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viernes, 28 de octubre de 2011

Venid y veréis: la alegría del primer encuentro con Cristo



Un pasaje paradigmático, que se repite en tantas existencias, es el encuentro primero con el Señor. Juan y Andrés seguían a Cristo de lejos. Primera pregunta: ¿Qué buscáis? ¡Casi nada! ¿Qué busca el corazón? ¡El corazón busca la Verdad, busca aquello para lo que ha sido creado, busca la respuesta a la exigencia más honda de su corazón, la sed! "Venid y veréis". Realizaron la experiencia de estar con Cristo, dejar que Él hablara y que sus corazones empezaran a vislumbrar con estupor que Aquél con quien estaban pronunciaba palabras que correspondía a la verdad de su vida y a la sed de su corazón. Se sintieron amados como nunca antes. Y aquel encuentro les cambió la vida.

"La belleza de este tiempo está en el hecho de que nos invita a vivir nuestra vida ordinaria como un itinerario de santidad, es decir, de fe y de amistad con Jesús, continuamente descubierto y redescubierto como Maestro y Señor, camino, verdad y vida del hombre. Es lo que nos sugiere, en la liturgia de hoy, el evangelio de san Juan, presentándonos el primer encuentro entre Jesús y algunos de los que se convertirían en sus apóstoles. Eran discípulos de Juan Bautista, y fue precisamente él quien los dirigió a Jesús, cuando, después del bautismo en el Jordán, lo señaló como "el Cordero de Dios" (Jn 1, 36). Entonces, dos de sus discípulos siguieron al Mesías, el cual les preguntó: "¿Qué buscáis?". Los dos le preguntaron: "Maestro, ¿dónde vives?". Y Jesús les respondió: "Venid y lo veréis", es decir, los invitó a seguirlo y a estar un poco con él. Quedaron tan impresionados durante las pocas horas transcurridas con Jesús, que inmediatamente uno de ellos, Andrés, habló de él a su hermano Simón, diciéndole: "Hemos encontrado al Mesías". He aquí dos palabras singularmente significativas: "buscar" y "encontrar".

Podemos considerar estos dos verbos de la página evangélica de hoy y sacar una indicación fundamental para el nuevo año, que queremos que sea un tiempo para renovar nuestro camino espiritual con Jesús, con la alegría de buscarlo y encontrarlo incesantemente. En efecto, la alegría más auténtica está en la relación con él, encontrado, seguido, conocido y amado, gracias a una continua tensión de la mente y del corazón. Ser discípulo de Cristo: esto basta al cristiano. La amistad con el Maestro proporciona al alma paz profunda y serenidad incluso en los momentos oscuros y en las pruebas más arduas. Cuando la fe afronta noches oscuras, en las que no se "siente" y no se "ve" la presencia de Dios, la amistad de Jesús garantiza que, en realidad, nada puede separarnos de su amor (cf. Rm 8, 39).

Buscar y encontrar a Cristo, manantial inagotable de verdad y de vida: la palabra de Dios nos invita a reanudar, al inicio de un nuevo año, este camino de fe que nunca concluye. "Maestro, ¿dónde vives?", preguntamos también nosotros a Jesús, y él nos responde: "Venid y lo veréis".
Para el creyente es siempre una búsqueda incesante y un nuevo descubrimiento, porque Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, pero nosotros, el mundo, la historia, no somos nunca los mismos, y él viene a nuestro encuentro para donarnos su comunión y la plenitud de la vida" (Benedicto XVI, Ángelus, 15-enero-2006).

La gracia de ese encuentro inicial se sigue repitiendo hoy.

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