CONFORMACIÓN CON JESUCRISTO A TRAVÉS DE LA VIVENCIA AUTÉNTICA DE LA ASCESIS
Según la última carta de nuestro Abad General (Vida Común en Comunidad de Amor, 26 de Enero 2004), la ascesis era el modelo para presentar las formas monásticas, o disciplinas, hasta los años sesenta del siglo pasado. De acuerdo con esto, tendríamos que decir que me dispongo a hablar de un valor prácticamente trasnochado, algo así como que estoy comerciando con un producto que no está de moda…
La ascesis no es un valor caduco, anticuado, anacrónico, sigue siendo un valor actual y quizás más apreciado de lo que puede parecer. Es evidente que actualmente dentro de una escala de valores no iría a la cabecera de la lista, pero seguro que por lo menos sería mencionado. De no ser así, me atrevo a decir que es porque, más que hablado, es un valor vivido con mayor radicalidad, por quienes viven con “radicalidad”, y que impregna la vivencia de los valores humanos, cristianos, monásticos, logrando que sean aún más valiosos.
El término como tal es muy rico en contenido. En realidad es algo así como un abanico de posibilidades, de las que podemos echar mano según lo necesitemos; o, como la caja de herramientas de un carpintero que contiene todo tipo de instrumentos para trabajar en el diseño de una obra de arte; ora tendrá que usar del martillo, ora de una sierra, ora necesitará un clavo, etc, pero todo sirve para el mismo fin. Naturalmente no lo podemos abarcar todo. Lo que me importa es buscar la imagen más adecuada de la ascesis cristiana, sin dejar de lado el aspecto moral y humanístico. Y ésta, la ascesis cristiana, consigue toda su identidad en la participación del misterio de la cruz y de la muerte de Cristo.
Íntimamente unida a la fe en Cristo, la ascesis constituye una “tarea” de la que ningún creyente cristiano puede excusarse. La invitación de Jesucristo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mt. 6, 24), base de la ascesis cristiana, está dirigida a todos los discípulos… En consecuencia, no es una misión “exclusiva” de categorías especializadas, como por ejemplo las monjas cistercienses de la Congregación de San Bernardo, sino una vocación para toda la Iglesia, aunque la ascesis tenga “tipificaciones” diferentes, como lo es la ascesis típicamente monástica. Y dentro del monacato tendríamos que hablar de una forma típica de vivirla dentro del “Carisma Cisterciense”, tal como lo dice Vita Consecrata: Es necesario también tener presentes medios ascéticos típicos de la tradición espiritual y del propio Instituto. ( nº 38b).
En nuestra constitución nº 25, sobre la ascesis, encontramos el espíritu con el que hay que emplear los medios ascéticos: “Por eso la monja debe acogerse gustosamente y con espíritu de gozosa penitencia a los medios que para este fin emplea la Congregación. ¿Cuáles son estos medios?. Lo dice a continuación: el trabajo, la vida escondida, la pobreza voluntaria, las vigilias y los ayunos. Es cierto que son los que practicamos en nuestros Monasterios, aunque no todos con la misma intensida. Habría que preguntarnos si los practicamos “gustosamente” y “con espíritu de gozosa penitencia”…. Lo que sigue a continuación son iniciativas personales que me mueven a tener dicha actitud; al compartirlas espero que también para Vds sean causa de estimulo.
La ascesis, participación –Practicación- de la vida de Jesucristo.
Vista desde el Evangelio, o iluminada por él, la “práctica” de la ascesis tendría que ser una buena noticia, es una buena noticia, ya lo veremos.
Efectivamente, es una buena noticia ya que no se trata de una práctica cualquiera, se trata de “practicar” a una persona: Jesucristo, acontecimiento escatológico de salvación. Practicar la ascesis será entonces comenzar a participar del acontecimiento escatológico de nuestra salvación. Es, en cierta forma, una “práctica” del cielo; entrenarnos en las obras del Reino de Dios. Esta fue la ascesis de Jesucristo. Evidentemente la ascesis no es ningún fin, ninguna meta. La meta, el fin, es Él mismo: Jesucristo.
