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Oliverio Plunkett, Santo |
Obispo y Mártir
Martirologio Romano: En Londres, san Oliverio Plunkett, obispo
de Armagh y mártir, que en tiempo del rey Carlos
II, falsamente acusado de traición, fue condenado a la pena
capital, y ante el patíbulo, que rodeaba una multitud, después
de perdonar a sus enemigos, confesó con gran firmeza la
fe católica (1681).
Etimológicamente: Oliverio = Aquel que trae la
paz, es de origen latino.
Hubo una época en la historia de Irlanda que
se caracterizó por una sañuda persecución religiosa.
Como toda persecución
organizada, ésta de la historia irlandesa tiene un nombre, un
tirano y un mártir. El nombre es "época penal"; el
tirano, O. Cromwell, y el mártir, Oliverio Plunket.
Esto no
quiere decir que no hubo otros perseguidores ni otros mártires.
Estos se cuentan a millares.
La historia religiosa de Irlanda, que
ya en el siglo XI contenía en sus tres martirológios
mil ochocientos santos, presenta, a partir de entonces, una pléyade
de defensores de la fe que dan su vida generosamente
por la religión católica.
Un hecho evidente y un fenómeno
extraordinario en la vida de un pueblo poco numeroso. Mientras
los perseguidores triunfan en el orden político, militar y económico,
fracasan en su intento de arrebatar la fe católica al
pueblo sojuzgado.
La población de la "isla de los santos"
pierde casi cuatro millones de habitantes a causa de la
persecución, pero ésta ha contribuido a que una nación insignificante,
que en la actualidad no alcanza los cuatro millones dentro
de su territorio, haya lanzado a otros países, como Norteamérica,
más de doce millones de católicos que están sembrando su
espíritu y su psicología en otros pueblos jóvenes de grandes
perspectivas en el porvenir.
Era preciso presentar este cuadro general
en unas rápidas pinceladas para situar en su justo punto
la figura del arzobispo de Armagh decapitado.
Un personaje histórico
no puede considerarse independiente de su marco y de su
época. Pierde talla. Un mártir es siempre un héroe de
la fe, pero, cuando ese mártir representa una situación histórica,
es, además, un símbolo.
Esta es la más saliente característica
de Santo Oliverio Plunket. Es un símbolo.
Un símbolo de
la unidad religiosa del pueblo irlandés, que no tolera la
ruptura del cristianismo, iniciada en Alemania por Lutero y consumada
en Inglaterra por Enrique VIII. Un símbolo de lealtad a
la Iglesia de Roma. Un símbolo de constancia hasta la
muerte.
Durante la "época penal" las leyes son ominosas. Se
necesitaría mucho más espacio del que disponemos solamente para dar
una idea de lo que fueron las "leyes penales". Los
católicos no tenían derecho a la cultura ni a los
cargos públicos. No había acceso a la universidad o a
los centros educativos. No se podía hablar el idioma propio.
No se podía tener posesiones. Solamente cuando la persecución amaina
se tolera el que un católico posea un caballo, a
condición de que su valor no exceda las cinco libras.
Se persigue a los clérigos, se calumnia a los obispos,
se destruyen pueblos enteros... Se trata de hacer de la
población católica un grupo de ignorantes empobrecidos.
El lema de
Cromwell es éste: "Los católicos, a Connor o... al infierno".
Connor era la parte más pobre del país, donde la
gente moría de miseria y de hambre.
Aún en el
mismo siglo XVII pueden encontrarse hechos como la matanza del
padre John Murphy (que, por cierto, estudió su carrera sacerdotal
en la actual Casa de la Santa Caridad, de Sevilla,
entonces seminario), a quien dividieron en pedazos, ofreciendo los trozos
de su carne a un vecino católico "para que los
comiera". Un monumento conmemorativo se halla actualmente cerca de Westford,
lugar de su martirio.
Es sorprendente que un pueblo sobreviva
indemne después de una persecución de siglos. Si se viaja
por los lugares en donde, un día, estuvieron las cristiandades
paulinas no se encuentra ni un superviviente ni un templo.
Todo desapareció bajo la invasión de los turcos y después
de la primera guerra europea. Solamente en las cavernas de
los montes se hallan, a veces, restos de antiguos mosaicos.
