miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL ÁRBOL DE NAVIDAD


SU ORIGEN Y SENTIDO CRISTIANO

“En las próximas semanas el árbol de Navidad será motivo de alegría […] Su forma en punta, su color verde y las luces de sus ramas son símbolos de vida. Además, nos remiten al misterio de la Nochebuena. Cristo, el Hijo de Dios, trae al mundo oscuro, frío y no redimido, al que viene a nacer, una nueva esperanza y un nuevo esplendor. Si el hombre se deja tocar e iluminar por el esplendor de la verdad viva que es Cristo, experimentará una paz interior en su corazón y será constructor de paz en una sociedad que tiene mucha nostalgia de reconciliación y redención” (Benedicto XVI, Audiencia, 12 de diciembre de 2008).
EL ÁRBOL DE LA VIDA, EL AMOR Y LA PAZ

Muchas de las leyendas y antiguas tradiciones que hacen referencia al árbol de Navidad se remontan a tiempos muy antiguos, pero la documentación histórica acerca del árbol tal y como lo conocemos y decoramos hoy en día, sólo apareció en los últimos siglos.
No hay duda, sin embargo, que estas leyendas y tradiciones muestran la convergencia de muchas costumbres, algunas de ellas nacidas fuera de la cultura cristiana y otras de origen estrictamente cristiano.
Vamos a considerar aquí algunas que podrían ser precursoras del árbol de Navidad.

ORIGEN HISTÓRICO

Desde tiempos muy antiguos, los pueblos primitivos introducían en sus chozas las plantas de hojas perennes y flores, viendo en ellas un significado mágico o religioso.
Los griegos y los romanos decoraban sus casas con hiedra. Los celtas y los escandinavos preferían el muérdago y muchas otras plantas de hoja perenne (como el acebo, el rusco, el laurel y las ramas de pino o de abeto) pues pensaban que tenían poderes mágicos o medicinales para las enfermedades.
En la cultura de los celtas, el árbol era considerado un elemento sagrado. Se sabe de árboles adornados y venerados por los druidas de centro-Europa, cuyas creencias giraban en torno a la sacralización de diversos elementos y fuerzas de la naturaleza.
Se celebraba el cumpleaños de Frey (dios del Sol y la fertilidad) adornando un árbol perenne, cerca de la fecha de la Navidad cristiana. El árbol tenía el nombre de Divino Idrasil (Árbol del Universo): en cuya copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín), mientras que en las raíces profundas se encontraba el Helheim (reino de los muertos).
Cuando se evangelizó el centro y norte de Europa, los primeros cristianos de esos pueblos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, cambiando su significado pagano.

SAN BONIFACIO, OBISPO DEL SIGLO VIII

Una interesante tradición -en parte historia, en parte leyenda-, popular en Alemania, afirma que el árbol de Navidad se remonta al siglo VIII.
San Bonifacio (675-754) era un obispo inglés que marchó a la Germania en el siglo VIII (concretamente a Hesse), para predicar la fe cristiana.
Después de un duro período de predicación del Evangelio, aparentemente con cierto éxito, Bonifacio fue a Roma para entrevistarse con el papa Gregorio II (715-731).
A su regreso a Alemania, en la Navidad del año 723, se sintió profundamente dolido al comprobar que los alemanes habían vuelto a su antigua idolatría y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un hombre joven en el sagrado roble de Odín.
Encendido por una ira santa, como Moisés ante el becerro de oro, el obispo Bonifacio tomó un hacha y se atrevió a cortar el roble sagrado. Hasta aquí lo que está documentado históricamente.
El resto pertenece a la leyenda que cuenta cómo, en el primer golpe del hacha, una fuerte ráfaga de viento derribó al instante el árbol. El pueblo sorprendido, reconoció con temor la mano de Dios en este evento y preguntó humildemente a Bonifacio cómo debían celebrar la Navidad.

El Obispo, continúa la leyenda, se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto a los restos y ramas rotas del roble caído. Lo vio como símbolo perenne del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas (que simbolizaban las tentaciones) y velas (que representaban la luz de Cristo que viene a iluminar el mundo).

Como estaba familiarizado con la costumbre popular de meter en las casas una planta de hoja perenne en invierno, pidió a todos que llevaran a casa un abeto. Este árbol representa la paz, y por permanecer verde simboliza también la inmortalidad; con su cima apuntando hacia arriba, se indica, además, el cielo, la morada de Dios.

OBRAS TEATRALES RELIGIOSAS MEDIEVALES

También ofrecen pistas importante sobre el origen del árbol de Navidad, tal como lo conocemos, las obras de teatro medievales que representaban los misterios y pasajes de la Biblia.
En concreto el árbol del Bien y del Mal en el Paraíso Terrenal. Su propósito era enseñar la religión a los feligreses, que en su mayoría eran analfabetos.
Para difundir y mantener viva la fe y dar a conocer las Sagradas Escrituras, la predicación era esencial, pero no suficiente.
Se pensó que las obras teatrales completaran esa predicación y pronto se hicieron populares en toda Europa.
En la Nochebuena, el 24 de diciembre, se representaba -con grandísimo éxito popular- el episodio del pecado original de Adán y Eva. El árbol del Paraíso terrenal era el centro del escenario.
El árbol debería haber sido un manzano, pero no habría sido adecuado en invierno. Se ponía un abeto en el escenario con algunas manzanas en sus ramas, y obleas preparadas con galletas trituradas en moldes especiales, así como dulces y regalos para los niños. Incluso cuando se abandonaron estas obras teatrales religiosas, el árbol del Paraíso siguió estando asociado a la Navidad.

LOS ORÍGENES MÁS RECIENTES DEL ÁRBOL DE NAVIDAD
La opinión más generalizada entre los expertos es que el árbol de Navidad, tal como lo conocemos hoy, decorado e iluminado con luces, deriva de este árbol del Paraíso. Como su lugar de nacimiento se sugiere la orilla izquierda del Rhin, y concretamente la Alsacia.
Uno de los primeros testimonios de esto son los registros de la ciudad de Schlettstadt (1521), en los que fue establecida una especial protección para los bosques en los días previos a la Navidad; los guardabosques eran los responsables de castigar a cualquiera que cortara un árbol para decorar su casa .
Otro documento nos informa de que, en Estrasburgo, la capital de Alsacia, los abetos se vendían en el mercado, para llevar a casa y decorarlos. De Alsacia, la tradición de los árboles de Navidad se propaga a toda Alemania y al conjunto de Europa, y pronto, al resto del mundo cristiano.

ASPECTOS SIMBÓLICOS DEL ÁRBOL

Los árboles han tenido a lo largo de la historia un significado muy especial: en todas las culturas poseen aspectos simbólicos de carácter antropológico, místico o poético.
La idea extendida de los aspectos benéficos de los árboles para el hombre ha dado lugar a distintas leyendas y lo ha relacionado con sentidos mágicos y rituales.
En varias culturas el árbol representa el medio y la unión del cielo y la tierra: ahonda sus raíces en la tierra y se levanta hacia el cielo; por ello en ciertas religiones, sobre todo orientales, el árbol es signo de encuentro con lo sagrado, punto de encuentro entre el ser humano y la divinidad.
Otros significados ampliamente extendidos sobre los atributos mágicos del árbol concernían a la fecundidad, al crecimiento, a la sabiduría y a la longevidad.

SENTIDO CRISTIANO
El árbol de Navidad recuerda, como hemos visto, al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva, y de donde vino el pecado original; y por lo tanto recuerda a Jesucristo que ha venido a ser el Mesías prometido para la reconciliación. Pero también representa el árbol de la Vida o la vida eterna, por ser de hoja perenne.
En palabras de Juan Pablo II: “En invierno, el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere […] El mensaje del árbol de Navidad es, por tanto, que la vida es ‘siempre verde’ si se hace don, no tanto de cosas materiales, sino de sí mismo: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca” (Juan Pablo II, Audiencia, 19 de diciembre de 2004).

La forma triangular del árbol (por ser generalmente una conífera), simboliza a la Santísima Trinidad. A las oraciones que se realizan durante el Adviento se les atribuye por un color determinado, y cada uno simboliza un tipo:
• El azul, para las oraciones de reconciliación.
• El plateado, para las de agradecimiento.
• El dorado, para las de alabanza.
• El rojo, para las de petición.
• Estos colores, junto con el verde del árbol mismo, tal vez sean los más tradicionales para los adornos navideños.
El árbol de Navidad y los regalos propios de estas fechas, son un modo de recordar que del árbol de la Cruz proceden todos los bienes…
Por eso tiene un sentido cristiano la tradición de poner bajo el árbol los regalos de Navidad para los niños:
“Generalmente, en el árbol decorado y a sus pies se colocan los regalos de Navidad. El símbolo se hace elocuente también desde el punto de vista típicamente cristiano: recuerda al ‘árbol de la vida’ (Cf. Génesis 2, 9), representación de Cristo, supremo don de Dios a la humanidad” (Juan Pablo II, Ídem).

LOS ADORNOS NAVIDEÑOS

Los adornos más tradicionales del árbol de Navidad son:
• Estrella: colocada generalmente en la punta del árbol, representa la fe que debe guiar la vida del cristiano, recordando a la estrella que guió a los Magos hasta Belén.
• Bolas: en un principio San Bonifacio adornó el árbol con manzanas, representando con ellas las tentaciones. Hoy día, se acostumbra a colocar bolas o esferas, que simbolizan los dones de Dios a los hombres.
• Lazos: Tradicionalmente los lazos representan la unión de las familias y personas queridas alrededor de dones que se desea dar y recibir.
• Luces: en un principio velas, representan la luz de Cristo.

