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Antonio de Padua, Santo |
Presbítero y Doctor e la Iglesia
San Francisco de
Asís, que encontró al joven fraile Antonio con ocasión del
Capitulo general inaugurado en Pentecostés de 1221, lo llamaba confidencialmente
“mi obispo”. Antonio, cuyo nombre anagráfico es Fernando de Bulloes
y Taveira de Azevedo, nació en Lisboa hacia el 1195.
A Los quince años entró al colegio de Los canónigos
regulares de San Agustín, y en sólo nueve meses profundizó
tanto el estudio de la Sagrada Escritura que más tarde
fue llamado por el Papa Gregorio IX “arca del Testamento”.
A la cultura teológica añadió la filosófica y la científica,
muy viva por la influencia de la filosofía árabe.
De esta
vasta formación cultural dio muestras en los últimos años de
vida predicando en la Italia septentrional y en Francia. Aquí
recibió el titulo de “guardián del Limosino” por la abundante
doctrina en la lucha contra la herejía. En 1946 Pio
XII lo declaró doctor de la Iglesia con el apelativo
de “Doctor evangelicus”. Cinco franciscanos habían sido martirizados en Marruecos,
a donde habían ido a evangelizar a los infieles. Fernando
vio los cuerpos, que habían sido llevados a Portugal en
1220, y resolvió seguir sus huellas: entró al convento de
los frailes mendicantes de Coimbra, con el nombre de Antonio
Olivares.
Durante el viaje de regreso de Marruecos, en donde no
pudo estar sino pocos días a causa de su hidropesía,
una tempestad empujó la embarcación hacia Las costas sicilianas. Estuvo
algunos meses en Mesina, en el convento franciscano, y el
superior de este convento lo llevó a Asís para el
Capitulo general. Aquí Antonio conoció a San Francisco de Asís.
Lo mandaron a la provincia franciscana de Romaña en donde
llevó vida de ermitaño en un convento cerca de Forli.
Lo nombraron para el humilde oficio de cocinero y así
vivió en la sombra hasta cuando sus superiores, dándose cuenta
de sus extraordinarias cualidades de predicador, lo sacaron del yermo
y lo enviaron al norte de Italia y a Francia
a predicar en donde más se había difundido la herejía
de Los albigenses.
Finalmente, Antonio fijó su residencia en el convento
de la Arcella, a un kilómetro de Padua. De aquí
iba a donde lo llamaban a predicar. En 1231, cuando
su predicación tocó la cima de intensidad y se caracterizó
por los contenidos sociales, Antonio se agravó y del convento
de Camposampiero lo llevaron a Padua sobre un furgón lleno
de heno. Murió en Arcella el 13 de junio de
1231. “El Santo” por antonomasia, como lo llaman en Padua,
fue canonizado en Pentecostés de 1232, es decir, al año
siguiente de su muerte, por la gran popularidad que se
había ampliado con el correr de los tiempos.
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