Este Jesús, con el que nos configura la ascesis, ha dicho que en el Reino se ceñirá, nos sentará a la mesa y nos servirá de uno en uno (cf Lc. 12, 37). En consecuencia, hay que decir que el cielo es algo dinámico. Nosotros, sin embargo, solemos comparar el cielo con algo así como el “descanso eterno”. No obstante, los grandes místicos han sabido intuir que el progreso del espíritu no acaba: también es eterno. Nunca dejaremos de desear ser transformados por Dios en Dios. Es la gran intuición de Gregorio de Nisa: “El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce.” (in cant
Hadewijch de Amberes, mística y poetisa del s.XII, nos viene a decir que es en el Reino de Dios donde se nos concederá practicar plenamente la gran obra del Amor. Será allí la plena participación en la Vida de Jesucristo, por lo que la práctica de la ascesis aquí, en esta vida, será comenzar a gustar la Vida eterna : “Los que desean y tienden a satisfacer a Dios con amor comienzan aquí la vida eterna, que es la de Dios mismo en la Eternidad. Pues el cielo y la tierra renuevan a cada instante el compromiso de ofrecerle amor con plenitud y corresponderle con la dignidad que le es propia, pero jamás lo consiguen perfectamente. Por eso, el hombre que ni descansa ni acepta consuelo extraño al Amor, sino el que le proporciona el esfuerzo de satisfacerlo a todas horas, comienza aquí la vida eterna. (Handewijch de Amberes Carta XII)
Por otro lado, tal ejercicio, típico de la fe, no significa fundamentalmente acción, compromiso o esfuerzo autónomo del hombre; responde, más bien, a la “urgencia” de operar una renovación que se adecue radicalmente a la acogida-obediencia de la fe. Practicar es, pues, fundamentalmente “practicar la propia muerte” o la propia pérdida, “llevando siempre y por doquier en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,10). La ascesis cristiana, no es el ejercicio de sí, sino el ejercicio de Otro para dejarnos identificar y conducir por Él.
En realidad, parece que me he contradicho en lo que digo. Por un lado he dicho que la ascesis es una “práctica del cielo”, y por otro “practicar la propia muerte”. ¿Cuál hay que elegir?. ¿Se trata de dos prácticas diferentes? ¿O se trata más bien de un solo proceso que necesita de ambas prácticas?. Es decir, ¿Se trata de “practicar” la muerte, para realizar la “práctica” del cielo?… Creo que no hay otra respuesta que la vida misma de Jesucristo: “Nunca hay que olvidar que el buen servicio y el sufrimiento del exilio aquí abajo son parte de la vida humana: lo mismo le correspondió a Jesucristo mientras vivió sobre la tierra… Él mismo se lo aseguró a una persona: donde está el Amor también están los grandes trabajos y las graves penas. Sin embargo, todo sufrimiento tiene su dulzura: quit amat non laborat, que cuando se ama no se siente la pena”. Más adelante continúa Hadewijch de Amberes, diciendo “Con la Humanidad de Dios, debes vivir tú aquí abajo, entre las labores y los dolores del exilio, y con la Divinidad eterna y todopoderosa, debes amar y alegrarte en tu interior con dulce abandono. El verdadero cumplimiento de estos dos aspectos reside en un solo y único goce”. (Carta VI).
Entonces, si el “objeto” de la “práctica” ascética de la monja es Cristo mismo, ésta equivaldrá entonces a “frecuentarlo”, “conocerlo” (Jn. 17,3), “seguirlo” (Mc 1,17) dejándonos modelar por Él (Rm 8,29), hasta compartir totalmente su destino: llevar su cruz (Mc 8,34); morir su muerte y resucitar su resurrección en el bautismo (Rm 6,3). Estos son los “auténticos”, irrenunciables e irrevocables ejercicios; esta es la verdadera ascesis de todo creyente cristiano. ¡No hay otra!.
