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martes, 27 de septiembre de 2011

Celibato de los Sacerdotes



Hasta la venida de Cristo (Mt 19, 12), y después con San Pablo (I Cor 7, 32-35), el único estado de vida conocido era el matrimonio. Pero ya desde el Antiguo Testamento algunos hombres como Elías y Jeremías prefirieron ser célibes. En los tiempos de Jesús los rabinos hablaban de la posibilidad de casarse con la "Torah", lo cual significaba dedicar toda la vida al estudio de la Palabra. San Pablo así lo hizo antes y después de su conversión.
Pero Jesús es por supuesto "La Palabra" y por lo tanto infinitamente más digno de la total dedicación que la palabra escrita.

No nos debe sorprender entonces que Jesús hablara de que algunos permanecieran célibes (eunucos) por amor al Reino de los Cielos (Mt 19, 12). San Pablo no solo continuó su celibato desde antes de convertirse en Cristiano, sino que lo recomendó para aquellos dedicados a servir a Dios en el mundo (I Cor. 7:7,17, 32-35). El se dirigía a una audiencia en general y no la obliga a ello. Pero menciona en el versículo 17: "Fuera de esto, cada uno se desenvuelva en la condición en que lo puso el Señor, tal como lo encontró el llamado de Dios. Así lo ordeno yo en todas las Iglesias". Esto coincide con lo dicho por Jesús de seguir la vocación dada por Dios, ya sea el celibato (Mt 19, 12) o el matrimonio (v. 11).

Jesús dijo que si uno puede aceptar el celibato por el bien del Reino, debe hacerlo, y San Pablo escribió que ésta era la mejor manera para aquellos dedicados al Reino. Ambos vivieron esta total dedicación a la voluntad del Padre para la salvación de las almas. Debido a la mentalidad de la época, era difícil encontrar entre los paganos y judíos candidatos con vocación para el sacerdocio que no estuvieran casados. Solo con el establecimiento general del Cristianismo, donde la virginidad y el celibato empiezan a ser honrados en la vida adulta, se encontraron candidatos célibes disponibles para las Ordenes Sagradas.

No causó por lo tanto sorpresa que con el tiempo la Iglesia discerniera que la gracia del celibato dada por Dios -Dios es el único que puede dar el regalo de la gracia-, conjuntamente con el deseo de servir a Dios y a Su pueblo, era una indicación de la vocación al sacerdocio. Esto no fue siempre propuesto por la Iglesia, pero casi inmediatamente en la historia de la Iglesia encontramos que es muy recomendado y hasta exigido en algunos lugares. Los sacerdotes católicos de rito latino en los últimos 1000 años han tenido que ser célibes; por otro lado las Iglesias Católicas Orientales y las Ortodoxas -que no están en unión con Roma- no lo exigen. Sin embargo todos los obispos, tanto en la Iglesia Católica como en la Ortodoxa tienen que ser célibes. Ellos representan a Cristo ante sus fieles en la Diócesis, y la esposa de Cristo es la Iglesia (Ef 5:21-33). Así que es perfectamente apropiado que los obispos no se casen nunca y de la misma manera tampoco los sacerdotes, aunque en algunas tradiciones se les permita previamente a la ordenación.

El hecho de que los Apóstoles eran casados, no desdice esta práctica, puesto que eran judíos y seguían las costumbres de su época, hasta que vino Cristo. La tradición atestigua que se mantuvieron célibes después de seguir al Señor.

Con la gracia de la Redención llegó la posibilidad del celibato y la virginidad para gloria del Reino de Dios para muchos más que algunos privilegiados. Es un regalo para el Señor, ajustándose a aquellos cuya vocación es dedicarse al servicio de Dios y de su comunidad. Desgraciadamente es algo que al mundo, que no entiende el poder de Dios, le es difícil aceptar.

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