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Buenaventura, Santo |
Cardenal, Obispo de Albano General de los Frailes Menores Franciscanos Doctor de
la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de la inhumación de san Buenaventura,
obispo de Albano y doctor de la Iglesia, celebérrimo por
su doctrina, por la santidad de su vida y por
las preclaras obras que realizó en favor de la Iglesia.
Como ministro general rigió con gran prudencia la Orden de
los Hermanos Menores, siendo siempre fiel al espíritu de san
Francisco y en sus numerosos escritos unió suma erudición y
piedad ardiente. Cuando estaba prestando un gran servicio al II
Concilio Ecuménico de Lyon, mereció pasar a la visión beatífica
de Dios (1274).Por lo que
se refiere a sus primeros años, lo único que sabemos
acerca de este ilustre hijo de san Francisco de Asís
es que nació en Bagnorea, cerca de Viterbo, en Italia,
probablemente en 1217, fue bautizado con el nombre de Giovanni
(Juan) Fidanza y que sus padres fueron Juan Fidanza y
María Ritella. Después de tomar el hábito en la orden
seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección
del maestro inglés Alejandro de Hales. De 1248 a 1257,
enseñó en esta universidad teología y Sagrada Escritura. A su
genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía
ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado
lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al
descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. El santo se
distinguió en filosofía y teología escolásticas.
El santo no veía en
sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se
abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que
su alma ansiaba acercarse a la fuente de gracia. Pero
un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales
escrúpulos.
Durante los años que pasó en París, compuso una de
sus obras más conocidas, el "Comentario sobre las Sentencias de
Pedro Lombardo", que constituye una verdadera suma de teología escolástica.
Guillermo de Saint Amour hizo en la obra titulada "Los
peligros de los últimos tiempos" un ataque directo a San
Buenaventura. Ataque que el santo contestó con un tratado sobre
la pobreza evangélica, titulado "Sobre la pobreza de Cristo". En
1257, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino recibieron juntos
el título de doctores. San Buenaventura escribió un tratado "Sobre
la vida de perfección", destinado a la Beata Isabel, hermana
de San Luis de Francia y a las Clarisas Pobres
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Buenaventura, Santo |
del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras son
el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple camino".
En 1257,
Buenaventura fue elegido superior general de los frailes Menores. No
había cumplido aún los 36 años y la orden estaba
desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad
inflexible y los que pedían que se mitigase la regla
original. El joven superior general escribió una carta a todos
los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la regla
y la reforma de los relajados. El primero de los
cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura, se reunió en
Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de
las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre
la vida de la orden. San Buenaventura empezó a escribir
la vida de San Francisco de Asís.
El santo gobernó la
orden de San Francisco durante 17 años, y por eso
se le llama el segundo fundador. En 1265, el Papa
Clemente IV trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de
York, a la muerte de Godofredo de Ludham , pero
el santo consiguió disuadir de ello al Pontífice. Sin embargo,
al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró cardenal
obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo por obediencia. Se
le encomendó la preparación de los temas que se iban
a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de
la unión de los griegos ortodoxos.
San Buenaventura se caracterizaba por
la sencillez, la humildad y la caridad. Mereció el título
de "Doctor Seráfico" por las virtudes angélicas que realzaban su
saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la
Iglesia en 1588.
San Buenaventura(1217-74), Cardenal, general de la Orden Franciscana, Doctor de la Iglesia. Fiesta: 15 de Julio
BREVE: Nació
alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región toscana; estudió
filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado de maestro,
enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la
Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que
ejerció con prudencia y sabiduría. Escribió la vida de San Francisco.
Fue creado cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas. Conocido como el "Doctor Seráfico" por sus escritos encendidos de fe y amor a Jesucristo.
De sus escritos: Corazón de Jesús, Fuente Viva La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo
Vida de San Buenaventura
Lo
único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís,
por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea,
cerca de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María
Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la
Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de
Hales.
Buenaventura, a quien la
historia debía conocer con el nombre de "el doctor seráfico", enseñó
teología y Sagrada Escritura en la Universidad de París, de 1248 a 1257.
A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía
ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado todo lo superfluo para
discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las
opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de extraño que el santo se haya
distinguido en la filosofía y teología escolásticas. Buenaventura
ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su propia
santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar que
degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
La oración, clave de la vida espiritual
No
contento con transformar el estudio en una prolongación de la plegaria,
consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente dicha,
convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque, como
lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos penetrar
sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros corazones.
Tan
grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro, Alejandro de
Hales, afirmaba que "parecía que no había pecado en Adán". El rostro de
Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su alma vivía.
Como el mismo santo escribió, "el gozo espiritual es la mejor señal de
que la gracia habita en un alma."
El
santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se
abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma
ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de la
gracia. Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar
tales escrúpulos. Las actas de canonización lo narran así: "Desde hacía
varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial.
