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lunes, 30 de enero de 2012

El valor del silencio




Extracto del mensaje del Papa Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales a celebrar el 20 de mayo de 2012 bajo el lema “Silencio y Palabra: Camino de evangelización”

Autor: S.S. Benedicto XVI

1.- El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido.

2.- En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos.

3.- Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación.

4.- Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena.

5.- En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona.

6.- En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa.

7.- Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones.

8.- Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial.

9.- Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido.

10.- El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes.

11.- El silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano.

12.- No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas.

13.- El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: "Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada...

14.- El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio" (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando "el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos" (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

15.- Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. "Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora".

16.- La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.

17.- En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda la historia de la humanidad.

18.- La pregunta fundamental sobre el sentido del hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a la inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la misión de la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros de esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del hombre y que construye la justicia y la paz.

19.- Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización.

20.- Silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo.

Silencio y Palabra: camino de evangelización.
Mensaje para la 46a Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales,

Silencio y Palabra: camino de evangelización.
Silencio y Palabra: camino de evangelización.
Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales
46ª JORNADA MUNDIAL DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES

"Silencio y Palabra: camino de evangelización."

20 de mayo 2012

Mensaje del Santo Padre

Queridos Hermanos y Hermanas,

Al acercarse la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012, deseo compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso humano de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las personas. Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.

El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de "ecosistema" que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos.

Gran parte de la dinámica actual de la comunicación está orientada por preguntas en busca de respuestas. Los motores de búsqueda y las redes sociales son el punto de partida en la comunicación para muchas personas que buscan consejos, sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la Red se está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las respuestas; más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por respuestas a interrogantes que nunca se ha planteado, y a necesidades que no siente. El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar asimismo las preguntas verdaderamente importantes. Sin embargo, en el complejo y variado mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia las preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que se formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo profundo, hecho de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la reflexión y al silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano.

En realidad, este incesante flujo de preguntas manifiesta la inquietud del ser humano siempre en búsqueda de verdades, pequeñas o grandes, que den sentido y esperanza a la existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida: todos buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre todo en nuestro tiempo en el que "cuando se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión del mundo, sus esperanzas, sus ideales" (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2011)

Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: "Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada... El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio" (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando "el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos" (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. "Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora" (Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de "comunicar aquello que hemos visto y oído", para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.

En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda la historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Revelación divina se lleva a cabo con " hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas" (Dei Verbum, 2). Y este plan de salvación culmina en la persona de Jesús de Nazaret, mediador y plenitud de toda la Revelación. Él nos hizo conocer el verdadero Rostro de Dios Padre y con su Cruz y Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la libertad de los hijos de Dios. La pregunta fundamental sobre el sentido del hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a la inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la misión de la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros de esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del hombre y que construye la justicia y la paz.

Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio "escucha y hace florecer la Palabra" (Oración para el ágora de los jóvenes italianos en Loreto, 1-2 de septiembre 2007), confío toda la obra de evangelización que la Iglesia realiza a través de los medios de comunicación social.


Silencio

Realmente es hermosa y evocadora esta palabra, pero hoy hay muchas personas que no entienden la utilidad y belleza del silencio, y por extensión de la soledad. Realmente tenemos pánico a la soledad y al silencio, como si fueran algo triste y destructivo, algo devorador; por eso necesitan estar con alguien, hablando siempre, acompañados o incluso con una sensación de compañía, como poner la radio o la tele aunque no le hagan caso: el caso es evitar el silencio.

Otra cosa que ocurre hoy en día es que hablamos a voces, no sabemos escuchar (y eso que sólo tenemos una boca y dos orejas, con lo cual deberíamos escuchar el doble de lo que hablamos). Y es que para escuchar también hay que estar en silencio, pero creo que todo esto es escaso hoy en día: el silencio, la soledad y el pensar.

Una vez le conté a alguien que había estado haciendo Ejercicios espirituales y que éstos consistían en el silencio y la oración, esa persona se asombraba y su reacción fue decir que él no sería capaz de estar tanto tiempo callado.

