viernes, 4 de noviembre de 2011

El pájaro atado a un cordel






El santo arzobispo Anselmo de Canterbury vio un día en un jardín, frontero al suyo, a un muchacho muy entretenido jugueteando con un pobre pájaro, al que retenía con un cordel atado a una pata.

De vez en cuando lanzábalo al aire; el pájaro creía estar ya libre y se remontaba gozoso; entonces el mozo tiraba de la cuerda y el animalito caía nuevamente a tierra. Y ese juego repetíalo una y otra vez, entre risas y algazara.

El Santo se afligió mucho de ver atormentar de aquella suerte a un inocente animalito.

Cuando he aquí que desatóse el nudo del cordel y el pájaro desapareció ligero en los aires, dejando al rapazuelo llorando y pataleando.

El Santo se holgó de aquel desenlace y reíase muy a su gusto. Como alguien le preguntara por los motivos de su alegría, San Anselmo refirió el suceso, añadiendo: "Mi satisfacción ha sido mucha, porque he creído ver en el pobre pajarito recobrando su libertad, un símbolo de lo que acontece con el alma cuando el sacerdote absuelve a un penitente; se desata de las garras del Maligno y vuela libre y gozosa en el aire puro del Bien."

Atendamos y consideremos las palabras de la absolución, que son riquísimas de sentido: "Ego te absolvo a peccatis tuis (“Yo te absuelvo de tus culpas”). ¿Qué mayor don se nos puede hacer? ¿Qué mayor maravilla puede darse? Las manchas que parecían indelebles, se esfuman y desaparecen; las cadenas con que el mal nos aprisionara, se aflojan, y al fin nos sentimos libres, puros y sin mácula. (Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona, 1940, pág. 131)

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