|
La fe en lo que no se ve |
Para algunos el cristianismo sería algo irracional y absurdo, pues
pide creer en cosas que no vemos. San Agustín intentó
responder a esta crítica en un texto elaborado desde un
discurso pronunciado, según parece, el año 399. El texto lleva
por título “De la fe en lo que no se
ve”.
El texto es sencillo, si bien conserva algunos límites propios
del tiempo en el que fue redactado. Entre sus ideas,
encontramos una que conserva su validez: en la vida no
podemos dejar de lado cientos de cosas que aceptamos simplemente
sin verlas.
Los ojos, ciertamente, nos dan muchas informaciones de cosas
y de personas que están más o menos cerca de
nosotros. Respecto de lo que ocurre en nuestra propia alma
no necesitamos testigos ni miradas: tocamos cada día qué ideas
y emociones nacen en lo íntimo de nosotros mismos. Pero
muchos otros asuntos escapan a la mirada de los ojos
y a las suposiciones del alma.
El ejemplo que pone san
Agustín es sencillo: ¿cómo conocemos el afecto de un amigo?
Hablar de afecto, incluso hablar de amistad, es referirnos a
algo que escapa al control empírico. Vemos, no podemos negarlo,
las acciones y las miradas del amigo. Su afecto, sin
embargo, queda escondido dentro de su alma y es acogido
sólo desde un acto sencillo de fe humana.
En palabras del
texto que estamos citando, “tu afecto te mueve a creer
en el afecto no tuyo; y adonde no pueden llegar
ni tu vista ni tu entendimiento, llega tu fe” (“De
la fe en lo que no se ve”, 1,2).
Lo que
constatamos en la simple experiencia de la amistad vale para
la sociedad humana, que no podría subsistir sin esa fe
cotidiana que permite unir los corazones. El texto de Agustín
lo expresa con estas frases:
“¿Quién no ve la gran perturbación,
la confusión espantosa que vendrá si de la sociedad humana
desaparece la fe? Siendo invisible el amor, ¿cómo se amarán
mutuamente los hombres, si nadie cree lo que no ve?
Desaparecerá la amistad, porque se funda en el amor recíproco.
¿Qué testimonio de amor recibirá un hombre de otro si
no cree que se lo puede dar? Destruida la amistad,
no podrán conservarse en el alma los lazos del matrimonio,
del parentesco y de la afinidad, porque también en estos
hay relación amistosa. Y así, ni el esposo amará a
la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en
el amor recíproco porque no se puede ver. Ni desearán
tener hijos, cuando no creen que mutuamente se los han
de dar. Si estos nacen y se desarrollan, tampoco amarán
a sus padres; pues, siendo invisible el amor, no verán
el que para ellos abrasa los paternos corazones, si creer
lo que no se ve es temeridad reprensible y no
fe digna de alabanza. ¿Qué diré de las otras relaciones
de hermanos, hermanas, yernos y suegros, y demás consanguíneos y
afines, si el amor de los padres a sus hijos
y de los hijos a sus padres es incierto y
la intención sospechosa, cuando no se quieren mutuamente?” (“De la
fe en lo que no se ve”, 2,4).
Muchos siglos después,
Juan Pablo II abordó el mismo tema en su encíclica
sobre las relaciones entre la fe y la razón. El
Papa venido de Polonia explicaba cómo los seres humanos podemos
ser definidos como seres que viven de creencias.
Al hacerlo, el
Papa señalaba que “en la vida de un hombre las
verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas
mediante la constatación personal. En efecto, ¿quién sería capaz de
discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las
que se basa la vida moderna? ¿quién podría controlar por
su cuenta el flujo de informaciones que día a día
se reciben de todas las partes del mundo y que
se aceptan en línea de máxima como verdaderas? Finalmente, ¿quién
podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por
los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría
y de religiosidad de la humanidad?” (encíclica “Fides et ratio”,
n. 31).
Nuestra vida se construye continuamente en la fe sobre
cosas que no vemos. Desde esa fe humana, y más
allá de la misma, podemos dar el paso a una
fe mucho más grande y más profunda: la que nos
lleva a acoger la acción de Dios en la historia,
la que abre las puertas a Cristo, la que nos
permite formar parte de la Iglesia.
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario