jueves, 8 de septiembre de 2011

Bienaventuranzas


(Las ocho bienaventuranzas)

Las solemnes bienaventuranzas (beatitudines, benedictiones) que marcan el inicio del Sermón de la Montaña, el primero de los sermones de Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo (5, 3-10). Cuatro de ellas reaparecen en una forma ligeramente diferente en el Evangelio de San Lucas (6, 22), de igual modo al comienzo de un sermón, y que discurren paralelamente a Mateo, 5-7, si no a otra versión del mismo. Y aquí se ilustran con la oposición de las cuatro maldiciones (24-26). El relato más completo y el lugar más destacado que se da a las Bienaventuranzas en San Mateo están bastante de acuerdo con el alcance y la tendencia del Primer Evangelio, en el que el carácter espiritual del reino mesiánico – la idea suprema de las Bienaventuranzas – es continuamente destacado, en agudo contraste con los prejuicios judíos. La peculiarísima forma en la que Nuestro Señor manifestó sus bienaventuranzas las convierte, quizás, en el único ejemplo de sus dichos que puede ser calificado de poético – al ser inequívocamente claro el paralelismo de pensamiento y expresión, que es la característica más notable de la poesía bíblica.

El texto de San Mateo dice lo siguiente:

Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 3)
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. (Versículo 4)
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. (Versículo 5)
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados (Versículo 6)
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia. (Versículo 7)
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. (Versículo 8)
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios. (Versículo 9)
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. (Versículo 10)

CRÍTICA TEXTUAL

En lo que respecta a la crítica textual, el pasaje no ofrece dificultad seria. Sólo en el versículo 9, la Vulgata y muchas otras autoridades antiguas omiten el pronombre autoi, ipsi; probablemente es una omisión meramente accidental. Cabe, también, una seria duda crítica, si el versículo 5 no debería ser colocado antes del versículo 4. Sólo la relación etimológica, que en el original se supone ha existido entre los “pobres” y los “mansos”, nos hace preferir el orden de la Vulgata.

Primera bienaventuranza

La palabra pobre parece representar un ‘anyâ arameo (hebreo ’anî), encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, ‘ánwan (hebreo, ‘ánaw), que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. Pero la oposición a los “ricos” (Lucas, 6, 24) apunta especialmente a la significación común y obvia, que, sin embargo, no debe limitarse a la necesidad y angustia económica, sino que puede abarcar el conjunto de la dolorosa condición del pobre: sus escasos bienes, su dependencia social, su indefensa exposición a la injusticia de los ricos y los poderosos. Aparte de la bendición del Señor, la promesa del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que, por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de espíritu”.

Segunda bienaventuranza

Puesto que la pobreza es un estado de humilde sujección, el “pobre de espíritu”, está próximo al “manso”, sujeto de la segunda bienaventuranza. Los anawim, los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el hombre, “heredarán la tierra” y poseerán su herencia en paz. Esta es una frase tomada del Salmo 36 (versión hebrea, 37),11, donde se refiere a la Tierra Prometida de Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías. No pocos intérpretes, sin embargo, entienden “la tierra”. Pero pasan por alto el significado original del Salmo 36, 11, y a no ser que, por un expediente inverosímil, tomen la tierra también como símbolo del reino mesiánico, sería difícil explicar la posesión de la tierra de manera satisfactoria.

Tercera bienaventuranza

Los “que lloran” en la Tercera Bienaventuranza se oponen en Lucas (6, 25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, que son las mismos de la bienaventuranza del versículo 3, sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el tremendo poder del mal por todo el mundo. A tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial, “la consolación de Israel”(Lucas, 2, 25) predicha por los profetas, y especialmente por el Libro de la Consolación de Isaías (11-66). Incluso los judíos tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, el Consolador. Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento son un elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y resistencia, y la Octava Bienaventuranza nos lleva de nuevo a la enseñanza.

Cuarta Bienaventuranza

Los otros, sin embargo, piden una conducta más activa. Lo primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.

Quinta Bienaventuranza

A partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. Por medio de éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino mesiánico, en esta vida y en el juicio final. La maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del Maestro divino.

Sexta Bienaventuranza

Según la terminología bíblica, la “limpieza de corazón” (versículo 8) no puede encontrarse exclusivamente en la castidad interior, ni siquiera, como muchos eruditos proponen, en una pureza general de conciencia, como opuesta a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Cuando menos el lugar adecuado de tal bienaventuranza no parece estar entre la misericordia (versículo 7) y la pacificación (versículo 9), ni detrás de la virtud aparentemente de más alcance del hambre y sed de justicia. Pero frecuentemente en el Antiguo y Nuevo Testamento (Gén., 20, 5; Job, 33,3; Sal., 23 (hebr., 24), 4; 72 (hebr., 73), 1; I Tim., 1, 5; II Tim., 2, 22) el “corazón puro” es la simple y sincera buena intención, el “ojo sano” de Mt., 6, 22, y opuesto así a los inconfesables fines de los fariseos (Mt., 6, 1-6, 16-18; 7, 15; 23, 5-7, 14). Este “ojo sano” o “corazón puro” es más que todo lo precisado en las obras de misericordia (versículo 7) y celo (versículo 9) en beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de Dios, consistirá en la “visión” sobrenatural del propio Dios, la última meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.

Séptima Bienaventuranza

Los “pacíficos” (versículo 9) son no sólo los que viven en paz con los demás sino que además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad entre los hombres y entre Dios y el hombre, y para restaurarlas cuando han sido perturbadas. Es por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre” como la llama San Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos” (Mt., 5, 45).

Octava Bienaventuranza

Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les retribuya con ingratitud e incluso “persecución” (versículo 10) no será sino una nueva bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.

Así, mediante una inclusión, no infrecuente en la poesía bíblica, la última bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el reino mesiánico, aquí y en el futuro. Y, visto lo que los versículos intermedios parecen expresar, en imágenes parciales de una bienaventuranza sin fin, la misma posesión de la salvación mesiánica. Las ocho condiciones requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula y tuétano de la perfección cristiana. Por su profundidad y amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana, el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por su belleza y estructura poética.

Aparte de los comentarios sobre San Mateo y San Lucas, y las monografías sobre el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas se tratan en ocho homilías de SAN GREGORIO DE NISA, P.G., XLIV, 1193-1302, y en otro de SAN CROMACIO, P.L., XX, 323-328. De diversos sermones patrísticos sobre una sola bienaventuranza se da cuenta en P.L., CXXI (Index IV) 23 y ss.

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LAS BIENAVENTURANZAS (I)

P. Vicente Borragán, O.P.

Deseamos hablar sobre las Bienaventuranzas. Desde niños las hemos oído proclamar. Pero, ¿qué evocan esas palabras en nosotros? ¿Un cierto disgusto? ¿Una denuncia de nuestras aspiraciones más secretas, de nuestros deseos más inconfesados? Lo cierto es que estas palabras de Jesús han influido en la historia humana más que todas las pronunciadas por los hijos de los hombres.

Escribir hoy de las bienaventuranzas puede parecer una osadía. En un mundo de ricos, de satisfechos, de guerras y horrores, de injusticias y violencias... hablar de pobreza, de mansedumbre, de misericordia, de paz, parece una apuesta por una causa perdida.

  1. Bienaventurados

Un buen día, allá por el año 28 de nuestra era, Jesús iba seguido por una gran multitud. Subió a un monte y comenzó a enseñar. Sus labios destilaron palabras de vida y de felicidad: "Bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia... de ellos es el reino de Dios, verán a Dios, serán los hijos de Dios". Desde aquel humilde cerro Jesús abrió ante nuestros ojos un reino sin fin ni confín y escribió "en nuestros corazones el canto del hombre nuevo".

Con ellas marcaba a los ciudadanos del reino de los cielos, invirtiendo de un modo paradójico todas las categorías y todos los valores de los hombres. Ninguna evaluación de la vida ha sido tan provocadora como la suya. Aquellos a quienes el mundo tiene por felices y dichosos, aquellos a quienes envidia, admira, imita, es decir, los ricos, los satisfechos, los que ríen, los violentos, los poderosos, no formarán parte del reino de los cielos a menos que sean rehechos por obra y gracia de la misericordia de Dios.

Así comenzó el evangelio. Con palabras de felicidad. Ese fue su punto de partida.

2. Las bienaventuranzas

Al tomar contacto con las bienaventuranzas nos encontramos con una doble sorpresa. La primera se refiere al número de bienaventuranzas pronunciadas por Jesús, la segunda en cuanto a su redacción y vocabulario. La diferencia más sensible entre los evangelistas está en el número: San Mateo contiene nueve bienaventuranzas (Mt 5,3-12), San Lucas sólo cuatro (Lc 6,20.23). Pero más notable todavía es la diferencia en el contenido. Lucas contempla situaciones realmente penosas en aquellos a quienes se dirigen estas palabras: habla de los pobres, de los que tienen hambre ahora, de los que lloran ahora, de los que son perseguidos. Mateo, por el contrario, contempla actitudes del alma cristiana, disposiciones del espíritu: habla de los pobres de espíritu, de los que tienen hambre y sed de justicia, de los perseguidos a causa de la justicia, de los misericordiosos etc. Una crítica literaria sencilla y sana puede mostrar con claridad que el tenor original de las bienaventuranzas, tal como salieron de los labios de Jesús, no debía contener los términos de espíritu, de justicia, por la justicia... San Mateo actualizó y explicitó el sentido de las palabras de Jesús, las adaptó a sus lectores. Tomó de otros contextos palabras de Jesús e hizo ese precioso complejo de bienaventuranzas, que han llegado hasta nosotros como una bendición.

Es el texto de San Mateo el que va a servir de base para este comentario a las bienaventuranzas.

.1. Las "bienaventuranzas": una forma de felicitación.

Comenzar una frase o sentencia con la palabra feliz, bienaventurado (en griego makarios, en hebreo asré) es bien conocido desde la antigüedad. En el Antiguo Testamento, asré aparece 45 veces, de las cuales 26 en el libro de los Salmos. Dios nunca es llamado bienaventurado; es él, por el contrario, el que da la felicidad, el que la comparte con los hombres. Los salmos cantan la dicha del hombre que acoge a Dios, que pone en él su confianza, que camina en su presencia, cuyo pecado ha sido perdonado. En el Nuevo Testamento, makarios aparece también con frecuencia. Además de las nueve bienaventuranzas de Mateo, el evangelio atribuye a Jesús otras 20 bienaventuranzas mas: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17); "Dichosos, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28); "Feliz la que ha creído" (Lc 1,45) etc. Existen, además, otras 11 bienaventuranzas en el Nuevo Testamento, 7 de las cuales en el libro del Apocalipsis.

La bienaventuranza es una forma de felicitación. No se trata de un simple deseo, ni siquiera de una promesa para el futuro. Aquél que es llamado bienaventurado lo es ya desde el momento en que se le felicita. Puede ser que no sea consciente de su felicidad, puede ser que nunca llegue a serlo plenamente, pero él ya es feliz.

Las bienaventuranzas son un resumen del evangelio, de la buena noticia traída por Jesús. Son, ante todo y por encima de todo, un anuncio de felicidad. ¿Felices los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que tienen hambre, los misericordiosos? ¿Somos felices nosotros? . Las bienaventuranzas nos obligan a plantearnos el problema de la felicidad. Jesús quiso que sus discípulos fuesen felices. Si no lo somos debemos preguntamos por qué no lo somos. Tendremos que revisar nuestro concepto de felicidad.

4. El hombre, un buscador de la felicidad.

Si en algo hemos coincidido los hombres de todos los tiempos ha sido en la búsqueda de la felicidad. La hemos rastreado por doquier. La mayoría de los hombres viven una vida gris, sin apenas un momento de resplandor. Pasan por la vida como una sombra, viven como pobres en un país de abundancia. Otros brillan unos instantes, la historia los recuerda, sus nombres aparecen en las plazas públicas. Pero su gloria la dejan aquí y, al final, su destino es igual que el de los humildes y desamparados. Probablemente, todos los hombres hemos sido inquietados por los mismos interrogantes: " ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Qué papel juego en el drama de la vida? ¿Termina todo con la muerte? ¿Soy un ser libre que pude escoger mi destino o una marioneta en manos de un ciego destino?" Cada uno sabe qué ansias o tristezas, qué esperanzas o desilusiones, qué estremecimiento o angustia suscita la respuesta que dé a cada uno de esos interrogantes.

Los hombres están buscando con pasión lo que puede ayudarles a resolver sus problemas. Pero después de tantos siglos de historia, sólo una cosa se impone con claridad: que el hombre no es feliz. La humanidad ha sido un campo de pruebas donde todo ha sido experimentado: las religiones, la filosofía, las ciencias, las artes, el poder, la riqueza, la sexualidad, el pasarla bien, el éxito, la fuerza. Pero, después de todos los ensayos, el hombre ha comprobado, con dolor, que cada día es más pobre y más débil, que su corazón no ha cambiado; que ni la fuerza ni la técnica pueden darle la felicidad que ansía. La felicidad que busca no está en nada de lo que él investiga o somete a prueba. Nada colma su sed y su ansia. Nada le llena. Ni la persona que más ama, ni el sueño que más ambiciona. Nada llega a la infinita profundidad de su espíritu. Y el corazón del hombre sigue inquieto y desasosegado, porque en ningún bien creado ha encontrado su reposo y su contento.

El fracaso de las ideologías para hacer feliz al hombre ha sido estrepitoso. El ser humano está como desgarrado en su interior, sin saber ya hacia donde dirigirse. La brújula de su felicidad está desquiciada, girando locamente. Necesita roturar nuevas sendas. ¿Es la felicidad una meta inalcanzable? Pero el hombre presiente que no ha podido ser embarcado en un viaje sin destino y que la naturaleza no ha podido inventar un deseo tan profundo y tan perseverante. Estamos programados para la felicidad. Aristóteles escribió que el hombre no puede vivir largo tiempo sin alegría. Entre la vida y la alegría existe una relación necesaria: "Enseñar que la única obligación en el mundo es la alegría" (Paul Claudel) . Nuestro corazón está cansado. Nos encontramos secos. "No veo nada, no sé nada. La fuente de la vida se ha congelado. Mi vida está rota. No hay ninguna mano que me ayude, ninguna palabra que me aliente, ninguna causa que me sostenga". Pero desde la oscuridad en que vivimos, desde lo que alguien ha llamado "el llanto de la criatura", nosotros podemos volver los ojos a Dios y esperar de él la felicidad que ansiamos. El cristianismo es una vocación a la dicha.

5. Una felicidad garantizada por Jesús

Los bienaventurados a quienes se dirige Jesús lo son porque tienen un futuro maravilloso ante ellos. Por eso ya desde ahora son felices. Es una felicidad todavía velada, pero ya anticipada por lo que un día llegará, por lo que ya está llegando a ellos: el reino de Dios, el amor del Señor, la filiación divina. Esa es la esperanza que hace saltar de dicha desde ahora y que transforma la vida entera.

Y son felices, en definitiva, porque la felicidad prometida está anclada en un hecho fundamental y, sobre todo, en la persona que pronunció aquellas palabras y se presentó ante el mundo como garante de ellas. ¿Quién ese hombre que se atrevió a decirnos dónde está la clave de la felicidad? Un día, Jesús caminaba con sus discípulos por los alrededores de la ciudad de Cesarea de Felipe, y, de pronto, les preguntó: " ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? ¿Quién dice la gente que soy yo?" Y los discípulos recogieron el parecer popular en torno a Jesús: Unos, respondieron, piensan que eres Elías, otros que Jeremías, otros que alguno de los profetas antiguos". Pero a Jesús no le importaba demasiado lo que corría de boca en boca. Y dirigiéndose a sus discípulos les preguntó: "y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ¿Quién soy yo para vosotros? ¿Qué pensáis de mí?" Y Pedro respondió con estas palabras, que yo parafraseo con entera libertad: Tú, tú no eres lo que pareces. Tú no eres un carpintero, ni un profeta, ni el más grande de los profetas. Tú eres el Ungido de Dios, el Mesías esperado, el ansia de las naciones, la Palabra eterna salida de la boca del Padre y hecha hombre por nosotros, el Hijo del Dios vivo. y el hecho de que tu estés aquí lo cambia todo. Esto quiere decir que todas las esperanzas se han cumplido y que todas las promesas se han realizado. Tú estás aquí y la vida humana ha cambiado por completo de sentido. sólo tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres el pan para nuestra hambre y el agua que refresca nuestros labios resecos. ¿A quién vamos a ir, sino a ti?" La felicidad que prometen las bienaventuranzas es ya una realidad. En Jesús y en su palabra encuentra una garantía total. Jesús sabía de qué hablaba.

6. Los ciudadanos del reino

Los ciudadanos del reino están marcados: son los pobres, los encorvados, los que viven en una total dependencia frente a los planes y a la voluntad de Dios; los mansos, los que dejan sitio para todos, los que han abierto su corazón al anhelo del reino, los que no luchan contra nadie, los que no oprimen ni explotan, los que no gritan acaloradamente ni pretenden a toda costa la consecución de sus derechos, los que cooperan en la acción de Dios que actúa mansamente, creando, regenerando y no destruyendo; los afligidos, los doloridos, los que lloran el mal que existe en la tierra, los que lloran la lejanía del Esposo, el olvido de Dios, los que se afligen por todo aquello que impide la realización del reino de Dios; los hambrientos y sedientos, los que carecen del pan que llevarse a la boca, los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, los que jadean tras de ella, los que buscan, por encima de todo, ese reino anunciado por Jesús; los misericordiosos, los que saben perdonar, los de corazón compasivo, los que tienen entrañas de misericordia, los que saben estar al lado de los necesitados y sufrir y padecer con ellos; los limpios de corazón, los que son transparentes en sus relaciones con Dios, los que tienen el corazón bien orientado; los que trabajan por la paz, reconcilian a los contendientes, "hacen la guerra a la guerra", los que apagan el odio y unen lo que está separado; los perseguidos a causa de la justicia, los que sufren a causa del evangelio, los que sufren por su fidelidad al Señor. Esos son los destinatarios del reino anunciado por Jesús. Ellos son felices y dichosos. Lo son ya desde ahora, lo serán plenamente después: Dios es su rey y les dará el cielo y la tierra en herencia, él secará las lágrimas de sus ojos, él los consolará, él los saciará, él tendrá compasión de ellos, ellos le verán cara a cara por toda la eternidad, ellos serán sus hijos queridos, sus herederos. Su recompensa será infinita, por toda la eternidad.

Así, las bienaventuranzas responden a las preguntas más hondas del vivir humano: pobreza o riqueza, risa o llanto, hambre o hartura, dulzura o violencia, misericordia o dureza, limpieza o suciedad, paz o guerra, ansia de felicidad. Nos dicen cuáles son los valores que cuentan en definitiva. En ellas se perfila un tipo de hombre nuevo, que se reconoce como criatura frente al Creador, que se entrega y se abre a los hombres y se compadece de ellos. En las bienaventuranzas aparece como en filigrana la figura de Jesús. Aquellos a quienes Jesús proclamó bienaventurados son realmente los que han seguido sus pasos, han escuchado la invitación a entrar en el reino, es decir, los que se han aventurado-bien.

Nos toca a nosotros, de nosotros depende

el que las palabras de Dios

no se pierdan;

depende de nosotros,

de nosotros

que sólo pasamos en la tierra

unos años de nada;

depende de nosotros

el asegurar a estas palabras

una segunda eternidad", eterna (Péguy). .

"BIENAVENTURADOS LOS QUE ELIGEN SER POBRES"... (Mt.5.3)

EUSEBIO VILLANUEVA, O.C.D.

Recibimos todo de Dios: la Vida, el Pan y el ESPÍRITU. También cada uno se recibe a sí mismo de Dios. Por eso al hablar ahora de esta bienaventuranza lo hago con "temor y temblor". Su contenido es una vastedad amorosa...

Intento evitar dos extravíos. Por un lado el fraude de las apariencias, tan de nuestra sociedad. Lo que importa es aparentar; su fe es la apariencia, su religión es la apariencia, su eslogan vital es la apariencia... y pasemos a otra cosa...

Por otro lado evitar el "piadosismo", el fervor sentimental, el hacer literatura edificante sobre la Pobreza. Esto no interpelaría a nadie. No inquietaría nuestra manera de vivir, ni cuestionaría nuestras estructuras sociales injustas.

Luchar contra la POBREZA-Miseria, profundizar en la Pobreza-Espiritual, entrar libre y gozosamente en la Pobreza-Camino en el seguimiento de Jesús... He aquí una aventura en la que sólo el Espíritu de Dios puede conducirnos progresivamente... y en la medida en que nos abramos al Evangelio y a los Pobres. Es en la "montaña de las Bienaventuranzas" donde se troquela y se forja el cristiano. Y es ahí donde se nos dicen nuestras "señas de identidad cristiana".

Los estudios bíblicos y las realidades sociológicas de hoy mismo nos permiten clarificar nuestro vocabulario. Bienaventurados los que se hacen "pobres", no los que dicen o profesan. y no perderse en la confusión de haber obrado, cuando sólo se ha hablado...

A) Está la POBREZA-MlSERIA

La pobreza económica y sociológica. Esta es un mal que degrada y excomulga al hombre y ofende a Dios; le niega. Los hijos de Dios sin medios suficientes para existir y realizarse. Los sin recursos de bienes, de poder, de prestigio e inservibles, prescindidos... Transeúntes y vagabundos a quienes la pobreza los borra como personas en la sociedad... Los 60 millones de humanos que mueren de hambre anualmente en nuestro mundo, cuyo corazón todavía llora cuando se enfrían sus ojos. Los muchos más que viven de mero subsistir, sufriendo todas las crueldades de la vida. . . Los miles + miles de drogadictos que se destruyen en la marginación... Los miles + miles que vemos perdidos en el SIDA, que se desviven en desesperación... Los miles + miles de presos que se embrutecen y encanallan en nuestras prisiones... La enorme y creciente leva de mayores en pobreza de soledad que les acompaña en el misterioso camino de sus existencias... Los miles de millones de mendigos de pedir, - por-dioseros (que nos piden "por Dios")- de sanidad, de cultura, de trabajo, de pan y paz... Tantas cosas imprescindibles para el diario vivir del pobre...

Esta Bienaventuranza nos pide, ya en este primer estadio, un compromiso cristiano sin tregua de lucha para restaurar el rostro del hombre como rostro de Dios... La grandeza del hombre y de la Comunidad humana no es el "poder adquisitivo", sino su capacidad de relación, de amar y ser amado. El desarrollo de un Pueblo más fundamental no se debe calcular por su producto nacional bruto, sino por su eficacia distributiva...

No es cristiano renunciar a esta lucha distributiva fraterna con el pretexto de que no se va a conseguir nada, de que la acaparación de los bienes de todos es desbordante e incontrolable. No sirve la excusa de que las utopías sociales duran menos que pájaro en árbol seco. Este razonamiento es falso. Todo bien es agente de bien. Todo acto con amor, aunque no veamos sus resultados, está ya haciendo el bien... "Será una gota en el Océano, pero si no lo hacemos, a ese Océano le faltará una gota", nos anima Teresa de Calcuta...

B) Están los "Pobres en el Espíritu"

Es actitud fundamental del hombre abierto al proyecto de Dios. Dios es la identidad más profunda del hombre. Y el hombre no existe más que en esa relación amorosa... Por eso, ¡Bienaventurados los que eligen ser pobres! Los que se hacen desposeídos - nadatenientes, nadaposeedores - y ponen su centro de gravedad y su gozne, en Dios.

Hay un elemento capital: la ELECCION. Estos pobres, estos "pequeños" sociológicamente, HAN DECIDIDO vivir en esta situación de pobreza, de carencia... Han descubierto, en su sabiduría del corazón, que NADA llenará su vacío interior, su vida. Que nada será capaz de acallar sus frustraciones del ser y del tener...

Mateo evangelista lo sabía en su propia carne de recaudador de impuestos: la riqueza no llena definitivamente. Nada es cabal respuesta al "Hambre y Sed" humanos... Nada sacia profundamente. EL hombre siempre estará hambriento de todo lo que no harta. San Agustín nos lo recuerda desde su hambre dolorida: "Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto andará nuestro corazón hasta que descanse en Ti".

La causa de esta elección de la pobreza es el descubrimiento de otra dimensión de la existencia, y se despojan de la suficiencia de querer bastarse a sí mismos... Como ningún OBJETO llena su "vacío", se abren a ALGUIEN que les invada y anegue y sacie, paulatinamente: Dios, el Espíritu de Dios, su Santo Espíritu. (Un aviso:

si le pedimos a Dios que nos "vacíe", El nos despojará segurísimo)... Y ese "vacío" atrae el "relleno" de DIOS: su presencia permanente, su Dulce Huésped del alma... Se establece una corriente de ocupación de toma de posesión por ese Espíritu... Al quedarse sin "nada", Dios se le constituye en su TODO. Y comienzan las "visitaciones" de Dios en experiencias profundas que nos van haciendo disponibles. Pasando del "Señor, ¿qué quieres que haga? al Señor, ¿qué quieres hacer a través de mí?" Dejando a Dios ser Dios como Él quiere ser y estar en nuestras vidas...

Francisco de Asís al alba de su conversión, de su despojo, en la plaza pública se queda desnudo, -pobre- ante su padre Bernardone. Pobre, desnudo: de filiación, de apellido, de destino, de casa y de bienes, de sí mismo y de sentido de vida... Libre, sólo entonces puede exclamar: "desde ahora diré siempre Padre nuestro, que estás en los cielos". Esta pobreza es oferta de Libertad... Sólo el que tiene un corazón de pobre puede abrirse a la riqueza de Dios, a los DONES del Espíritu.

En realidad Dios está siempre en el centro de nuestra vida. Es la raíz primera y creadora de nuestro ser y de nuestra identidad. Y, cuando todos los revestimientos caen, aparece Dios debajo, al desnudo. Al desprenderse de todo, Dios aparece como el TODO BIEN, SUMO BIEN, como nos lo presentó Francisco de Asís.

También ocurre con nuestras pobres y frágiles seguridades. Al caerse los andamios y reaseguros, Dios se constituye en soporte y piedra angular. Dios es nuestra "roca" y seguridad. Por eso SOLO los Pobres POSEEN a Dios. Y "DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS", nos asegura esta Bienaventuranza Primera. En presente de indicativo, contrariamente a las otras bienaventuranzas, que lo aseguran en un futuro.

Nuestros caminos son cortos, desalentados, tristes. Porque andamos a medias con Dios. Nos falta la generosidad del Espíritu. Y nuestras "conversiones" en pobreza, recomienzan a impulsos desiguales.

El "pobre en el "Espíritu" no se siente dueño de ningún don. Sólo dispensador y manos distribuidoras del Padre para el compartir fraterno. Como deudor de la Comunidad Humana que es.

Los bienes acaparados son la asfixia de la madurez cristiana y los otros dejan de existir para él (Lc. 16,19-22). Cada uno venimos del Padre: El nos ha sacado de su Corazón. Y el corazón es lo más central de la persona. El Dios que te DA y el Dios que te pide...

C) Está la POBREZA-CAMINO de Seguimiento

Pobreza-Camino como itinerario privilegiado para seguir a Jesús, el Cristo. Y seguir a Jesús es CONFORMARSE con El, - no el mismo molde, sino el mismo seno creador del Padre, y por ello entrar en el camino de "Encarnación" de Belén-Galilea-Jerusalén y de la pobreza, del darse y repartirse.

Esta bienaventuranza NACE del Cristo que, "despojándose de su grandeza de Dios", se hace "Hijo del Hombre", de nuestras dependencias, limitaciones y pobrezas naturales y adquiridas... (Cta. Filip. 2,6-8). Ésta será una de las fuerzas claves de la vida y carisma de Francisco de Asís. Y de ese lado del camino del Dios-Pobre le llegarán todas las "visitaciones" de su Señor... Y Francisco siguiendo a Jesús se hace "encarnación". Y Jesús, pobre y crucificado, será la Gran Palabra - que no admite glosa- de toda la vida de Francisco, hasta el abrazo franciscano con Cristo que todo lo hermana. Francisco se situará siempre en la zona de los pobres, los leprosos, los pequeños Sociológicamente, los menores, los sin poder, ni tener, ni saber. Francisco VE a Jesús en cada uno de ellos. Los otros SON Jesús en persona... El que tiende la mano buscando calor de hermano y el que arrastra los pies por los caminos peregrino de lo absoluto... Allí donde un hermano respire mal, para Francisco, Dios se está ahogando. Identificación afectiva y efectiva con Jesús-Pobre, es su camino de seguimiento. Francisco no es un teórico, ni quiso serlo.

Nosotros, los de la fe clara, acostumbramos buscar a Dios "dentro", en nosotros y en los "ritos" y en la Iglesia... Pero Dios de entrada se hace "fuera", se hace ellos y nos llama a "salir" para encontrarlo: tuve hambre. . . tuve sed. . . estaba enfermo, preso... (Mt. 25,31 ss.). Francisco contempló toda su vida admirando el rostro de Dios hecho Jesús y revelado en Él. Lo "vio" nacer bebé, cría humana débil, pobre de nuestras pobrezas, perdido en el anonimato y acontecimientos humanos de las familias desplazadas. Lo "vio " vivir como pobre en el Nazaret y Galilea de todas las periferias; como peregrino de nuestros caminos pobres. Lo "vio" comprometido, participativo, entregado hasta una muerte de maldición política y religiosa. Entrando y saliendo de este nuestro mundo como un marginal de todos los tiempos. Con su Primera Noche en una cueva y su última Noche en una cárcel de guardia... Y en medio, ¡tantas noches de Amor y de vela!

Este Camino de Pobreza y Seguimiento de Jesús no es simplemente la decisión de unirse, de "echar su suerte con los pobres de la tierra". Ni es únicamente una "opción por los pobres". Ni crítica de ningún sistema determinado de sociedad. Tampoco es una ascética monacal de purificación. Jesús no propuso el camino de Juan Bautista. Para Jesús todo sale y regresa a Dios. Y Dios es, Dios consiste, en AMOR. Y el Camino de Jesús es Amor que se da. No tenemos otra manera de seguir a Jesús: "Como mi Padre me envió así os envío YO" (Jn. 20;21).