Bien nos confirma la experiencia que la donación de la vida, es la que nos da más vida. Es verdad que el que pierde gana. Es más dichoso el que da que el que recibe. Esta es la Buena Noticia: Si luchamos, nos esforzamos, nos cansamos, por adelantar su Reino, en realidad no morimos: descansamos interiormente, crecemos espiritualmente, maduramos humanamente, renacemos internamente, revivimos plenamente de día en día hasta la última pascua, cuando pasemos de la muerte a la vida.
Podemos pues, llegar a formular una pequeña reflexión de acuerdo con nuestra experiencia que nos ha confirmado el párrafo de Hadewijch de Amberes que acabamos de leer: “la ascesis es un estilo de vivir, propio de la persona que ama y se ha sabido amada: de la que puede decir a Dios, con su dolor, su enfermedad, su fatiga, su cansancio por los demás, te amo, te amo más que a mí misma.”
Alguna vez, redactando este trabajo, he pensado en mi madre, y pensaba que si ella supiera que en estos momentos yo les estoy hablando de “ascesis”, lo primero que haría sería preguntarme qué significa eso. Al explicarle en términos humanos lo que es, seguro que me diría: “hija, quítate de allí; la que tengo que hablar de ascesis soy yo”.
Esto lo descubrí un día en la oración. Me preguntaba qué era lo que hacía a mi madre levantarse tan temprano, dejar preparada muchas cosas antes de irse a trabajar, llegar a casa cansada y seguir muchas veces trabajando, sacar tiempo para ir a la Iglesia, etc, etc. Y lógicamente llegué a la conclusión que porque nos amaba. Porque nos amaba, no le importaba sacrificarse por mí y por mi familia, claro, no era yo sola. Pero este sacrificarse, esforzarse, ir dejando la vida, era una forma de decirnos “las amo”, aunque muy pocas veces lo dijera con la boca, ella lo practicaba y con su ejemplo me ha enseñado lo que es amar.
Bien, perdón por el desvío, pero es para ver que la ascesis es lo propio del amor, de la persona que ama. Por eso es lo propio de Dios, por eso podemos hablar de Jesucristo como el gran asceta, no en sentido moralista, sino como el que ha llevado la ascesis a su plena validez: Él fue el gran perdedor y el gran donante. Él nos lo dio todo, nos dio su vida, hasta la última gota de sangre. Él se hizo pan y se dejo comer. Él nos ha dicho en la cruz a cada una de nosotras “te amo”, “te amo más que a mí mismo”.
Ascesis y Mística en Marta y María.
Podemos leer las figuras de Marta y María como las de un verdadero progreso en el espíritu, a través de la ascesis física y espiritual, hasta llegar a la plena identificación con la suerte del Maestro.
La interpretación es un tanto personal, por lo que pido disculpas anticipadas por cualquier fallo. Son más bien intuiciones, desde mi propia experiencia, que comparto ahora con Vds.
Marta y María, son Marta y María, dos personas distintas que nos dejan un solo Mensaje, mensaje con mayúscula, Jesucristo.
