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Gaspar de Bono, Beato |
Pesbítero
Martirologio Romano: En Valencia, ciudad de España, beato Gaspar de
Bono, presbítero de la Orden de los Mínimos, que abandonó
las armas de un príncipe terreno para militar a las
órdenes de Cristo Rey y rigió la provincia hispana de
dicha Orden con celo, prudencia y caridad (1604).Fueron sus padres modestos artesanos: Juan, francés, e
Isabel, de la villa de Cervera, en el antiguo reino
valenciano, en cuya capital se establecieron como tejedores de lino.
El Señor bendijo este matrimonio ejemplar dándoles cuatro hijos: Isabel,
Gaspar, Juan y Mateo.
Gaspar vino al mundo el día
5 de enero de 1530 y recibió este nombre en
veneración de uno de los Santos Reyes, por haber nacido
en la víspera de su fiesta. Vivía el matrimonio con
escasez. Y aun la escasez se trocó en pobreza angustiosa
cuando la madre, todavía joven, quedó completamente ciega y no
pudo ayudar al esposo en los telares. Tampoco Juan se
bastaba por sí solo para atender al pesado oficio. Vendió,
pues, aquellos instrumentos de su ocupación diaria, dejó la casa
porque ya no la necesitaba tan grande, y se puso
a ganar el pan afilando cuchillos y vendiendo juguetes de
poco valor; le bastaban unas cañas y unos pedazos de
papel para fabricar molinillos de viento. Contaba Gaspar entonces unos
tres años.
En Valencia, como en todas las partes de la
cristiandad europea, se mezclaban en extraña proporción la fe viva
y la gloriosa piedad medieval con las pecaminosas corrientes derivadas
del Humanismo y del Renacimiento.
La palpitación que despertó en todas
partes San Vicente Ferrer en el paso del siglo XIV
al XV quedó también de manera poderosa en su patria
chica. Concretamente la adivinamos en los infantiles entretenimientos de Gaspar.
No sólo se complacía en cantar la salve, vestir de
flores arrayanes una cruz y dar otras muestras de su
piedad, sino que en plena calle organizaba procesiones con sus
amiguitos, para remedar las de los disciplinantes, al menos en
el canto doloroso del estribillo vicentino "¡Señor, verdadero Dios, misericordia!",
llevando luces de candelillas y cantando las letanías. Pusiéronle sus
padres a los diez años en casa de un rico
mercader, pero a Gaspar no le llenaba aquel oficio, cuando
empezó a sentir el anhelo de cosas más altas: quería
ser sacerdote. Y no vio otro camino posible ni mejor
que el claustro. Y hasta le pareció fácil, porque otro
criado mayor de la misma casa, que andaba con idénticos
proyectos y sabía el latín, se ofreció a enseñarle esta
lengua.
Gaspar entraba de allí a poco en el convento
de dominicos de la ciudad. Bien es verdad que, recapacitando
la mucha pobreza de su casa, tuvo que desandar el
noble camino y volver al antiguo empleo.
Llegó de esta manera
hasta los veinte años, y, aunque su dueño le quería
bien y le ayudaba a sustentar a sus ancianos padres,
Gaspar, en busca de más propicia fortuna, se alistó en
el ejército de Carlos V. Quizá le moviese a ello
un sentimiento de inferioridad que le apartaba de buscar el
anhelado sacerdocio, pues era balbuciente y tartamudo. En el ejercicio
de las armas transcurrieron ocho o diez años, sin ascenso
ni esperanzas de prosperidad. No tenemos noticias de encuentros, batallas,
sitios, asalto y defensa de fortalezas en las que tomara
parte señalada. ¿Fueron para él aquellos años completamente grises? Más
adelante dirá que, hallándose en este género de vida (más
apto para la distracción que para las virtudes), se complacía
en repetir, a tiempo y a destiempo, la jaculatoria tan
valenciana: "Jesús, María, José"; asimismo profesaba devoción a San Valero
(titular de una de las parroquias de Valencia) porque fue
tartamudo; rezaba diariamente el oficio, rosario y letanía de Nuestra
Señora; frecuentaba templos y lugares píos, y "de mi pobreza
—añade— no dejaba de dar limosna a los pobres, aunque
faltase a mi sustento". Indudablemente, era también militar a lo
divino y en estos campos de la vida interior debería
desplegar sus dotes y recursos de combate y estrategia, buscando
la santidad a toda costa, con brillante éxito y guiando
a otros.
