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martes, 17 de julio de 2012

Educar con ternura y firmeza a nuestros hijos.




Ternura y firmeza también pueden traducirse como comprensión y exigencia, como confianza y respeto, como libertad y obediencia, como intimidad y apertura. Saber armonizar estos binomios constituye el arte de educar. La firmeza debe ser estimulante y motivadora. La ternura por su parte es la causa y el fundamento de la firmeza. Sólo se exige a los que se quiere y ama.
Claves, que no pasarían de ser palabras si no van respaldadas con hechos. La coherencia y el ejemplo de los padres serán siempre imprescindibles. No es fácil educar a los hijos hoy en día.
Un exceso de firmeza puede desembocar en un autoritarismo contraprudecente. Si, por el contrario, la ternura impide o diluye el ejercicio de la firmeza, el intento educativo corre serio peligro de fracasar. Equilibrar el grado de justo de ambos elementos esenciales en la medida adecuada, sin excederse en la firmeza ni ahogarla en el cariño, es la tarea más difícil que enfrentamos nosotros los padres.

  1. No hay educación sin autoridad: En nuestra sociedad, como en gran parte del mundo, existe actualmente una crisis de autoridad dentro de la familia. Esta crisis tiene tres aspectos graves.
a)      Por un lado, deteriora el papel de la institución familiar como núcleo pasivo clásico de la organización social.
b)      Perjudica la formación de niños y jóvenes para una vida provechosa.
c)      Inhabilita a los jóvenes de hoy para educar a la generación siguiente, es decir, sus propios hijos, acentuando un progresivo deterioro en cadena hacia la decadencia de la sociedad.

Para evitar esta catástrofe es necesario el ejercicio correcto del principio de autoridad. Cuando los padres no logran marcar límites claros a sus hijos, dejan de cumplir su obligación de trasmitirles una imagen positiva con perfiles bien definidos.
Este incumplimiento priva a los hijos de la guía que buscan y necesitan de sus mayores: puntos de referencia y modelos de conducta y aprendizaje.
La autoridad paterna cumple su función educativa cuando se ejerce con cariño, estímulo y paciencia. La ausencia de estos requisitos esenciales la convierte en un autoritarismo cuyas consecuencias son tan perniciosas como la equivocada permisividad que ha invadido tantas sociedades muertas.
Corrientes de pensamientos de diferente signo han contribuido a debilitar la autoridad de los padres. Las ideas liberales y materialistas, representadas en gran parte por Juan Jacobo Rousseau, impulsaron el concepto de que el hombre es bueno por naturaleza, sin embargo lo pervierte el proceso de socialización.

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