En cambio, aquí, en la "Isla Esmeralda", el viajero contempla
un pueblo rejuvenecido después de siglos de sufrimiento. Sus iglesias
son espléndidas, mientras que las de sus viejos perseguidores están
vacías, obscuras y polvorientas. No importa que éstos alardeen de
tener las iglesias "tradicionales" del país. La "Iglesia" no es
un edificio arrebatado por la fuerza, sino una fe y
una sociedad perfecta instituida por Cristo. Y eso es lo
que se descubre sobre los jaspes de los templos recientes
de la católica Irlanda.
Cuando, en 1828, Daniel O´Connel consigue
la emancipación, una nueva vida comienza para el catolicismo irlandés.
La libertad de los 26 condados, lograda en 1921, ha
hecho posible que la nueva generación sea la primera que
experimente la conciencia de vivir.
Pero, como un fundamento de
esta realidad, en la catedral de San Pedro de la
ciudad de Drogheda se conserva, en una urna de cristal,
la cabeza incorrupta del último Santo irlandés: Oliverio Plunket.
El
día 8 de junio de 1681 llega a Londres el
arzobispo de Armagh, removido de su silla, depuesto y confinado
durante diez meses sin ninguna clase de juicio o investigación
jurídica y sin posibilidad de obtener permiso para comunicarse con
sus amigos o de buscar testigos.
El juicio en Londres
es dirigido por Maynard y Jefries contra toda consideración de
justicia y en violación flagrante de toda forma legal. Un
"agente de la Corona", cuyo nombre se da como Gorman,
es introducido "por un desconocido" en la sala ante el
tribunal y "voluntariamente" hace de testigo en favor del reo.
El conde de Essex intercede ante el rey en su
favor, pero Carlos responde casi con las mismas palabras de
Pilatos: "No le puedo perdonar porque... no me atrevo. Su
sangre caiga sobre vuestra conciencia. Vosotros le podíais salvar si
quisierais".
Solamente un cuarto de hora de deliberación fue preciso
para que el jurado diera el veredicto: Se le condena
a ser ahorcado y descuartizado el día 1 de julio
de 1681. El mártir solamente pronunció dos palabras ante esta
sentencia: "Deo gratias".
Hay un hecho extraño, como todos los
acontecimientos providenciales de la historia. Ocho años más tarde, en
el mismo día exacto en que San Oliverio Plunket había
sido decapitado, el último de los reyes Estuardos era lanzado
de su trono y su dinastía eliminada para siempre.
La
acusación urdida contra el Santo era ésta: Mantener correspondencia "traidora"
con Roma y con Francia, y también con los irlandeses
del Continente; preparar una insurrección en Armagh, Monagham, Cavan, Louth
y otros condados, organizar en Carlingford el recibimiento de fuerzas
francesas y haber dirigido varias reuniones para levantar hombres con
estos propósitos.
Podría fácilmente hacerse una defensa histórica frente a
estos cargos, pero no es de la incumbencia de esta
obra. La semejanza con la persecución y condenación de jerarcas
de la Iglesia en nuestros mismos tiempos puede ser una
ilustración de la identidad de métodos empleados por los perseguidores
de la fe cuando tratan de acusarlos bajo pretextos económicos
o políticos.
He aquí algunos párrafos tomados del juicio celebrado
contra él:
El juez: "Considerad, señor Plunket que habéis sido
acusado del más grave crimen: la traición". Y continúa: "Estáis
manteniendo vuestra falsa religión, que es diez veces peor que
todas las supersticiones". El Santo responde: "Mis principios religiosos son
tales que el mismo Dios todopoderoso no puede dispensar de
ellos". El juez concluye: "Veo con disgusto que persistís en
profesar los principios de esa religión".
El delito de traición
no era más que un pretexto, como se ve, para
condenar al primado de Irlanda por la defensa de la
fe católica.
El juez insiste: "Se os aconseja que tengáis
algún ministro para atenderos, algún ministro protestante". Por fin ante
la insistencia del Santo, se le autoriza a recibir los
auxilios de algún sacerdote católico de los que están encerrados
en la prisión y él hace esta última declaración: "Puesto
que soy un hombre muerto a este mundo y puesto
que espero misericordia en el otro, quiero declarar que Jamás
he sido culpable de traición ni de ninguno de los
cargos que se me han hecho, como su señoría sabrá
algún día".
A pesar de su confesión fue sentenciado a
muerte. El efecto de esta sentencia fue tal que un
torrente de personas, católicos y protestantes, se agolpó ante su
celda pidiendo su bendición o admirando su heroísmo. Hasta altas
personalidades del protestantismo declararon que "Inglaterra iba a volver pronto
a ser "papista" si el Gobierno persistía en condenar a
muerte a personas de tanta constancia".