Veamos el crecimiento de Marta. Según Lc.10 (v.39ss) Marta es quien invita a Jesús a su casa, es quien decide cómo atenderlo, qué hay que hacer para recibirlo; se “esfuerza” por preparar una cantidad de detalles que el “Huésped” no ha pedido. En el texto se dice que: “Marta estaba atareada en muchos quehaceres”. ¿Sabía ella misma qué era lo que estaba haciendo, o hacía sin saber lo que hacía? ¿Cuántas vueltas daría, quizá para hacer mil veces la mismas cosas? ¿Serviría lo que hacía?. Marta daba pero no se daba. Su queja denota su insatisfacción: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?”. Sorprende la confianza de Marta para “reclamar” a Jesús lo que ella misma ha montado. Pero, nos revela también su ignorancia respecto al Maestro. Marta, ciertamente, quedó cariñosamente mal parada. La réplica de Jesús: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor de una sola…”, son una voz del Maestro que le obligan a detenerse también espiritualmente. El estrés le había obligado a dejar sus tareas para pararse físicamente frente a Jesús. Ahora es Jesús quien le llama a detenerse interiormente, a volverse hacia Él: Él es la mejor parte. Marta, no ha caído en la cuenta que en su casa hay “Uno” que desea ser acogido en el corazón. Quizá, en la réplica de Jesús resuenen aquellas palabras del Cantar de los Cantares: “Si alguien ofreciera los bienes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio”. (Ct.8,7)
Marta tuvo que reencontrarse a la luz de esta Palabra y reencontrar de esta forma el sentido de su esfuerzo, con ello nos iluminó también la verdadera ascesis cristiana. Sólo más tarde, en vísperas de la última cena, se nos dirá que Marta “servía” (cf. Jn. 12,2). Reconciliada con el servicio, Marta prefigura al Servidor de todos, el que dijo “yo he venido a servir y no a ser servido”. El itinerario de Marta, su proceso ascético, pasa por el diálogo personal con Jesús en el episodio de la resurrección de Lázaro (Jn.11, 1-43) y culmina en el servicio gratuito y testimonial, antes de la Pascua del Señor.
Vamos ahora con María. Ella también hace un proceso ascético. Sentada a los pies de Jesús, supo reconocer que el “Visitante” era el que servía: servia su Palabra. Ella supo intuir que el “Huésped” quería ser acogido, no sólo atendido. Conocía al Maestro. Se reconocía en Jesús y en lo que Él le decía; sabía que si algo necesitaba Él lo pediría. Su ascesis se centraba en la escucha, atenta a lo que Él decía. Le bastaría un gesto de necesidad de Jesús para levantarse rápidamente y atenderlo. De hecho es la reacción de ella cuando, en el pasaje de la resurrección de su hermano Lázaro, Marta le dice al oído: “el Maestro está ahí y te llama”. Ella en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente (Jn 11, 29s). Experta en escuchar la voz del Maestro, a través de la ascesis espiritual, corre a su encuentro. María, también hace un recorrido hasta llegar a la plena identificación con la misión de Jesús. Paradójicamente, su ascesis espiritual termina también en el servicio gratuito y testimonial en vísperas de la última cena. Mientras Marta sirve, ella presta otro servicio, lejos de ser mera pasividad es una acción dinámica: Ungir los pies de Jesús.
Así, ambas hermanas, quedan reconciliadas en la plena identificación con la misión del Maestro, ambas prestan un único servicio: anticipar la Pascua de Jesús. Su ascesis, tanto física como espiritual, es una sola y culmina en la plena comunión con el Misterio de Jesucristo, único Maestro y Señor. Ambas se convierten para nosotras en un solo programa de vida ascético-místico, o si se quiere ascético y místico.
Con esto ya podemos formular otra reflexión: No se trata de separar ascesis y mística. Se trata de reconciliar a ambas. No se llega a una experiencia mística sin haber recorrido un camino ascético, largo y cansado, tiene que ser así. Pero no se puede perseverar en un largo camino ascético, si éste no es ya una forma de estar unidos al misterio pascual de Jesucristo.
Con lo dicho ya podemos formular otras dos reflexiones: La ascesis cristiana y monástica, para ser tal, debe partir de una visión positiva y valiosa del ser humano, cuerpo y alma debe además, conducir a la restauración de nuestra verdadera imagen de Dios; o dicho de otro modo: La ascesis cristiana y monástica, auténtica, debe ayudarnos a crecer como personas humanas y divinas, a plenificar nuestro ser como mujeres llenas de espíritu, y no a destruir nuestra condición humana y sexuada, ya que de esta forma impedimos también nuestro propio crecimiento espiritual. Sería lamentable que después de haber recorrido el camino ascético nuestro corazón en lugar de haberse ablandado y rejuvenecido, terminara endureciéndose y cerrándose a la gracia de Dios que sopla de tan diversas formas.