Pero,
cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión del
Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo que un
ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia
consagrada y la depositara en su boca."
A
partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y
encontró en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo
se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de
oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a
esa altísima dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles la
oración que el santo compuso para después de la misa y que comienza así:
Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura
se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la salvación de sus
prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La energía con que
predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de sus oyentes; cada
una de sus palabras estaba dictada por un ardiente amor. Durante los
años que, pasó en París, compuso una de sus obras más conocidas, el
"Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo", que constituye una
verdadera suma de teología escolástica. El Papa Sixto IV, refiriéndose a
esa obra, dijo que "la manera como se expresa sobre la teología, indica
que el Espíritu Santo hablaba por su boca."
Víctima de ataques
Los
violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad de
París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que
Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte,
a 1a envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos
de los hijos de San Francisco ya que la santa vida de los frailes
resultaba un reproche constante a la mundana existencia de otros
profesores. El líder de los que se oponían a los franciscanos
era Guillermo de Saint Amour, quien atacó violentamente a San
Buenaventura en una obra titulada "Los peligros de los últimos tiempos".
‘Éste
tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a los
ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de "Sobre la pobreza de Cristo."
El Papa Alejandro IV nombró a una comisión de cardenales para que
examinasen el asunto en Anagni, con el resultado de que fue quemado
públicamente el libro de Guillermo de Saint Amour, fueron devueltas sus
cátedras a los hijos de San Francisco y fue ordenado el silencio a sus
enemigos. Un año más tarde, en 1257, San Buenaventura y Santo Tomás de
Aquino recibieron juntos el título de doctores.
Sus escritos y anhelo de la perfección cristiana
San
Buenaventura escribió un tratado "Sobre la vida de perfección",
destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis de Francia y a las
Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales
obras místicas son el "Soliloquio" y el tratado "Sobre el triple
camino". Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de
San Buenaventura.
Gerson, el
erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a
propósito de sus obras: "A mi modo de ver, entre todos los doctores
católicos, Eustaquio (porque así podemos traducir el nombre de
Buenaventura) es el que más ilustra la inteligencia y enciende al mismo
tiempo el corazón. En particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están
compuestos con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito
puede aventajarlos." Y en otro libro, comenta: "Me parece que las obras
de Buenaventura son las más aptas para la instrucción de los fieles, por
su solidez, ortodoxia y espíritu de devoción. Buenaventura se guarda
cuanto puede de los vanos adornos y no trata de cuestiones de lógica o
física ajenas a la materia. No existe doctrina más sublime, más divina y
más religiosa que la suya." Estas palabras se aplican sobre todo, a los
tratados espirituales que reproducen sus meditaciones frecuentes sobre
las delicias del cielo y sus esfuerzos por despertar en los cristianos
el mismo deseo de la gloria que a él le animaba.
Como
dice en un escrito, "Dios, todos los espíritus gloriosos y toda la
familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a reunirnos
con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan dulce
compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de vivir
con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas
visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la presencia de la corte
celestial." Según el santo, la perfección cristiana, más que en el
heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más
ordinarias.
He aquí sus
propias palabras: "La perfección del cristiano consiste en hacer
perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas
es una virtud heroica". En efecto, tal fidelidad constituye una
constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la
libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el
reino de la gracia en el alma. El mejor ejemplo que puede darse de la
estima en que San Buenaventura tenía la fidelidad en las cosas pequeñas,
es la anécdota que se cuenta de él y del Beato Gil de Asís (23 de
abril).
Es elegido superior general de los Franciscanos
En
1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes Menores.
No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba
desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad
inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original;
naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras
interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre
de "los espirituales", habían caído en el error y en la desobediencia,
con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la
Universidad de París. El joven superior general escribió una carta a
todos los provinciales para exigirles la perfecta observancia de la
regla y la reforma de los relajados, pero sin caer en los excesos de los
espirituales.
El primero de
los cinco capítulos generales que presidió San Buenaventura, se reunió
en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de declaraciones de las
reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran influencia sobre la vida
de la orden, pero no lograron aplacar a los rigoristas. A instancias de
los miembros del capítulo, San Buenaventura empezó a escribir la vida de
San Francisco de Asís.
La
manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba empapado de
las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás de Aquino,
que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se ocupaba de
escribir la biografía del "Pobrecillo de Asís," le encontró en su celda
sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo Tomás se
retiró, diciendo: "Dejemos a un santo trabajar por otro santo". La vida
escrita por San Buenaventura, titulada "La Leyenda Mayor", es una obra
de gran importancia acerca de la vida de San Francisco, aunque el autor
manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad histórica para
emplearla como testimonio contra los que pedían la mitigación de la
regla.
