron
al mar; así lo hacían con los grandes que parecían
sacerdotes”.
32. Bienaventurado Juan "adauctus", candidato
Era natural de un lugar
ubicado entre los ríos Duero y Miño, en el norte
de Portugal.
De apellido San Juan, era sobrino del capitán de
la nave Santiago en la cual viajaban a la Misión
del Brasil el Padre Ignacio de Acevedo y compañeros. En
la navegación se hizo amigo de los Hermanos y, con
sencillez, pidió al Padre Provincial ser admitido en la Compañía.
El Padre Ignacio no se apresuró en dar una respuesta.
Indicó que podría ser admitido en Brasil, si perseveraba en
su propósito.
Cuando los calvinistas excluyeron del martirio el Hermano Juan
Sánchez por tener el oficio de cocinero, el joven Juan
San Juan vio llegada su hora. Echó mano de una
sotana que vio en el suelo, despojo de un mártir,
se la vistió y se asoció al grupo que quedaba
en cubierta.
Y “al ser tenido por jesuita, con ellos fue
lanzado al mar, en odio a la Fe”.
La Relación dice:
Es cierto que los herejes cuando quitaron a los Hermanos
desde la bomba para achicar el agua, también tomaron a
dos muchachos que no eran de la Compañía creyendo que
eran religiosos. Fue cosa espantosa ver dos muertes tan diferentes,
una de la otra. Pues uno aceptó que lo lanzasen
al mar para ser de la Compañía, y el otro,
por más que dio gritos y alaridos proclamando que no
era religioso no le creyeron. Este último era un muchacho,
de los pasajeros; y el otro... ya sabemos quién fue.
Y así con mucha razón lo debemos tener por nuestro
Hermano y agregarlo a la lista de ellos.”
De esta manera,
termina la Relación, es “cosa de dar gracias a Dios
porque la Divina Providencia quiso que el número de 40
no quedara disminuido y en lugar de Juan Sánchez entrara
éste que se agregaba”
Los españoles
Doce jesuitas españoles dieron sus nombres
para la expedición misionera al Brasil del Padre Ignacio de
Azevedo. Pero solamente nueve se embarcaron en la isla Madeira
en la nave Santiago; los otros tres quedaron en Funchal
para ir en otras naves.
Uno de los jesuitas españoles,
de la nave Santiago, el Hermano Juan Sánchez, no murió
mártir. De él, igualmente, sin ser Bienaventurado escribiremos algo de
su vida, porque fue el mejor testigo de vista en
los Procesos.
33. Bienaventurado Alonso de Baena (1530 – 1570)
Hermano jesuita.
Nació en Villatobas, en la diócesis de Toledo, España. A
los 30 años pasó al Portugal y allí entró en
1566 en la Compañía. Tenía el oficio de orfebre en
plata y oro, pero en la Compañía no ejerció ese
oficio.
Estaba en el Colegio de Oporto el 6 de
enero de 1570, y trabajaba en la huerta, cuando fue
alistado para la expedición del Brasil. Viajó con el Padre
Ignacio de Acevedo, pero en barco diferente. En la isla
Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que
pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del
grupo de los jesuitas que salieron el 30 de junio
de 1570 hacia las islas Canarias.
La Relación dice que el
Hermano Baena fue de los escogidos para animar a los
combatientes y que juntamente con el Padre Diego de Andrade,
y los Hermanos Andrés Gonzalves, Antonio Soares sirvieron igualmente de
enfermeros a los heridos.
34. Bienaventurado Gregorio Escrivano
Hermano jesuita. Nació en
Logroño, España La Relación dice que “siempre fue un hombre muy
enfermo del estómago, y desde que moraba en tierra estuvo
mal, y de mareos, los cuales le acrecentaban mucho su
mal. Con todo él era el que llevaba el mayor
peso en el trabajo de la cocina, y no había
quién lograra cansarlo en el trabajo”.
Hacía días que el Padre
Azevedo “lo había dejado estar en cama” Y una vez
que el Padre Azevedo le daba “de comer y el
Hermano vomitara todo”, le dijo: “Hermano, no tiene usted por
qué morir antes que lo maten por amor de Dios”.
Y
así, el día del ataque calvinista, el Hermano Gregorio también
estaba enfermo, postrado en cama, “muy enfermo y como tullido.
Cuando vio que los otros Hermanos eran tan maltratados, y
que a unos mataban, a otros lanzaban al mar, él
se levantó de la cama, y sin zapatos y sin
birrete, vistió la sotana, y corrió para estar con sus
Hermanos y no perder su corona de martirio.
Herido de
mala manera fue arrojado al mar.
35. Bienaventurado Juan de Mayorga
(1533 – 1570)
Hermano jesuita. Nació en San Juan de
Pie del Puerto, hoy Francia, entonces España, en 1533. Vivió
varios años en la capital del Reino de Aragón y
fue admitido en la Compañía en 1568, a los 35
años de edad.
Con fama de “excelente pintor” dejó “algunos cuadros”
en Zaragoza, y como jesuita siempre trabajó en su profesión.
Aún en el mar, durante su viaje.