Necesidad de una visión sanadora de la ascesis
Los primeros padres del desierto ponen en vela contra la ascesis exagerada, que sin prestar atención a las propias limitaciones, quisiera someter a la fuerza al propio cuerpo. La Abadesa Sinclética, advertía: “Hay una ascesis exagerada que es del demonio, ya que también sus discípulos la practican. ¿Cómo podremos, pues, distinguir la ascesis divina y auténtica de la tiránica y demoníaca?. Claramente a través de la medida.” (Apo. 906)
La antropología cisterciense acentúa con fuerza la interacción del cuerpo y el alma. Los ejercicios de uno y otra son calificados como corporales y espirituales, exteriores e interiores. Lo hemos visto en Marta y María. San Bernardo en la Apología da la primacía a lo espiritual, citando a San Pablo: “Los ejercicios corporales sirven de muy poco, la piedad en cambio sirve para todo” (1ª Tim 4,8)
Con esto no estoy queriendo decir que no haya que dar importancia a la ascesis corporal. San Bernardo después de insistir en que el más santo no es el más cansado, afirma también la necesidad de la ascesis física: “las realidades espirituales, aunque sean de orden superior, apenas se pueden conseguir, ni conservar sin la ayuda del esfuerzo corporal, el mejor será aquel que discreta y oportunamente (discrete et congrue) se ejercita en unos y otros.”
Es preciso que las obras de las ascesis corporal se transformen en vino y este vino es la caridad…, dice Bernardo de Claraval. El temor se cambia en amor. El agua de la ascesis se convierte en vino místico, ya que animada por el fervor del amor, se realiza en ella, en el agua que es la ascesis, la unión con Dios. Se da una metamorfosis, es decir, cambio de forma, reforma, conversión.
Quizá esta concepción de la ascesis se acerque más a nuestra forma actual de vivirla: conducirnos a una mayor caridad. Un autor de nuestro tiempo dice así: “La abnegación cristiana, elemento constitutivo de la ascesis, debe desembocar en la comunión, en la participación de todos en la misma mesa, en la fraternidad… Lo más propio del cristiano es el amor. Como Cristo nos amó. Este será el verdadero test de la abnegación –ascesis- cristiana: ¿Conduce a una mayor caridad?”
Vamos a ver esto en una gran mística del movimiento de las Beguinas, muy cercana al movimiento cisterciense.
La ascesis en los ejercicios de Gertrudis de Helfta
Me detengo en Gertrudis porque tiene una visión muy equilibrada de las ascesis y se puede convertir en motivante para nosotras que vislumbramos la necesidad de la ascesis para llegar a una vivencia mística, sólo así podremos responder a nuestro mundo: generación cansada de fatigarse sin sentido.
Para ella, para Gertrudis, la ascesis no es nunca un autocastigo, sino una renuncia a sí misma, que está implicando “vivir” para convertirse: su visión es positiva cristológica y cristocéntrica. La experiencia de Gertrudis gira en torno a la persona de Jesús y el corazón de Cristo, es decir, la naturaleza humana de Jesús, Hijo de Dios. En su concepción de la ascesis pone el acento en el poder de la Ternura (pietas) divina –Amor- para transformar al ser humano, así lo pide en el ejercicio II:
“¡Ah!, que mi alma elija no saber nada fuera de ti
y que, bajo la disciplina de tu gracia,
instruida por la unión en la escuela del amor,
mis progresos sean grandes, rápidos, intensos…”
Siendo la acción de la persona la de acoger “activamente” la gracia de Dios que es la que hace todo…Es pues el amor quien despierta al alma:
“¿Hasta cuando esperará a que tú le ames?
