lunes, 23 de julio de 2012

El juicio de los fariseos


Mateo 12, 38-42. Tiempo Ordinario. Nosotros podemos correr el peligro de pedir a Cristo que nos envíe una señal para seguir creyendo.
 
El  juicio de los fariseos
Del santo Evangelio según san Mateo 12, 38-42


En aquel tiempo, un grupo de letrados y fariseos dijeron a Jesús: Maestro, queremos ver un milagro tuyo. Él les contestó: Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás. Tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre de la ballena, pues tres días y tres noches estará el Hijo del Hombre en el seno de la tierra. Cuando juzguen a esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que la condenen, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás. Cuando juzguen a esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que la condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra, para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Oración introductoria

Señor, humildemente te suplico tu perdón por todas mis faltas. Ilumina mi oración para que no caiga en la mezquindad farisaica de pedir pruebas de tu amor. Creo en Ti, confío plenamente en tu misericordia y te amo sobre todas las cosas.

Petición

Jesús resucitado, dame la fe y tu gracia para crecer en el amor.

Meditación del Papa

Lo mismo ocurre siempre de nuevo en la Eucaristía: ante la oración de la Iglesia, el Señor anticipa en ella su segunda venida, viene ya, celebra ahora la boda con nosotros, nos hace salir de nuestro tiempo lanzándonos hacia aquella "hora". De esta manera comenzamos a entender lo sucedido en Caná. La señal de Dios es la sobreabundancia. Lo vemos en la multiplicación de los panes, lo volvemos a ver siempre, pero sobre todo en el centro de la historia de la salvación: en el hecho de que se derrocha a sí mismo por la mísera criatura que es el hombre. Este exceso es su "gloria". La sobreabundancia de Caná es, por ello, un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse a sí mismo por los hombres. El marco del episodio -la boda- se convierte así en la imagen que, más allá de sí misma, señala la hora mesiánica: la hora de las nupcias de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, pág. 102.

Reflexión

Vivimos en la era de internet, de las comunicaciones mundiales en tiempo real, de las empresas de mensajería que en menos de 24 horas mandan un paquete al otro extremo del globo terráqueo. El hombre moderno todo lo quiere ver, todo lo quiere tocar. Quiere pruebas de todo lo que se le dice.
Esto no es algo exclusivo de nuestro tiempo.

A Jesucristo también los judíos le pedían señales para creer. Querían ver y tocar. Y no es que Cristo no hubiese hecho señales, pues todos sabemos que curó a enfermos y libró a muchos de espíritus que les atormentaban. A los judíos de aquel entonces no les bastaba eso. Querían verlo por sus mismos ojos. Querían tocar, sentir el milagro.

Nosotros los cristianos podemos correr el peligro de pedir a Cristo que nos envíe una señal para seguir creyendo. Sabemos que Él es Dios, pero queremos dar gusto a nuestros sentidos. Queremos ver y tocar. ¿Queremos un Cristo "showman", un espectáculo que nos ahorre el esfuerzo de la fe? Nos olvidamos de que Dios no está en las grandes tempestades ni en los terremotos, no está en los telediarios ni en las primeras páginas de los periódicos.

Dios se hace presente en el susurro que se escucha en nuestras almas, en el momento de silencio en el que le buscamos tras una jornada de trabajo llena de dificultades y ajetreo, en el encuentro familiar de oración en el que le hacemos partícipes de nuestras cosas, en la paz del corazón de quien deja por un momento todas las cosas para escuchar de Aquel que le ama las palabras de amor que le ayudan a creer en Él con mayor certeza que si nos hubiese dado las señales que le pedíamos.

Propósito

No reducir mi oración a la petición, sino también contemplar, adorar y agradecer a Dios su amor.

Diálogo con Cristo

En vez de pedir pruebas debo exigirme medios concretos para crecer en la humildad y el amor, los mejores medios para evitar el pecado. Señor, cuando me arrepiento, reconozco que he fallado en mi amor, me remuerde haber correspondido tan miserablemente a quien es todo amor. Me olvido de que te tengo siempre en mi corazón, por la presencia de la gracia santificante en mi alma. Gracias por tu paciencia, quiero amarte más el día de hoy. Estaré más atento a hablar contigo durante el día. 
 
 lunes 23 Julio 2012
Lunes de la decimosexta semana del tiempo ordinario

Santa Brígida de Suecia



Leer el comentario del Evangelio por
San Cirilo de Jerusalén : El signo de Jonás

Lecturas

Miqueas 6,1-4.6-8.