Me alegra que haya salido al cine la película “El gran silencio”, pues con ella podemos comprender el gran valor del silencio de la mano de los monjes cartujos, que siguiendo el ejemplo de San Bruno viven en silencio y soledad durante la semana, y se reúnen en comunidad los domingos y pasean juntos durante cuatro horas los lunes. En esta película no hay ningún diálogo, sólo se habla cuando los monjes cantan en la iglesia.


Pero es que sólo en el silencio y la soledad se puede escuchar a Dios. El mismo Jesús nos dio ejemplo, cuando nos cuenta el Evangelio que se retiraba a un lugar solitario para orar (cfr. Mc 1,35; 6,46; Mt 14,23; Lc 5,16; 6,12): estaba con la gente, predicaba, curaba enfermos, discutía con los fariseos o saduceos, pero luego se retiraba a orar a solas (en el momento decisivo de su vida, la víspera de su Pasión, se retiró al huerto de Getsemaní (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-46) para orar a su Padre. Esa es la paradoja: Dios se nos comunica, nos habla en la oración, y ésta necesita soledad y silencio. Eso fue lo que descubrieron también los primeros monjes y anacoretas, que se retiraron al desierto egipcio para tener una experiencia más auténtica y profunda de Dios (empezando por San Antonio abad; un caso curioso fue San Simón -o Simeón- Estilita -del griego stilos=columna- que se pasó 37 años subido a lo alto de una columna para que la gente no lo molestara, así inauguró un tipo de vida anacoreta, aunque también predicaba desde allí y aconsejaba a la gente: ).

El exponente máximo de la vida eremítica pero a la vez en comunidad es San Bruno,fundador de la Orden de la Cartuja. Ahora acaba de salir al cine la película “El gran silencio”, en la que nadie habla, sólo se canta. Es un exponente magnífico del valor del silencio. Desde que soy profesor les digo a mis alumnos, cuando veo que están hablando demasiado, que los voy a llevar a una Cartuja (a ver si aprenden el valor del silencio).

Hoy parece que hay una crisis de la presencia de Dios en el mundo, porque no nos gustan la soledad ni el silencio: tenemos miedo a estar solos, quizá porque en la soledad Dios se nos puede manifestar y nosotros nos encontramos con nuestra más íntima intimidad (Tú eras más íntimo que mi intimidad, San Agustín de Hipona Confesiones III,11).

Pero el problema viene cuando en medio de las dificultades y de los problemas Dios parece quedar en silencio. Este es el título de la novela más famosa de Shusaku Endo, Silencio. Endo es un escritor católico japonés y en esta novela trata de unos jesuitas que desembarcan en Japón el siglo XVII durante la persecución que duró hasta mediados del siglo XIX. El autor explica en una entrevista el sentido del silencio de Dios en medio de la persecución y de la prueba:

Como el título da a entender, el tema del silencio impregna la novela. Más de 100 veces Rodrigues [el jesuita protagonista] ve la cara evocativa de Jesús, una cara que él ama y sirve; pero la cara nunca habla. Permanece silenciosa cuando el sacerdote está encadenado a un árbol para ver morir a los cristianos, silenciosa cuando él pide consejos sobre si entregar el fumie [estampa religiosa] para dejarlos en libertad, y silenciosa cuando reza en la celda por la noche.

Endo después se quejó de que Silencio fue interpretado mal a causa de su título. “La gente supone que Dios estaba silencioso”, dijo, “cuando de hecho Dios habla en la novela. Aquí está la escena decisiva cuando el silencio se rompe, en el auténtico momento en que Rodrigues contempla el fumie:

Es sólo una formalidad. ¿Qué importa una formalidad?” El intérprete le anima con entusiasmo. “Lleva a cabo sólo la forma exterior del pisotear”.

El sacerdote alza su pie. En él siente un dolor sordo, pesado. Esto no es una mera formalidad. Pisará ahora lo que ha considerado la cosa más hermosa en su vida, lo que ha considerado más puro, lo que está lleno de los ideales y los sueños de hombre. ¡Cómo duele su pie! Y entonces el Cristo en bronce habla al sacerdote: ¡Pisotea! ¡Pisotea! Yo más que nadie conozco el dolor en tu pie. ¡Pisotea! Yo nací en este mundo para ser pisoteado por los hombres. Yo cargué mi cruz para compartir el dolor de los hombres”.

