sábado, 5 de noviembre de 2011

Nacida para la libertad


Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de su misión.
Nacida para la libertad



María, con su ejemplo y maternal ayuda nos acompaña muy de cerca en nuestra misión de apóstoles. María acogió con absoluta disponibilidad los designios de Dios para su vida, y su palabra no fue primero "sí" y luego "no"; nunca consintió que la duda horadara su incondicional entrega al Señor. Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de la providencia y su martirio incruento al pie de la cruz.

El ser humano ha nacido para la libertad. Es libre y quiere ser soberanamente libre. La libertad es su prerrogativa, su gloria y su riesgo. Porque el buen uso de la libertad no es empresa fácil. Para ejercer bien nuestra libertad, Dios nos ha dado un mapa de ruta: la ley natural, la revelación y sobre todo el Evangelio. En seguir o no este mapa de ruta el hombre se juega su destino, su eternidad. Existe la libertad de todo aquello que nos impide realizarnos como personas e hijos de Dios, y existe la libertad para adherirnos siempre a la verdad y al bien. En la santísima Virgen encontramos un modelo de quien usa la libertad para acoger los designios de Dios, para ejercitarse tenazmente en la virtud.

1. María nos acompaña. María ha seguido libremente y con perfección la ruta marcada por Dios. Por eso, puede acompañarnos en nuestro camino, mostrarnos la ruta; podemos fiarnos de Ella. Ella, en efecto, ya conoce ese camino, lo ha recorrido con extraordinaria fidelidad, sin salirse ni un momento de él. Ella nos puede señalar los momentos de peligro, animarnos en las cuestas arriba, compartir nuestra alegría cuando el camino es ligero y nuestra lucha cuando se presenta la dificultad. Ella nos acompaña para que a su lado aprendamos también nosotros a caminar en la fidelidad y, como apóstoles cristianos, a acompañar a los demás en su marcha por la vida.

2. Acoger los designios de Dios. María aceptó los planes de Dios sin titubeos e indecisiones, como se acepta un axioma o una evidencia. Y sobre todo los puso libre y amorosamente en práctica. Ejerzamos nuestra libertad con María y como ella. Al igual que para María, el plan de Dios para nosotros es muy concreto: el estado actual de vida; la vivencia generosa y fiel de la vocación cristiana, quizá de la vocación consagrada; el compromiso con el apostolado de la Iglesia en la parroquia, en un Movimiento o institución cristiana. Siguiendo el ejemplo de María, acojamos con libertad y digamos sí, día tras día, a ese plan amoroso de Dios. Meditémoslo con sencilla fe para adherirnos más y mejor a él. Admiremos los designios divinos que ordenan todo a nuestro bien, incluso cuando nuestra mirada no es capaz de percibirlo, o nuestra inteligencia está ofuscada por signos contrarios.

3. Vivió en la fe y en el amor. La fe y el amor son los dos guardaespaldas de nuestra verdadera libertad. Creo en Dios y en su misterio, creo en sus designios, y por ello me siento soberanamente libre y sostenido por el mismo Dios para optar por su voluntad en libertad. Amo a Dios, amo su voluntad, y ese amor libera mi alma de toda cadena para volar por los espacios de la libertad. Por tanto, cree, confía, ama, y serás verdaderamente libre; usarás bien de tu libertad; sujetarás tu libertad libremente a las leyes del bien y de la verdad. La verdad -dice Jesús- os hará libres. Tus cadenas no están en tu camino, sino dentro de ti mismo. ¿A quién mirar, como modelo, sino a Jesús, el hombre más libre y liberador de la historia? ¿A quién mirar, sino a María, nacida del corazón de Dios para ejercer con perfección la libertad para el bien y la verdad?

Más eficaz que las súplicas de los profetas, que la ascesis y los ayunos de los justos, es el don de salvación que ha obtenido el mundo y cada uno de los hombres por tu gracia. Por eso, agradó al Rey tu hermosura, es decir, tu inmenso amor por los hombres, tu compasión, el inimitable cuidado de tu misericordia.

Aunque sean innumerables todas las demás virtudes -la santidad, la sabiduría, la fortaleza y cualquier otra virtud-, te distingues por la premura y la misericordia en la que imitaste a tu Hijo y a tu Dios...Verdaderamente tú excedes los límites de la naturaleza, no solamente por el modo de dar a luz, que superó toda la sabiduría humana, sino por tu premura, que también va más allá de la misma naturaleza...

Por ti hemos alcanzado la victoria sobre el pecado. Por ti ha florecido la virginidad entre los hombres. Por ti aprendemos la perseverancia en las buenas obras. Por ti se nos ha concedido la sabiduría, la humildad y el amor. Gracias a ti podemos salir victoriosos en todas las demás virtudes y de una manera más airosa de la forma en que habíamos caído.

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