La ocasión para cambiar de banderas le llegó por
el duro camino del fracaso material. Sucedió que él, con
algunas unidades de su escuadrón de caballería, tuvo que hostigar
al enemigo sólo con finalidad de descubierta: mas éste respondió
con tan fiero empuje que Gaspar y los suyos retrocedieron
en confuso desorden. El mismo Gaspar cayó en un pozo
seco, quedando oprimido por su cabalgadura; los enemigos vinieron sobre
él, y, después de abrirle la cabeza a golpes de
pica o alabarda, le dejaron por muerto. En aquella terrible
angustia invocó a sus santos patronos y a la Virgen
de los Desamparados, prometiendo ingresar en la Orden de los
Mínimos de San Francisco de Paula si salía
con vida. Pudo cumplir el voto. Experimentado ya en la
pobreza y en los trabajos de ella, no le resultaba
áspero seguir las reglas del severo instituto: perpetua abstinencia de
carnes, de huevos y lacticinios, coro a medianoche y otras
penitencias.
En aquel santo retiro la virtud de Gaspar comenzó a
ser notable. Su mismo apellido, Bono, se prestaba a inocentes
juegos de palabras que ponían a prueba su humildad, y
él se precavía contra la vanagloria diciendo: "Sólo de bueno
tengo el nombre, porque de palabra, obra y pensamiento soy
malo." Curiosa fue la manera que en cierta ocasión discurrió
para escapar sin miramiento a una posible tufarada de soberbia.
Se celebraban en el convento unas conclusiones públicas de filosofía,
y uno de los novicios, para lucir su ingenio, usando
del recurso fácil y de todos conocido, alabó al padre
Gaspar, que presidía. Mas fue tal el dolor de éste,
que, asomando a sus ojos las lágrimas, saludó a los
concurrentes, abandonó la sala y se retiró a su celda
lleno de confusión. Llegó la hora de la cena, y
el inocente agresor tuvo que escuchar, entre otras admoniciones, esta
salida propia de un santo: "Por que vuestra caridad no
pague la lisonja en el purgatorio, reciba una disciplina por
espacio de un miserere." Se cuenta de San Felipe Neri
que tenía un sexto sentido: era capaz de olfatear la
hediondez del Pecado y conocer sus especies. Del Beato Gaspar
Bono cabe asegurar que leía en las conciencias. Si llegaba
al convento algún religioso con el alma no tan pura
como cabía esperar de su estado y profesión, le recibía
con sañudo y desapacible semblante, y le hablaba mostrando sequedad
y rigor en las palabras. Si esta misma persona le
pedía licencia para salir, le atajaba al punto con aspereza:
"¡Ah Jesús, María, José! ¿Para qué quiere ahora ir fuera?
Quédese en casa; que yo sé que le conviene así
al servicio de Dios y al bien de su alma."
La
Orden de los Mínimos, fundada hacia 1460, es decir, en
unos momentos en que la sociedad cristiana comenzaba a sentir
deseos vivos de restauración y de apostolado reformatorio, no encarna
aquel espíritu nuevo. Los seguidores de San Francisco de Paula
se mantienen dentro del molde de las Ordenes mendicantes, según
la estructura medieval. Forman un frente silencioso, aunque no menos
heroico, donde la humildad puede tener menos quiebras. De aquí
que la tendencia apostólica, la salvación del prójimo, no encaje
en la espiritualidad del Beato Gaspar Bono como fin primordial,
si no es dentro de los muros del cenobio. Mandará
al hermano limosnero que le cuente los pecados y públicos
desórdenes de que haya tenido noticia por las calles, a
fin de aplacar a la justicia divina con oraciones y
penitencias, pero no irá a buscar a los pecadores.
