martes, 3 de julio de 2012

María Crucificada Curcio, Beata


Fundadora, Julio 4
 
María Crucificada Curcio, Beata
María Crucificada Curcio, Beata

Fundadora de las
Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús

Nació en Ispica (Sicilia, Italia) el 30 de enero de 1877. Era la séptima de diez hijos. Vivió su infancia en un ambiente familiar cultural y socialmente elevado. Dotada de gran inteligencia y un carácter alegre y decidido, manifestó durante su adolescencia una marcada tendencia a la piedad y a la solidaridad con los más necesitados y marginados.

En su casa recibió una severa educación, con principios muy rígidos, en razón de los cuales su padre, siguiendo las costumbres de la época, no le permitió seguir estudiando después de la escuela primaria. Eso le costó mucho, pues sentía una gran sed de conocimientos, que saciaba con los libros de la biblioteca familiar. Así pudo leer el "Libro de la vida" de santa Teresa de Jesús, que ejerció un gran impacto en ella, impulsándola a conocer y amar el Carmelo, y abriéndola al "estudio de las cosas celestiales".

En 1890, a la edad de trece años, obtuvo, aunque con dificultad, el permiso de inscribirse en la Tercera Orden Carmelitana, recién constituida en Ispica. Visitaba con frecuencia el santuario de la Virgen del Carmen, cultivando una intensa devoción a María, "que le había robado el corazón desde su infancia", y le había encomendado la misión de "hacer que volviera a florecer el Carmelo". Profundizando en la espiritualidad carmelitana comprendió el plan de Dios para ella.

Queriendo compartir el ideal de un Carmelo misionero que uniera la dimensión contemplativa con la apostólica, inició una experiencia de vida común con algunas compañeras terciarias en un apartamento de su casa paterna. Luego se trasladó a Modica, para dirigir la casa "Carmela Polara" para la acogida y asistencia de muchachas huérfanas o necesitadas.

Después de años de pruebas y tribulaciones con el vano intento de que su obra fuera reconocida oficialmente por la autoridad eclesiástica local, por fin encontró apoyo en el padre Lorenzo van den Eerenbeemt, de la Orden Carmelita de la antigua observancia.

El 17 de mayo de 1925 viajó a Roma para la canonización de santa Teresa del Niño Jesús. Al día siguiente, visitando la localidad de Santa Marinella, cercana a la ciudad de Roma, quedó impresionada por la extrema pobreza de la mayor parte de sus habitantes y comprendió que allí la quería Dios. Con permiso del obispo, se estableció definitivamente en Santa Marinella, y el 16 de julio sucesivo recibió el decreto de afiliación de su pequeña comunidad a la Orden Carmelitana.

En 1930, después de muchos sufrimientos y cruces, su pequeña comunidad fue erigida como congregación de derecho diocesano con el nombre de Carmelitas Misioneras de Santa Teresa del Niño Jesús.

"Llevar almas a Dios" era el objetivo que la impulsó a crear obras educativas y asistenciales en Italia y en el extranjero. Pudo realizar su anhelo misionero en 1947 enviando a las primeras cuatro religiosas a Brasil, con un solo mandato: "No olvidéis a los pobres".

Su oración era un diálogo íntimo y continuo con Jesús, con el Padre y con todos los santos, inspirado por una confianza filial y sentimientos de gratitud, de alabanza, de adoración y de reparación, que trataba de transmitir, ante todo con el ejemplo de su vida, a sus hijas espirituales y a cuantos se acercaban a ella.

Cultivó una intensa unión de amor con Cristo en la Eucaristía, esforzándose por vivir un profundo espíritu de reparación, que la llevaba a compartir los sufrimientos y las angustias de los hombres, especialmente "del inmenso número de almas que no conocen y no aman a Dios", tratando de ayudarles en sus necesidades con caridad, pues descubría en ellos el rostro de Cristo crucificado.

Exhortaba a sus religiosas a entregarse sin medida al servicio de la juventud más humillada y abandonada, para "separar en ella el oro del fango", a fin de restaurar en toda criatura la dignidad y la imagen de hijo de Dios.

Marcada toda su vida por una salud precaria y por la diabetes, que afrontaba con fortaleza y sincera adhesión a la voluntad de Dios, pasó sus últimos años enferma, orando y entregándose a sus religiosas.

El 4 de julio de 1957 murió serenamente en Santa Marinella.

Fue beatificada el 13 de noviembre de 2005 por S.S. Benedicto XVI.

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