Lo nombran cardenal
San
Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete años y
se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la muerte de
Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV trató de nombrar a San
Buenaventura arzobispo de York, pero el santo consiguió disuadirle de
ello. Sin embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X le nombró
cardenal obispo de Albano, le ordenó aceptar el cargo por obediencia y
le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le esperaban
con el capelo y las otras insignias de su dignidad; según se cuenta,
fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia y le hallaron en el
convento franciscano de Mugello, lavando los platos. Como Buenaventura
tenía las manos sucias, rogó a los legados que colgasen el capelo en la
rama de un árbol y que se paseasen un poco por el huerto hasta que
terminase su tarea. Sólo entonces San Buenaventura tomó el capelo y fue a
presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio
X encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas que se iban a
tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la unión con los
griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo había propuesto la
unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de la Iglesia
asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino murió
cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el personaje más
notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios meses antes de
la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera sesión reunió
el capítulo general de su orden y renunció al cargo de superior general.
Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició las
conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En acción
de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San Pedro y San
Pablo. La epístola, el evangelio y, el credo, se cantaron en latín y en
griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muere el Doctor Seráfico
El
Seráfico Doctor murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15
de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla rechazar la
unión por la que tanto había trabajado. Pedro de Tarantaise, el dominico
que ciñó más tarde la tiara pontificia con el nombre de Inocencio V,
predicó el panegírico de San Buenaventura y dijo en él: "Cuantos
conocieron a Buenaventura le respetaron y le amaron. Bastaba simplemente
con oírle predicar para sentirse movido a tomarle por consejero, porque
era un hombre afable, cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente,
casto y adornado de todas las virtudes."
La autoridad al servicio
Se
cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el convento
Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con él, pero
era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto partió
San Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la oportunidad que
había perdido y echó correr tras él y le rogó que le escuchase un
instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo una larga conversación
con él, a la vera del camino.
Cuando
el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de consuelo, San
Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre los miembros
de su comitiva y les dijo sonriendo: "Hermanos míos, perdonadme, pero
tenía que cumplir con mi deber, porque soy a la vez superior y siervo y
ese frailecillo es, a la vez, mi hermano y mi amo. La regla nos dice:
‘Los superiores deben recibir a los hermanos con caridad y bondad y
portarse con ellos como si fuesen sus siervos, porque los superiores,
son, en verdad, los siervos de todos los hermanos’. Así pues, como
superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la disposición de ese
frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo mejor posible en
sus necesidades".
Tal era el
espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le había
confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras:
"Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es dar
coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia, de
mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que siento
por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia religiosa y
a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello a la
voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles hombros esa
carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el cielo me
ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis prestarme".
Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que
caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la
orden seráfica, habría merecido el título de "Doctor Seráfico" por las
virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y
declarado Doctor de la Iglesia en 1588.
San Buenaventura
Religioso. Cardenal. Escritor.
Año 1274
San Buenaventura:
pide a Nuestro Señor que nosotros
lo amemos como lo amaste tú.
Nació en Bañoreal, cerca de Vitervo (Italia) en 1221.
Un nombre profético
Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño
enfermó gravemente y su madre lo presentó a San Francisco, el
cual acercó al niñito de cuatro meses a su corazón y le dijo:
"¡BUENA VENTURA!"que significa: "¡BUENA SUERTE. BUEN EXITO!". Y el
niño quedó curado. Y por eso cambio su nombre de Juan por el de Buenaventura. Y en
verdad que tuvo buena suerte y buen éxito en toda su vida.
Un doctor muy especial
En agradecimiento a
San
Francisco su benefactor,
se hizo religioso franciscano. Estudióo en la universidad de París, bajo la dirección
de famoso maestro Alejandro de Ales, y llegó a ser uno de los más grandes sabios de su
tiempo. Se le llama "Doctor seráfico", porque "Serafín" significa
"el que arde en amor por Dios" y este santo en sus sermones, escritos y
actitudes demostró vivir lleno de un amor inmenso hacia Nuestro Señor. Los que lo
conocieron y trataron dicen que todos sus estudios y trabajos los ofrecía para gloria de
Dios y salvación de las almas. A sus clases concurrían en grandes cantidades gente de
todas las clases sociales y sus oyentes afirmaban que mientras hablaba parecía estar
viendo al invisible.
Su inocencia y santidad de vida eran tales que su maestro,
Alejandro de Alex, exclamaba "Buenaventura parece que hubiera nacido sin pecado
original".
Escrúpulos peligrosos. Él no veía en si mismo sino faltas y
miserias y por eso empezó a padecer la enfermedad de los escrúpulos, que consiste en
considerar pecado lo que no es pecado. Y creyéndose totalmente indigno empezó a dejar de
comulgar. Afortunadamente la bondad de Dios le concedió un valor especial, y observó en
visión que Jesucristo en la Santa Hostia se venía desde el copón en el cual el
sacerdote estaba repartiendo la Sagrada Comunión, y llegaba hasta sus labios. Con esto
reconoció que el dejar de comulgar por escrúpulos era una equivocación.