Esta Pobreza Evangélica es un DON del Espíritu: el don de Amor, que exige CON-FORMARSE al Amado. Prescindiendo de todo lo que no es Él. Nace y vive del Amor. Entra y se engloba en la "Vida Mística": Unión con Dios...

"BIENAVENTURAI)OS LOS MANSOS PORQUE ELLOS HEREDARAN LA TIERRA "... (Mt.5.5)

ALEJANDRO BALBÁS SINOBAS

I. BIENAVENTURADOS LOS MANSOS. Es muy semejante a la primera bendición: Bienaventurados los pobres, por derivarse de la misma palabra anawim en hebreo. Sin embargo, en griego y bíblicamente, saltando la connotación social que entrañaría la palabra pobre, resalta la disposición espiritual, el valor moral, la mansedumbre.

Los mansos en el Salmo 37

Los exégetas parecen encontrar una referencia clara de esta Bienaventuranza con el Salmo 37. A lo largo de su lectura serían mansos los que no se acaloran y viven en calma ante Yahveh, los que abandonan el enojo ante los malvados. Por otra parte, son llamados y tenidos por justos y son pacientes, no ambiciosos, rectos en sus intenciones. Los justos -mansos- hablan con sabiduría porque la ley de su Dios está en su corazón y no vacilarán. Estos serán los mansos que poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz y habitarán en ella para siempre.

Jesús manso en San Mateo

San Mateo aplica a Jesús la mansedumbre en su entrada mesiánica en Jerusalén en cumplimiento de la profecía de Zacarías: justo y vencedor, manso y montado en un asna (Cf.Za 9,9; Mt 21,4-5). Cristo es rey lleno de mansedumbre, muy distinto a los reyes de la tierra llenos de poder y violencia.

Así mismo, Mateo en 11, 28- 30 presenta a Cristo ofreciéndose como descanso, alivio y fortaleza precisamente porque es "manso y humilde de corazón". Es buena contraposición a los rabinos que imponían las cargas pesadas de las obligaciones con gran severidad. "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que, soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera".

Nos encontramos ante un Cristo acogedor, manso, humilde de verdad, suave, dulce, en quien se puede confiar. Es el verdadero maestro que no solamente enseña sino que abre su intimidad a todo el que quiera ser su discípulo.

"Aprende de mí".

Cristo necesita discípulos, abriéndoles primero su corazón para que se identifiquen íntimamente con él. "Lo que más me ha impresionado es que Cristo necesita de mí", oía en un testimonio. El corazón especifica y refleja al verdadero discípulo que ha de latir y mostrarse como su maestro. La mansedumbre en sus facetas de humildad, de sencillez, de suavidad, de paciencia adentra al discípulo en el verdadero espíritu evangélico de Jesucristo, haciéndole además dichoso, feliz. ¿Quién, pues, no está llamado o no quiere ser feliz? A sus discípulos mansos y humildes, Jesús les justificará, les comunicará su sabiduría, les hará partícipes de sus poderes, les dará las palabras que en su nombre deberán hablar.

Ahora bien, ser mansos y humildes de corazón no quiere decir ser cobardes, pusilánimes, sin carácter, resignados con actitud fatalista y de paganos, sin entender el sentido cristiano de la vida y de la cruz de Cristo en circunstancias difíciles.

Jesús, el manso y humilde de corazón, se mostró fuerte contra la hipocresía de los escribas y fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas..." (Cf. Mt 23). Igualmente contra la profanación del templo: "Entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo... "(Mt 21, 12...), ante el Sanedrín: "Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23), e incluso para perdonar a sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

En otras ocasiones mansedumbre y fortaleza no se contraponen sino que se necesitan. Precisamente para ser verdadero manso a veces se necesita la fortaleza de saber soportar injusticias, calumnias, menosprecios, marginación, risas socarronas. Para todo esto se necesita ser mansamente fuertes, estar muy unidos á Cristo que supo vivir así y pudo decir: "el Reino de Dios sufre violencia" (Mt 11,12). En este caso hemos de recordar al discípulo San Pablo: "cuando estoy débil, entonces es cuando estoy fuerte" (2 Cor 12, 10). Es que habitaba en él la fuerza de Cristo.

La mansedumbre como fruto del Espíritu.

"En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Cal 5,22). Se deduce con toda claridad que la mansedumbre se desprende de la acción del Espíritu Santo. Qué bueno será preguntarse por el Espíritu Santo, cuando falta la mansedumbre. Qué importante es ser bien "bautizado" en el Espíritu Santo y su renovación permanente, ya que nada es mágico ni siempre instantáneo.

San Pablo nos habla del fruto, no de los frutos. Lo cual está indicando el cortejo de virtudes unidas en relación y complementariedad que alumbran el nuevo hombre en Cristo por la efusión del Espíritu Santo con nuestro sí decidido y generoso.

2. HEREDARÁN LA TIERRA. Jesús promete a los mansos la dicha completa porque poseerán la tierra. El salmo 37, comentado anteriormente, ya decía: "Los mansos poseerán la tierra" (v.11). Aquí se refiere a la Tierra Prometida, como se le prometió a Abrahán, y el pueblo de Israel caminó tras ella por el desierto a la tierra de Canaán. Tampoco se trata de la conquista de la tierra moral de la mansedumbre, de la dulzura, de la humildad, que sin duda alguna traen felicidad y aun éxitos.

El Reino de los Cielos.

Al igual que en el resto de las Bienaventuranzas se trata del Reino de los Cielos. Los mansos gozan ya del Reino de Dios, que hace presente Jesús, y en vigilante espera del Reino definitivo de los Cielos con la vida eterna: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino, preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25, 34). Es un Reino en herencia.

La tierra de los hijos de Dios.

Heredar es propio de los hijos. Llegar a tomar posesión de la herencia divina corresponde a la condición de hijos de Dios. "En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados" (Rom 8, 14-17). Hay una relación muy estrecha entre filiación y herencia. Las promesas de Dios recaen como herencia enriquecedora sobre sus hijos.

Los hijos por su parte son quienes ponen toda su confianza en Dios Padre y son precisamente los mansos los que se abandonan plenamente en Dios. Esta Bienaventuranza confirma el Salmo 73 donde la insistencia en la confianza es manifiesta. "Ten confianza en Yahveh y obra el bien" (v.3). "Pon tu suerte en Yahveh, confía en él, que él obrará" (v.5). "Espera en Yahveh y guarda su camino" (v.34).

Vivir el cristiano esta confianza le da paz interior y le mantiene sereno en el saber esperar porque Dios ayuda, libera y salva a los que a él se acogen. Es el "yo os aliviaré" del manso y fuerte Jesús o el "todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Filp 4,13).

Peregrinos del Reino de los Cielos.

Nos encontramos también con el sentido escatológico de esta Bienaventuranza. Es lo que dice San Pablo: "Pero nosotros somos ciudadanos del Cielo..." (Filp 3,20). Y el autor de la carta a los Hebreos nos afirma que "no tenemos aquí abajo ciudad permanente sino que buscamos la futura" (Heb 13,14) . Somos caminantes-peregrinos en esta vida. Mas, la esperanza cristiana ha de ser activa, de lucha y de adquisiciones. "Queridos, os exhorto como peregrinos y forasteros que os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma" (1 Pe 2, 11 ) . La mansedumbre y demás virtudes afines son una vida nueva en germen o en desarrollo que va exigiendo cada vez más perfección hasta alcanzar la plenitud de la fe en Cristo.

La vida del peregrino consiste en saberse mantener en pie. Sin embargo, puede ser fuerte la tentación de descansar demasiado e incluso de instalarse. El Espíritu Santo de Dios despierta, desistala, al mantenernos en constante caminar y zarandearnos con una transformación interior y darnos fuerza para un compromiso exterior. El Espíritu Santo siempre está empujando cual viento impetuoso o llameando como fuego ardiente. Lo que necesitamos es que seamos dóciles a las inspiraciones del Espíritu. Que seamos fuertes para ser mansos.

"BIENAVENTURADOS LOS QUE SUFREN y LLORAN" ... (Mt. 5.5)

CHELO LOSADA

Voy a deciros unas sencillas reflexiones desde la experiencia del dolor y del sufrimiento propios, en mi cuerpo y en mi espíritu.

En mi cuerpo soy casi una enferma crónica. El haber pasado diez veces por el quirófano y el tener un tumor en la columna me da la experiencia de mi incapacidad y mis limitaciones. Conozco también las incomprensiones, los desprecios, las burlas, las mentiras y hasta las calumnias. Y por todo alabo al Señor.

La Renovación Carismática, que conocí hace dieciocho años, me ha dado -a través del ministerio de intercesión- la gracia de conocer y experimentar en el corazón el dolor de los demás.

Mi primera reflexión es:

Aprended a ver todo lo que ocurre a vuestro alrededor, no sólo lo malo, sino lo hermoso y lindo que existe en la vida.

Aprended a oír y descubriréis, también, sonidos armónicos que se contraponen a los que producen las guerras y odios.

Hablo para los que tenéis fe, pero a lo mejor llega también a algunos que viven en "crisis", que no creen en nada y dudan de todo.

Hay algo que aterra casi siempre y es la muerte. He visto a toda una familia hundida por la muerte de un ser querido: llanto sin cesar, angustias, desesperación, y... hasta, a veces, el deseo de suicidio.

He visto la muerte de un joven y toda su familia seguir viviendo y trabajando, luchando, porque al que se fue le hubiera gustado verlos así. Un mismo hecho produce situaciones contradictorias. Decidíos por ser valientes y animosos. No deis nunca paso a la desesperación.

Una segunda reflexión.

No llores ni te aflijas por penas que pasan. Todo en esta vida pasa. Nuestra vida tiene un fin. Acabamos aquí para empezar allá, en el lugar de la justicia, de la paz y de la eterna felicidad. No temas las injusticias de los hombres, las guerras, las desgracias... TODO PASA. Si esperas el BIEN TOTAL sufrirás aquí de otro modo.

Mi tercera reflexión seria:

No le eches la culpa de tus males a Dios, ni siquiera al "destino" (?) que lo dispone así. Casi todos los males vienen por el pecado del hombre: el mal uso de la salud, la droga, el sexo... ¡vive tu vida en orden! Que tu mente y tu voluntad dominen tus instintos y serás mucho más feliz. Así evitarás grandes e irreparables sufrimientos.