Como nos dice Benedicto XVI “al encender las luces del Nacimiento y del árbol de Navidad en nuestras casas, ¡que nuestro ánimo se abra a la verdadera luz espiritual traída a todos los hombres y mujeres de buena voluntad! … Frente a una cultura consumista que tiende a ignorar los símbolos cristianos de las fiestas navideñas, preparémonos para celebrar con alegría el nacimiento del Salvador, transmitiendo a las nuevas generaciones los valores de las tradiciones que forman parte del patrimonio de nuestra fe y cultura”. (Benedicto XVI, 21 de diciembre de 2005)

Cuento: El árbol de Navidad

Hace unos días, estando en clase, se me ocurrió la idea de la llegada del invierno, la navidad, los adornos, etc. Y como podría utilizar todo ello con los más pequeños, que sin darse cuenta de que estoy enseñándole algo, pudieran disfrutar de la clase de lectura, y como no, mientras tanto, abrir debates entre ellos, que para mí siempre son tan fundamentales. Así pues, buscando entre las distintas fichas, ví un árbol de Navidad. Y recordé un cuento, que había oído hace mucho.
Estuve buscándolo por todas partes, pero al no encontrarlo, decidí hacer una versión de lo que me acordaba, y las pocas pinceladas que pude encontrar por Internet.
Os lo dejó aquí, y espero que vosotros sepáis ver la importancia y el valor que tiene:

“Había una vez en el bosque un joven árbol, cuyo único deseo era crecer y hacerse grande como los demás árboles, e iba creciendo año tras año, pero como era muy impaciente nunca le parecía bastante.
De vez en cuando llegaban al bosque unos hombres con grandes hachas, que cortaban los árboles altos y bonitos, haciéndoles caer al suelo, con un gran ruido. Ya en el suelo, le cortaban las ramas, y lo montaban encima de un gran camión.
-         ¿A dónde los llevarán?- se preguntaba el joven arbolito- ¿Qué harán con ellos?
En el bosque, nadie sabía responderle, pero a veces, las golondrinas, grandes viajeras que van por todo el mundo, traían noticias de un árbol que había viajado a la ciudad, para convertirse en una farola.
-         Ojala yo tuviera esa suerte- pensaba el arbolito- así podría ver toda la ciudad y hablar con la gente.
Otros árboles eran arrancados enteros, con raíces y todo y cargados en los camiones con mucho cuidado, sin que se estropeara ni una sola rama, y los gorriones, decían que los volvían a plantar en bonitos salones iluminados y cubiertos de adornos, y que los niños, muy contentos, hacían una fiesta alrededor de él.
-         Ojala tuviera yo esa suerte- pensaba el arbolito.
Pero a nadie se le ocurría preguntar, que pasaba después con aquellos arbolitos.
Pasó otro año y el arbolito se hizo un poco más alto. Llegaron los leñadores a coger los árboles altos y bonitos, pero a él volvieron a dejarlo en el bosque.
Al año siguiente, llegaron otros leñadores y esta vez lo eligieron a él. El arbolito, casi salta de alegría cuando oyó al jefe de los hombres decir que el elegido era él.
Pero el arbolito no esperaba que le hicieran tanto daño cuando las hachas entraron en la tierra y le cortaron poquito a poco, separándose del suelo, lloró y lloró, hasta que al final se desmayó.
Volvió a despertarse, cuando sintió que lo tocaban y movían por todas partes. Abrió los ojos, y vió que estaba en una inmensa plaza, junto a otros muchos árboles apoyados contra una pared. Oyó a lo lejos una voz de mujer que decía.
-         Es muy bonito, me lo llevó.
Dos hombres, lo cogieron y lo llevaron a un magnífico salón, donde todo era hermoso y muy valioso. Le pusieron en un gran tiesto recubierto de tela blanca y lo adornaron con bolitas rojas, le regaron y cuidaron con mucho cariño y el joven arbolito decía todo el tiempo que había tenido mucha suerte y lo habían llevado a un lugar muy importante.
Una mañana, alrededor del arbolito empezó una gran fiesta. Habían venido los Reyes Magos y habían traído unas grandes cajas envueltas en papel de regalo, los niños y los papas de la casa corrían alrededor de él, abriendo todos los paquetes.
El joven arbolito pensó que jamás olvidaría ese día, aunque eso solo duro unos minutos, porque, en cuanto los niños abrieron los regalos, se fueron a jugar con ellos y el arbolito se quedó solo.
Se acordaron de él días después los jardineros, que fueron a buscarlo y lo llevaron fuera de la casa, donde lo plantaron junto a una cerca. Allí olvidado, vió a los demás árboles y deseo hacerse grande y bello.
Los pajaritos, al verle tan solo, iban a consolarlo y a hacerle compañía de vez en cuando. A todos les contaba la maravillosa historia de su vida, y lo feliz que había sido en la fiesta de navidad, pero los ratoncillos, los pájaros y los demás animales, no se quedaban con él mucho tiempo, por lo que volvía a sentirse solo.
El joven arbolito empezó a echar de menos su casa, el bosque, y pensó que podían haberlo dejado allí, donde se hubiera echo grande y fuerte y hubiera estado cerca de sus amigos.”

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