Escritor famoso. Buenaventura, además de dedicarse muchos
años a dar clases en la Universidad de París donde se formaban estudiantes de filosofía
y teología de muchos países, escribió numerosos sermones y varias obras de piedad que
por siglos han hecho inmenso bien a infinidad de lectores. Una de ellas se llama
"Itinerario del alma hacia Dios". Allí enseña que la perfección cristiana
consiste en hacer bien las acciones ordinarias y todo por amor de Dios. El Papa Sixto IV
decía que al leer las obras de San Buenaventura se siente uno invadido de un fervor
especial, porque fueron escritas por alguien que rezaba mucho y amaba intensamente a Dios.
Una noticia muy alagadora. San Buenaventura fue nombrado
Superior General de los Padres Franciscanos, y el Papa le concedió el título de
Cardenal. Y aunque era famoso mundialmente por su sabiduría, sin embargo seguía siendo
muy humilde y se iba a la cocina a lavar platos con los hermanos legos (dicen que la
noticia de su nombramiento como Cardenal le llegó mientras estaba un día lavando platos
en la cocina) y Fray Gil, uno de los hermanos legos más humildes, le preguntó un día:
"Padre Buenaventura, ¿un pobre ignorante como yo, podrá algún día estar tan cerca
de Dios, como su Reverencia que es tan inmensamente sabio?"
El gran sabio le respondió: "Oh mi querido Fray Gil: si
una pobre viejecita ignorante tiene más amor de Dios que Fray Buenaventura, estará más
cerca de Dios en la eternidad que Fray Buenaventura". Al oír semejante noticia, el
humilde frailecito empezó a aplaudir y a gritar: "Ay Fray Gil borriquillo de Dios,
aunque seas más ignorante que la más pobre viejecita, si amas a Dios más que Fray
Buenaventura, estarás en el cielo más cerca de Dios que el gran Fray Buenaventura".
Y de pura emoción se fue elevando por los aires, y quedó allí suspendido entre cielo y
tierra en éxtasis. Es que había escuchado la más halagadora de las noticias: que el
puesto en el cielo dependerá del grado de amor que hayamos tenido hacia el buen Dios.
La simpatía de San Buenaventura
Este gran doctor, que por 17 años fue Superior General de los
Padres Franciscanos y recorrió el mundo visitando las casas de su comunidad y animando a
todos a dedicarse a la santidad, y que fue el hombre de confianza del Sumo Pontífice para
resolver muchos casos difíciles, y que dirigió en nombre del Papa el Concilio de Lyon y
tuvo el honor de que la oración fúnebre el día de su entierro la hiciera el mismo Sumo
Pontífice, tenía una cualidad especialísima: una exquisita bondad en su trato, una
amabilidad que le ganaba los corazones, un modo conciliador que lo alejaba de los
extremos, de la extrema rigidez que amarga la vida de los otros y de la relajación que
deja a todos seguir por el camino del mal sin corregirlos. Sus virtudes preferidas eran la
humildad y la paciencia, y la meditación frecuente en la pasión y muerte de Cristo lo
llevaba a esforzarse por cumplir aquel consejo de Jesús: "Aprended de mi que soy
manso y humilde de corazón". Su crucifijo lo tenía totalmente desgastado de tanto
besarle las manos, los pies, la cabeza y la herida del costado. Su amor a la Virgen María
era intenso y por todas partes recomendaba el rezo del Angelus (o de las tres Aves
Marías).
Un santo elogia a otro santo. A San Buenaventura le
recomendaron que escribiera la biografía de su gran protector
San Francisco de Asís (la
cual resulto muy hermosa) y dicen que cuando estaba redactándola, llegó a visitarlo el
sabio más famoso de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, el cual al asomarse a su celda y
verlo sumido en la contemplación y como en éxtasis, exclamó: "dejemos que un santo
escriba la vida de otro santo", y se fue. Así que estos dos sabios tan famosos no se
trataron en vida pero se admiraron mutuamente.
Muerte solemne. En el año 1274 se celebro el concilio de Lyon
(o reunión de todos los obispos católicos del mundo). Terminando el Concilio con gran
éxito, todo dirigido por San Buenaventura, por orden del Sumo Pontífice, el santo
sintió que le faltaban las fuerzas, y el 15 de julio de 1274 murió santamente asistido
por el Papa en persona. Todos los obispos del Concilio asistieron a sus funerales y caso
único en la historia, el Santo Padre ordenó que todos los sacerdotes del mundo celebran
una misa por el alma del difunto.
Un elogio muy especial. El Papa Inocencio V predicó la
homilía en el entierro de San Buenaventura y dijo de él: "Su amabilidad era tan
grande que empezar a tratarlo era quedar ya amigos de él para siempre. Y su unción al
predicar y escribir era tan admirable, que escucharlo o leer sus escritos, era ya empezar
a sentir deseos de amar a Dios y conseguir la santidad". Bello elogio en verdad.
San Buenaventura “santo doctor de la Iglesia” “hijo devoto y sucesor de San Francisco”
En la Audiencia General del 8 de marzo pasado el
Santo Padre Benedicto XVI nos regalaba una breve historia de la vida de
San Buenaventura , que sinceramente recomiendo leer completa. Al inicio
el Santo Padre expresaba “Os confieso que, al proponeros este tema,
siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación
que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor,
especialmente importante para mí. Su conocimiento incidió notablemente
en mi formación. Con gran gozo, hace algunos meses hice una peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio, una pequeña ciudad italiana del Lacio, que custodia su memoria con veneración.” Y
agregaba el Papa Benedicto XVI: que “este santo doctor de la Iglesia
“quiso presentar el auténtico carisma de Francisco, su vida y su
enseñanza. Por eso recogió con gran celo documentos relativos al
"Poverello" y escuchó con atención los recuerdos de quienes habían
conocido directamente a Francisco. Nació así una biografía del santo de
Asís bien fundada históricamente, titulada Legenda Maior, redactada
también de forma más sucinta, y llamada por eso Legenda minor. La
palabra latina, a diferencia de la italiana, no indica un fruto de la
fantasía, sino, al contrario, "Legenda" significa un texto autorizado,
"para leer" oficialmente. En efecto, el capítulo general de los Frailes
Menores de 1263, reunido en Pisa, reconoció en la biografía de san
Buenaventura el retrato más fiel del fundador y se convirtió en la
biografía oficial del santo”. El 13 de noviembre de 2000 al
ser nombrado miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias el
Cardenal Joseph Ratzinger cumpliendo con la rutina de presentaciones que
realizan los nuevos académicos ya se había referido a esos trabajos
suyos de investigación y a su descubrimiento de ciertos aspectos del
teólogo franciscano San Buenaventura : “Mi trabajo postdoctoral se
centró en San Buenaventura, un teólogo franciscano del siglo XIII.
Descubrí un aspecto de la teología de Buenaventura no basado en la
literatura previa, a saber, su relación con una nueva idea de historia
concebida por Joaquín de Fiore en el siglo XII. Joaquín entendió la
historia como la progresión desde un período del Padre (un tiempo
difícil para los seres humanos bajo la ley), a un segundo período de la
historia, el del Hijo (con más libertad, más franqueza, más
fraternidad), a un tercer período de la historia, el período definitivo
de la historia, el tiempo del Espíritu Santo. Según Joaquín, éste debió
ser un tiempo de reconciliación universal, de reconciliación entre el
este y el oeste, entre cristianos y judíos, un tiempo sin ley (en el
sentido paulino), un tiempo de verdadera fraternidad en el mundo. La
interesante idea que descubrí fue que una significativa corriente entre
los franciscanos estaba convencida de que San Francisco de Asís y la
Orden Franciscana marcaron el principio de este tercer período de la
historia, y fue su ambición actualizarlo; Buenaventura mantuvo un
diálogo crítico con esta corriente”
Buenaventura de Fidanza
Juan da Fidanza, conocido como Buenaventura O.F.M. ( Bagnoregio, Toscana, Italia; 1218 - Lyon; 15 de julio de 1274) fue un místico franciscano, obispo de Albano y cardenal italiano que participó en la elección del papa Gregorio X. Es Doctor de la Iglesia Católica (Doctor seráfico), fue discípulo de Alejandro de Hales, y llegó a General de la Orden Franciscana.
Biografía
Formación y primeros años
Juan de Fidanza, que luego adoptó el nombre de Buenaventura, nació
alrededor del año 1218. Algunos datan su nacimiento en este año y otros
en 1221.
Se formó en la Orden de los Frailes Menores e impartió enseñanzas en la Universidad de París, en la cual estudió. Aunque rechazó ser arzobispo de York, hubo de aceptar la diócesis de Albano. En 1274 fue nombrado legado pontificio al concilio de Lyon.
Fue un participante activo en los concilios de la época y destacó en
los ataques a las herejías y en las críticas a los cismáticos. San
Buenaventura representa a la escuela franciscana que inspirándose en San Agustín se opone al aristotelismo de los Dominicos,
y sostiene que la filosofía y la razón no se encuentran en la base de
la teología ni en la culminación del conocimiento de la divinidad, pero
sí en el camino que conduce el alma hacia Dios. Erudito y hombre de gran
espiritualidad, de entre sus obras destacan un estudio sobre Pedro Lombardo ( Comentario sobre las sentencias de Pedro Lombardo) y el Itinerarium mentis in Deum ( Itinerario del alma hacia Dios).
Estudió filosofía y teología en París y, habiendo obtenido el grado
de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus
compañeros de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con prudencia y sabiduría. Escribió la vida de San Francisco.
