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viernes, 28 de octubre de 2011

San Bernardo: algunos textos sabrosos



San Bernardo es para mí un doctor muy querido; la lectura de sus escritos, desde ya hace bastantes años, han sido una ayuda para la meditación, mejor, para la contemplación sosegada. Algunos de sus textos pueden acompañarnos hoy y saborearlos ante el Sagrario disfrutando de la contemplación del Corazón de Cristo.

1. El refugio seguro son las llagas gloriosas del Resucitado; la grieta de la roca –que dice el Cantar de los cantares y algunos salmos- son el costado traspasado de Cristo. Todo descanso se nos ofrece en esas benditas llagas.

¿Dónde podrá encontrar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con plena seguridad, porque sé que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me tiende asechanzas; pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre roca firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz acordándome de las llagas del Salvador. Él, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo de este remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia por maligna que sea.
Por eso se equivocó aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para merecer el perdón. No podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor. Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia entre los huecos por los que fluye. Agujerearon sus manos y pies, atravesaron su costado con una lanza. Y a través de esas hendiduras puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.
Sus designios eran designios de paz y yo lo ignoraba. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en llave que me ha descubierto la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esa hendidura? Tanto el clavo como las llagas proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Una lanza atravesó su alma hasta cerca del corazón. Ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades. Las heridas que recibió su cuerpo nos descubren los secretos de su corazón; nos permiten contemplar el gran misterio de compasión, la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Por qué no hemos de admitir que las llagas nos dejan ver esas entrañas? No tenemos otro medio más claro que tus llagas para comprender, Señor, que tú eres bueno y clemente, rico en misericordia. Porque no hay amor más grande que dar la vida por los consagrados y por los condenados.
Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No puedo ser pobre en méritos si él es rico en misericordia. Y si la misericordia del Señor es grande, muchos serán mis méritos. ¿Pero si soy consciente de mis pecados que son muchos? Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia. Y si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor... Estas son las riquezas que reservas para mí en los huecos de la peña” (In Cant., 61,4-5).

2. El dulce nombre de Jesús es la esperanza del hombre, la certeza de su salvación. Nada podríamos por nosotros mismos, con Él lo podemos todo... y adonde nosotros no llegamos, Cristo suple sobradamente.

“¡Qué maravilla! Nadie ha callado este dulce nombre, pues yo lo necesitaba mucho. De lo contrario, ¿qué haría al saber que viene el Señor? ¿No me escondería como Adán, que en vano evitó el encuentro? ¿No me desesperaría al oír que llega por haber violado sus leyes, abusado de su paciencia, ingrato a sus beneficios? ¿Qué consuelo mayor podía encontrar fuera de esta dulce palabra, de este nombre reconfortante? Por eso, él mismo dice que no viene a condenar al mundo, sino a salvarlo. Ahora me acerco confiadamente a él y le suplico esperanzado. ¿Qué voy a temer cuando el Salvador viene a mi casa? Contra él sólo pequé. Quedará perdonado cuanto él perdone, pues puede hacer lo que quiera. Dios es quien salva; ¿quién puede condenar? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Por eso debemos alegrarnos, porque viene a nuestra casa; ahora será fácil alcanzar el perdón...
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lo que me falta a mí, Señor, lo suplo contigo. ¡Oh dulcísima reconciliación! ¡Oh satisfacción suavísima! ¡Oh reconciliación tan fácil como utilísima, satisfacción sencilla pero nada despreciable!” (Serm. 1 en la Epifanía del Señor, nn. 3-4).


3. El nombre de Jesús –la Persona de Cristo- es dulzura y consuelo. Repetir su nombre en la oración infunde valor, esperanza y serenidad, expulsando todos los demonios interiores. ¡Es que en Jesús lo tenemos todo!

“Mas el nombre de Jesús no es sólo luz, también es alimento. ¿No te sientes reconfortado siempre que lo recuerdas? ¿Hay algo que sacie tanto el espíritu del que lo medita? ¿O qué puede reparar tanto las fuerzas perdidas, fortalecer las virtudes, incrementar los hábitos buenos y honestos, fomentar los afectos castos? Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribas me sabrá a nada, si no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón” (In Cant., Serm. 15,6).

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