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domingo, 29 de enero de 2012

Pecado, concupiscencia y elevación sobrenatural del hombre


El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual.
Pecado, concupiscencia y elevación sobrenatural del hombre
Pecado, concupiscencia y elevación sobrenatural del hombre
Elevación sobrenatural del hombre

a) Dios ha querido destinar al hombre a un fin último sobrenatural: la participación en la vida íntima de la Santísima Trinidad como hijos adoptivos (cfr. Ephes 1,3-5).

b) Este fin sobrenatural es completamente gratuito; aunque convenga en razón de la creación del hombre "a imagen y semejanza de Dios" (Gen 1,26), no es algo exigido por la naturaleza humana, y es inalcanzable con las solas fuerzas naturales.

c) Para alcanzar su fin último, el primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en un "estado de santidad y de justicia original" (cfr. Catecismo, 374-375).
d) "La gracia de la santidad original era una «participación de la vida divina»105" (Catecismo, 375).

e) Junto con la gracia santificante, Dios concedió a nuestros primeros padres otros dones que ellos debían trasmitir a sus descendientes. Estos dones, que suelen llamarse preternaturales, eran: la integridad, o perfecto sometimiento de los sentidos a la razón; la inmortalidad; la inmunidad de todo dolor; y la ciencia proporcionada a su estado.

f) De este modo, "todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas" (Catecismo, 376):
— "mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cfr. Gen 2,17 y 3,19) ni sufrir (cfr. Gen 3,16)" (Catecismo, 376);
— el hombre gozaba del «dominio de sí»: "estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cfr. I Ioann 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón" (Catecismo, 377).

g) El hombre fue colocado por Dios en el paraíso ut operaretur, "para que trabajara" (cfr. Gen 2,15); el trabajo no es un castigo por el pecado; pero antes del pecado original no experimentaba fatiga alguna en el trabajo (cfr. Gen 3,17-19). El trabajo es, desde los inicios de la humanidad, "colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible" (Catecismo, 378).

h) "La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía de ellos con toda la creación constituía el estado llamado «justicia original»" (Catecismo, 376). Toda esta armonía, prevista para el hombre por designio de Dios, se perdió por el pecado de nuestros primeros padres (cfr. Catecismo, 379).

2. El pecado original

a) El hombre, tentado por el diablo, perdió confianza en la bondad paternal de Dios y desobedeció al mandamiento que le había dado, abusando de su libertad (cfr. Gen 3,1-11). En esto consistió el primer pecado (cfr. Rom 5,19) y en esto consiste también todo pecado (cfr. Catecismo, 396-397).

b) El diablo y los otros demonios son ángeles que por soberbia se rebelaron contra Dios y fueron arrojados del cielo (cfr. Apoc 12,9). El diablo es "padre de la mentira" (loann 8,44), y con engaños trata de alejar al hombre de Dios, como hizo para tentar a Eva: "seréis como dioses" (Gen 3,5; cfr. Catecismo, 391-395).

c) Como consecuencia del pecado, nuestros primeros padres empiezan a mirar a Dios con miedo y recelo (cfr. Catecismo, 399), pierden los dones sobrenaturales y preternaturales, y la misma naturaleza —aunque no esencialmente corrompida— queda herida: la inteligencia debilitada para conocer la verdad, cae fácilmente en la ignorancia y en el error; la voluntad, debilitada para el bien, se inclina fácilmente al mal; los sentidos no obedecen a la razón: "la armonía en que se encontraban queda destruida" (Catecismo, 400) y, sobre todo, se realiza la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cfr. Gen 2,17): el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gen 3,19). De este modo "la muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cfr. Rom 5,12)" (Catecismo, 400).

3. Consecuencias del pecado original para la humanidad

a) Enseña la Sagrada Escritura que así como "por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos en pecadores, así por la obediencia de uno sólo [Cristo] muchos quedarán justificados" (Rom 5,19).

b) ´Todo el género humano es en Adán «como el cuerpo único de un único hombre»106 . Por esta unidad del género humano, todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él sólo sino para toda la naturaleza humana; cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído107. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto" (Catecismo, 404).

c) "Aunque propio de cada uno108, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada «concupiscencia»). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual" (Catecismo, 405).

d) "Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre (...). Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres" (Catecismo, 407).