Al llegar a España
el Padre Ignacio de Azevedo, nombrado Provincial del Brasil por
el San Francisco de Borja, con la misión de reclutar
jesuitas en las Provincias de España y Portugal, se le
dio como compañero, en Zaragoza, en 1570, al Hermano Juan
de Mayorga, navarro, de casi 38 años de edad. Y
como pintor se pensó que podría adornar con sagradas imágenes
los templos de las nuevas reducciones en las Indias.
Viajó al
Brasil con la expedición del Padre Ignacio de Azevedo, pero
en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor
sustituir a alguno de los que pedían cambiar de embarcación,
y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas
que salían el 30 de junio de 1570 hacia las
islas Canarias.
En el día del martirio, “habiendo entrado los calvinistas
por el castillo de proa, el Hermano Juan de Mayorga
anduvo metido entre ellos exhortando y animando a los nuestros.
Y como en todo el tiempo de la pelea, nunca
dejase de exhortar, como le había encargado la obediencia, con
su sotana, birrete y barba bien rapada mostraba claramente ser
de la Compañía de Jesús. Pero no tenía armas sino
únicamente las de la Palabra de Dios y de la
Fe Católica”.
Al fin lo atacaron cinco calvinistas. Lo hirieron
de mala manera en el pecho y en la espalda.
Cayó moribundo al pie de una copia que él mismo
había pintado del cuadro de la Virgen de Santa María
la Mayor. Lo arrojaron vivo al mar.
36. Bienaventurado Fernando Sánchez
Estudiante
jesuita. Nació en Castilla la Vieja, España. Estudiaba como jesuita
en Salamanca cuando ahí se encontró con el Provincial del
Brasil y se entusiasmó para ir a esa tan necesitada
Misión.
Dice la Relación: “Muy mal herido” lo arrojaron al mar.
37.
Bienaventurado Francisco Pérez Godoy (1540 – 1570)
Estudiante novicio. Nació en
Torrijos, perteneciente al Arzobispado de Toledo, España. Era hijo de
Juan Pérez Godoy y de Catalina del Campo. Era pariente
cercano de Santa Teresa de Jesús. En Torrijos residía una
rama de los Sánchez de Cepeda, familiares de don Alonso,
padre de santa Teresa.
Era Bachiller en Cánones por la Universidad
de Salamanca. “Sabía música y tocar arpa y otros instrumentos”.
Tenía un soberbio bigote del que mucho presumía.
Hizo los Ejercicios
Espirituales y descubrió que estaba disponible para todo, menos para
cortarse el bigote. Heroicamente decidido, con un sacrificio enorme, se
cortó la mitad.
Fue admitido al Noviciado de la Compañía, en
Medina del Campo. Su Maestro de novicios fue el célebre
P. Baltasar Alvarez. Éste muy pronto lo apreció por “su
rara virtud”.
Y sin embargo, el Maestro constató que el novicio
carecía de visión en el ojo izquierdo, impedimento para seguir
en la Compañía. Preguntado si era así, el novicio confesó
ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de
no ser admitido en la Compañía. El Padre Maestro pensó
entonces que efectivamente el novicio iba a ser despedido por
los Superiores.
Estaba en ese discernimiento cuando llegó el P. Ignacio
de Azevedo a Medina del Campo. Él estaba nombrado Provincial
del Brasil, con licencia para reclutar misioneros, y para dispensar
de impedimentos. Informado el P. Azevedo, conversó con el novicio
y lo aceptó como voluntario para la Misión del Brasil.
“Entre
nosotros, dice la Relación, el Hermano Francisco siendo tan noble
se acomoda mucho, y mantiene siempre excelente conversación, cantando y
platicando, siempre alegre y muy querido, no sólo por los
Hermanos, sino también por el Padre Ignacio”.
“En el día del
martirio, Francisco se distinguió alentando a sus compañeros jesuitas. Con
mucho fervor les repetía unas palabras que había oído al
Padre Baltasar Alvarez: Hermanos, no olvidemos que somos hijos de
Dios”. Tenía 30 años de edad.
Ese mismo día del martirio,
el 15 de julio de 1570, víspera de Nuestra Señora
del Carmen, “la Virgen marinera” hubo fiesta en el Carmelo
de Toledo y asistió Santa Teresa. Después, en su celda,
en contemplación, “conoció la muerte de los cuarenta Padres y
Hermanos de la Compañía de Jesús que iban al Brasil
y los mataron los hugonotes. Iba entre ellos un deudo
de la Santa Madre. Luego que los mataron, dijo el
P. Baltasar Alvarez, su confesor, que los había visto con
coronas de mártires en el cielo. Después vino la noticia
a España del martirio y dichosa muerte de estos religiosos.”
38.
Bienaventurado Esteban de Zudaire (1551-1570)
Hermano jesuita. Nació en el
pueblo de Zudaire (en el valle navarro de Amezkoa), en
España. A los 19 años ingresó en la Compañía de
Jesús en calidad de Hermano jesuita. Era estimado por su
inocencia y sencillez.