Escuchen lo que dice el Señor: ¡Levántate, convoca a juicio a las montañas y que las colinas escuchen tu voz!
¡Escuchen, montañas, el pleito del Señor, atiendan, fundamentos de la tierra! Porque el Señor tiene un pleito con su pueblo, entabla un proceso contra Israel;
"¿Qué te hice, pueblo mío, o en qué te molesté? Respóndeme.
¿Será porque te hice subir de Egipto, porque te rescaté de un lugar de esclavitud y envié delante de ti a Moisés, Aarón y Miriam?
¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de las alturas? ¿Me presentaré a él con holocaustos, con terneros de un año?
¿Aceptará el Señor miles de carneros, millares de torrentes de aceite? ¿Ofreceré a mi primogénito por mi rebeldía, al fruto de mis entrañas por mi propio pecado?
Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios.


Salmo 50(49),5-6.8-9.16bc-17.21.23.


"Reúnanme a mis amigos,
a los que sellaron mi alianza con un sacrificio".
¡Que el cielo proclame su justicia,
porque el Señor es el único Juez!

No te acuso por tus sacrificios:
¡tus holocaustos están siempre en mi presencia!
Pero yo no necesito los novillos de tu casa
ni los cabritos de tus corrales.

Dios dice al malvado:
"¿Cómo te atreves a pregonar mis mandamientos
y a mencionar mi alianza con tu boca,

y a mencionar mi alianza con tu boca,
tú, que aborreces toda enseñanza
y te despreocupas de mis palabras?

Haces esto, ¿y yo me voy a callar?
¿Piensas acaso que soy como tú?
Te acusaré y te argüiré cara a cara.

El que ofrece sacrificios de alabanza,
me honra de verdad;
y al que va por el buen camino,
le haré gustar la salvación de Dios".



Mateo 12,38-42.


Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un signo".
El les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás.
Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San Cirilo de Jerusalén (313-350), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis nº 20 / 2ª mistagógica

El signo de Jonás

Habéis sido conducidos por la mano a la piscina bautismal, tal como
Cristo que tenéis delante de vosotros [en esta iglesia del Santo Sepulcro]
fue conducido de la cruz al sepulcro. Después de haber confesado vuestra fe
en el Padre, en el Hijo y en el Santo Espíritu, tres veces habéis sido
sumergidos en el agua y habéis salido de ella: ha sido el símbolo de los
tres días de Cristo en el sepulcro. De la misma manera que nuestro Salvador
pasó tres días y tres noches en el corazón de la tierra, igualmente
vosotros, al salir del agua después de la inmersión, habéis imitado a
Cristo... Cuando habéis sido sumergidos estabais en la noche, no veíais
nada; pero al salir del agua os habéis encontrado como en pleno día. En un
mismo movimiento habéis muerto y habéis nacido; esta agua que salva ha sido
al mismo tiempo vuestro sepulcro y vuestra madre... ¡Extraña
paradoja! No estamos verdaderamente muertos, no hemos sido sepultados
verdaderamente, no hemos sido realmente crucificados y resucitados; pero si
bien nuestra imitación no es más que una imagen, la salvación, es una
verdadera realidad. Cristo ha sido realmente crucificado, realmente
sepultado y ha resucitado verdaderamente, y toda esta gracia se nos da a
fin de que, participando e imitando sus sufrimientos, ganemos realmente la
salvación. ¡Qué inmenso amor a los hombres! Cristo ha recibido los clavos
sobre sus manos puras y le han sido causa de sufrimiento; y yo, sin
sufrimiento ni esfuerzo, por esta participación me concede la gracia de la
salvación... Lo sabemos bien: si el bautismo nos purifica de
nuestros pecados y nos da el Espíritu Santo, él es también la réplica de la
Pasión de Cristo. Por eso Pablo proclama: «No lo sabéis: todos nosotros que
hemos sido bautizados en Cristo, es en su muerte que hemos sido bautizados.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte»... Todo lo que
Cristo ha sufrido, es por nosotros y nuestra salvación, en realidad y no en
apariencia... Y nosotros debemos participar en sus sufrimientos. Por esto
Pablo continua proclamando: «Si nuestra existencia está unida a él en una
muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya»
(Rm 6, 3-5)
 
 
 

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