4. La promesa del Redentor

a) Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios, sino que recibió la promesa de la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída por el Mesías Redentor (cfr. Gen 3,15; Catecismo, 410).

b) "Pero ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara?. San León Magno responde: «La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio»109. Y Santo Tomás de Aquino110: «Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de S. Pablo: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5,20). Y el canto del Exultet: Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!»" (Catecismo, 412).

c) Gracias a la Redención obrada por Cristo, hemos sido hechos de nuevo partícipes de la vida de la Santísima Trinidad. Por eso, la elevación sobrenatural es, de hecho, una "nueva creación en Cristo" (cfr. II Cor 5,17; Gal 6,15) que comporta la elevación o divinización de todo el ser humano: de la persona, por la filiación divina; de su naturaleza, por la gracia santificante o habitual; de sus potencias o facultades del alma, por las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo:

— por la filiación divina la persona humana es elevada a la dignidad de hijo de Dios, participando de la Filiación subsistente que es el Hijo; de este modo no somos ya extraños, sino miembros de la familia de Dios, domestici Dei (Ef2,19);
— por la gracia habitual o santificante es elevada la naturaleza humana a participar de la naturaleza divina (cfr. II Petr 1,4). Después del pecado original, la gracia es participación de la plenitud de gracia de Cristo (cfr. Ioann 1,16), y no es ya sólo «elevante», sino además «sanante» de la naturaleza;
— las virtudes sobrenaturales son hábitos infundidos por Dios que nos hacen "capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna" (Catecismo, 1813). Por tanto, nos configuran con Cristo. Virtudes sobrenaturales son las teologales, que tienen directamente a Dios por objeto (fe, esperanza y caridad), y las morales, que tienen por objeto los medios para llegar a Dios (prudencia, justicia, fortaleza y templanza)111;
— los dones del Espíritu Santo "son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo" (Catecismo, 1830). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben (Catecismo, 1831). Son siete: "sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios" (Catecismo, 1831)112.
— las gracias actuales son impulsos de Dios que mueven a obrar; se distinguen de la gracia habitual en que no constituyen una disposición permanente (cfr. Catecismo, 2000).
d) La Santísima Trinidad inhabita en el alma en gracia. Su presencia es fundante del ser y de la vida sobrenatural del cristiano.

5. Algunas consecuencias de nuestra condición de pecadores llamados a ser hijos de Dios

a) Adoración, agradecimiento y humildad ante la Majestad de Dios, a quien todo debemos, tanto en el orden natural como en el sobrenatural (cfr. Catecismo, 2628).

b) Conocimiento de nuestra debilidad de pecadores y de nuestra grandeza de hijos de Dios:
—"Veritas liberabit vos (Ioann 8,32); la verdad os hará libres. ¿Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad? Os la resumiré, con la alegría y con la certeza que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas:

saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a damos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encuna de todas la cosas"113.

c) Seguridad y confianza en Dios: es Padre misericordioso, que nos perdona siempre; todo lo ordena a nuestro bien: omnia in bonum; paciencia en las adversidades y espíritu de reparación.

d) Humildad para reconocer y no extrañarnos de nuestra debilidad para hacer el bien y evitar el mal (consecuencia del pecado original, aunque esté perdonado por el Bautismo), y para dolemos de nuestros pecados personales; confianza en que Dios nos da siempre las gracias actuales necesarias para vencer toda tentación. Distinguir lo que es propio de la naturaleza humana (lo natural) de lo que es consecuencia de la herida del pecado en la naturaleza humana: después del pecado original, no todo lo que se experimenta como "espontáneo" es bueno. Es preciso luchar para comportarse de modo humano y cristiano (cfr. Catecismo, 409).

d) La consideración frecuente de nuestra filiación divina; buscar el trato con las Tres Personas divinas presentes en el alma en gracia.

Todos los números del catecismo de la Iglesia que tratan el tema:

CONCUPISCENCIA, cf. Deseo;
Concupiscencia de la carne, 2514, 2520;
Ley y concupiscencia, 1963, 2542;
Pecado y concupiscencia, 1869;
Mandamientos y concupiscencia, 2529, 2534;
Lucha contra la concupiscencia, 978, 1264, 1426, 2520, 2530;
Purificación del corazón y concupiscencia, 2517, 2530;
Significado y clases de concupiscencia, 2514-15.

En la suma teológica Santo Tomás de Aquino.

Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre el tema.

Citas:
105 CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium, 2.
106 SANTO TOMAS DE AQUINO, De malo, q.4, a. 1.
107 Cfr. CONCILIO DE TRENTO: DS 1511-1512.
108 Cfr. CONCILIO DE TRENTO: DS 1513.
109 Sermo 73,4.
110 Summa Theologiae, III, q.l, a.3, ad 3.
111 En el tema 28, n. 5, se estudian específicamente estas virtudes, y su relación con las virtudes humanas del mismo nombre.
112 Cfr. también tema 28, n. 7.

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