miércoles, 16 de noviembre de 2011

Una particular ascesis

monjedunkel
Por el sendero estrecho
Toda ascesis intenta ser un camino de elevación, un progresivo afianzar en el espíritu; un afán de trascendencia que consumándose en el desapego, permite el surgimiento de la semejanza, aquella con la que fuimos creados.
Esta ascética particular que voy a referirte es al parecer antigua. Hay quién la refiere a la comunidad de Qumrán, otros la consideran apostólica y algún otro intuye su origen en las soledades del desierto sirio.
Hermano Valentín, quién fuera mi Padre espiritual durante muchos años y hasta su muerte, la situaba en las propias enseñanzas de Cristo. Me decía que Nuestro Señor había enseñado a los discípulos mas cosas que las que por cierto figuraban en la escritura y que quizás este método era de aquellas instrucciones mas íntimas, hoy diríamos de “entrecasa”.
Pero sea cual sea el origen de estas disposiciones, su interés reside en la utilidad que pueda prestarnos para asimilar nuestro corazón al de Cristo, para imitar en la medida de lo posible su interioridad hasta donde nos ha sido revelada.
Según me explicaba hace ya mucho mi querido Padre, la cuestión surge cuando proponiéndose los seguidores de Jesús llevar sus dichos a la práctica, se encontraron con las dificultades propias de la naturaleza inscripta en nosotros.
Leemos en Mateo 5, 38-42: “Habéis oído que se dijo ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo que no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla, vete con él dos. A quién te pida da, y no vuelvas la espalda al que desee que le prestes algo”.
Y así siguiendo varios versículos más, en la misma tónica, en ese desafío total a lo que naturalmente querríamos hacer. Toda la enseñanza del Salvador es un ir en contra de lo que espontáneamente surgiría en nosotros en esas situaciones.
¿Cómo llevar esto a cabo? Porque una cosa es desear imitar a Cristo y otra imitarlo efectivamente en la vida diaria. De este planteo surge la necesidad de esta particular ascesis, de este esfuerzo de elevación sobre lo que la naturaleza corporal nos pide, de este querer escuchar los deseos e impulsos del espíritu y no los del cuerpo.
No hay aquí odio a lo corporal, ni dualidad forzada. Simplemente el reconocimiento de que lo que de manera refleja y reactiva haríamos ante ciertas situaciones, es distinto a lo que haríamos si atendemos al anhelo del espíritu, de esa fuerza que en nosotros desea seguir al Redentor.
Pero vivimos reaccionando. La mayor parte de las actividades que emprendemos se deben a estímulos previos a los cuales damos respuesta mediante diversos quehaceres. Esto es un hecho simple y comprobable, no es una teoría que hay que defender complicadamente o una entelequia difícil de asir.
Resulta que si el Espíritu Santo ha descendido a ti no hay mas que hablar, porque esa tremenda Presencia Divina te da las fuerzas y la atención y la luz para ser capaz de coherencia suma en el camino cristiano. Pero ese no es el caso general. Las instrucciones y las cautelas y las reglas de vida y las muchas ascesis están como ayudas e indicadores para la mayoría, para aquellos que caminamos todavía en penumbras, viendo la luz en el horizonte, pero de pasos vacilantes y de temores vivos.
Entrenar a la caída naturaleza, adiestrarla, enseñarle desde el corazón profundo a servir los designios mas altos. Ese es el sentido de esta instrucción simple que dice:
En todo momento y situación, intentar no reaccionar de inmediato ante los sucesos.
Darse un espacio, una breve reflexión o simple toma de conciencia de lo que acontece, para que pueda allí la intención espiritual aflorar e imponerse por sobre la automaticidad que el cuerpo y la mente imponen.
Surge lo inesperado, lo no deseado y espontánea y veloz nace la queja, el insulto, el fastidio. Allí, aplicarse a evitar la reacción, silenciar el tumulto interior. A veces se logrará solo acallar la boca y no la mente, otras llegaremos tarde para detener la queja de la lengua pero acordándonos de nuestros deseos profundos, ignoraremos mas fácilmente la marea mental.
El que entrena no desespera del error, sabe que se prepara para la competencia, esta buscando ser capaz. Permanentemente buscar con calma la no reacción. No hablar innecesariamente suele ser un excelente ejercicio que sigue esta misma dirección. Porque solemos hablar como reacción refleja a la tensión interior. Nos sentimos desasosegados y entonces hablamos, nos perdemos en cualquier tema y en el diálogo olvidamos la raíz de la inquietud.
