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viernes, 24 de febrero de 2012

LA VEJEZ


Además de la enfermedad y del sufrimiento, una ulterior etapa que nos espera, aun sin saber para cuántos de nosotros, es la vejez



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LA VEJEZ




Además de la enfermedad y del sufrimiento, una ulterior etapa que nos espera, aun sin saber para cuántos de nosotros, es la vejez. El Consilium pro laicis, en un documento sobre la dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo[48] afirma:

"Las conquistas de la ciencia, y los correspondientes progresos de la medicina, han contribuido en forma decisiva, en los últimos decenios, a prolongar la duración media de la vida humana. La «tercera edad» abarca una parte considerable de la población mundial: se trata de personas que salen de los circuitos productivos, disponiendo aún de grandes recursos y de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de «young old» («ancianos jóvenes», como definen los demógrafos según la nuevas categorías de la vejez a las personas de los 65 a los 75 años de edad), se agrega el de los « oldest old » («los ancianos más ancianos», que superan los 75 años), la cuarta edad, cuyas filas están destinadas a aumentar siempre más.

El Papa Juan Pablo II en su "Carta a los ancianos"[49] escribe: ¿Qué es la vejez?

A San Efrén el Sirio le gustaba comparar la vida con los dedos de una mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada dedo, tiene una característica peculiar, y «los dedos representan los cinco peldaños sobre los que el hombre avanza». Por tanto, así como la infancia y la juventud son el periodo en el cual el ser humano está en formación, vive proyectado hacia el futuro y, tomando conciencia de sus capacidades, traza proyectos para la edad adulta, también la vejez tiene sus ventajas porque -como observa San Jerónimo-, atenuando el ímpetu de las pasiones, «acrecienta la sabiduría y da consejos más maduros». En cierto sentido, es la época privilegiada de aquella sabiduría que generalmente es fruto de la experiencia, porque «el tiempo es un gran maestro». Es bien conocida la oración del Salmista: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos la sabiduría del corazón» (Sal 90 [89], 12).[50]

En la vejez serán lozanos y frondosos, para anunciar que el Señor es recto

Así pues, a la luz de la enseñanza y según la terminología propia de la Biblia, la vejez se presenta como un «tiempo favorable» para la culminación de la existencia humana y forma parte del proyecto divino sobre cada hombre, como ese momento de la vida en el que todo confluye, permitiéndole de este modo comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la «sabiduría del corazón».[51] Es la etapa definitiva de la madurez humana y, a la vez, expresión de la bendición divina.[52]

"Si la vida es una peregrinación hacia la patria celestial, la ancianidad es el tiempo en el que más naturalmente se mira hacia el umbral de la eternidad... Son años para vivir con un sentido de confiado abandono en las manos de Dios, Padre providente y misericordioso; un periodo que se ha de utilizar de modo creativo con vistas a profundizar en la vida espiritual,[53] mediante la intensificación de la oración y el compromiso de una dedicación a los hermanos en la caridad. El ocaso de la existencia terrena tiene los rasgos característicos de un «paso», de un puente tendido desde la vida a la vida, entre la frágil e insegura alegría de esta tierra y la alegría plena que el Señor reserva a sus siervos fieles: «¡Entra en el gozo de tu Señor! » (Mt 25, 21). (n. 14 y 16)

La calidad de nuestra vejez dependerá de nuestra visión de fe

"Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes. Existe una categoría de personas, capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría muy numerosa en nuestros días para la cual la vejez es un trauma. Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.[54]

La calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe. Es necesario, por tanto, situar la vejez en el marco de un designio preciso de Dios que es amor, viviéndola como una etapa del camino por el cual Cristo nos lleva a la casa del Padre (cf. Jn 14, 2). Sólo a la luz de la fe, firmes en la esperanza que no engaña (cf. Rom 5, 5), seremos capaces de vivirla como don y como tarea, de manera verdaderamente cristiana. Ese es el secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años»[55]

Nosotros sabemos que los ancianos, aún cuando están imposibilitados, enfermos, son una gracia para toda la familia. Aunque en determinados momentos puede llegar a ser pesado y difícil cuidarlos, el bien que deriva para la familia, tanto a los hijos como también a los nietos, es inestimable: la presencia de un anciano, aún tratándose de un enfermo crónico, ayuda a todos a madurar en la fe.

Por eso, en nuestras Comunidades las familias tienen consigo a los padres o suegros ancianos y no los echan a los asilos. El ambiente familiar de acogida, de amor y de afecto es siempre percibido por ellos como positivo y los ayuda en su enfermedad y en su deterioro progresivo. Los ayuda mucho, también cuando parece que sean inconscientes, la participación en las Liturgias domésticas, en las oraciones, en los Salinos, en los cantos; los perciben y los ayuda a rezar con ellos.

El lugar de los ancianos está dentro de la familia

"Mientras en algunas culturas las personas de edad más avanzada permanecen dentro de la familia con un papel activo importante, por el contrario, en otras culturas el viejo es considerado como un peso inútil y es abandonado a su propia suerte. En semejante situación puede surgir con mayor facilidad la tentación de recurrir a la eutanasia. La marginación o incluso el rechazo de los ancianos son intolerables. Su presencia en la familia o al menos la cercanía de la misma a ellos, cuando no sea posible por la estrechez de la vivienda u otros motivos, son de importancia fundamental para crear un clima de intercambio recíproco y de comunicación enriquecedora entre las distintas generaciones.[56] Por ello, es importante que se conserve, o se restablezca donde se ha perdido, una especie de «pacto» entre las generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron: lo exige la obediencia al mandamiento divino de honrar al padre y a la madre (cf. Ex 20, 12; Lv 19, 3). Pero hay algo más. El anciano no se debe considerar sólo como objeto de atención, cercanía y servicio. También él tiene que ofrecer una valiosa aportación al Evangelio de la vida. Gracias al rico patrimonio de experiencias adquirido a lo largo de los años, puede y debe ser transmisor de sabiduría, testigo de esperanza y de caridad. (EV 94)

La misión de testimoniar y de pasar la fe a las nuevas generaciones

"Es deber de la Iglesia hacer adquirir a los ancianos una viva conciencia de la tarea que tienen, ellos también, de transmitir al mundo el Evangelio de Cristo, revelando a todos el misterio de su perenne presencia en la historia. Y hacerlos también conscientes de la responsabilidad que se desprende, para ellos, de ser testigos privilegiados --ante la comunidad humana y cristiana­da la fidelidad de Dios, que mantiene siempre sus promesas al hombre".

"Como ha sido el caso, por ejemplo, en los regímenes totalitarios ateos del socialismo real en el siglo veinte. &iquest

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