Fue cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año
1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas. Conocido como el
«Doctor Seráfico» por sus escritos encendidos de fe y amor a Jesucristo.
Lo único que sabemos acerca de este ilustre hijo de San Francisco de Asís,
por lo que se refiere a sus primeros años, es que nació en Bagnorea,
cerca de Viterbo, en 1221 y que sus padres fueron Juan Fidanza y María
Ritella. Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la
Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales.
Buenaventura, a quien la historia debía conocer con el nombre de «el
doctor seráfico», enseñó teología y Sagrada Escritura en la Universidad
de París, de 1248 a 1257. A su genio penetrante unía un juicio muy
equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de
lado todo lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al
descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. Nada tiene, pues, de
extraño que el santo se haya distinguido en la filosofía y teología escolásticas.
Buenaventura ofrecía todos los estudios a la gloria de Dios y a su
propia santificación, sin confundir el fin con los medios y sin dejar
que degenerara su trabajo en disipación y vana curiosidad.
Elección como superior general de los Franciscanos
En 1257, Buenaventura fue elegido superior general de los Frailes
Menores. No había cumplido aún los treinta y seis años y la orden estaba
desgarrada por la división entre los que predicaban una severidad
inflexible y los que pedían que se mitigase la regla original.
Naturalmente, entre esos dos extremos, se situaban todas las otras
interpretaciones. Los más rigoristas, a los que se conocía con el nombre
de «los espirituales», habían caído en el error y en la desobediencia,
con lo cual habían dado armas a los enemigos de la orden en la Universidad de París.
El joven superior general escribió una carta a todos los provinciales
para exigirles la perfecta observancia de la regla y la reforma de los
relajados, pero sin caer en los excesos de los espirituales.
El primero de los cinco capítulos generales que presidió San
Buenaventura, se reunió en Narbona en 1260. Ahí presentó una serie de
declaraciones de las reglas que fueron adoptadas y ejercieron gran
influencia sobre la vida de la orden, pero no lograron aplacar a los
rigoristas. A instancias de los miembros del capítulo, San Buenaventura
empezó a escribir la vida de San Francisco de Asís.
La manera en que llevó a cabo esa tarea, demuestra que estaba
empapado de las virtudes del santo sobre el cual escribía. Santo Tomás
de Aquino, que fue a visitar un día a Buenaventura cuando éste se
ocupaba de escribir la biografía del «Pobrecillo de Asís,» le encontró
en su celda sumido en la contemplación. En vez de interrumpirle, Santo
Tomás se retiró, diciendo: «Dejemos a un santo trabajar por otro santo».
La vida escrita por San Buenaventura, titulada La Leyenda Mayor,
es una obra de gran importancia acerca de la vida de San Francisco,
aunque el autor manifiesta en ella cierta tendencia a forzar la verdad
histórica para emplearla como testimonio contra los que pedían la
mitigación de la regla.
Nombramiento como cardenal
San Buenaventura gobernó la orden de San Francisco durante diecisiete
años y se le llama, con razón, el segundo fundador. En 1265, a la
muerte de Godofredo de Ludham, el Papa Clemente IV
trató de nombrar a San Buenaventura arzobispo de York, pero el santo
consiguió disuadirle de ello. Sin embargo, al año siguiente, el Beato Gregorio X
le nombró cardenal obispo de Albano, ordenándole aceptar el cargo por
obediencia y le llamó inmediatamente a Roma. Los legados pontificios le
esperaban con el capelo y las otras insignias de su dignidad. Según se cuenta, fueron a su encuentro hasta cerca de Florencia
y le hallaron en el convento franciscano de Mugello, lavando los
platos. Como Buenaventura tenía las manos sucias, rogó a los legados que
colgasen el capelo en la rama de un árbol y que se paseasen un poco por
el huerto hasta que terminase su tarea. Sólo entonces San Buenaventura
tomó el capelo y fue a presentar a los legados los honores debidos.
Gregorio X encomendó a San Buenaventura la preparación de los temas
que se iban a tratar en el Concilio ecuménico de Lyon, acerca de la
unión con los griegos ortodoxos, pues el emperador Miguel Paleólogo
había propuesto la unión a Clemente IV. Los más distinguidos teólogos de
la Iglesia asistieron a dicho Concilio. Como se sabe, Santo Tomás de Aquino
murió cuando se dirigía a él. San Buenaventura fue, sin duda, el
personaje más notable de la asamblea. Llegó a Lyon con el Papa, varios
meses antes de la apertura del Concilio. Entre la segunda y la tercera
sesión reunió el capítulo general de su orden y renunció al cargo de
superior general. Cuando llegaron los delegados griegos, el santo inició
las conversaciones con ellos y la unión con Roma se llevó a cabo. En
acción de gracias, el Papa cantó la misa el día de la fiesta de San
Pedro y San Pablo. La epístola, el evangelio y el credo se cantaron en
latín y en griego y San Buenaventura predicó en la ceremonia.