De una carta escrita
por el mártir en su celda de muerte tomamos estas
edificantes líneas: "Se ha dictado contra mí sentencia de muerte.
Los que me perseguían han conseguido su intento. Como San
Esteban quiero clamar: "Señor, no les imputes este pecado".
Y
de otra carta escrita en aquellos mismos momentos: "Siento la
responsabilidad de ser el primer irlandés y tener que dar
ejemplo de morir sin temor. Pero veo que Nuestro Redentor
sintió temor y tristeza ante la muerte y me pregunto
por qué yo no la siento. Es que Cristo, con
su pasión, mereció para mí el no tenerla ante mi
muerte".
Las últimas líneas que escribió a vuelapluma en una
breve nota fueron éstas: "Se me ha comunicado que mañana
seré ejecutado. Estoy contento de que sea en viernes y
en la octava de San Juan, y de que se
me haya concedido el tener un sacerdote en esa última
hora".
Desde que en 1533 Enrique VIII separó la iglesia
de Inglaterra de la unidad de Roma hasta este momento
de 1681, habían pasado muchos años de odios y persecuciones
a los defensores de la fe católica. Después de la
ejecución de Carlos I en 1649, y durante los años
de Cromwell, de 1653 a 1659, la persecución de los
católicos irlandeses fue intensa hasta el exterminio. El reinado de
Carlos II —a partir de 1675— se caracterizó por la
debilidad y la indecisión. Las diferencias de fechas históricas sobre
la vida de San Plunket deben explicarse por la oposición
de Inglaterra a adoptar las reformas del calendario gregoriano. Mientras
que casi toda Europa las había aceptado desde 1582, todavía
en 1681 Inglaterra vivía diez días retrasada, y al mismo
sol que en Roma señalaba el amanecer del 11 de
julio marcaba, media hora después, en Londres, el día primero.
Hasta en estos pormenores aparecía el exceso de nacionalismo religioso
y anglicano del siglo XVII.
Ya, desde el cadalso, Oliverio
Plunket leyó su último sermón, que le había costado muchas
horas de meditación, y el texto fue entregado al embajador
de España en Londres, quien lo hizo imprimir y traducir
a varios idiomas confirmando su fidelidad. Después de una fervorosa
oración, en la que de nuevo perdonó a sus acusadores,
murió con la paciencia y constancia de los mártires.
La
persecución se hizo tan violenta que no fue posible protestar
públicamente por la injusticia de su degollación. Pero sus restos
fueron recogidos y venerados inmediatamente, y Roma envió al superior
de los franciscanos irlandeses una orden de la Sagrada Congregación
de Propaganda en que se excomulgaba a dos religiosos apóstatas,
McMoyer y Duffy, que habían tenido parte en la acusación
del arzobispo de Armagh.
El 23 de mayo de 1920
fue beatificado y en el mismo corazón de Londres una
fervorosa procesión de católicos honró su memoria.
Comenzar la vida
de un mártir por el relato de su martirio no
es ninguna infidelidad histórica, porque teológicamente el martirio es suficiente
prueba de la heroicidad de las virtudes.
Oliverio Plunket era
hijo de una noble familia avecindada en el condado irlandés
de Meath. Allí nació, en 1629, en la localidad de
Loughcrew. Su madre pertenecía a la nobleza de Roscommon y
su padre a la de Fingall.
Su infancia se desarrolló
en un ambiente de luchas y persecuciones y entre escenas
de matanzas y feroces batallas. De Irlanda pasó a Roma,
en donde vivió durante ocho años estudiando filosofía, teología y
derecho civil y eclesiástico, siendo uno de los primeros alumnos
del Colegio Irlandés en Roma "Ludovisi" y uno de los
primeros irlandeses en la universidad romana "La Sapienza". Una vez
ordenado de sacerdote continuó en Roma, y el 20 de
noviembre de 1669 se anunció en Irlanda que Oliverio Plunket
había sido nombrado obispo de Armagh. A pesar de la
amnistía que siguió a los años de Cromwell, aún perduraban
muchas de las leyes isabelinas. La vida de un sacerdote
católico estaba valorada en el mismo precio que la de
un lobo, y las cinco libras estipuladas se pagaban, en
uno y otro caso, en el momento de la presentación
de sus cabezas.
