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jueves, 29 de septiembre de 2011

Lanuino, Beato


Monje, 11 de abril
Lanuino, Beato
Lanuino, Beato

Monje

Martirologio Romano: En Calabria, Italia, beato Lanuino, que fue compañero de san Bruno y sucesor suyo, insigne intérprete del espíritu del fundador en las instituciones y monasterios de la Cartuja. ( 1119)

Fecha de beatificación: Culto confirmado el 4 de febrero de 1893 por el Papa León XIII.
Lanuino era hijo de una familia oriunda de Normandía (Francia), ignorándose más detalles de su vida anterior al año de 1087, fecha en que parece ser vino a solicitar su ingreso en Chartreuse, atraído por la gran fama de santidad de que gozaban Maestro Bruno y sus compañeros. Varón letrado, de exquisita prudencia y de muy grande integridad en las costumbres, atrájose desde el comienzo de su vida monástica el afecto y la admiración de todos, que veían en él un fiel discípulo de Maestro Bruno, que le distinguía con particular amor y consideración. Dos años más tarde, habiendo sido llamado a Roma San Bruno por su antiguo discípulo el Papa Urbano II, para ser ocupado en los asuntos de la Cristiandad, siguiéronle varios de los suyos, entre ellos Lanuino, el cual «por haber pasado casi toda su vida anterior en la Ciudad Eterna, y aplicándose en ella a los estudios literarios y morales, con tanto éxito que se le tenía como uno de los más sabios», fue para San Bruno una ayuda incomparable, hasta el punto de parecer que nada importante quiso hacer allí Bruno sin este auxiliar, a quien estimaba en sumo grado. Feliz de poder en cierto modo eludir su responsabilidad y el lucimiento de su propia actuación, se complacía en ver el crédito que su discípulo tenía con todos, y encontró en él una preciosa ayuda en sus entrevistas con los Príncipes Normandos, que estaban encantados de encontrar uno de su raza, tan eximio en letras y en virtud.

Establecidos en aquella relativa soledad de las Termas de Diocleciano, que les cedió el Papa, hicieron un ensayo de vida monástica, mientras su santo Fundador, aún después de haber rehusado el Episcopado de Reggio, con el que le instaban, se veía precisado a permanecer al lado del Pontífice. Pero pronto comprendieron que el ruido de la Ciudad, junto con las frecuentes molestias que les irrogaba el Antipapa, no eran ambiente a propósito para la vida de recogimiento y de oración; y entonces, por consejo de San Bruno, emprendieron el retorno a la Grande Chartreuse, presididos por Landuino (no Lanuino), que por lo mismo vino a ser el segundo Prior de la Casa Madre. Otros empero, no consintieron en separarse de nuestro Padre, y se quedaron formando con él una pequeña comunidad monástica. Entre estos se contaba Lanuino. Con ocasión de un viaje que la Corte Pontificia emprendió por el sur de Italia, se le presentó a San Bruno buena ocasión de obtener para los suyos un lugar adecuado a su género de vida. Encontrólo en La Torre, de los dominios del Conde Roger, en Calabria.

Dejó allí Maestro Bruno a Lanuino de Superior, mientras él acompañaba al Papa y ayudaba a la preparación del Concilio de Plasencia. Sólo después de éste, cuando en 1095 pasó el Pontífice a Francia, obtuvo San Bruno el anhelado premiso de retirarse a su amada soledad de Calabria. Ya a partir de este momento, y hasta la muerte de nuestro Santo, apenas hay documento eclesiástico o civil en que se hable de él sin mencionar también a su compañero Lanuino; siempre se los encuentra juntos a padre e hijo, maestro y discípulo.

En 1097 construyóse la Casa de San Esteban, al estilo de Casa Inferior, pero con la particularidad de que en ella, además de las Obediencias y del gobierno de las cosas materiales, había también una pequeña comunidad de monjes, integrada por aquellos que, a consecuencia de sus años, o de achaques de enfermedad, no podían seguir en todo la observancia del Yermo de Santa María; siendo nombrado para presidirla, en calidad de Prior y Procurador, nuestro Lanuino.

