Páginas

sábado, 24 de diciembre de 2011

Misa de la Aurora de la Solemnidad de la Natividad del Señor.




Padre nuestro.
Domingo, 25/12/2011, Misa de la Aurora de la Solemnidad de la Natividad del Señor.
Imitemos a los pastores que adoraron al Niño Dios en Belén.
Meditación del Evangelio (LC. 2, 15b-20).
Estimados hermanos y amigos:
Al celebrar la Misa de la media noche de la Solemnidad que estamos viviendo, empezamos a conmemorar la Natividad de Nuestro Salvador. La Iglesia que ha pasado horas contemplando el Nacimiento de Jesús, nos propone que imitemos la conducta de aquellos humildes pastores que lo adoraron en la gruta de Belén.
Veamos el contexto en que se desarrolla el relato que estamos considerando.
"Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre." Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace"" (LC. 2, 8-14).
Es importante recordar que los ángeles no les dieron la buena noticia del Nacimiento del Niño Dios a los saduceos, -los cuales constituían la clase sacerdotal de Palestina-, ni a los fariseos, -quienes eran grandes conocedores y estrictos cumplidores de la Ley religiosa-cívica-, ni a Herodes, -el Rey-, sino a unos pobres pastores, quienes tenían fama de ser ladrones, por causa de su estado social, que los obligaba a robar, para poder sobrevivir.
Los pastores recibieron la visita de los ángeles cuando estaban turnándose para vigilar sus rebaños. Este hecho nos hace pensar que Dios se nos puede manifestar en cualquier momento de nuestra vida, y que por ello debemos estar atentos a sus revelaciones, porque su voluntad consiste, en hacernos vivir en su presencia, para que así podamos alcanzar, la plenitud de la felicidad.
"Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado"" (LC. 2, 15).
Los citados pastores sintieron curiosidad por comprobar la veracidad del anuncio que les hicieron los ángeles. Nosotros también deberíamos tener curiosidad y un gran deseo de conocer la Palabra de Dios, porque, de la aceptación de la misma, depende el hecho de que podamos alcanzar la felicidad, tanto en esta tierra, como en el Reino de Dios, cuando el mismo sea plenamente instaurado, entre nosotros.
Tal como los pastores dejaron sus rebaños bajo el cuidado de algunos de sus compañeros, y fueron a adorar a Jesús, nosotros deberíamos pensar en hacer todo lo que esté a nuestro alcance, para encontrar el tiempo que necesitamos, para servir al Dios Uno y Trino, en sus hijos los hombres.
"Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre" (LC. 2, 16).
Los pastores no fueron a Belén tranquilamente para verificar lo que les habían dicho los ángeles, así pues, San Lucas nos dice que fueron corriendo a encontrarse con Nuestro Salvador. Este hecho me sugiere la idea de que deberíamos ocuparnos seriamente de nuestra instrucción religiosa. Tal como nos gusta conocer profundamente a nuestros familiares y amigos, así deberíamos ser conocedores del Dios Uno y Trino, porque El se siente dichoso al concedernos sus dones y virtudes, por medio del Espíritu Santo. Existen muchas cosas que nos distraen a la hora de formarnos espiritualmente, de manera que acabamos por obviar el conocimiento de la voluntad divina, cuyo cumplimiento, es lo mejor que puede sucedernos.
"Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían... Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho" (LC. 2, 17-18. 20).
Los pastores, apenas vieron al pequeño Jesús, empezaron a dar testimonio de la experiencia que habían tenido, al encontrarse con el Redentor de las naciones, no en un lujoso palacio rodeado de riquezas y de siervos, sino sumido en la más absoluta pobreza, tal como estaban ellos, porque Jesús no es el clásico predicador que dice que hay que servir a los pobres y se olvida de los tales en cada ocasión que tiene la oportunidad de beneficiarlos, así pues, Nuestro Señor, fue pobre entre los pobres, porque, al adquirir la experiencia del sufrimiento, -que nadie puede experimentar al nivel que El lo hizo, porque es sumamente perfecto-, se sintió más identificado, con quienes fueron sus predilectos.
Los pastores no cesaban de dar testimonio de su encuentro con el Niño Dios en la cueva de Belén. Igualmente, si estuviéramos orgullosos de ser hijos de Dios, nosotros también buscaríamos la manera de aumentar el número de hijos de la Iglesia, dedicándonos a predicar el Evangelio.