Te preguntarás. ¿Y los males que produce la naturaleza: terremotos, tifones, inundaciones...? En todo esto sobre todo para los que no tienen fe existe un misterio. Hay una "economía de Dios" que no coincide con la nuestra en el gobierno del mundo. Lo que para nosotros aparece como un desastre y desorden, no lo es en el PLAN DE DIOS, porque a través de éstas realidades "negativas", persiste siempre el AMOR DE DIOS que sabe conducirnos hacia Él, incluso a través del dolor.

Para JESÚS no hay contradicción entre sufrimiento y felicidad. Por eso dice: "Dichosos los que ahora lloráis porque reiréis" (Lc. G;21).

Los criterios del mundo no son éstos, pero sufrimiento y felicidad no son incompatibles, ni se excluyen entre sí. He conocido un inválido total que siempre estaba rodeado de jóvenes que acudían a él. Siempre tenía una sonrisa y un sabio consejo para "los problemones" de chicos y chicas que sólo veían sufrimientos y penas. Él era feliz e irradiaba paz y felicidad. Teresa de Lisieux decía: "Amar, sufrir; siempre sonreír",

El amar y ser amado es la explicación de que el sufrimiento pueda no sólo ser aceptado, sino incluso deseado. El amor "hermosea" todo dolor y sufrimiento. Es verdad que el amor en este mundo, lleva con frecuencia una carga de dolor, pero aún así, es manantial de felicidad.

La Cruz es hermosa porque es el signo y la prueba del Amor que Dios nos tiene. "Porque tanto amo Dios al mundo que dio a su HIJO único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn. 3, 16) y también "Un hombre no puede dar mayor prueba de amor que entregar su vida por sus amigos" (Jn. 10,13).

En este mundo siempre el dolor está encadenado con el amor.

En el infierno sólo hay sufrimiento y no hay amor.

En el cielo sólo hay amor sin sufrimiento alguno.

Tampoco la "alabanza" se opone a la experiencia del dolor. Alaba a Dios en todo momento. "Bendice alma mía al Señor y no olvides sus muchos beneficios" (Sal. 103, 1-2), porque también el sufrimiento puede ser la expresión del amor de Dios, un beneficio suyo que nos hace superar el propio dolor.

Decálogo del sufrimiento.

1.- Con sufrimiento aceptado hay progreso y perfección. Quien aprende a sufrir aprende muchas cosas.

2.- Con sufrimiento aceptado se pueden comprender muchas cosas. Se dilatan los corazones nobles y se encogen los corazones egoístas.

3.- Con sufrimiento esforzado se forjan voluntades de temple recio, capaces de todo. Con él se han formado los grandes hombres y los santos.

4.- Padres y educadores no evitéis el sufrimiento en todo a vuestros hijos y jóvenes. Enseñadles a que aprendan a superarlo.

5.- El sufrimiento nos hace más comprensivos y más aptos para la convivencia y la solidaridad.

6.- El sufrimiento es el mejor maestro para quien anda en la escuela del dolor.

7.- El sufrimiento nos concentra e interioriza.

8.- El sufrimiento nos da la visión verdadera del mundo, de las personas y de las cosas.

9.- El sufrimiento nos da "autoridad morar' para saber imponernos en las cosas más difíciles. Ante la autoridad del que sabe sufrir y callar por amor todos se rinden.

10.- El sufrimiento nos hace buscar lo trascendente, nos hace buscar a Dios. Alguien decía "sea mil veces bendito el sufrimiento que me ha acercado a Dios".

Jesús proclamó las bienaventuranzas no como mandamientos, sino como normas de vida que conducen a la felicidad.

La vía de las bienaventuranzas coincide con la línea recta que señala los mandamientos de su ley.

LAS BIENAVENTURANZAS SON LOS MODOS DE ALCANZAR LA FELICIDAD. VIVE SU ESPÍRITU Y SERÁS FELIZ.

Mi experiencia es que sufrir, cuando se lucha contra el mundo, merece la pena. Soy feliz y deseo que tú también lo seas. Díselo - mejor aún: muéstraselo- a los que te rodean.

NOTA:

Libros que te pueden ayudar a vivirlas.

1. P. Ripoll S.J.: "Las bienaventuranzas: proyecto para la felicidad".

2. P. Ramón Nubiola S.J.: "En busca de la felicidad".

3.- José Mª Alimbau Argila: "Palabras para la vida" y "Palabras para el silencio".

4.- José Mª Cabodevilla: "Las formas de felicidad son ocho: Comentario a las bienaventuranzas" ~BAC. .

LAS BIENAVENTURANZAS (II)

"BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS"

CARLOS BORDALLO, Pbro.

- 1 - El hambre y la sed no son buenas. De hecho, cuando las tenemos, buscamos acabar con ellas comiendo y bebiendo. Esto es así porque no estamos hechos para el hambre y la sed. Ambas son ajenas a nuestra constitución más profunda.

Dicho esto las palabras de Jesús pueden parecer algo sorprendentes: utiliza la palabra bienaventuranza asociándola al hambre y a la sed. Bienaventuranza significa alegría o dicha, y ¿qué dicha puede haber en tener hambre o sed? ¿Desde cuándo el sufrimiento es una buena noticia?

Pero las palabras de Jesús apuntan a algo más profundo. En primer lugar Jesús, cuando considera la vida, la considera en su totalidad. Nosotros, cuando hablamos de "vida", solemos referirnos sólo al período que va desde el nacimiento hasta nuestra muerte física. Al hacerlo así nos salimos de la realidad y nos incapacitamos para entender de verdad las cosas. Es como si al hablar de hacer un edificio nos refiriésemos sólo al agujero que hay que hacer en tierra para echar los cimientos y nunca mencionásemos el edificio que luego habrá. Un agujero en tierra no sólo no es un edificio sino que además es más feo que cuando no lo había. O si una pareja de novios renunciasen a hablar y soñar con lo que será su vida una vez casados (el noviazgo no es mas que una preparación para otra cosa, no es un fin en sí mismo). O como si uno se decidiese a estudiar unas oposiciones, aceptando las durezas que conllevan, sin pensar nunca en la vida que llevará luego y lo que podrá hacer el día que las apruebe. O, por abundar en los ejemplos, como si uno se plantease trabajar duramente en una empresa... sin recibir ningún tipo de sueldo ni gratificación a cambio.

La realidad es que el que inicia los trabajos de construcción y echa unos cimientos lo hace porque sueña con la casa terminada; el novio acepta las renuncias del noviazgo porque piensa que un día será marido; el estudiante que oposita se impone una dura disciplina porque aspira a la vida que tendrá una vez aprobados los exámenes, y el que trabaja lo hace por un sueldo; de otro modo se quedaría en casa y al menos no se cansaría inútilmente. Curiosamente (realmente resulta algo muy curioso, verdaderamente difícil de explicar) si alguien cuestiona el sentido de aceptar las durezas de la vida si ésta no continúa tras la muerte se le tacha de raro, aguafiestas y cosas parecidas. Se le dice que en esas cosas no se piensa y hasta que es de mal gusto el plantearlas en público. ¡Qué curioso! No conozco a una sola novia que no hable cada día de cómo sueña vivir cuando esté casada, o un trabajador que no piense en lo que va a hacer con el dinero que recibirá a final de mes. y sin embargo, si uno habla de un Cielo tras la muerte que dé cumplimiento a nuestros más íntimos anhelos se le dice que no, que en eso no se piensa...

2 A Jesús no parecen impresionarle mucho las modas; El sí piensa que tras la vida en este mundo continuaremos viviendo y habrá una justicia verdadera que repare las muchas injusticias de este mundo. Porque es un hecho que en este mundo la injusticia es mucho más normal que la justicia. Resulta doloroso y hasta aburrido constatar cada día cómo a los poderosos se les juzga de una manera y a los débiles de otra. Los jueces no son insensibles al brillo del oro de los ricos; será porque el brillo ciega por lo que emiten sentencias que en nada reflejan la verdad de los hechos. Pero si eres pobre puedes armarte de paciencia y aún harás bien en no esperar mucha justicia: es muy probable que no lo recibas. Y esto es así hasta la muerte. Y es muy doloroso.

Y sin embargo, al que así es tratado, Jesús le llama bienaventurado. Es evidente que el que padece injusticia tiene hambre y sed de justicia, como es igualmente evidente que la mayor parte de los así tratados mueren sin haber visto reparada la injusticia recibida. Y, aun cuando tal reparación llegase a darse, ¿quién puede compensarles por los sufrimientos que en su momento les causaron?

Que en este mundo no se da una justicia plena es una verdad al alcance de cualquiera. Y sin justicia plena no puede haber bienaventuranza. Esto es precisamente a lo que apuntan las últimas palabras de Jesús: "porque serán saciados". ¿Y cuando serán saciados? Ya hemos visto que no en esta vida. Sólo si pensamos en la vida que continúa tras la muerte puede ser verdad lo dicho por Él.

Jesús no promete una justicia para este mundo. Que "pobres siempre tendréis entre vosotros" (Mt 26,11) significa que habrá injusticia hasta el final de los tiempos, pues pobreza e injusticia van de la mano. Esta es la razón por la que muchos consideran a Jesús y al cristianismo como algo inútil: "¿para qué, si no traen la justicia a este mundo?" A lo que Jesús simplemente contestará: "y dichoso aquel que no se escandalice de mí".

3 Nosotros no solemos incluir la 'otra vida' a la hora de enjuiciar ésta. Esto nos aleja del modo de pensar de Jesús. Además, lo que nosotros entendemos por justicia casi siempre - por no decir siempre- va unido a la idea de venganza. Es cierto que hay una forma de entender la venganza que es compatible con Dios ("Mía es la venganza - dice el Señor- yo daré a cada cual su merecido", Heb 10,30), pero hay dos 'peros' que poner a esto que normalmente se nos escapan: el primero, que cuando el Señor habla de justicia jamás lo separa de la palabra misericordia. Y en eso de la misericordia nosotros estamos muy, pero que muy verdes. A nosotros nos va más el ojo por ojo y diente por diente, o sea, la venganza pura y dura. El modo de actuar de Dios nos resulta extraño, no lo entendemos y hasta nos escandaliza. ¿Por qué, si tiene tanto poder, no actúa como nosotros lo haríamos si fuésemos Dios? Y como pensar en un Dios tonto y débil nos resulta inaceptable decidimos que no existe y ya está...