El sacerdote puso su pie en el fumie. La aurora rompió. Y lejos en la distancia el gallo cantó”.

El padre Rodrigues ve a Cristo más de 100 veces, pero en silencio, no le habla ni cuando está en dificultades. Y ahí está el problema: no pasa nada mientras no hay dificultades. El jesuita ha ido al Japón movido por el ánimo de servir a Cristo, a un Cristo triunfante; pero ¿qué pasa cuando viene la pasión y el sufrimiento? Cristo sólo habla en el momento culminante de la decisión de apostatar, y anima al jesuita a hacerlo, se muestra como el Siervo sufriente. Y nosotros debemos recordar, frente al Dios glorioso y triunfante, que Cristo tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Cfr. Filipenses 2,6-11).

Algo parecido podemos recordar del silencio de Dios en la Pasión de Cristo, los momentos de máxima soledad en su vida. En Getsemaní Cristo está angustiado pero en la oración comprende que debe cumplir la voluntad de su Padre.

El silencio de Dios se hace presente en las dificultades y en los problemas, que se trasladan a nuestra oración, cuando Dios parece permanecer callado. Por eso Jesús nos enseña en la parábola del amigo inoportuno (Lucas 11) cómo tenemos que orar con insistencia, pero eso lo dejo para otra entrada.

EL VALOR DEL SILENCIO

Silencio y oración

Si nos dejamos guiar por el libro más antiguo de oración, los Salmos bíblicos, encontraremos en ellos dos formas principales de la oración. Por un lado, la lamentación y la llamada de auxilio, y por otra el agradecimiento y la alabanza. De un modo más escondido, existe un tercer tipo de oración, sin súplica ni alabanza explícita. El Salmo 131, por ejemplo, no es más que calma y confianza: «Mantengo mi alma en paz y en silencio… Pon tu esperanza en el Señor, ahora y por siempre.»
A veces la oración calla, pues una comunión apacible con Dios puede prescindir de palabras. «Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.» Como un niño privado de su madre que ha dejado de llorar, así puede ser «mi alma en mí» en presencia de Dios. La oración entonces no necesita palabras, quizás ni reflexiones.

¿Cómo llegar al silencio interior?

A veces permanecemos en silencio, pero en nuestro interior discutimos fuertemente, confrontándonos con nuestros interlocutores imaginario o luchando con nosotros mismos. Mantener nuestra alma en paz supone una cierta sencillez: «No pretendo grandezas que superan mi capacidad.» Hacer silencio es reconocer que mis preocupaciones no pueden mucho. Hacer silencio es dejar a Dios lo que está fuera de mi alcance y de mis capacidades. Un momento de silencio, incluso muy breve, es como un descanso sabático, una santa parada, una tregua respecto a las preocupaciones.

La agitación de nuestros pensamientos se puede comparar a la tempestad que sacudió la barca de los discípulos en el mar de Galilea cuando Jesús dormía. También a nosotros nos ocurre estar perdidos, angustiados, incapaces de apaciguarnos a nosotros mismos. Pero también Cristo es capaz de venir en nuestra ayuda. Así como amenazó el viento y el mar y «sobrevino una gran calma», él puede también calmar nuestro corazón cuando éste se encuentra agitado por el miedo y las preocupaciones (Marcos 4).

Al hacer silencio, ponemos nuestra esperanza en Dios. Un salmo sugiere que el silencio es también una forma de alabanza. Leemos habitualmente el primer versículo del salmo 65: «Oh Dios, tú mereces un himno». Esta traducción sigue la versión griega, pero el hebreo lee en la mayor parte de las Biblias: «Para ti, oh Dios, el silencio es alabanza.» Cuando cesan las palabras y los pensamientos, Dios es alabado en el asombro silencioso y la admiración.


LA PALABRA DE DIOS: TRUENO Y SILENCIO


En el Sinaí, Dios habla a Moisés y a los israelitas. Truenos, relámpagos y un sonido te trompeta cada vez más fuerte precedía y acompañaba la Palabra de Dios(Éxodo 19). Siglos más tarde, el profeta Elías regresa a la misma montaña de Dios. Allí vuelve a vivir la experiencia de sus ancestros: huracán, terremoto y fuego, y se encuentra listo para escuchar a Dios en el trueno. Pero el Señor no se encuentra en los fenómenos tradicionales de su poder. Cuando cesa el ruido, Elías oye «un susurro silencioso», y es entonces cuando Dios le habla. (1 Reyes 19).