En 1098 acudió nuestro Beato, en compañía de San Bruno, a Esquilache, donde se encontraba Urbano II, para revalidar los títulos de la donación del Conde Roger, y obtuvieron la exención de la autoridad de los Obispos; siendo de notar que en la bula de la citada confirmación les llama el Papa «Muy queridos y venerados hijos Bruno y Lanuino». Juntos también, asistieron a la muerte del Conde Roger.

Estando Pascual II en Mileto, acudió allí Lanuino y alcanzó de él la aprobación de todas las posesiones recibidas.

Muerto San Bruno el 6 de octubre del 1101, hubo alguna división de pareceres entre sus hijos, en relación con la sucesión, pues algunos querían que Lanuino continuase al frente de San Esteban, y se eligiese otro para Santa María de la Torre; o que, si Lanuino pasaba a ésta, se le diese a San Esteban otro Prior; pero la mayor y mejor parte opinaban que era Lanuino, como tan unido e identificado con San Bruno, el que debía ser elegido como Prior de ambas casas; y este fue el parecer que triunfó. En efecto, en la elección canónica que por delegación del Papa vino a presidir un Obispo, fue designado Lanuino, como tal, por unanimidad, y todos le prestaron obediencia. Escribióle por ello Pascual II, diciéndole: «Lo que tanto deseábamos, y con vehemente deseo esperábamos, ya ha sucedido. Por nuestro hermano R. Albano, Obispo, nos hemos enterado de que la paz se ha restablecido entre vosotros, y que habéis sucedido al Maestro Bruno, de santa memoria. Tened el mismo celo austero por la disciplina eremítica, la misma constancia, la misma gravedad de costumbres. Todo cuanto su sabiduría y piedad merecieron en cuanto a autoridad y favor de la Sede Apostólica, os lo concedemos a Vos, si os acompaña su espíritu; y os mandamos que vengáis la próxima Cuaresma, para hablar de viva voz cosas íntimas del corazón».

Conocido por su reputación de santidad y prudencia, ya Urbano II había confiado a nuestro Beato una importante misión en Salerno; y Pascual II confió en él más aún que su antecesor; y así, en 1102, lo llamó a Roma para que asistiera al Concilio, y en los años siguientes lo honró con muchas delegaciones, muy delicadas, como la de hacer elegir Obispo a los canónigos de Mileto, y en caso de que no hiciesen, hacerlo él mismo; y la de deponer al Abad de Santa Eufemia, y de excomulgarlo si se resistía, y de poner un nuevo Abad, etc.

El siervo de Dios desempeñó tan bien estas misiones, que en 1104 le escribía el Papa felicitándolo calurosamente por ello y nombrándolo Visitador general de todos los Monasterios de la Provincia, diciéndole entre otras cosas: «La santidad, la sinceridad y el celo religioso de que habéis dado pruebas en la reforma de iglesias y monasterios, nos hacen fuerza a estimaros y a elevar acciones de gracias al Todopoderoso. Nos, pues, al alegrarnos de vuestra piedad y confiar plenamente en vuestro fervor, hijo amadísimo, os exhortamos y obligamos a tomar a vuestro cargo el cuidado de los monasterios de nuestra jurisdicción, que están en vuestra vecindad. Examinad lo que en ellos haya contrario a la disciplina monástica, y esforzaos en reformar todos los abusos con gran moderación y discreción. No descuidéis el castigar aquellos que hasta el presente no se han comportado del modo debido. También os ordenamos que os entrevistéis con el Obispo de Mileto y tratéis fraternalmente con él de las cuestiones que tiene con los monjes de Santangelo».

Claramente se ve cómo Pascual II ponía al Beato Lanuino en el mismo rango que los Obispos, e incluso lo constituía árbitro de las cuestiones que pudieran ellos tener con los religiosos. Algunos años más tarde, en 1113, otorgó al santo Prior de Calabria el poder de excomulgar a los laicos que habían violado las posesiones de su monasterio; y es de notar que en su última carta Pascual II no le llama «su hijo», sino «su hermano», título reservado ordinariamente para los Obispos, por los Pontífices. En la última fecha citada asistió al Concilio de Benevento.

Tantas y tales ocupaciones exteriores no impidieron a nuestro Beato su recogimiento y alto don de contemplación. Solía decir afligido, que lo exterior se le imponía como penitencia, mientras que en la soledad le era dado gustar cuán suave es el Señor. Tornando tan pronto como podía al silencio de su desierto, daba en él ejemplo a sus religiosos de las más austeras virtudes y de la más perfecta fidelidad a las observancias monásticas, haciendo con ello florecer el yermo en todo género de santidad. Era admirable sobre todo su dulzura. Atraído el pueblo por su fama, acudía a él, y nadie se marchaba de su lado, que no fuese con la sonrisa en los labios y lleno de consuelo. Su bondad era tan notoria que Pascual II se juzgó en el caso de deber advertirle no permitiese excesos de nadie en relación con la misma: «Nadie abuse de tu bondad» (Anales, I, pág. 153). En esto hay, sin duda, una alusión a ciertos conflictos suscitados por algunos religiosos que, pretextando oraciones y ayunos, descuidaban el ejercicio de la caridad; por esto en otra de las cartas de dicho Pontífice a la Comunidad de Calabria, se lee: «No queráis presumir de ayunos y oraciones; buscad a Dios, que es caridad. El Dios de la paz y del amor permanezca siempre con vosotros».

Con la aprobación del Sumo Pontífice fundó Lanuino en 1114 un nuevo monasterio, llamado de Santiago de Montauro, para reunir en él a los novicios que después de la probación hubieran reconocido que nuestra Regla estaba por encima de sus fuerzas, y experimentado la necesidad de un estado monástico en el que la vida conventual encontrase mayor cabida. Y al poco tiempo obtuvo permiso del Papa para formar en él a todos los novicios, y sólo los que eran juzgados aptos para sobrellevar todo el rigor de la vida eremítica, pasaban a Santa María de la Torre. Después de haber gobernado los tres monasterios hasta el fin, y de haber sido por su doctrina, celo y vigilancia, por su ternura paternal, y por su caridad para con todos, el mejor y más fiel imitador de San Bruno, murió el Beato Lanuino, cargado de méritos, el 11 de abril de 1120, dejando una gran reputación de santidad. Ni después de muerto se separó de su amado Padre, al que había estado en vida tan ligado; y así compartió con él la misma tumba y los honores de un mismo culto; siendo esto buena prueba del elevado juicio que sobre su muerte, al igual que sobre su vida, se habían hecho sus contemporáneos: a sus ojos era evidentemente un santo.

El Sumo Pontífice León XIII, por decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, del 4 de febrero de 1893, se dignó confirmar el culto otorgado a nuestro Beato desde tiempo inmemorial; y el día 27 de junio del mismo año autorizaba el Oficio, la Misa y el elogio del Martirologio, para la diócesis de Esquilache, y concedía también a la Orden, su Oficio y Misa. La Orden, a su vez, publicó estos decretos el 17 de noviembre del expresado año 1893, y el Capítulo General del año siguiente mandó que la fiesta del Beato Lanuino se celebrase en todas las Casas el 11 de abril con Oficio de XII lecciones del Común de Conf. no Pontífices y Misa con oración propia. Recientemente su fiesta se ha trasladado al 13 de octubre.

ORACIÓN
Señor, tu hiciste al beato Lanuino compañero
de nuestro Padre San Bruno en la vida solitaria;
concédenos, por los méritos de entrambos,
alcanzar los bienes eternos del cielo.
Por N.S.JC.

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