En 1649 había veintiséis obispos irlandeses residentes
en sus sillas y en 1669 sólo quedaban cinco vivos
y otros tres en el destierro. En cuanto se conoció
la elección de Oliverio Plunket para obispo de Armagh el
virrey, lord Roberts, recibió una comunicación en que se le
decía que, si podía hallarlo y apresarlo, habría realizado un
"aceptable servicio". Durante algún tiempo pudo acogerse a la hospitalidad
de Bélgica, hasta que le fue posible navegar a Londres
y de allí a Irlanda, en donde tomó posesión de
su silla de Armagh. A la muerte del virrey presbiteriano
lord Roberts, su sucesor, lord Berkeley, cambió la política en
pacifista y trató incluso con cortesía a algunos miembros del
clero. Esto facilitó la labor pastoral del arzobispo de Armagh,
que pronto llegó a ser primado al declararse Armagh sede
primada de toda Irlanda.
Su caridad para con sus sacerdotes
y su humildad y modestia se hicieron proverbiales y caracterizaron
todo su apostolado y gobierno. Su celo y actividad por
la organización de su diócesis fue incansable. Aunque eran muchas
las diócesis sufragáneas —en total once—, él consiguió reunir en
sínodos a los obispos dependientes de la metrópoli tratándolos como
hermanos y no como forasteros. Recorrió su diócesis en visitas
pastorales, congregó a sus sacerdotes con afecto de pastor y
sencillez de amigo, hablándoles con verdadera veneración y agradeciéndoles sus
servicios, y soportó con entereza las injusticias que, en algunos
lugares de su diócesis, fueron impuestas contra los católicos aun
bajo el moderado virreinato de lord Berkeley.
La pobreza y
la austeridad presidían la vida del arzobispo. En realidad, los
católicos habían quedado empobrecidos. Una de las tácticas de la
persecución fue las llamadas "plantaciones" o traídas de protestantes escoceses,
que se hacían dueños de las propiedades que antes tuvieron
los católicos. Aún en 1672 el arzobispo primado denunciaba el
abuso de que los católicos fueran obligados a pagar a
los ministros protestantes dos chelines por cada hijo que se
bautizaba en una iglesia católica. Su bondad para con sus
fieles y sacerdotes se convertía en valentía y tenacidad cuando
tenía que defender, frente a las injusticias, los derechos de
la verdad y la fe.
Conociendo ahora estas virtudes características
del primado irlandés y el marco histórico de su vida,
es fácil comprender que la persecución haría presa en él
sin demasiada dilación. La atmósfera tormentosa y la audacia de
su espíritu explican suficientemente por qué fue detenido y apartado
de sus fieles. La acusación de felonía y traición, y
la sumisión a un tribunal inglés, eran igualmente elementos de
la trama urdida contra su fe. Nunca Irlanda consideró legal
el traslado del arzobispo a Londres y su juicio por
los jurados ingleses. Desde 1495 las leyes inglesas carecían de
vigor en Irlanda, a no ser que fueran aprobadas por
las decisiones del Parlamento de Dublín, y la disposición de
Enrique VIII de someter a los tribunales ingleses a cualquier
acusado de traición que viviera en uno de los dominios
de la Corona había prescrito ante el uso de los
juristas desde que el Parlamento había sustituido a las Cortes.
No obstante todo este cúmulo de factores ilegales, Oliverio Plunket
fue sacado un día de su diócesis y llevado a
Inglaterra para, después de las formalidades acostumbradas por todos los
tribunales injustos de la historia, escuchar, de boca del juez
inglés, la palabra definitiva: Guilty (¡Culpable!). La misma estratagema e
idéntico procedimiento, con especie de legalidad, que un día llevara
al sanedrín a proclamar ante el más Justo de los
acusados su "Reus est mortis" (Reo es de muerte).
Sus
dos únicas palabras de respuesta: "Deo gratias" (gracias a Dios)
resuenan todavía bajo los arcos de la catedral de Drogheda
y su cabeza incorrupta, en parte ennegrecida por las llamas
a que fue entregado su cuerpo después de degollado, es
el mejor clamor que los siglos han podido conservar para
la posteridad.
Terminemos con estas palabras tomadas de la declaración
de la Sagrada Congregación de Propaganda en el mismo año
de 1681: "Las conjuras en Inglaterra pretendieron ser dirigidas contra
la vida del rey o como intentos de las conspiraciones
irlandesas, pero, en realidad, no había más que una finalidad:
atacar el establecimiento de la fe".
Oliverio Plunket pasará a la
posteridad como un símbolo de constancia en defensa de la
fe católica y como una prueba de la voluntad indestructible
de un pueblo, tradicionalmente fiel a Roma, por conservar a
toda costa su unidad religiosa.
Fue canonizado el 12 de octubre
de 1975 por el Papa Pablo VI.
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