¿Habla Dios con voz fuerte o en un soplo de silencio? ¿Tomaremos como modelo al pueblo reunido al pie del Sinaí? Probablemente sea una falsa alternativa. Los fenómenos terribles que acompañan la entrega de los diez mandamientos subrayan su importancia.

Guardar los mandamientos o rechazarlos es una cuestión de vida o muerte. Quien ve a un niño correr hacia un coche que está pasando tiene razón de gritar lo fuerte que pueda. En situaciones análogas, han habido profetas que han anunciado la palabra de Dios de modo que resuene fuertemente a nuestros oídos.
Palabras que se dicen con voz fuerte se hacen oír, impresionan. Pero sabemos bien que éstas no tocan casi los corazones. En lugar de una acogida, éstas encuentran resistencia. La experiencia de Elías muestras que Dios no quiere impresionarnos, sino ser comprendido y acogido. Dios ha escogido «una voz de fino silencio» para hablar. Es una paradoja:Dios es silencioso, y sin embargo habla.

Cuando la palabra de Dios se hace «voz de fino silencio», es más eficaz que nunca para cambiar nuestros corazones. El huracán del monte Sinaí resquebrajaba las rocas, pero la palabra silenciosa de Dios es capaz de romper los corazones de piedra. Para el propio Elías, el súbito silencio era probablemente más temible que el huracán y el trueno. Las manifestaciones poderosas de Dios le eran, en cierto sentido, familiares. Es el silencio de Dios lo que le desconcierta, pues resulta tan diferente a todo loque Elías conocía hasta entonces.

El silencio nos prepara a un nuevo encuentro con Dios. En el silencio, la palabra de Dios puede alcanzar los rincones más ocultos de nuestro corazón. En el silencio, la palabra de Dios es «más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu.» (Hebreos 4,12). Al hacer silencio, dejamos de escondernos ante Dioss, y la luz de Cristo puede alcanzar y curar y transformar icluso aquello de lo que tenemos vergüenza.

SILENCIO Y AMOR

Cristo dice: «Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 15,12). Tenemos necesidad de silencio para acoger estas palabras y ponerlas en práctica. Cuando estamos agitados einquietos, tenemos tantos argumentos y razones para no perdonar y no amar demasiado y con facilidad. Pero cuando mantenemos «nuestra alma en paz y en silencio», estas razones se desvanecen.

Quizás evitamos a veces el silencio, prefiriendo en vez cualquier ruido, cualquier palabra o distracción, porque la paz interior es un asunto arriesgado: nos hace vacíos y pobres, disuelve la amargura y las rebeliones, y nos conduce al don de nosotros mismos. Silenciosos y pobres, nuestros corazones son conquistados por el Espíritu Santo, llenos de un amor incondicional. De manera humilde pero cierta, el silencio conduce a amar.

SOLEDAD

Todo ser humano necesita un espacio de soledad para encontrarse a sí mismo. Un espacio donde reconocerse, aceptarse y en consecuencia, amarse. Este amor a uno mismo nada tiene que ver con el narcisismo y el egoísmo. El monje, y en general todo creyente auténtico, sabe que en la soledad no sólo se encuentra con sus luces y sombras, como ocurre a todos los seres humanos; sabe también que es lugar privilegiado de encuentro con Dios.

En la soledad nos encontramos cara a cara con Dios. “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16 ). Nuestra soledad es una soledad habitada, es gozosa pero no siempre cómoda; nos impulsa a no encerrarnos en nosotros mismos; nos capacita para el encuentro con nuestros hermanos.

Escuchar la voz de Dios es posible, pero se requiere de circunstancias especiales: Además de buscar a la soledad para amar más, habremos de buscarla para poder sanar el corazón (la mente) y liberarse en Dios de todo egoísmo. Por eso es propiciar tiempos de soledad en la vida. La soledad nos ayuda para poder escuchar Su voz por la fe.