No comer hasta la saciedad o privarse de aquel condimento o comer lento, pueden ser todas formas de ir acostumbrando a la corporalidad a someterse a los dictados de nuestra parte mas elevada, de aquella que nos dice que queremos seguir a Jesucristo. Porque comer también suele ser una forma de reaccionar a la tensión interna y no la que produce el hambre precisamente. Las mas de las veces comemos también para anestesiar inquietudes, para silenciar preocupaciones, para salirnos de aquello que nos atormenta.
Porque sino ¿cómo haremos para no devolver el golpe? ¿cómo haremos para dar también el manto posesivos como somos? Dice El Señor en Mateo 5, 27-29: Pues yo os digo que todo el que mira con deseo a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón”.
¿Cómo haremos para evitar semejante cosa? Porque esta claro que se pide no solo lo exterior sino también la pureza interior. El deseo es espontáneo, innato a lo carnal, ¿cómo dominarlo sin atención vigilante? ¿Y cómo mantener la atención despierta sin práctica a cada momento que desarrolle esta facultad? El desafío y el combate ocurren a cada momento.
Cada situación es oportunidad de entrenar la capacidad de no reaccionar como lo quiere la caída naturaleza humana, mental y corporal. Hubo un científico famoso, que programaba las ratas para actuar según los estímulos placenteros o dolorosos que él, en su laboratorio concebía. Formuló una teoría conocida luego como del reflejo condicionado. Que no nos pase lo mismo. No permitamos que nos domestique una sociedad que se debate en crispada alienación.
Construyamos en nuestro interior una fortaleza inteligente, que decida la conducta del cuerpo y los temas que habitarán la mente. No se trata mas que de ser dueños de nosotros mismos para poder darnos al Señor.
Uno puede dar lo que posee. ¿Cómo darnos si no somos dueños de nuestras propias reacciones?
Además del vehemente deseo de ser coherente con la enseñanza, se necesita la capacidad de hacerlo y la gracia cumple su papel pero también la voluntad humana. Esa voluntad es la que se debe entrenar. De eso se trata esta pequeña ascesis que te comento.
¿Es un no dejarse llevar, un ir contra la corriente? Si. Pero de modo sostenible.
Algo que pueda instalarse y allí quedarse, no una represión que cuando viene un mal momento produzca un tremendo rebote y explote lo reprimido causando males mayores que los que se hubieran producido originalmente.
Mucho de eso está aprendiendo la Iglesia debido a los escandalosos sucesos conocidos los últimos años pero existentes desde siempre. Porque a la represión le corresponde como reacción una explosión. En cambio a la superación, a la elevación de las fuerzas le corresponde un abandono de las problemáticas, un cambio de temáticas, un interés nuevo por otras cosas.
Como dijo el poeta, se trata de volar por encima.

Vía Crucis - El Greco -
Fragmentos…
- Si, un tema muy importante en el desarrollo espiritual, me parece tiene que ver con este no reaccionar, este no actuar de manera refleja ante los acontecimientos. Este no permitirse ir detrás de los estímulos que nos van impulsando de aquí para allá. Uno debe tener un centro, una meta clara y priorizar eso, lo demás luego.
Si tienes oración o tienes planeada esa tarea, permanecer en ello. Atenerse al plan que tienes trazado o que te han fijado si fuera el caso de seguir a un director espiritual. Que solo cuestiones muy importantes, que realmente lo merecen, te alejen de lo que tienes propuesto.
- Usted me habló también Padre, el otro día de la actitud positiva, de la coherencia y del hacer enfocado, concentrado, ¿podría referirse un poco a esos puntos?
- Claro, primero la actitud. ¿Qué es la actitud? Es la manera en que estoy plantado, el modo en que recibo los hechos que acontecen y la forma en que voy hacia las cosas, personas o tareas. La actitud es la forma en que me ubico. Supongamos… que viene un amigo, tira la taza con té que le has servido, se derrama todo sobre los papeles que estabas ordenando, se hace un pequeño desastre.
Si estás emplazado en actitud positiva, de inmediato proporcionas las cosas, adviertes que no es el fin del mundo, que nada grave sucedió. Te lo tomas bien, limpias rápidamente y sin fastidio, alivias a tu amigo diciéndole que no se preocupe, que no ha sido nada, etc. En cambio la actitud negativa la conocemos más ¿verdad? Es ese fijarse solo en uno y estar tan metido en lo que a uno le importa que cualquier contratiempo nos saca de quicio y nos fastidiamos o encolerizamos con lo que ocurre que sea imprevisto.
La actitud es un modo de ponerse, un modo de estar ante todo y debe ser positiva. Implica un cierto contento, una alegría de trasfondo en el transcurrir de uno. La actitud positiva consiste a mi modo de ver en encontrarle a todo lo que tiene de útil y en proporcionar adecuadamente las cosas. Desde esa mirada, la taza y el té derramado vienen a ser una oportunidad para fortalecerte en la paciencia y en la caridad hacia el amigo.
Que todo lo que suceda, al llegar hasta mi, reciba un aire de mejoría, de servicio, de bondad. Es el que se llamaba buen talante en alguna época y creo que en los Evangelios vendría a ser la mansedumbre.
Ahora claro, para mantenerse en esa actitud y que sea algo espontáneo y no un rol que uno se dispone a ejercer, es imprescindible la fe profunda en la voluntad de Dios. Uno debe hacerse consciente de que Su voluntad está tejiendo las hebras de los sucesos, de que todo hecho por extraño o inútil que parezca viene a cumplir una función en su plan de redención. Uno debe estar entregado a Él y desde esa entrega, el humor pacífico, sereno, el contento y la mansedumbre no son difíciles.
- Está muy claro. Vamos con aquello de la coherencia, entiendo la palabra, pero usted ¿a qué se refería?
- Todos tenemos lo que se ha llamado la voz de la conciencia. Sabemos lo que en nuestra vida, está ajustado a ella y lo que no. Tenemos áreas en las cuales no nos sentimos coherentes. Me refería a que sobre cada temática tengo una idea de lo que sería mi deber o lo que estaría correcto que hiciera. Ser coherente es hacer lo que pienso y siento que estaría bien hacer. No contradecir con mis actividades, con mis conductas, lo que creo que debe hacerse.
Ser coherente es unificarse. Es tener una línea, mantenerse fiel. Esta claro que uno se equivocará, que habrá errores y caídas, pero la coherencia no es solo un acuerdo interior es también una búsqueda. A veces sale bien a veces no, pero quiero ser coherente y eso ya me va llevando.
En nuestro caso, la buena nueva contenida en los Evangelios, el mensaje de Cristo nos dice claramente a que normativa ajustar nuestra vida y a que espíritu imitar. No nos dice solo lo que debe ser hecho sino desde donde, con que intención y espíritu. Ser y hacer lo que uno considera que debe ser y hacer, a la luz que brinda la voz de la propia conciencia.
- Bien, está sintético y claro. Simple de entender no sé si de hacer.
- Depende mucho del deseo que tenga uno de ser fiel al propio corazón y a la propia vocación…respecto del hacer enfocado… me refería a una particular cualidad que en ocasiones tiene la acción personal, que no es indiferente a lo que venimos diciendo, es decir, que la actitud positiva y la coherencia contribuyen sin duda a que se manifieste este nuevo modo de hacer. Este hacer concentrado es algo verdaderamente no reactivo.
Es marcadamente intencional. Sobre todo si se hace práctica constante de vida. Hacer cada cosa que hago poniendo la totalidad de mi atención y mis fuerzas en ello, es hacer como ofrenda, como agradecimiento por la existencia. Es un ponerse íntegro en cada acción, sin mezquinar para uno divagues o especulaciones o tibiezas. Es un hacer total.
- Dígame algo más, no parece fácil.
- Es hacer todo ante Su mirada y por lo tanto con sumo esmero. Es darse a la acción por entero, sea esta una oración, un momento de quietud, un apostolado muy activo, un lavar la vajilla, un dialogar… es un estar involucrado completamente en la búsqueda del mejor hacer posible.
Es un no quedarse nunca con la sensación de que podría haberlo hecho mejor. Es un buscar la perfección, sabiendo que esta no es alcanzable en su totalidad; pero si no se la busca con ahínco, la vida de uno tiende a la medianía de lo gris. Es entender la conducta personal como una ofrenda al que nos dio la vida, como una pintura, una escultura, como una forma de abrazarlo desde la pequeñez.

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