jueves, 10 de noviembre de 2011

La dignidad del hombre:




Homilías de SAN LEÓN MAGNO



¡Despiértate, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu naturaleza! ¡Acuérdate que has sido creado a imagen de Dios, imagen que aunque corrompida en Adán, ha sido restaurada por Cristo! Usa como es menester de las criaturas visibles, del mismo modo que usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de las fuentes y de los ríos, y todo cuanto en ellos encuentres de bello y admirable refiérelo a la alabanza y a la gloria del Creador. No te entregues a este astro luminoso, en el cual se alegran los pájaros y las serpientes, las bestias salvajes y los animales domésticos, las moscas y los gusanos.

Déjense bañar tus sentidos por esta luz sensible y con todo el afecto de tu espíritu abraza esta luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, y de la cual dice el profeta: Volveos todos a Él, y seréis iluminados y no cubrirá el oprobio vuestros rostros. Si somos, pues, el templo de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros, lo que cada fiel lleva en su alma tiene más valor que lo que se admira en el cielo.

Aunque os damos estas exhortaciones y estos consejos, amadísimos, no es para que despreciéis las obras de Dios o para que penséis que en las cosas que Dios ha creado buenas puede haber algo contrario a la fe, sino para que uséis con mesura y razonablemente de toda la belleza de las criaturas y del ornato de este mundo, ya que, como dice el Apóstol, las cosas visibles son temporales, las invisibles son eternas.

Hemos nacido para la vida presente, pero hemos renacido para la vida futura; no nos entreguemos, pues, a los bienes temporales, sino apliquémonos a los eternos; y, a fin de que podamos contemplar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, consideremos, en el misterio mismo de la natividad del Señor, lo que la gracia divina ha conferido a nuestra naturaleza.

Escuchemos al Apóstol, que nos dice: Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con Él, el cual vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

(Homilía 7, 6; Migne, 7; BAC 291, 105-106)

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