Para ti que lees, apartarte en soledad y en silencio es necesario para tu renovación emocional y espiritual. Si escudriñas la Biblia te darás cuenta que muchos de los grandes siervos de Dios ( Elías, Moisés), tuvieron que caminar un gran trecho de vida en soledad, como parte del Plan de Dios para poder liberarlos de las viejas ataduras forjadas en su vida y de las cadenas de opresión interior que estorbaban en la obra de Dios. De esta forma Él pudo prepararlos para su plan perfecto...

La soledad a la que Dios te induce o que tú debes buscar no es para que te escondas del mundo sino para que puedas abrir tu mente y corazón a Dios. El Señor propicia estas circunstancias. El es quién llama a estar en su presencia en soledad y silencio para darte instrucciones, para escuchar su voz y responderte, para prepararte para el plan que tiene para tu vida. Así lo hizo con Moisés cuando lo apartó del pueblo Hebreo en el desierto y lo llevó a la cumbre del Monte Sinaí, como se describe en este versículo:

"Y Moisés subió hacia Dios, y el Señor lo llamó desde el Monte, diciendo: así dirás a la casa de Jacob y anunciarás a los Hijos de Israel" (Exodo 19,3).

La experiencia del profeta Elías fue también un llamado a apartarse de la multitud para tener un encuentro en soledad y silencio con Dios:

"Y vino a Elías la Palabra del Señor diciendo: Sal de aquí y dirígete hacia el oriente, y escóndete junto al arroyo Querit, que está en el oriente del Jordán. Y
beberás del arroyo, y he ordenado a los cuervos que te sustenten allí. El fue he hizo conforme a la palabra del Señor, pues fue y habitó junto al arroyo Querit, que está al oriente del Jordán" (1 Reyes 17,2-5).

Durante este tiempo Dios se preocupó por las necesidades de Elías y trató en soledad con el profeta, quien había obedecido al mandato del Señor.

La soledad y silencio te obliga a enfrentarte a lo que haz estado evadiendo, mediante actividades que siempre estarán, afán, egoísmo o comportamientos y hábitos negativos que sólo tú y nadie más que tú fomentas.

Una parada obligatoria en el camino, para mirar a tu alrededor y tu vida interior solo es posible en soledad porque te lleva a establecer una verdadera comunión con Dios y te obliga a escuchar su voz a través de su Palabra, la oración y la adoración.

Este tiempo puedes usarlo para meditar sobre los errores de tu pasado y para enderezar tus sendas bajo la dirección del Señor. Dios puede utilizar este tiempo para disciplinarte y corregirte. Deberás reconocer si Dios está apartándote para hablarte de aquello que no has querido enfrentar o dejar, y aunque estos momentos te parecen a veces difíciles, Dios los permite porque te ama y quiere disciplinarte, como se expresa en la Biblia:

"Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia" (Hebreos 12,11).

Cuando utilizas tu tiempo de soledad para crecer en el Señor, no es tiempo perdido, sino tiempo de crecimiento espiritual. ¡Es el tiempo de subir al Monte Sinaí para tener un encuentro personal con Dios! En soledad y silencio para poder escuchar su voz.

"Ahora pues, hijo, escuchadme porque bienaventurados son los que guardan mis caminos. Escuchad la instrucción y sed sabios; y no la menosprecies. Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas día a día, aguardando a los postes de mi entrada. Porque el que me halla, halla la vida, y alcanza el favor del Señor"(Proverbios 8,32-35).

PARA RECORDAR:

"Bueno es el Señor para los que en Él esperan, para el alma que le busca; bueno es esperar en silencio la salvación del Señor. Bueno es para el hombre llevar el yugo de su juventud. Que se siente solo y en silencio ya que El se lo ha impuesto" (Lamentaciones 3,25-28).



ENLACES A ESCRITOS DE ESPIRITUALIDAD

http://www.abandono.com/Rafael/Escritos.htm

http://www.abandono.com/Maestros/Padres/Padres00.htm

http://www.abandono.com/Oracion_contemplativa.htm

http://www.abandono.com/Abandono.htm

http://www.abandono.com/Maestros.htm

http://www.abandono.com/Oracion_contemplativa/Regla.htm

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