Muerte
El Doctor Seráfico murió durante las celebraciones, la noche del 14 al 15 de julio. Ello le ahorró la pena de ver a Constantinopla
rechazar la unión por la que tanto había trabajado. Pedro de
Tarantaise, el dominico que ciñó más tarde la tiara pontificia con el
nombre de Inocencio V, predicó el panegírico
de San Buenaventura y dijo en él: «Cuantos conocieron a Buenaventura le
respetaron y le amaron. Bastaba simplemente con oírle predicar para
sentirse movido a tomarle por consejero, porque era un hombre afable,
cortés, humilde, cariñoso, compasivo, prudente, casto y adornado de
todas las virtudes.»
Doctrina
La oración
No contento con transformar el estudio en una prolongación de la
plegaria, consagraba gran parte de su tiempo a la oración propiamente
dicha, convencido de que ésa era la clave de la vida espiritual. Porque,
como lo enseña San Pablo, sólo el Espíritu de Dios puede hacernos
penetrar sus secretos designios y grabar sus palabras en nuestros
corazones.
Tan grande era la pureza e inocencia del santo que su maestro,
Alejandro de Hales, afirmaba que «parecía que no había pecado en Adán».
El rostro de Buenaventura reflejaba el gozo, fruto de la paz en que su
alma vivía. Como el mismo santo escribió, «el gozo espiritual es la
mejor señal de que la gracia habita en un alma».
El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por
humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que
su alma ansiaba unirse al objeto de su amor y acercarse a la fuente de
la gracia. Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar
tales escrúpulos. Las actas de canonización lo narran así: «Desde hacía
varios días no se atrevía a acercarse al banquete celestial».
Pero, cierta vez en que asistía a la Misa y meditaba sobre la Pasión
del Señor, Nuestro Salvador, para premiar su humildad y su amor, hizo
que un ángel tomara de las manos del sacerdote una parte de la hostia
consagrada y la depositara en su boca.
A partir de entonces, Buenaventura comulgó sin ningún escrúpulo y
encontró en la santa Comunión una fuente de gozo y de gracias. El santo
se preparó a recibir el sacerdocio con severos ayunos y largas horas de
oración, pues su gran humildad le hacía acercarse con temor y temblor a
esa altísima dignidad. La Iglesia recomienda a todos los fieles la
oración que el santo compuso para después de la misa y que comienza así:
Transfige, dulcissime Domine Jesu...
Celo por las almas
Buenaventura se entregó con entusiasmo a la tarea de cooperar a la
salvación de sus prójimos, como lo exigía la gracia del sacerdocio. La
energía con que predicaba la palabra de Dios encendía los corazones de
sus oyentes; cada una de sus palabras estaba dictada por un ardiente
amor. Durante los años que, pasó en París, compuso una de sus obras más
conocidas, el Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo,
que constituye una verdadera suma de teología escolástica. El Papa Sixto
IV, refiriéndose a esa obra, dijo que «la manera como se expresa sobre
la teología, indica que el Espíritu Santo hablaba por su boca».
Defensa de la doctrina franciscana
Los violentos ataques de algunos de los profesores de la Universidad
de París contra los franciscanos perturbaron la paz de los años que
Buenaventura pasó en esa ciudad. Tales ataques se debían, en gran parte,
a la envidia que provocaban los éxitos pastorales y académicos de los
hijos de San Francisco ya que la santa vida de los frailes resultaba un
reproche constante a la mundana existencia de otros profesores. El líder
de los que se oponían a los franciscanos era Guillermo de Saint Amour,
quien atacó violentamente a San Buenaventura en una obra titulada Los peligros de los últimos tiempos.
Éste tuvo que suspender sus clases durante algún tiempo y contestó a
los ataques con un tratado sobre la pobreza evangélica, con el título de
Sobre la pobreza de Cristo. El Papa Alejandro IV nombró a una
comisión de cardenales para que examinasen el asunto en Anagni, con el
resultado de que fue quemado públicamente el libro de Guillermo de Saint
Amour, fueron devueltas sus cátedras a los hijos de San Francisco y fue
ordenado el silencio a sus enemigos. Un año más tarde, en 1257, San
Buenaventura y Santo Tomás de Aquino recibieron juntos el título de
doctores.
Escritos
San Buenaventura escribió un tratado Sobre la vida de perfección, destinado a la Beata Isabel, hermana de San Luis IX de Francia y a las Clarisas Pobres del convento de Longchamps. Otras de sus principales obras místicas son el Soliloquio y el tratado Sobre el triple camino. Es conmovedor el amor que respira cada una de las palabras de San Buenaventura.