Te ha comprado por un grandísimo precio a ti y a tu amor
Te ha preferido a su propio honor,
te ha amado más que a su noble cuerpo
Por eso,
ese dulce amor, esa suave caridad, ese amante fiel,
exige de ti un amor recíproco…
apresúrate a darle tu elección.(Ejercicio III)
Gertrudis ha superado el miedo que paraliza, no puede existir miedo a Dios, y por lo tanto tampoco al adversario. Si unimos nuestra voluntad a la voluntad divina, Dios combatirá por nosotros y alcanzaremos la victoria, es el mensaje de Gertrudis:
Quienes en este mundo aguantan pruebas,
saben qué cobijo les has preparado en tu paz,
para defenderles contra la lluvia,
¡Ah!, ahora mira y ve mi combate;
adiestra mis dedos para la batalla.(EjercicioV)
La ascesis en esta mujer religiosa, no debe estar dirigida a extirpar las pasiones en el ser humano, sino a ordenarlas.
“Haz que mi alma vaya hacia ti
como una digna esposa,
de modo que mi vida esté ordenada en tu amor.”(Ejercicio VI)
Pero, el orden de las pasiones, para Gertrudis, se va realizando poco a poco; sólo después de agotar las fuerzas en el servicio se puede penetrar en las profundidades íntimas, deliciosas y luminosas de la Santísima Trinidad.
Creo que en el pensamiento ascético de Gertrudis, podemos resumir todo lo que hemos dicho sobre nuestro tema:
1. Siguiendo a otros autores de su tiempo piensa que no es fácil obtener el equilibrio entre sensibilidad afectiva y razón, la ascesis juega un papel muy importante para llegar a dicho equilibrio.
2. Rechaza un ser sin pasiones porque Jesucristo nunca predicó la impasibilidad ni la poseyó, incluso en una visión le dice: “Yo mismo, mientras viví en la tierra, experimenté el dolor de las pasiones, en esto Gertrudis se me parece”. ¡Bendito parecido!. ¡Nos alienta en nuestro camino!. La vida de las pasiones en vez de turbar la vida de unión debe servirla y enriquecerla.
3. Para ella, para Gertrudis es muy importante no separar, aislar, la ascesis de la mística.
4. Llega a considerar la ascesis como una forma de unión cuando la justifica como participación en la misma ascesis de Cristo.
5. Finalmente, la ascesis sólo tiene sentido si conduce a la plenitud del Amor-Ternura.
CONCLUSIÓN
Necesitamos recuperar una visión positiva de la ascesis, no como camino de salvación; nos salva el Señor por pura gracia, pero sí como camino para “dejarnos” salvar gratuitamente y nos conduzca a la plena identificación con el Misterio de Cristo: Amar tan apasionadamente la Vida, que no temamos la muerte.
De todas formas, creo que, tal como dijo Karl Ranner, el s. XXI será un siglo místico o no será; y como hemos visto, ascesis y mística no pueden ir separadas, entonces, seguro que será la mística quien resucite a la ascesis y le dé su verdadero sentido cristiano: la comunión con Cristo y los hermanos. ¿Cómo se tendría que vivir esto en nuestras comunidades?. Termino por donde comencé, con unas palabras de la última carta circular de Dom Bernardo:
o Siendo comunidades de personas valiosas: por ser cada uno capaz de dar amor y recibir amor, a imagen y semejanza del mismo Dios
o Siendo comunidades que valoran las observancias vivificadas por una visión común: como medios adecuados para la unión con Dios y con los hermanos.
o Siendo comunidades que consideran el doble precepto del amor como el supremo valor que crea comunión pues permite que Cristo habite en y entre nosotros.
Con Gertrudis pidamos la gracia de la ascesis a fin de llegar, como ella, a la plena comunión con Jesucristo, la unión mística que tanto ansía nuestro corazón:
Que todas mis fuerzas estén tan próximas a tu amor,
y mis sentidos tan establecidos y afirmados en ti,
que a pesar de mi débil sexo,
alcance por el vigor de mi alma y un espíritu viril
ese tipo de amor que lleva al lecho de la cámara interior,
para unirme perfectamente a ti.
Ahora, oh amor, retenme y poséeme, como posesión tuya,
pues fuera de ti ya no tengo ni espíritu ni alma.
Amén. (Ejercicio V)
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