La otra razón es que no aceptamos no ser nosotros los que juzguemos. Eso de que Dios se reserve el juicio definitivo de cada uno no nos va. Nosotros queremos que se juzgue aquí y ahora, y que la sentencia sea ejemplar. Queremos el cielo y el infierno ya aquí en este mundo y eso, claro, no es posible. La paciencia de Dios nos resulta insufrible y preferimos hacer las cosas a nuestro modo...

Pero las palabras de Jesús siguen golpeándonos, aturdiéndonos, iluminándonos. En vez de callarlas con nuestros razonamientos son ellas las que acaban por prevalecer: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia", que es tanto como decir que bienaventurados los que padecen injusticia. Y, vistas las cosas desde el cielo, hay que darle la razón. Así que al final, encima, tiene razón. Si realmente hay una justicia tras la muerte entonces los sufrimientos temporales de este mundo deben ser poca cosa comparados con lo que después espera (Rom 8,18). Sí, los que son dignos de lástima no son tanto lo que padecen la injusticia como los que la practican. Estos, los practicantes, del mal, no tienen hambre y sed de justicia y por lo mismo no son bienaventurados. Si no cambian, cuando llegue el juicio verdadero será para ellos el "gemir y el rechinar de dientes"; entonces lamentarán, como el rico Epulón, no haber estado en la tierra del lado de los maltratados.

4 Como el que construye una casa, o el que desea casarse, o sacar la oposición o recibir el sueldo de fin de mes, nosotros, Señor Jesús, soñamos con el día en que nuestros más profundos anhelos serán saciados. Llévanos en esta vida por los caminos de la sed y del hambre, más que por los de la satisfacción, de modo que merezcamos un día, en los cielos nuevos y la tierra nueva, ser saciados por Aquél que, al hacer Justicia, hace también Misericordia.

"BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS POR QUE ELLOS ALCANZARAN MISERICORDIA " (Mt. 5,6.)

P. EUSEBIO MARTINEZ, O.P.

1. Dios es amor misericordioso.

El amor de Dios a los hombres es el modelo de la misericordia de los hombres con los hombres.

La experiencia de la misericordia de Dios en el pueblo hebreo ha sido una vivencia constante. La historia que funda y reconoce Israel es una serie de acontecimientos marcados por la intervención de Dios para liberarle, darle poder, perdonarle, guiarle hasta la tierra prometida. El pueblo de Dios ha constatado en su historia el tener a Dios entrañablemente, con el corazón desplegado a su lado, en todos los eventos de su azarosa vida.

. Para el israelita piadoso, en los gestos misericordiosos de Dios, se ponía de manifiesto la actualización de la alianza de Dios con su pueblo, recordándole su olvido de las condiciones que le ligaban a la alianza. Las gestas de Dios en su favor, particularmente en los momentos críticos de su historia, con la conciencia de pecado o de ruptura con la alianza, originaban una súplica de perdón y una conversión de corazón a las condiciones pactadas con el Señor de su historia. Así la intervención misericordiosa se manifiesta como un acto decisivo de la gracia por el cual el hombre es salvado. Las vicisitudes de pobreza, miseria, esclavitud, pecado..., en vez de ser signos de fracaso y muerte, eran signos de volver a ponerse en camino y de acción de gracias. "Ten piedad de mí, oh Dios, según tu misericordia, por tu inmensa ternura borra mi pecado" (Sal. 50,3s). "Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia" (Sal. 107,1).

. En el juicio de Dios con su pueblo rebelde termina imponiéndose la misericordia. Por ello "David prefería caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en las manos de los hombres" (2 Sam. 24,14).

Aunque Dios no pase la esponja por el pecado, dejando que el hombre experimente sus consecuencias, su palabra definitiva es la misericordia.

"Su corazón se revuelve dentro de él, sus entrañas se conmueven y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira" (Os. 11s.).

. La expresión última y definitiva de la ternura de Dios con los hombres es su único

Hijo, hecho semejante a nosotros, experimentando nuestras limitaciones, sufriendo, conmoviéndose con el dolor humano, hasta sus últimas consecuencias. Dolor físico y dolor moral, que le hizo llorar y sudar sangre. Tan grande ha sido y es la misericordia de Dios con el mundo, que entregó como víctima a su propio Hijo para liberamos del pecado y de la muerte. Jesús es el rostro visible de la misericordia del Padre.

. La misericordia de Dios se manifiesta preferentemente con los más necesitados, pobres, enfermos, pecadores... Luc. 4,18; 7,22. Recordemos también las tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y, sobre todo el hijo pródigo. Luc., 15. En esta última parábola, cuando el hijo, derrotado por sus propios instintos descontrolados, consciente de su fracaso y pecado, volvía a la casa de su Padre, "estando él todavía lejos, le vio su Padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente... Traed aprisa (no le quería ver malvestido y fracasado) el mejor vestido, vestidle, ponedle el anillo (como la firma oficial de la casa) en su mano y unas sandalias en los pies..." (Luc. 15,20 ss.). El Padre nunca pudo olvidar su condición de Padre, sus entrañas para expresar su amor, su misericordia, sus brazos siempre. están abiertos para abrazar a su hijo perdido, que había perdido la condición de hijo. Dios es "padre de las misericordias" (2 Cor. 1,3; Sant. 5,11).

2. El ejercer la misericordia es una condición para entrar en el Reino.

Recordemos la parábola del siervo sin entrañas. El Señor se había compadecido de él, dejándole en libertad, perdonándole una gran suma de dinero, diez mil talentos. Sin embargo, este siervo, nada más ser perdonado, se encontró con un deudor que le debía una cantidad pequeña de dinero, cien denarios, y no fue capaz de perdonarle. Fue condenado por ello. "Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de tí?.. Y le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía. Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano" (Mat. 18,23 ss). Hablando Mateo del amor a los enemigos, termina diciendo "Vosotros, pues sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", (Mat. 5,48). En el lugar paralelo Lucas dice "Sed compasivos (misericordiosos) como vuestro Padre es compasivo". Cuando Mateo habla del juicio final, a la vista del Hijo del hombre, los que han practicado las obras de misericordia escucharán esta sentencia: "Venid benditos vosotros desde la creación del mundo" (Mat. 29, 34ss.).

3. ¿Cómo podemos ser misericordiosos en esta cultura dominante que nos toca vivir hoy en España?

¿Cómo expresar nuestra misericordia, venciendo obstáculos personales y culturales de nuestro entorno?

. En primerísimo lugar, es un don que Dios ofrece a los que Él ha llamado para ser sus hijos, para reproducir en nosotros la imagen de su Unigénito, expresión visible de toda su misericordia. Por ello debemos de pedir al Señor que podamos experimentar su misericordia en nosotros (amar como Él nos ha amado) y que podamos ser misericordiosos con nosotros, perdonándonos (porque si no nos perdonamos es imposible experimentar toda la misericordia de nuestro Padre), y con los demás, particularmente con los pobres y con nuestros enemigos. La misericordia lleva consigo un negarse a sí mismo, un darse incondicionalmente, y esto no es posible sin la ayuda de la gracia divina, porque normalmente repugna a nuestro natural narcisismo, a nuestra natural y necesaria autoestima la negación de nosotros mismos. Sin una gracia especial para el ejercicio de la misericordia, podemos solucionar, de algún modo necesidades ajenas, ayudar a los pobres personalmente o luchando contra estructuras que engendran pobreza, por un sentimiento de filantropía, pero negarse a sí mismo, dándose (no sólo dando cosas o nuestro tiempo y habilidades), es prácticamente imposible, porque peligra nuestra autoestima natural y necesaria.

Para el discípulo de Cristo las obras de misericordia no son fruto de cualidades personales o de opciones individuales, sino del ser misericordioso. Este modo de ser dimana de la conversión, la cual normalmente presupone experiencias "tumbativas", no "lights" o someras, de la misericordia de Dios en nosotros. Contra esta experiencia de misericordia, la cultura actual opone una ética fundada en la autonomía del sujeto -(es lo moderno)- que termina fundando su comportamiento en su gusto personal, disolviendo toda conciencia de pecado.

. Otro factor a tener en cuenta es que la misericordia exige estar entrañablemente unido a quien es objeto de nuestra misericordia. Los problemas del pobre así, me comprometen; el mal ajeno me conmueve, porque percibo en el otro al ser amado, a alguien entrañablemente querido por mí. A esta unión fraternal cristiana se opone en nuestra cultura moderna el individualismo, que funda su razón de bien en el bienestar individual. En esta cultura la unión con otra persona está basada fundamentalmente en la "química" pasajera, que potencia enormemente el deseo.

. Finalmente la expresión de la misericordia surge de un memorial histórico (la Pasión, Muerte y Resurrección), definitivo signo de la misericordia; cuyo recuerdo hace brotar en el cristiano el vínculo esperanzador que nos une a nuestro Señor y hermano mayor, y a todos los hombres. La fidelidad a este memorial, a esta alianza definitiva e histórica hace brotar la misericordia, modelada en aquel que realizó el memorial histórico. A esta experiencia se opone la cultura moderna que, para existir, para impulsar el progreso, disuelve las otras culturas y liquida la historia, porque lo otro es mejor que lo dado.

¡Felicitaciones a los misericordiosos, porque ellos serán salvados por la misericordia! .

"BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN PORQUE ELLOS VERAN A DIOS"

PILAR SALCEDO

Para alegría de los que amamos la Palabra de Dios, Raissa Maritain, mujer de clara espiritualidad dominica, anotó con sencillez en su diario: "Cuando la exégesis, cuando la interpretación de la Biblia alcance su madurez total, volverá a la palabra viva y desnuda llena de plenitud por sí misma". Pueden los teólogos y exégetas escribir Tratados enteros sobre las Bienaventuranzas, pero Cristo, al proclamarlas a la multitud sencilla que le rodeaba, fue muy claro en sus palabras. Todos lo entendieron perfectamente. "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Sabemos que el pueblo de Israel entendía por corazón lo más íntimo y profundo del hombre entero. El mismo Jesús explicaría a sus discípulos que es de ese interior y no de fuera de donde brota todo lo que mancha al hombre: "Porque del corazón salen las malas intenciones, crímenes, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre" (Mt 15,19).

Es muy grande el campo a cubrir por un corazón limpio aunque se tiende a identificarlo sólo con los problemas de la pureza y el amor cuya sede se atribuye al corazón. Pero pertenecen a él también las intenciones poco claras, la falta de rectitud en el obrar, las insidias ocultas, los deseos oscuros, la palabra que mata, los medios que no se ajustan limpiamente a los fines. Sabemos por la propia boca de Cristo lo que dé de sí el corazón del hombre y sin embargo es el mismo Jesús quien asegura que ese corazón puede ser limpio, sencillo y transparente como el de un niño y que sus ojos pueden contemplar embelesados la belleza infinita de Dios.

En este mundo, en nuestras calles, en nuestros grupos hay muchos corazones así. Y Dios se alegra por esto. Es la gracia la que limpia de un modo tan radical que equivale realmente a un renacer, a una vida nueva: "Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, yo los blanquearía..." nos dice a través del profeta. Esa es la obra de la misericordia y del amor de Dios en nosotros.

En el Apocalipsis el discípulo virgen que tanto amó el Señor, nos habla de multitudes enteras vestidas simbólicamente con túnicas de un blanco escandaloso. ¿Quiénes son? "Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los han blanqueado en la sangre del cordero". Qué enorme el poder de la sangre de Cristo.

Casi todas las tribulaciones nos vienen del corazón, tan hermoso y frágil, tan propenso a herir y a ser herido, tan enamoradizo... por eso decía Dostoyeski que "es en el corazón del hombre donde se dan los grandes combates entre Dios y el maligno". Esos leones rugientes que según San Pablo y San Pedro giran entorno nuestro, saben más que muchos cardiólogos. Ahí están también los asombrosos versos que Charles Péguy dedicó al corazón. Son un coloquio con él, una oración tierna y fuerte de un hombre a vueltas con un imposible amor transfigurado. Es la pureza lo único capaz de ver la mancha. El grado de nobleza de un alma se mide incluso por su capacidad de alimentarse de lo que es un veneno para los demás. Esos corazones limpios existen y diríase que el mal no le roza aunque caigan en él.

La clave de un corazón limpio es un único y gran Amor. Ver a Dios es conocerlo y casi en el sentido bíblico de la palabra, poseerlo. Por eso se podrían también cambiar los términos: "Bienaventurados los que ven a Dios porque tendrán el corazón limpio". ¿No ha dicho el mismo Señor "donde está tu tesoro allí está tu corazón"? El problema del amor no es nunca un problema de exceso, al contrario, es un problema de más amor, de mucho amor, del más grande Amor. "¡Tú eres mi gran Tesoro!", decimos en una hermosa canción carismática. Ese es el secreto de un corazón limpio: Vivir para un único amor y amar todo lo demás desde él; para conseguir ese gran tesoro tenemos que deshacernos de algunas cosas. No se vierte un vino generoso sobre una copa a medias.

Porque desea que nuestro corazón se llene de su Espíritu Santo, Jesús nos llama a esa gran limpieza, a que nos dejemos inundar de su amor que no es otro que el Santo Espíritu. Pide un corazón transparente para que podamos amar al Padre con su propio corazón, para que entremos en el diálogo encendido de la Trinidad, para tener la alegría de amarnos todos como hermanos dando si es preciso nuestra vida que es la gran prueba del amor.

Este gran sentimiento hacia Dios y hacia los demás sólo brota de los corazones abnegados, humildes y sencillos. Necesitamos por eso un corazón desinteresado y limpio. El amor que Dios derrama en nosotros es una participación de su Espíritu, es elevado y luminoso. Pero todo afecto sobrenatural influye en nuestra sensibilidad, ya que no es el alma sola la que ama, sino el hombre entero. Y después de la caída original sabemos todos cuánto nos cuesta mantener el equilibrio.

Realmente la única pureza es la de Cristo y para que nos llegue algo de ella, hemos de seguirle muy de cerca. Él quiere "reavivar" en nosotros la vida que vivió en la tierra. y esa vida está en el Evangelio. Allí la vemos con los ojos siempre buscando al Padre, siempre deseando hacer su voluntad. Cómo lo buscaba en la oración, cómo lo invocaba en las curaciones y milagros, cómo le daba las gracias por todo.

Eso es tener el corazón limpio: vivir siempre pendientes de Dios. Y comparar nuestro actuar con el suyo: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." "Cuando seas convidado no te pongas en el primer puesto" ... Reconozcamos, por contraste, cuántas veces andamos nosotros tras el propio interés; nuestro afán posesivo; nuestras comodidades y privilegios; la buena vida; la frontera imprecisa de nuestros sentimientos; la avaricia del consumidor desmelenado; la pereza más o menos camuflada; el humor a veces inaguantable...

Y, por si fuera poco, las tres advertencias de que nos habla en su epístola San Juan. Atención al deseo derramado de unos ojos que todo lo buscan, de la carne que reclama sus fueros, de la soberbia de la vida. Tres marías que ahí están. Y el que se sienta libre que tire la primera piedra.

Y sin embargo hay corazones transparentes y luminosos entre nosotros. Pero no podemos bajar la guardia si hemos de dar testimonio de integridad. Vivimos además inmersos en una sociedad donde el amor hace y deshace parejas a diario, el poder y el dinero corrompen, el hedonismo publicitario nos bombardea, las "top-models" arrasan. Por eso hay que estar alerta y, aunque sea como una medida ecológica, superar esa alergia a preguntar sinceramente a nuestro corazón, que es a veces un coto inabordable y lejano en medio de nuestras vidas tan ricas. Acudamos alguna que otra vez al hermoso salmo 50: "Dame Señor un corazón puro y renueva en mis entrañas un espíritu recto..." "Mira que en culpa yo nací, en pecado me concibió mi madre..." "Rocíame con hisopo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve".

"Y tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies a sus discípulos..." (Jn, 13-4). .

"BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS (Mt.5,9)

CEFERINO SANTOS, S.J.

1 de enero de 1996. Setenta Mil jóvenes de veintiocho países, presididos por el hermano Roger Schutz, de la Hermandad cristiana de Taizé, piden a Dios la paz para el mundo y para los pueblos, en Vroclav, Polonia. ¡70.000 pacíficos, 70.000 hijos de Dios! Pero, ¿después de casi 2.000 años de cristianismo aún hay que pedir la paz? ¿Aún está el mundo lleno de violentos, de asesinos, de gentes rabiosas de odio, sedientas de venganza y de sangre?

1 de enero de 1.996: Jornada mundial de la paz. Juan Pablo II clama desde el Vaticano: "¡Demos a los niños un futuro de paz!... Es un derecho suyo y un deber nuestro". Pero ¿le importan los derechos de los niños a la paz o sus deberes al francotirador que les mata o al terrorista que les despedaza junto con los adultos, porque no tienen otro Dios ni otra ley que su irracionalidad y sus odios, sus etnias exacerbadas y sus egoísmos viscerales? .

El espectáculo de la raza humana resulta a veces depresivo y degradante. Hay hombres que no tienen paz dentro de sí mismos, ni con Dios, ni con la familia, ni con la sociedad, ni con el cielo ni con la tierra y no se la dejan tener a los demás. ¿Hay algún remedio en alguna parte para tanto mal?

Tiene que haberlo. Cristo supone que con su ayuda pueden darse "bienaventurados que tienen paz y la propagan porque son hijos de Dios" (Mt 5,9). Hay que educar para la paz y desmontar las ideas de los audiovisuales, donde el hombre que mata a más es más héroe en vez de más villano, más irracional y más bestia, porque carece de recursos justos para solucionar los odios de los hombres.

Hay que desmontar los criterios de que las naciones más importantes son las que pueden hacer inhabitable nuestro planeta en unos días de holocausto atómico, destruyendo amigos y enemigos a la vez, y no, por el contrario, las que pueden imponer con su prestigio un arbitraje justo y ponderado entre los adversarios. Pero antes de disminuir la violencia en los demás tendríamos que empezar poniendo la paz de Dios en nuestros corazones.

La paz falsa y la verdadera paz

El seguidor de Cristo necesita poner paz en su interior antes de pacificar a los demás. Cristo que dijo; "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,27), nos avisó que antes de "traer la paz tenía que traer la espada" (Mt 10,34). Antes de hacernos pacificadores de los otros, Cristo quiere sacarnos de la paz falsa que el hombre ha hecho con su propio pecado y su violencia. La espada de Cristo tiene que podar nuestros pecados y nuestros egoísmos, nuestros odios y nuestras faltas de perdón, nuestro espíritu de discordia y de venganza, nuestro apetito de prevalecer y dominar sobre los demás. Sólo cuando haya muerto nuestro 'yo' orgulloso, luchador y violento puede nacer en nosotros la paz de Cristo, tan distinta de la que el mundo da (Jn 14,27). Los que Dios ha pacificado saben convivir en paz con los demás. Entonces "el lobo habitará con el cordero, la pantera se tumbará junto al cabrito, el novillo y el león pacerán juntos" (11,6), porque antes Dios ha convertido al lobo, a la pantera, al oso y al león.

(Tal vez, tengamos que convertirnos muchos y en más cosas de las que pensamos antes de que la paz mesiánica llegue). La conversión a la paz es mucho más que una reconciliación superficial, una tregua de conveniencias, un pacto consensuado o una presión social. Sin conversión a la paz como fruto de la justicia y del amor, solo "se cura superficialmente la herida del pueblo, diciendo ¡Paz, paz!, cuando no hay paz" verdadera (Jer 6,14). Y es una lástima vivir en el engaño y engañándonos a nosotros y a los demás. Existe también una falsa paz en el orden político y social, cuando se da una tranquilidad forzada dentro de un orden injusto y que, por lo tanto, no es verdadero orden. En estos casos también se ha de utilizar la espada de Dios para que brote la paz verdadera y justa. Tampoco vale una paz pública que brote del terror. La paz evangélica brota de la justicia y del amor. Y la renuncia a la violencia es un misterioso don evangélico de los perseguidos por la justicia y de los que quieren construir la paz con la lucha incansable y no violenta por la justicia.

A la paz por el perdón, por la justicia, por el amor y la intercesión.