Gerson, el erudito y devoto canciller de la Universidad de París, escribe a propósito de sus obras:
A mi modo de ver, entre todos los doctores católicos, Eustaquio
(porque así podemos traducir el nombre de Buenaventura) es el que más
ilustra la inteligencia y enciende al mismo tiempo el corazón. En
particular, el Breviloquium Itinerarium mentis in Deum están compuestos
con tanto arte, fuerza y concisión, que ningún otro escrito puede
aventajarlos.
Y en otro libro, comenta:
Me parece que las obras de Buenaventura son las más aptas para la
instrucción de los fieles, por su solidez, ortodoxia y espíritu de
devoción. Buenaventura se guarda cuanto puede de los vanos adornos y no
trata de cuestiones de lógica o física ajenas a la materia. No existe
doctrina más sublime, más divina y más religiosa que la suya.
Estas palabras se aplican sobre todo, a los tratados espirituales que
reproducen sus meditaciones frecuentes sobre las delicias del cielo y
sus esfuerzos por despertar en los cristianos el mismo deseo de la
gloria que a él le animaba.
Como dice en un escrito, «Dios, todos los espíritus gloriosos y toda
la familia del Rey Celestial nos esperan y desean que vayamos a
reunirnos con ellos. ¡Es imposible que no se anhele ser admitido en tan
dulce compañía! Pero quien en este valle de lágrimas no haya tratado de
vivir con el deseo del cielo, elevándose constantemente sobre las cosas
visibles, tendrá vergüenza al comparecer a la presencia de la corte
celestial.» Según el santo, la perfección cristiana, más que en el
heroísmo de la vida religiosa, consiste en hacer bien las acciones más
ordinarias.
He aquí sus propias palabras: «La perfección del cristiano consiste
en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas
pequeñas es una virtud heroica». En efecto, tal fidelidad constituye una
constante crucifixión del amor propio, un sacrificio total de la
libertad, del tiempo y de los afectos y, por ello mismo, establece el
reino de la gracia en el alma. El mejor ejemplo que puede darse de la
estima en que San Buenaventura tenía la fidelidad en las cosas pequeñas,
es la anécdota que se cuenta de él y del Beato Gil de Asís (23 de
abril).
Casi quinientos sermones de Benaventura se han conservado, la mayor parte de ellos anotados por sus oyentes. 1
La autoridad al servicio
Se cuenta que, como superior general, fue un día a visitar el
convento Foligno. Cierto frailecillo tenía muchas ganas de hablar con
él, pero era demasiado humilde y tímido para atreverse. Pero, en cuanto
partió San Buenaventura, el frailecillo cayó en la cuenta de la
oportunidad que había perdido y echó correr tras él y le rogó que le
escuchase un instante. El santo accedió inmediatamente y tuvo una larga
conversación con él, a la vera del camino.
Cuando el frailecillo partió de vuelta al convento, lleno de
consuelo, San Buenaventura observó ciertas muestras de impaciencia entre
los miembros de su comitiva y les dijo sonriendo:
Hermanos míos, perdonadme, pero tenía que cumplir con mi deber,
porque soy a la vez superior y siervo y ese frailecillo es, a la vez, mi
hermano y mi amo. La regla nos dice: «Los superiores deben recibir a
los hermanos con caridad y bondad y portarse con ellos como si fuesen
sus siervos, porque los superiores, son, en verdad, los siervos de todos
los hermanos».
Así pues, como superior y siervo, estaba yo obligado a ponerme a la
disposición de ese frailecillo, que es mi amo, y a tratar de ayudarle lo
mejor posible en sus necesidades».
Tal era el espíritu con que el santo gobernaba su orden. Cuando se le
había confiado el cargo de superior general, pronunció estas palabras:
Conozco perfectamente mi incapacidad, pero también sé cuán duro es
dar coces contra el aguijón. Así pues, a pesar de mi poca inteligencia,
de mi falta de experiencia en los negocios y de la repugnancia que
siento por el cargo, no quiero seguir opuesto al deseo de mi familia
religiosa y a la orden del Sumo Pontífice, porque temo oponerme con ello
a la voluntad de Dios. Por consiguiente, tomaré sobre mis débiles
hombros esa carga pesada, demasiado pesada para mí. Confío en que el
cielo me ayudará y cuento con la ayuda que todos vosotros podéis
prestarme.
Estas dos citas revelan la sencillez, la humildad y la caridad que
caracterizaban a San Buenaventura. Y, aunque no hubiese pertenecido a la
orden seráfica, habría merecido el título de «Doctor Seráfico» por las
virtudes angélicas que realzaban su saber.
Referencias
- ↑ «San Buenaventura». Enciclopedia católica online. Consultado el 25 de mayo de 2012.
Bibliografía
- Diccionario Enciclopédico Quillet. Tomo Segundo. México, D F.: Editorial Cumbre S. A., 6ª Edición: Octubre de 1976. 624 p.
- «Buenaventura de Fidanza» (en inglés). Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. 1913.
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