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viernes, 27 de enero de 2012

Suicidio, también mata a la familia



El suicidio triste, difícil de entender, y que necesita que le pongamos especial atención y busquemos las razones
Hay un problema que se está volviendo muy común con el paso del tiempo. Algo triste, difícil de entender, y que necesita que le pongamos especial atención y busquemos las razones. Un problema que hay que enfrentar no con el afán de condenar, sino de comprender para poder ayudar. Por esta razón me he aventurado a escribir este artículo sobre el suicidio, esperando que sea de alguna ayuda para las personas que sufren y se debaten entre la vida y la muerte, así como para los padres de familia a los que les pueda tocar lidiar con este mal.

Planteamiento del problema

Estadísticamente está comprobado que el número de suicidios ha aumentado de forma espectacular en el siglo XX y de modo especial en la segunda mitad y en los últimos cinco años de la primera década del presente siglo. Existe también una cierta correlación entre sociedades industrializadas y alto número de suicidios en las ciudades -y más en las grandes- que en los ambientes rurales.

Calculando sobre la población mundial, se dan aproximadamente 10 suicidios por cada 100 mil habitantes (es decir, el 0.1 por 1.000). Según una tendencia estadística comprobada en los últimos años, en Europa la mayor frecuencia de suicidios se da en Hungría, Austria, Checoslovaquia, Alemania Occidental, Finlandia, Dinamarca y Suecia, con una oscilación desde 34 por cada 100 mil habitantes a 23. En España, como media, el índice supera un poco el 5 por cada 100 mil habitantes.

La mujer se suicida menos que el hombre; el índice de suicidios femeninos no llega a la mitad de los masculinos.

En algunas sociedades de las que se tienen datos concretos -por ejemplo en Estados Unidos- se aprecia un crecimiento en el número de suicidios de jóvenes. Así se pasa -para las personas comprendidas entre los 15 y 24 años- de un índice de 6.5 por 100 mil en 1900 a un índice de 19 en 1971.

Cualquier muerte es difícil de entender y aceptar, pero escuchar que jóvenes se estén quitando la vida me lleva necesariamente a preguntarme ¿por qué?, ¿qué está pasando?, ¿qué está fallando?, ¿qué les está faltando en su vida?... ¡Qué contradicción tan grande! Siempre que pensamos en "juventud", pensamos en energía, bríos, optimismo; suele ser la etapa de la vida más creativa, más motivadora, más emotiva, cuando tenemos mil planes y proyectos por realizar.

¡Qué contradicción tan grande! Juventud igual a vida y sin embargo ¿cuántos suicidios?

Causas del suicidio

Para suicidarte necesitas más que un motivo. Necesitas fuerza de voluntad. A veces consideramos que una persona que se suicida es por debilidad, porque quiso darle solución a sus problemas apretando la válvula de escape... Sin embargo, creo que necesitas ser una persona muy valiente y coherente. No cualquier persona se atreve pero volvemos a lo mismo, ¿Por qué se atreve?

Anteriormente dijimos que juventud era sinónimo de vida, de ilusiones, de proyectos, etcétera. Pero hay momentos en la vida de las personas, especialmente frente a un problema que si no son bien encausados les pueden llevar a sentir que lo suyo ya no es vida, pues no tienen ningún proyecto, ninguna meta, ningún sentido por el cual luchar y llegan a pensar que sería más coherente de su parte ponerle fin a su amarga vida. Prefieren ser cadáveres reales a cadáveres ambulantes.

Está comprobado que más de la mitad de los suicidios siguen o son la culminación de un estado de depresión psíquica. Habría que dilucidar las causas de esa depresión: hay tantas situaciones difíciles en la vida: que un padre de familia pierda de repente su trabajo y no tenga para mantener a sus hijos; que a un joven su novia lo termine sin ningún motivo; cuando molestan demasiado a un niño en la escuela, etcétera. Por ejemplo:

"En días pasados estuvo en la ciudad de Guadalajara, Nick Vujicic, una persona que nació sin brazos ni piernas. Su testimonio es increíble, porque además de su incapacidad, tuvo que luchar contra muchas otras adversidades, como la burla de sus compañeros de la escuela, el que todos lo vieran como algo raro, como un fenómeno, hasta el punto que él se consideraba como una carga para los demás.

Y un día, cuando tenía tan sólo diez años, sintió tal depresión que decidió suicidarse... Para no llamar la atención de sus padres, les hizo creer que se tomaría un baño. Así que se fue a su cuarto, llenó la tina con agua y se sumergió. Los primeros dos intentos fueron para ver cuánto tiempo aguantaba sin respirar debajo del agua, pero el tercer intento era con toda la intención de ahogarse. Cuando estaba a punto de conseguir su objetivo, cuenta que se le vino a la mente la imagen de sus padres y de su hermano llorando en su tumba y esa imagen tuvo tanta fuerza que le salvó la vida". Lamentablemente no todas las historias que sufren de esto o cosas parecidas terminan igual.