En 1972, Pablo VI en su mensaje para la Jornada mundial de la paz avisaba: "Si quieres la paz, trabaja por la justicia". "La paz es obra de la justicia" (Is 32,17) y soñar con una paz fundada en la injusticia es soñar en quimeras. Es difícil vivir una justa defensa de los derechos humanos sin violencia; pero el camino de los no-violentos crece. El no-violento no es un ser pasivo; es el sujeto que imita a Cristo luchando y trabajando

por la paz con métodos no violentos. El evangelio rechaza la violencia, pero exige la justicia. Muchos no violentos terminan descalabrados por los violentos, pero su muerte es redentora.

Cristo es el nombre de la paz evangélica, que hace bienaventurados y pacificadores, "Él es nuestra PAZ, el que de los dos pueblos divididos hizo uno, derribando el muro que los separaba: la enemistad (Ef 2,14).

Sin amor de Dios en el corazón no se puede ser bienaventurado. Muchos luchan por la justicia sin amor y no son felices. El odio se va espesando en su corazón y rezuman amargura. Aunque uno derrote a los injustos e implante la paz, 'si no tengo amor, nada soy' (1 Cor13,2).

'Amar a los enemigos' (Mt 5,44) ayuda a la paz interior y también a que disminuyan los enemigos, sin que desaparezcan del todo para poder seguir amándolos. Hemos de amar los derechos de nuestros enemigos aunque ellos no respetan los nuestros y hemos de amar su paz y su bienestar.

Unido al amor a los enemigos, va el perdón. Sin perdón al ofensor no habrá paz en nuestro corazón ni en el de los demás. Cristo hace la paz de los hombres con Dios, pidiendo al Padre que los perdone, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Los violentos nunca miden el mal que hacen; miran a la utopía que persiguen y con la violencia se les aleja más y más. Cristo nos trajo su paz, sin derramar más sangre que la suya. Los violentos de hoy derraman toda la sangre posible para sólo aumentar el odio entre los hombres. Y en vez de bienaventurados con Cristo, se hacen malditos de Dios y de los hombres.

Por la oración de intercesión acudimos también al trono de Jesús, Príncipe de la paz (Is 9,5) para reclamar que ate con poder al primordial "adversario nuestro, el Diablo, que ronda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pe 5,8), y a la Bestia que surge del abismo para hacer la guerra (Ap 11,7) a los profetas de Dios. y pedimos que los hijos de Satanás y de la violencia se conviertan a Cristo el Pacificador como pacíficos e hijos de Dios. ¡Ojalá florezca en nuestros días la Paz! ¡Ojalá que María, Reina de la Paz, la derrame sobre este mundo que se aproxima al Tercer Milenio, y el universo de los violentos acepte la conversión para adelantar en nuestra tierra y en nuestros corazones el reino de la justicia, del amor y de la Paz! Unimos nuestra intercesión a la de la Iglesia: 'Cordero de Dios, Jesús inmolado, que quitas el pecado del mundo, danos la PAZ'. Haznos instrumentos de tu paz. Y dinos luego: ¡Bienaventurados los que lucháis contra la discordia dentro de la Iglesia! ¡Bienaventurados los que lucháis por la paz entre los hombres! Vosotros sois los verdaderos hijos de Dios. Pero, oh, Dios, Dios nuestro, ¿por qué no se terminan ya los violentos?

"DICHOSOS LOS PERSEGUIDOS" (Mt. 5,lO-12)

LUIS LÓPEZ DE LAS HERAS, O.P.

Las Bienaventuranzas en su conjunto son la flor y nata del Evangelio: en ellas se nos presenta en breve síntesis el ideal cristiano. En frase de S. Agustín son el modo perfecto de la vida cristiana. El culmen y resumen de todas ellas es esta última: la de los perseguidos por causa de Jesús.

Cuando se escribió el actual evangelio de S. Mateo los cristianos ya sabían mucho de vejaciones y persecuciones. Desde luego por parte de los judíos, pues fueron perseguidos por causa de Jesús desde el principio, según vemos por el libro de los Hechos y también por la carta a los Hebreos (10,32-34). Así es que la misma comunidad primitiva de Jerusalén tuvo que vivir las Bienaventuranzas: también ésta, la más difícil.

Jesús había invitado a sus discípulos a llevar la cruz en pos de Él: a beber su cáliz. Si Él era el Siervo de Yahvé paciente, también tenían que parecérsele en este aspecto sus discípulos. En la parábola del Sembrador ya preveía El que algunos desertarían por falta de raíces: cuando se presenta una persecución por causa de la palabra (Mt 13,21).

La persecución de los creyentes no era una novedad: ya el libro de la Sabiduría elogia al justo perseguido y habla de su felicidad ultraterrena (cf. Sab 25); buen ejemplo de ello fueron los mártires macabeos (cf. 2 Mac 6-7). Pero Jesús, que recordará aquí a los Profetas mismos, va mucho más allá: dice que sus discípulos serán dichosos - experimentarán la felicidad- justamente cuando sean perseguidos: ¡en el presente, como es el caso también de la primera Bienaventuranza!

Los cristianos serán objeto de persecución así mismo fuera de Palestina. Lo vemos ya por los Apóstoles. S. Pedro exhortará a los destinatarios de su primera carta, diciendo: si sufrís a causa de la justicia, dichosos vosotros (1 Pedro 3,13). Y a los esclavos cristianos que pueden tener amos severos les amonesta: Sed sumisos con todo respeto. . . Porque bella cosa es tolerar penas por Dios. . . Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas ( cf. 1 Pedro 2,18-21). Cristo es el arquetipo de las Bienaventuranzas: sobre todo

en su Pasión.

Esta Bienaventuranza, cuyo texto es el más largo de todas, acaso por su misma dificultad lleva aneja una explicación: Dichosos vosotros cuando os injurien y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mt 5,11-12).

La persecución tiene sus grados: puede ir desde la injuria o vejación con las humillaciones hasta el martirio. Ya S. Pedro tenía también a la vista las injurias de que podían ser objeto los cristianos por su fe: Dichosos vosotros si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros ( 1 Pedro 4,14) : el oprobio de Cristo - el sufrido por su causa- es mayor riqueza que todos los tesoros de Egipto (Hebr 11,26) .

La persecución puede llegar hasta el martirio, como había dicho Jesús mismo (cf. Mt 10,17-22; etc.).

Ante tales perspectivas, nada halagüeñas para el hombre natural, el Señor añade: Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. . . de la misma manera persiguieron a los Profetas... " (Mt 5,12). ¿No bastaba con el primer verbo - alegraos? El uso de dos, aunque sinónimos, es una manera de subrayar la felicidad radiante de los perseguidos por Cristo (cf. también Apoc 19, 7, que habla de las bodas celestes del Cordero).

N. Señor invita a alegrarse, no sólo mientras es uno perseguido, sino precisamente por serlo (cf. Hech 5, 40s). Jesús pone también ante los perseguidos la recompensa de ultratumba y el ejemplo de los antiguos Profetas, frecuentemente perseguidos, y a quienes equipara a los discípulos en su misión. ¿Cómo es posible alegrarse de ser perseguido? - Si ya ante la primera Bienaventuranza más de uno de los oyentes de Jesús se mostraría escéptico, de seguro que ante esta última se le cortó el aliento. ¿Es posible sufrir y gozar al mismo tiempo?

S. Pablo dice que se alegra de sufrir por la Iglesia (cf Col 1,24); y de los tesalonicenses escribe: os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones (1 Tes 1,6). También los hebreos convertidos se dejaron despojar con alegría de sus bienes, conscientes de que poseían una riqueza mejor y más duradera.(Hebr 10,34). Eso mismo constatamos en los mártires de los primeros siglos.

El hombre es un compuesto de alma y cuerpo; o como decían los platónicos y acepta a veces S. Pablo, de cuerpo, alma y espíritu - que en la división dicotómica sería la zona más elevada del alma -. Así es que puede uno estar diversamente afectado en esas zonas: sufrir en el cuerpo y en el alma y gozar por motivos o bienes más altos en la región superior, que es la del espíritu. A bienes similares remite Jesús en esta Bienaventuranza: tampoco las otras pueden darse sin cruz.

Tal es la cumbre de la perfección cristiana, la cual no es otra que la del amor, llevado a su última expresión en el amor a los enemigos. En el mismo Sermón de la Montaña dirá N. Señor: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos, aludiendo inmediatamente a la recompensa, para terminar:

¡Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,4448). Las palabras de S. Lucas en el lugar paralelo son ligeramente diferentes; su versión de la última parte suena: ¡Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo! (Lc 6,35s).

El amor a los enemigos, que es el culmen o colmo del amor, y que Cristo en la Cruz llevará a la práctica de un modo eminente al pedir perdón para sus enemigos (Lc 23,34), viene a coincidir con esta Bienaventuranza: ¡es el amor que triunfa hasta del odio, de que es objeto el cristiano en la persecución! En ella puede experimentar la presencia inefable de Dios y del Reino de los cielos, al cual le llama el Señor. S. Esteban, el protomártir, cuando moría apedreado, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y dijo; Veo los cielos abiertos. . . Señor Jesús, recibe mi espíritu y, doblando las rodillas, añadió: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y dicho esto, murió (cf. Hech 7,55-60).

Los teólogos dirán que las Bienaventuranzas son obra de los Dones del Espíritu Santo; es decir: de un influjo poderoso del Espíritu divino, que no es el de la fe común. Sin embargo sería equivocado pensar que esos Dones funcionan sin una cooperación o apertura por nuestra parte. Para eso el Señor suele purificar antes a las almas, poniéndolas en situaciones de practicar a fondo las virtudes, especialmente la humildad y las teologales, acrisoladas en diversas pruebas, a veces largas. Lo vemos en la vida de los santos mismos que no han sido mártires. Un buen ejemplo de ello es S. Francisco, a quien Dios acrisoló, haciéndole bajar hasta lo más profundo de la humildad, al par que aquilataba más y más su fe, esperanza y el amor mismo. Caminando un día con un compañero, le dirá: ¿No te parece, Hno. León, que, si al llegar al convento no nos reconocieran y nos echaran de malas maneras, deberíamos alegrarnos? Y cuando le toparon los ladrones en el bosque y le dieron de palos, él, lleno de alegría decía: ¡Soy pregonero del Gran Rey!... ¡Dichosos los perseguidos por causa de Jesús!.


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