Esta es
su espiritualidad genuina: imitar al Poverello de Asís con una
tendencia más rigurosa que las ramas franciscanas. Gaspar Bono será
luz y sal de la tierra, pero sin salir apenas
al mundo, en el silencio del claustro. Su primer biógrafo
y contemporáneo, el padre fray Vicente Guillermo Gual, atestigua que,
hallándose el siervo de Dios en el convento de Valencia,
fue visto por el sacristán menor —que por la incumbencia
de su oficio había de ir a medianoche a tocar
las campanas para los maitines— en medio del coro y
envuelto en una claridad tan deslumbradora que no le permitía
distinguir qué cosa era aquélla. Quedó inmóvil sin atreverse a
pasar adelante ni poder volver atrás. Pero luego mitigáronse los
resplandores y vio al siervo de Dios en oración, el
cual se levantó y le dijo: "¿Qué tiene, hermano fray
Pedro? Parece que está turbado y espantado. Ea, hijo mío,
sosiéguese por lo que ha visto. Le suplico humildemente, y
como superior le mando, que guarde secreto."
Emulando la increíble abstinencia
de San Francisco de Paula, no perdonaba a su cuerpo
ni cuando los graves accidentes de su enfermedad reclamaron la
presencia del médico. Este, viendo la mucha debilidad del santo
religioso, le ordenaba comiese carne. Respondía el padre Gaspar: "Ya
veo que tiene razón que regale mi cuerpo. Yo le
prometo de regalarle como conviene." Sin duda que la respuesta
encerraba doble sentido. Lo que se siguió fue que se
estuvo encerrado por espacio de tres días y sólo una
vez al día se alimentaba con hierbas, pan y agua.
Instábale el hermano Roque a que tomase otras viandas. A
lo cual solía decir: "No trate, hermano Roque, de esto,
por caridad, porque para regalar a la señora del alma
conviene maltratar al vil esclavo del cuerpo, que, en sintiendo
el regalo, luego, como bestia fiera, se envanece para destruir
el alma, cuanto más que a esta bestiaza la trato
mejor que merece.
En el seguimiento de la pobreza fue no
menos admirable. Por intervención del Beato Juan de Ribera, a
la sazón arzobispo de Valencia, el padre Gaspar fue elegido
provincial. Y si aceptó el cargo a pesar de todas
las razones que pudo discurrir su humildad, en la pobreza
no toleró interpretaciones contrarias a aquella virtud. "Ea, padre, reciba
este tintero nuevo, que cierto es vergüenza que en la
mesa de un provincial haya este otro", decíale el padre
corrector. A lo que el siervo de Dios contestó: "¡Ah
Jesús, María, José! ¿Para qué esta novedad de traerme tintero
nuevo? Váyase con su tintero, padre corrector, que yo me
hallo bien con este pobrecito, porque ha muchos años que
somos amigos."
Si pasaba junto a los muros de la catedral
de Valencia, no podía menos de entrar a postrarse en
la capilla de San Francisco de Borja, donde se veneraba
una imagen de Santa Inés, pintura sobre tabla de Juan
de Juanes, que aún se conserva. Allí, escribe un biógrafo,
hacía tan fervorosa oración que bien lo manifestaba su alegre
y festivo semblante. Al salir decía al religioso compañero: "Hermano,
¿no ve en el retablo de Santa Inés, cómo aquel
santo clérigo (el Venerable Agnesio) pone un anillo en el
dedo de la Santa? Pues sepa que es voz pública
que le fue tan devoto que un día mereció que
se le apareciese la Santa, y, después de haber pasado
entre los dos una plática dulcísima, le admitió por su
esposo espiritual, y él le dio por arras aquel anillo."
Siempre
conservó las tradicionales devociones que aprendió de sus padres. Los
frailes le veían cantar de rodillas y de memoria los
gozos de San Vicente Ferrer en su lengua materna.
Murió el
14 de julio de 1604 y fue beatificado el 17
de septiembre de 1786 por S.S. Pío VI.
En el alma
del Beato Gaspar se funden admirablemente los ideales propios de
aquellos siglos, cuando los hombres cifraban su ambición en una
de estas dos arduas metas: ser guerrero o ser monje;
triunfador terreno o santo. También para la generación presente tiene
una enseñanza el Beato Gaspar, puesto que en él se
cumple la bella sentencia de San Francisco de Sales: "Todos
nosotros podemos alcanzar la santidad y la virtud cristiana, cualesquiera
que sean nuestra profesión o posición social", según volvió a
recordar el papa Juan XXIII en la canonización de otro
santo de extracción humilde a los ojos de los hombres:
Carlos de Sezze, franciscano.
La Congregación de los Mínimos de San
Francisco de Paula lo festeja el 4 de julio.
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