El hecho de celebrar la Natividad de Jesús, ha tenido la consecuencia, de que los niños, sean grandes protagonistas de la Navidad. En este tiempo, quienes esperan ser padres, -especialmente, si lo hacen por primera vez-, al contemplar a Jesús en Belén, junto a María y José, sienten una gran ilusión, por saber cómo será su hijo, e incluso planean cómo será la educación que le darán. Este es un tiempo excelente para jugar con los niños, y para ayudar a aquellos en quienes se refleja perfectamente la imagen de Nuestro Salvador, por causa de su pobreza.
Los pastores no sólo anunciaron lo que habían visto y oído, sino que también glorificaron y alabaron a Dios, tanto por haberse hecho Niño y pobre, como por habérseles manifestado a ellos, que eran sumamente indigentes.
Quizá nos sucede que servimos al Señor ocasionalmente, pero no le dedicamos tiempo a la oración, porque nuestra fe es muy débil. Aunque en el mundo hacen faltan muchos predicadores y trabajadores que realicen otras actividades necesarias en la viña del Señor, si el trabajo que realizamos para servir a Dios no está iluminado por la oración, es un servicio social útil, pero le falta ser hecho con la caridad espontánea que podemos vivir, si le dedicamos horas, tanto a nuestra instrucción religiosa, como a hablar con Dios y sus Santos.
"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (LC. 2, 19).
María Santísima debía sentir una gran felicidad por el hecho de tener a su Hijo entre sus brazos, pero, a pesar de ello, no dejaba de meditar los acontecimientos religiosos, que surgían en torno al anuncio del Nacimiento, y la vida de Nuestro Salvador.
María aceptó ser la Madre de Jesús cuando se le manifestó el Arcángel San Gabriel en nombre de Dios, y, milagrosamente, estaba destinada a contraer matrimonio con un gran Santo, que rehusó a apedrearla por haberle sido infiel supuestamente, y aceptó la paternidad del Señor, porque también le fue comunicado en sueños que su prometida no le había sido infiel, y que, el Hijo que iba a dar a luz, era fruto del Espíritu Santo.
Cuando Nuestra Santa Madre se gozó por ver a su Hijo recién nacido, unos pastores, avisados por ángeles, fueron a adorar a Nuestro Redentor, lo cuál era otro hecho misterioso.
Nuestra vida es parecida a la experiencia que tuvo María de Nazaret con respecto a la vida de Jesús. Tenemos dificultades muy variadas, somos víctimas de enfermedades, experimentamos el dolor de la separación cuando fallecen nuestros familiares y amigos queridos, y, aunque no podemos averiguar satisfactoriamente la necesidad que tenemos de vivir dichas experiencias, no nos desanimamos, porque recordamos las siguientes palabras de San Pablo:
"Estamos seguros, además, de que todo se encamina al bien de los que aman a Dios, de los que han sido elegidos conforme a su designio" (ROM. 8, 28).
Cuando nos quejamos por causa de nuestras dificultades, nos acusamos de que no tenemos fe, porque tenemos la costumbre de reprocharnos excesivamente nuestros defectos, lo cual se debe a nuestro bajo nivel de autoestima.
¿Debemos considerarnos pecadores al quejarnos porque sufrimos?
En el libro de los Salmos, leemos:
"Sálvame; ten piedad de mí" (CF. SAL. 26, 11).
Si el Salmista le suplicó a Dios, ello sucedió porque se quejó por causa de sus dificultades.
Jesús también se lamentó por causa de la Pasión y muerte que debía afrontar, para demostrarnos que Dios nos ama.
"Se trata del mismo Cristo que durante su vida mortal oró y suplicó con fuerte clamor, con lágrimas incluso, a quien podía liberarle de la muerte; y ciertamente fue escuchado por Dios, en atención a su actitud de acatamiento. Pero Hijo (primogénito del Padre) y todo como era, aprendió en la escuela del dolor lo que cuesta obedecer" (HEB. 5, 7-8).
No somos pecadores si nos quejamos de nuestras dificultades, pero no debemos permitir que nuestras quejas se conviertan en amargura frustrante, porque no debemos dejar de creer, ni en Dios, ni en nosotros, que, por ser sus hijos, no tenemos por qué pensar, que somos incapaces de ser perfeccionados por El porque, aunque Nuestro Padre común prueba nuestra fe, mediante las dificultades que vivimos, no dejará de realizar en nuestra vida, su obra salvadora.
Os deseo, no sólo una feliz Navidad, sino una feliz vida, en que Dios os colme de sus bendiciones, y os haga plenamente felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario