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viernes, 9 de septiembre de 2011

EL ALMA




La sustancia espiritual e inmortal del hombre que anima a su cuerpo.

El alma esta naturalmente ordenada hacia el cuerpo. Separada de el, está incompleta. Decimos que el alma es "simple" porque no tiene componentes. Pero si tiene "accidentes".

En la Sagrada Escritura el término "alma" se refiere a:
-L
a vida humana (cf Mt 16,25-26; Jn 15,13)
-A toda persona humana (cf Hech 2,41).
-Lo más íntimo del hombre (cf Mt 26,38; Jn 12,27)
-Lo mas valioso en el hombre (cf Mt 10,28; 2 Mac 6,30)
-Aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: «alma» significa el principio espiritual en el hombre (Catecismo.I.C. 363).

El alma y el cuerpo: una naturaleza

La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la «forma» del cuerpo (cf. Cc. De Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza (Cat.I.C. 365).

Cada alma es creada directamente por Dios

Dios interviene directamente en el momento de la concepción de cada ser humano creando un alma inmortal (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8). El alma, por lo tanto, no es «producida» por los padres. Es inmortal (cf. Cc. De Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte y esta destinada a unirse de nuevo con el cuerpo en la resurrección final (cf Cat.I.C. 366).

El alma le da al hombre acceso a Dios

El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas percibe signos de su alma espiritual. La «semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia» (GS 18,1; cf. 14,2), su alma no puede tener origen más que en Dios (Cat.I.C. 33).

ALMA DE LA IGLESIA

Es el Espíritu Santo, que une a todos los miembros de la Iglesia con Cristo, su Cabeza, y entre sí. Es el principio de su acción vital mediante la caridad, los sacramentos, las gracias y los carismas.

«Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia» (San Agustín, serm. 267,4). «A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse tambien el que todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros» (Pío XII, Mystici Corporis: DS 3808). El Espíritu Santo hace de la Iglesia "el Templo de Dios vivo" (2 Cor 6,16;cf 1Cor 3,16-17;Ef 2,21): (Cat.I.C. 797).

El Espíritu Santo: principio de toda acción vital y saludable del cuerpo

El Espíritu Santo es «el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo» (Pío XII, Mystici Corporis: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad (cf. Ef 4,16): por la Palabra de Dios, «que tiene el poder de construir el edificio» (Hech 20,32); por el Bautismo, mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,13); por los sacramentos, que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por «la gracia concedida a los apóstoles, que «entre estos dones destaca» (LG 7); por las virtudes, que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas «carismas»], mediante las cuales los fieles quedan «preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia» (LG 12; cf. AA 3) (Cat.I.C. 798).


Preguntas

¿Cuando crea Dios el alma de cada persona?

Respuesta:

Dios interviene directamente en el momento de la concepción de cada ser humano creando un alma inmortal
(cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, SPF 8). El alma, por lo tanto, no es «producida» por los padres. Es inmortal (cf. Cc. De Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte y esta destinada a unirse de nuevo con el cuerpo en la resurrección final (cf Cat.I.C. 366).

Los protestantes en general aceptan esta doctrina. Los Mormones, por el contrario, creen en la pre-existencia del alma, aunque no existe referencia Bíblica que apoye su creencia.

La Biblia no dice explícitamente cuando Dios crea el alma pero lo podemos deducir:

Dios creó al hombre dándole vida. Génesis 2,7: Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.

Cuando el cuerpo tiene vida tiene alma (la separación del alma y el cuerpo es la muerte).

En la concepción comienza a vivir un nuevo ser humano, por lo tanto una persona con cuerpo y alma.

¿También el alma de Jesús fue creada por Dios?

Respuesta: Sí. El Verbo Eterno se hizo hombre como nosotros (Encarnación). Como tal tiene alma y cuerpo humano sin dejar de ser Dios.


ALMA VICTIMA

Se le llama "alma víctima" a quien se ofrece a sufrir en reparación por los pecados de otros, y de si misma, cargan sobre si los sufrimientos de otros, y la consecuencia del pecado en el mundo. Se ofrecen en reparación, en expiación a Nuestro Señor por tantas ofensas, sacrilegios, desprecios, y por la conversión de los pecadores.

Algunas almas víctimas: Francisco y Jacinta, los niños videntes de Fátima; Alejandrina Da Costa; Ana Catalina Emmerick.

San Agustín de Hipona - El alma. El bien y el mal

El alma. El bien y el mal

El pensamiento todo de san Agustín donde son inseparables los datos de la fe y las especulaciones de la razón nos ha llevado a ver cómo el alma llega a darse cuenta de una verdad increada, eterna y perfecta. Sería incompleto el análisis de las ideas, especialmente de las nociones metafísicas que desarrolla san Agustín, si no nos refiriéramos a dos problemas que fueron para él vitales: el destino del alma y el de la naturaleza del mal.

En cuanto al primero es necesario recordar una vez más que el destino del alma, destino por naturaleza inmortal, debe aceptarse por motivos sobrenaturales, es decir, por razones de fe. Aquí, sin embargo, como en los problemas anteriores, la razón constituye una ayuda. A probar la inmortalidad del alma dedica san Agustín el De inmortalitate animae, uno de sus tratados más breves y más precisos.

Son muchas las pruebas que da san Agustín, pero pueden reducirse a tres: la prueba por la presencia de la ciencia en el alma, la prueba por la razonabilidad del alma y la prueba por el carácter vital del alma.

El alma es sujeto de la ciencia. Ello no significa que la ciencia pueda confundirse con el alma, sino, simplemente que el alma posee la capacidad de desarrollar la ciencia. Ahora bien, la ciencia se refiere a entes inalterables, siempre idénticos a sí mismos, es decir, a verdades eternas. Las verdades matemáticas son de esta naturaleza. Si el alma es capaz de entender estas verdades inmutables, ello quiere decir que hay algo en el alma que es igualmente inmutable, que es eterno y, por lo tanto, inmortal.

Algo semejante sucede con la razón. De la razón podemos decir que es o el espíritu o parte del espíritu. Ahora bien, la razón, que es precisamente aquel principio mediante el cual entendemos la ciencia, ha de ser, como está, inmutable o, por lo menos, poseer ciertas características inmutables. De ser así, hay que aceptar que la razón y con ella es espíritu, o por lo menos parte del espíritu es inmortal.

El alma es, además, principio de vida. Si consideramos que el alma es el principio del cuerpo y aquello que da movimiento al cuerpo, no puede ser ella misma sino una substancia viva, inmutable por relación con un cuerpo que se mueve. En otras palabras, lo que es vida y lo que es vida en forma substancial no puede dejar de ser vida y es, por lo mismo, vida inmortal.

Más honda fuente de preocupaciones fue para Agustín el problema del mal. El problema la preocupó en cuanto a la conducta de los hombres y en cuanto a su relación con la vida moral, pero le preocupó sobre todo en cuanto a la comprensión de la presencia del mal y en relación con la existencia de Dios. En De natura boni contra manicheos, san Agustín trata principalmente el problema metafísico y teológico del mal.

Consideremos un caso concreto: el de una enfermedad. Toda enfermedad nos quieta fuerza y energías, reduce en algo nuestro modo de ser. Por otra parte, todos consideramos la enfermedad como un mal. Y de la misma manera que la enfermedad es una falta de salud, el insulto o violencia pueden ser falta de caridad, y el crimen falta del sentido de la justicia. En todos estos casos concretos el mal se presenta, por una parte, como carencia de un bien y, por otra, como una negación de nuestro propio ser. Si generalizamos a partir de estos ejemplos u nos preguntamos qué es el mal, podemos pensar, con san Agustín, que el mal es siempre una falta, una falla, una carencia. De este modo el bien se identifica con el ser, el mal con la falta de ser. El bien supremo es también el ser supremo de Dios, el mal absoluto sería una pura hipótesis, una inexistencia, ya que habría que hacerlo coincidir con el no-ser.

La misma idea puede expresarse en forma positiva: todo lo que existe, en cuanto existe según la forma de ser que les es propia, es un bien; el mal es la renuncia o la carencia de este ser. La matera definida al modo aristotélico como posibilidad, no es un mal en sí aunque carece de los bienes que tienen en sí los seres que no sólo son posibles sino que además son reales. Y el mismo pecado debe interpretarse no como “el deseo de una naturaleza mala”, sino como “el abandono de una mejor”. Al referirse al pecado original, dice san Agustín: “El hombre no apeteció una naturaleza mala cuando echó mano al árbol prohibido, sino que dejando lo que era mejor, cometió por sí un acto malo”.

El mal es relativo. Lo que existe verdaderamente es siempre un bien. Y si el mal es relativo y es falta de ser, no puede limitar a Dios prefecto y bueno.

El mundo es concebido por san Agustín, como un todo armónico, este mismo todo armónico que, de grado en grado, de ser en ser, nos conduce a Dios. Y este mundo que, en cuanto es, es por Dios, es un bien en cuanto se refiere al bien supremo en el cual participa.

Los maniqueos concibieron el mal como una substancia, una naturaleza y un ser. Y éste fue su error. Su principal error fue, de acuerdo con san Agustín, concebir el mal como un ser existente y, al hacerlo así, llegaron a contradecirse puesto que atribuían al mal el ser que es, precisamente, el bien. Pocos párrafos expresan con tanta claridad como éste el pensamiento de Agustín:

Llamamos voz grave a la contraria a la voz aguda, y desagradable a la voz contraria a la armoniosa; pero si quitas completamente toda clase de voz resulta el silencio donde no hay ninguna voz […] Así las cosas claras y las cosas oscuras se nombran como dos contrarios, y sin embargo las cosas oscuras tienen algo de luz, y al carecer completamente de ella, resultan entonces tinieblas, ausencia de luz como el silencio la ausencia de voz.


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