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lunes, 2 de enero de 2012

Amor bajo secuestro



No es imposible conservar el amor entre balas, malos tratos y guerrilleros

«Como homenaje de amor te hice este cuaderno que espero guardes como un tesoro de amor que te haga recordar cada vez que veas a tu lejano y difuso padre, confinado a una selva cumpliendo una sentencia, que por capricho los hombres inventaron, pero que aún así ni la distancia y el tiempo podrán hacerme olvidar el angelito que por amor engendré».

Estas son las palabras que el Coronel Édgar Yesid Duarte escribió en las oscuras selvas de Colombia durante el secuestro iniciado el 14 de octubre de 1998 y cerrado con su muerte el 29 de diciembre de 2011. Palabras del diario que hizo para su pequeña hija, a la que abandonó forzosamente cuando ésta contaba con apenas dos años. Viviana no volverá a ver a su papá con vida.

El día fatídico cuenta Viviana: «Me llamó mi abuelito y me dijo que algo había pasado, que había escuchado en radio una operación de rescate. Luego, hubo otra llamada y todo fue llanto». Su papá acababa de ser asesinado: «fueron obligados a tirarse boca abajo y luego asesinados con tiros de gracia: a tres les dispararon en la cabeza y al otro, que intentó huir, por la espalda» (Diario El Tiempo, 2 de diciembre de 2011).

En este drama, hay una historia de amor que es digna de ser contada. Un padre al que tras trece años de cautiverio mantenido oculto entre las densas selvas de Colombia, se le negó volver a ver el rostro de su hija. Un hombre que nunca dejó la esperanza de ver la sonrisa de su hija, de poder acariciar su rostro y besar a su esposa. Un hombre a quien el amor le mantuvo vivo. Y eso le hizo escribir todo lo que quería enseñar a su hija en un sencillo cuaderno cuadriculado.

Con su puño y letra y con sus propios dibujos dio color a la vida de Viviana enseñándole lo que es vivir en la virtud. «Yo creo que él lo que buscaba era educarme a medida de iba creciendo -dice Viviana-. Cada valor que quería enseñarme, cada norma, todo lo que pensó en decirme en persona lo escribió y lo dibujó en estas hojas». Para sellarlo con su sangre. Sangre que le obligaron a derramar con crueldad segando todas sus esperanzas.

Los colombianos se han solidarizado con el dolor de esta adolescente. En los comentarios del artículo antes citado se leen frases como «ojalá, algún día, si quieres y te sientes capaz, nos regales a los colombianos, el derecho a conocer al hombre que cada día de su secuestro te pensó con amor»; o «que todo el mundo abra los ojos y entienda qué es el ser humano, (...) normal y corriente, inteligente y bueno, indomable, resistente como Job, en el estercolero; ser humano, 13 años torturado a diario, pero fiel a sus principios, al servicio de los demás como Policía colombiano».

En fin, ha sido un amor que, a los ojos del mundo, ha terminado mal. Un amor que no pudo ver realizadas sus ilusiones, pero que nunca perdió la esperanza. Un amor que quiso educar a su hija, y le dejó en herencia, como legado espiritual, diecisiete fábulas. Un amor bajo secuestro, un secuestro en el cuerpo, pero que no privó nunca al coronel Duarte la libertad de su alma para llegar a sus seres queridos con su corazón hecho letras, dibujos y colores.

¡Descanse en paz, Coronel!

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