Además, vivimos en un ambiente cultural difundido, en donde la sociedad no ofrece normas, ideales u objetivos dignos de trabajar por ellos. En pocas palabras, los suicidios aumentarían en aquellas sociedades en las que falta un claro sentido de la vida.

En aquellas sociedades en las que los hombres tienen un profundo sentido de la religiosidad están mucho menos expuestas al suicidio. Pero donde hay un ambiente materialista de la vida es más propicio para el aumento de los suicidios: al difundirse como ideal humano el hombre que triunfa siempre, el que tiene suficientes medios económicos y puede dar cumplimiento también a las diversas apetencias sexuales, la frustración en estos campos -sea en el período juvenil o en la ancianidad- puede hacer nacer la idea de que se está de sobra.

En cambio, cuando la vida no se limita a simples horizontes materiales, es decir, cuando existe un proyecto ético de vida en el que entran realidades espirituales y un concepto claro y verdadero sobre el ser humano, la persona encuentra siempre el sentido de su existencia. La razón principal de este hecho consiste en que el materialismo está estrechamente relacionado con el egoísmo: se quiere tener, poseer para la propia y exclusiva satisfacción.

En el caso de los bienes espirituales se da otra lógica: así, la amistad, la solidaridad, la cooperación no pueden basarse en el egoísmo; hacen que la persona salga fuera, y precisamente para dar a los demás lo mejor de sí misma. Este sentido de donación se conecta, en sus raíces más profundas, con el don de la vida, cuyo autor es Dios.

De este modo, una existencia auténticamente religiosa (no rutinaria, no exterior, nacida de la convicción) encuentra siempre el sentido de la vida, su inmenso valor. Por eso, el suicidio se da en personas que no tienen un profundo sentido espiritual de la existencia. Se hace responsable de la felicidad al tener, al poder, sin darse cuenta que esa tarea es responsabilidad de cada uno y no depende de otras personas ni del éxito o fracaso que tengamos.

Juicio ético

La ley moral natural, esa que tenemos impresa en nuestra conciencia y en nuestro corazón y puesta por Dios desde que nacemos, descubre por sí sola la ilicitud del suicidio. El único dueño de la vida es Dios, que la da a cada hombre para que pueda conocerle y darle, sirviendo así a todos los demás hombres, ya que la persona es social por naturaleza. Ninguna vida humana es inútil o poco importante. Cada persona es valiosa por sí misma, por ser lo que es. Por tanto, con el suicidio se atenta contra un derecho divino.

El suicidio se opone de forma clara al instinto de conservación, es decir, a un legítimo amor propio que está en la naturaleza humana y que le mueve a permanecer en el ser, para su bien y para el bien de los demás. Hasta tal punto es esto que la mayoría de los suicidios son achacables a condiciones patológicas, aunque, también en muchos casos, originados por una previa ausencia de sensibilidad moral, de interés real y positivo por el trabajo y por los demás hombres.

El suicidio de personas que tienen familia (padres, marido o mujer, hijos) es también un acto de injusticia respecto a esos parientes.

La responsabilidad por el aumento de los suicidios -sin quitar la personal que exista en cada caso- está en cierto modo repartida entre los que componen la sociedad. En efecto, todas las opiniones y prácticas que llevan implícitas una falta de respeto a la vida (aborto, eutanasia) crean un ambiente social en el que es más fácil el suicidio. Lo mismo puede decirse de las opiniones vertidas en la prensa, el cine, la literatura, etcétera que presentan el suicidio como "una salida digna" y "más humana" que el trabajo de afrontar con entereza las indudables dificultades de la vida.

Con el suicidio se pone en juego la condenación eterna del alma, aunque no se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte, pues Dios puede haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida (Catecismo de la Iglesia católica 2280 a 2283).

Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral.

Trastornos psíquicos graves, angustias, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.

Conclusiones

Hay que despertar mucho la confianza en Dios en esas personas que sufren estas tentaciones de suicidio, ayudarles a valorar el don de la vida, el sentido del sufrimiento, a entender que la persona vale por ser quien es, no por lo que los demás digan que se es y estar muy cerca de estas personas con el aliento y la oración de manera que puedan encontrar el sentido a sus vidas.

Ayudarles también a ser conscientes de que esta vida tiene sus altas y sus bajas, no podemos esperar que siempre nos vaya bien, eso es una utopía. No hay perfección en la vida. El sufrimiento es una constante en cada persona. Es parte del precio para nuestra salvación.

Y como familia debemos generar un ambiente propicio para nuestros hijos, afectivamente sobre todo: que se sientan queridos, valorados, apreciados. Darles a cada uno su espacio necesario y como familia, crear también el ambiente propicio para que todos y cada uno se sientan que ocupan un lugar especial.

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