Al llegar el Padre Ignacio de Azevedo en
busca de voluntarios para el Brasil, Esteban desempeñaba el oficio
de sastre en el Colegio de Plasencia, en Cáceres. Se
incorporó a la expedición de misioneros.
En el momento del martirio
se adelantó hacia los corsarios con un crucifijo en las
manos. Una daga le atravesó el corazón. Lo echaron al
mar. Bañado en sangre y zarandeado por las olas entonó
el Te Deum.
Era éste un martirio presentido desde el mismo
momento de partir desde Plasencia. Habiéndole preguntado el P. Azevedo
si marchaba contento, Esteban le respondió: “Voy contento, muy contento.
Voy a ser mártir”.
Y el Padre José de Acosta,
que era su confesor, le preguntó ante la seguridad con
que veía su martirio: ¿Cómo sabe Ud. que va a
ser mártir? Y Esteban, con la sencillez que lo caracterizaba,
respondió: “El Señor me lo ha revelado en los últimos
Ejercicios.”
Esteban es uno de los cuatro Mártires que los otros
de la nave no vieron cómo los mataron.
Beatificado por Pío
IX el día 12 de agosto de 1854, junto a
los 39 jesuitas martirizados, el obispo de Pamplona, Monseñor Uriz
y Labayru, consiguió en Roma que se aprobase su Oficio
y Fiesta, la que se celebra en la diócesis de
Pamplona el 30 de agosto.
39. Bienaventurado Juan de San Martín
(1550 – 1570)
Estudiante novicio. Nació en Juncos, entre Toledo e
Illescas, España. Era hijo de Francisco de San Martín y
de Catalina Rodríguez. Estudió en la Universidad de Alcalá, pero
entró en la Compañía de Jesús en Portugal, en el
Noviciado de Evora, el 8 de febrero de 1570, a
los 20 años de edad.
También él fue uno de los
escogidos por el Bienaventurado Ignacio de Azevedo para animar a
los que defendían la nave Santiago.
De su muerte solamente se
sabe que él, como tantos otros, fue arrojado vivo al
mar.
40. Bienaventurado Juan de Zafra
Hermano jesuita novicio. Nació en Jerez
de Badajoz Toledo, España. Fue hijo de Juan Páez y
de Isabel Rodríguez. Entró en la Compañía el 8 de
febrero de 1570 en Portugal, en el Noviciado de Evora.
Sobre
su muerte, el cronista sólo anotó: “al mar, vivo”
Hermano Juan
Sánchez
Para cumplir la sentencia de Jacques de Soria, de
que “todos los Hermanos fueran ahogados, los lanzaron al mar,
menos al Hermano Juan Sánchez, mozo pequeño, que escapó por
especial providencia divina, para después contar como testigo de vista
todas las cosas”.
Era ayudante del cocinero, y fue éste quien
lo salvó. Pero cuando él se juntó con los Hermanos,
el cocinero dijo: Déjenlo tranquilo, porque es cocinero; muchacho, vete
a la cocina.
Después que se acabó la crueldad con los
mártires, todos los pasajeros y marineros vieron al Hermano Juan
Sánchez llorando desconsoladamente, porque los había visto caer al mar.
Ese mar había estado sereno, trasparente y casi sin olas.
Por esto los había visto ir hasta el fondo, muy
abajo: a los pequeños que no sabían nadar y a
los malheridos.
En un mar de confidencias, un bretón le dijo
que mientras lanzaban al mar a los Padres y Hermanos,
él también había visto todo desde su nave, y que
algunos pasaron junto a ella con las manos levantadas. Y
que el capitán no había dejado que se ayudara a
nadie.
Algunos hugonotes le dijeron: Ciertamente creemos que este Jacques de
Soria se va a ir al infierno por tanta crueldad.
No
faltaron tormentas durante los cinco meses que la Santiago anduvo
tras otras naves, buscando presas, por las costas de Portugal,
Algarve y Galicia.
En fin, al llegar a La Rochelle, la
Santiago se partió y luego se hundió. Y así, en
Francia, el Hermano Sánchez huyó de Soria y trabajó descalzo,
sin camisa, sin sombrero, cubierto sólo con un paño, hasta
que alcanzó licencia, junto con doce marineros portugueses para ir
a sus tierras.
El Hermano padeció mucho en ese viaje. Iba
a pie, descalzo, con grandes fríos y nieve. Y al
llegar a España, fue derecho al Colegio de Oñate, en
el país vasco. Allí los Padres, espantados, no podían creer
lo que oían, y estaban viendo, en la persona del
Hermano. Mucho habían rezado por el P. Azevedo y esos
compañeros que él había recogido en esa tierra.
De allí pasó
el Hermano Juan Sánchez, de Colegio en Colegio, por buena
parte de España, hasta poder llegar al Portugal, al Colegio
de Evora. De inmediato fue llamado a Lisboa por el
Padre Provincial donde con la ayuda del Padre Gaspar Serpe
y un notario pudo escribir su Información.
De esta “Relación” o
Información se hicieron muchas copias. En 1574 el antiguo Hermano
Juan Sánchez estudiaba en el Colegio de Lisboa en la
tercera clase. Años después, su nombre figura entre los egresados.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario