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Vive El Momento

Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después ….
Después de terminar la carrera, después de conseguir trabajo, después de casarnos, después de tener un hijo, y entonces después de tener otro.
Luego nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no son lo suficientemente grandes, y pensamos que seremos más felices cuando crezcan y dejen de ser niños, después nos desesperamos porque son adolescentes, difíciles de tratar.
Pensamos: seremos más felices cuando salgan de esa etapa.
Luego decidimos que nuestra vida será completa cuando a nuestro esposo o esposa le vaya mejor.
Cuando tengamos un mejor coche, cuando nos podamos ir de vacaciones.
Cuando consigamos el ascenso, cuando nos retiremos.
La verdad es que
“NO HAY MEJOR MOMENTO PARA SER FELIZ QUE AHORA MISMO”.
Si no es ahora, ¿cuándo? La vida siempre estará llena de luegos, de retos.
Es mejor admitirlo y decidir ser felices ahora de todas formas …
No hay un luego, ni un camino para la felicidad, la felicidad es el camino y es
¡¡AHORA, ATESORA CADA MOMENTO QUE VIVIS!!
y atesóralo más porque lo compartiste con alguien especial; tan especial que lo llevas en tu corazón y recuerda que
¡¡ EL TIEMPO NO ESPERA POR NADIE!!
Así que deja de esperar hasta que termines la Universidad, hasta que te enamores, hasta que encuentres trabajo, hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que se vayan de casa, hasta que te divorcies, hasta que pierdas esos diez kilos, hasta el viernes por la noche o hasta el domingo por la mañana; hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que te mueras, para decidir que no hay mejor momento que justamente
¡ ÉSTE PARA SER FELIZ!
LA FELICIDAD ES UN TRAYECTO, NO UN DESTINO.
TRABAJA COMO SI NO NECESITARAS DINERO.
AMA COMO SI NUNCA TE HUBIERAN HERIDO.
Y BAILA … COMO SI NADIE TE ESTUVIERA VIENDO.
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Dice una antigua leyenda que Dios primero creó aves sin alas…

Una Pesada Carga
Dice una antigua leyenda que Dios primero creó aves sin alas.  A su debido tiempo, Dios hizo alas y les dijo a las aves: Vengan, tomen estas cargas, y llévenlas con ustedes.
Al principio las aves vacilaron, pero pronto obedecieron.  Intentaron levantar las alas con sus picos, pero eran demasiado pesadas.  Luego intentaron tomarlas con sus garras, pero eran demasiados grandes.  Por fin una de las aves logró levantar las alas sobre sus hombros donde era posible llevarlas.
Poco tiempo después, les comenzaron a crecer y pronto se habían pegado a sus cuerpos.  Una de las aves comenzó a mover sus alas y se elevó por los aires.  Muy pronto las demás siguieron su ejemplo.  Lo que antes había sido una pesada carga, ahora se había convertido en el instrumento que les permitía ir a donde antes no podían, cumpliendo de estar manera el destino para el cual fueron creadas.
Los deberes y las responsabilidades que como padre te han sido confiados, son muchos y valiosos.  A veces te sentirás como que no podrás llegar a ver el próximo día, y mucho menos el próximo año.
Las noches sin poder dormir a causa de la alimentación del bebé y los cólicos, esos interminables días durante la etapa de los terribles años, las tareas escolares, conferencias de padres, la preadolescencia y los adolescentes; todo esto en combinación puede parecer una inmensa carga.  Sin embargo, debes recordar la leyenda de las aves y sus alas, y reconocer que Dios siempre estará de tu lado.
Dios no requerirá más de ti como padre, de lo que Él mismo te ayudará a hacer.
Lucas 1:37
Porque nada hay imposible para Dios
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Dios nunca llega Temprano







Dios nunca llega Temprano
¿Alguna vez te has sentido como si tus oraciones rebotaran en el techo? ¿Te sientes frustrado porque parece que Dios estuviese distante o no le importa lo que te pasa? ¿Estás cansado de esperar y suplicar? Todos en alguna ocasión u otra hemos sentido a Dios lejos. Sin embargo, su proximidad a nosotros no depende de si lo sentimos o no. Como puedes ver, comprender el sentido de Dios durante esos momentos difíciles es vital para nuestra vida espiritual.
El problema de nosotros no es que Dios esté distante. Si en realidad fuésemos honestos, en ocasiones la manera en que Dios hace las cosas puede llevarnos sentirlo lejos porque no lo entendemos y porque tendemos a querer lo queremos ya. Pero Dios nos da lo que necesitamos cuando lo necesitamos. Ahora bien, hay una enorme diferencia entre querer lo que queremos cuando lo queremos y necesitar lo que necesitamos cuando lo necesitamos. La diferencia entre esas dos es la espera.
La realidad de las cosas es que Dios no tiene prisa. Él literalmente tiene todo el tiempo del mundo. Como puedes ver, Dios es eterno y por consiguiente no tiene conciencia del tiempo. Si analizas la vida de Jesús te darás cuenta que nunca anda apresurado. De hecho, pareciera que se demoraba a propósito cuando otros sentían que se les terminaba el tiempo.
Lo que sucede es que pensamos que si Dios no actúa cuando nosotros se lo pedimos perderemos la oportunidad o los recursos para que se nos facilite la vida. Nos gusta estar preparados. Pero como Dios tiene todo el tiempo y los recursos siempre llega justo a tiempo, ni un minuto tarde ni un minuto temprano.
¿Sabes qué pasaría si Dios llegase temprano? No lo apreciaríamos. No viviríamos  por fe; viviríamos por suposición y presunción y nunca reconoceríamos nuestra necesidad de un Dios que siempre llega justo a tiempo.
De manera que la próxima vez que tengas que esperar recuerda tres cosas:
1) Esperar renueva nuestras fuerzas
2) Esperar refine nuestro carácter
3) Esperar reenfoca nuestro propósito
Así que mientras esperes no tengas miedo. No te preocupes. No te desanimes. No te desesperes. Dios es paciente con nosotros y a veces se demora por nuestro propio bien.
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Homilía del Papa Francisco en el Estadio de Bangui (República Centroafricana)



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El Papa Francisco en África (20): Homilía del Papa Francisco en el Estadio de Bangui (República Centroafricana, 30-11-2015)
“Sean artífices de la renovación humana y espiritual de su país”, dijo el Papa en el Estadio del Complejo Barthélémy Boganda
(RV).- Sean artífices de la renovación humana y espiritual de su país: fueron palabras del Papa dirigiéndose a los cristianos de Centroáfrica, en la homilía de la misa celebrada en el estadio Barthélémy Boganda de Bangui, el 30 de noviembre, último día de su visita a África.
 Citando la primera lectura, el Pontífice se refirió al entusiasmo y dinamismo misionero del Apóstol Pablo y recalcó que, en tiempos difíciles, “es bueno maravillarse de la labor misionera que trajo la alegría del Evangelio a tierra centroafricana” y “reunirse alrededor del Señor para gozar de su presencia” y “de la salvación como es esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos”. “La otra orilla es, la vida eterna, el Cielo que nos espera” – dijo – “no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor”.
 Francisco invitó a dar gracias al Señor “por su presencia y por la fuerza que nos comunica en la vida diaria”, cuando experimentamos sufrimientos o “por el deseo que pone en nuestras almas” de querer “comprometernos en construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado”.
“Todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río”, dijo el Papa, y “con renovado empeño misionero tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla”. Con la conciencia de que a las comunidades cristianas queda aún un largo camino por recorrer, el Obispo de Roma expresó su deseo de que el Año Jubilar de la Misericordia, que acaba de empezar en el país, “nos ayude” en este camino. E invitándolos a “mirar sobre todo al futuro” los instó a “decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País”
En el día en que se celebra a San Andrés, el Papa citó el entusiasmo del apóstol que, junto al apóstol Pedro, se sienten capaces de todo, “con el Señor”. “También nosotros, concluyó el Santo Padre, tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro” porque “la otra orilla está al alcance de la mano y Jesús atraviesa el río con nosotros”. “Cristianos de Centroáfrica – recordó – cada uno de ustedes está llamado a ser artífice de la renovación humana y espiritual de su país”.
Voz y texto completo de la homilía del Papa Francisco durante la Santa Misa celebrada en el Estadio de Bangui:
No deja de asombrarnos, al leer la primer lectura, el entusiasmo y el dinamismo misionero del Apóstol Pablo. «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15). Es una invitación a agradecer el don de la fe que estos mensajeros nos han transmitido. Nos invita también a maravillarnos por la labor misionera que –no hace mucho tiempo– trajo por primera vez la alegría del Evangelio a esta amada tierra de Centroáfrica. Es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más, reunirse alrededor del Señor, como hacemos hoy, para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.
La otra orilla es, sin duda, la vida eterna, el Cielo que nos espera. Esta mirada tendida hacia el mundo futuro ha fortalecido siempre el ánimo de los cristianos, de los más pobres, de los más pequeños, en su peregrinación terrena. La vida eterna no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor.
Pero esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos obtiene y de la que nos habla san Pablo, es una realidad que transforma ya desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos: «El que cree con el corazón alcanza la justicia» (cf. Rm 10,10). Recibe la misma vida de Cristo que lo hace capaz de amar a Dios y a los hermanos de un modo nuevo, hasta el punto de dar a luz un mundo renovado por el amor.
Demos gracias al Señor por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto; por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro; por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad,  de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado. En todo esto, Cristo resucitado nos toma de la mano y nos lleva a seguirlo. Quiero agradecer con ustedes al Señor de la misericordia todo lo que de hermoso, generoso y valeroso les ha permitido realizar en sus familias y comunidades, durante las vicisitudes que su país ha sufrido desde hace muchos años.
Es verdad, sin embargo, que todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla. Todo bautizado ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles…
Sabemos también que a nuestras comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio. Ojalá que el Año Jubilar de la Misericordia, que acabamos de empezar en su País, nos ayude a ello. Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas. El Apóstol Andrés, con su hermano Pedro, al llamado de Jesús, no dudaron ni un instante en dejarlo todo y seguirlo: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4,20). También aquí nos asombra el entusiasmo de los Apóstoles que, atraídos de tal manera por Cristo, se sienten capaces de emprender cualquier cosa y de atreverse, con Él, a todo.
Cada uno en su corazón puede preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca. El grito de los mensajeros resuena hoy más que nunca en nuestros oídos, sobre todo en tiempos difíciles; aquel grito que resuena por «toda la tierra […] y hasta los confines del orbe» (cf. Rm 10,18; Sal 18,5). Y resuena también hoy aquí, en esta tierra de Centroáfrica; resuena en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestras parroquias, allá donde quiera que vivamos, y nos invita a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo. En efecto, ¿cómo podrá este hermano –se pregunta san Pablo– creer en Cristo si no oye ni se le anuncia la Palabra?
A ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos; desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona. Cristianos de Centroáfrica, cada uno de ustedes está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, artífice de la renovación humana y espiritual de su País. Subrayo, artífice de la renovación humana y espiritual.
Que la Virgen María, quien después de haber compartido el sufrimiento de la pasión comparte ahora la alegría perfecta con su Hijo, los proteja y los fortalezca en este camino de esperanza. Amén.

Papa Francisco concluye su primer viaje a África y regresa a Roma


El Papa Francisco sube al avión. Foto: David Ramos / ACI Prensa



BANGUI, 30 Nov. 15 / 07:03 am (ACI).- El Papa Francisco se encuentra ya en el avión de regreso que le lleva a Roma después del viaje de seis días que ha realizado en África, desde el pasado 25 de noviembre. En su primera Visita Apostólica a este continente acudió a Kenia, Uganda y por último a la República Centroafricana, desde cuya capital, Bangui, emprendió el regreso.
El Pontífice abordó el avión a las 12:30 (hora local) después de una breve ceremonia de despedida con la participación del Jefe de Estado de la Transición, Catherine Samba-Panza y el Nuncio Apostólico, Mons. Franco Coppola. Estuvieron presentes otras autoridades del país, obispos y una representación de fieles.
Está previsto que el avión del Papa aterrice en el Aeropuerto Internacional de Fiumicino, en Roma, tras más de seis horas de viaje, a las 18:45 hora local.

Santa Bárbara, Mártir.-

Según una antigua tradición, Santa Bárbara era hija de un hombre muy rudo, llamado Dióscoro. Como ella no quería creer en los ídolos paganos de su padre, éste la encerró en un castillo, al cual le había mandado colocar dos ventanas.
Pero, la Santa ordenó a los obreros que añadieran una tercera ventana para acordarse de las Tres Divinas personas que conforman la Santísima Trinidad. Sin embargo, este acto enfureció más a su incrédulo padre, quien permitió que la martirizaran, cortándole la cabeza con una espada.
De esta manera, Santa Bárbara es representada con una espada, una palma, -señal de que obtuvo la palma del martirio-, y con una corona, porque se ganó el Reino de los Cielos.
La misma tradición señala, además, que cuando Dióscoro bajaba del monte donde habían matado a su hija, le cayó un rayo y lo mató.

Es por este hecho, que muchas personas rezan a la Santa para pedir su intercesión y verse libres de los rayos de las tormentas. En su sepulcro se obraron muchos milagros.

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 30 DE NOVIEMBRE DEL 2015




Simón, Andrés, venid y os haré pescadores de hombres
Solemnidades y Fiestas


Mateo 4, 18-22. Fiesta de San Andrés. ¿Y si Andrés no hubiera seguido a Cristo? Entonces Pedro, primer Papa de la Historia de la Iglesia no lo hubiera conocido. 




Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la I Semana de Adviento, del domingo 29 de Noviembre al sábado 5 de Diciembre 2015.
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Del santo Evangelio según san Mateo 4, 18-22
En aquel tiempo, paseando Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Oración introductoria
Ven Espíritu Santo, dame la luz para aguardar, en silencio, el llamado que Jesús quiera darme en esta oración. Fortalece mi espíritu para que sepa responder rápida y eficazmente, con generosidad y amor, a lo que Dios, en su Divina Providencia, quiera pedirme.

Petición
Señor, quiero seguirte, conviérteme en un auténtico discípulo y misionero de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Recordemos cuando Andrés y Juan encontraron al Señor, y después hablaron con Él aquella tarde y aquella noche. Estaban entusiasmados. Lo primero que hicieron Andrés y Juan fue ser misioneros. Fueron a ver a hermanos y amigos: “¡Hemos encontrado al Señor, hemos encontrado al Mesías!”. Esto sucede inmediatamente, después del encuentro con el Señor: esto viene enseguida.
En la exhortación apostólica Evangelii gaudium hablé de “Iglesia en salida”. Una Iglesia misionera no puede dejar de “salir”, no tiene miedo de encontrar, de descubrir las novedades, de hablar de la alegría del Evangelio. A todos, sin distinción. No para ganar prosélitos, sino para decir lo que tenemos y queremos compartir con todos, sin forzar, sin distinción. Las diversas realidades que representan en la Iglesia italiana indican que el espíritu de la missio ad gentes debe llegar a ser el espíritu de la misión de la Iglesia en el mundo: salir, escuchar el clamor de los pobres y de los lejanos, encontrarse con todos y anunciar la alegría del Evangelio. (Discurso de S.S. Francisco, 27 de noviembre de 2014)


Reflexión
Dos grupos de hermanos presenta nuestro Evangelio de hoy, quizás insinuándonos que las cosas para Dios tienen caminos tan singulares como llamar a todo el "futuro" de una familia. Pero si es Cristo quien llama... El sabe de sobra lo que hace. Y lo que hacía con la familia de Pedro y de Santiago era algo verdaderamente espectacular.

Andrés, el pequeño hermano de Pedro. ¡Quién lo fuera a pensar! De esos dos hombres habría de sacar la roca donde edificar la Santa Madre Iglesia. Efectivamente, porque otro pasaje, el que nos refiere Juan en su primer capítulo, nos presenta a los dos hermanos menores que se les ocurre seguir a Cristo, le conocen y ellos, terriblemente impresionados de ese singular Hombre que es Jesús, se lo cuentan a sus respectivos hermanos, que debieron ser hombres recios pues eran pescadores, y de gran corazón.

¿Y si Andrés no hubiera seguido a Cristo? O pongamos que lo hubiese seguido, ¿si no le hubiese dicho nada a Pedro? Era legítimo que se callase. El había encontrado al Señor y Pedro era ciertamente su hermano pero nada más. Pero cuando uno conoce a Cristo inevitablemente lo da a conocer. De no haberlo hecho no tendríamos quizás a Pedro, primer Papa de la Historia de la Iglesia.

Sin embargo Andrés comprendió bien lo que significaba haber estado con el Señor. Tenía que mostrárselo a fuerzas a su hermano, tenía que llevarlo a su presencia como lo hizo, aunque Pedro se la estuviera pasando muy bien entre sus pescados, aunque fuera el "hombre" de la casa, aunque no aparentara tener mucha resonancia interior.

Andrés es, pues, el que lo conduce a Cristo, es el que nos hizo el favor de poder tener a ese Pedro tan bueno entre nosotros. Y tan buen hermano fue que no sólo fue apóstol como su hermano sino que dio su vida en la cruz y fundó (así es estimado en las iglesias de oriente) con su sangre la fe de tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, tendremos algún día el gusto de abrazar en la plena comunión con Roma. Andrés, buen ejemplo.

lunes 30 Noviembre 2015

Fiesta de san Andrés, apóstol
San Andrés Apóstol

Beato Ludovico Roque Gietyngier

Leer el comentario del Evangelio por
San Juan Crisóstomo : «Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres»

San Pablo a los Romanos 10,9-18.
Hermanos:
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado.
Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación.
Así lo afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido.
Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan.
Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica?
¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!
Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?
La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo.

Salmo 19(18),2-3.4-5.
El cielo proclama la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos;
un día transmite al otro este mensaje

y las noches se van dando la noticia.
Sin hablar, sin pronunciar palabras,
sin que se escuche su voz,

resuena su eco por toda la tierra
y su lenguaje, hasta los confines del mundo.
Allí puso una carpa para el sol



Mateo 4,18-22.
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre el evangelio de Mateo, nº 14, 2

«Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres»

¡Qué admirable pesca la del Salvador! Admirad la fe y la obediencia de los discípulos. La pesca, como sabéis, requiere una constante atención. Ahora bien, cuando esos se encuentran justo en medio de su trabajo, oyen la llamada de Jesús y no dudan un solo momento; no dicen. «Déjanos regresar a casa para hablar con nuestros próximos». No, lo dejan todo inmediatamente y le siguen, tal como Eliseo hizo con Elías (1R 19,20). Es esta clase de obediencia la que nos pide Cristo, sin la más mínima duda, incluso en el caso que nos apremien necesidades aparentemente más urgentes. Por eso cuando un joven que le quería seguir le pidió si podía ir antes a enterrar a su padre, ni tan sólo esto se lo dejó hacer (Mt 8,21). Seguir a Jesús, obedecer su palabra, es un deber que está por encima de todos los demás.

¿Acaso me dirás que la promesa que les había hecho era muy grande? Por eso los admiro yo tanto: ¡cuando aún no habían visto ningún milagro, creyeron en una promesa tan grande y renunciaron a todo para seguirle! Es porque creyeron que, con las mismas palabras con las que habían sido cogidos durante la pesca, podrían ellos pescar a otros. 

DECISIONES COMPLICADAS


Decisiones complicadas 


 

Dos preguntas, por favor:

1) Si usted conociera una mujer que esta embarazada, que ya tiene 8 hijos, tres de los cuales son sordos, dos son ciegos, uno es retrasado mental y ella a su vez tiene sifilis, le recomendarian que se hiciera un aborto?
Lea la próxima pregunta antes de contestar esta.

2) Es tiempo de elegir a un lider mundial y su voto es definitivo. Estos son los hechos de los tres candidatos:

Candidato A:
Se lo asocia con politicos corruptos y suele consultar a los astrologos. Ha tenido dos amantes. Fuma un cigarrillo detras de otro y bebe de 8 a 10 martinis por día.

Candidato B:
Lo echaron del trabajo dos veces, duerme hasta tarde, usaba opio en la universidad y tomaba un cuarto de botella de whisky cada noche.

Candidato C:
Es un héroe condecorado de guerra. Es vegetariano, no fuma, toma de vez en cuando alguna cerveza y no ha tenido relaciones extra matrimoniales.

Cuál de estos candidatos elige?

Decida primero y busque las respuestas al final de la página.

SAN ANDRÉS APÓSTOL, EL QUE ACERCABA A OTROS A CRISTO



Andrés, el que acercaba a otros a Cristo
Es el instrumento de encuentro de los hombres con Cristo y que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús.



Celebramos el día del apóstol San Andrés, meditaremos hoy acerca de este gran apóstol.

El Apóstol Andrés es un hombre sencillo, tal vez también pescador como su hermano Simón, buscador de la verdad y por ello lo encontramos junto a Juan el Bautista. No importa de dónde viene ni qué preparación tiene. Parece, por lo que conocemos de él en el Evangelio, que entre otras muchas cosas algo que va a hacer es convertirse en un anunciador de Cristo a otros.

He ahí el Cordero de Dios (Jn 1,36). Estando Andrés junto a Juan el Bautista escucha de él estas palabras. De repente se siente inquieto por ellas y se va con Juan tras Jesús. Él les pregunta: ¿Qué buscáis?, a lo que ellos le dicen: ¿Dónde vives?. Jesús entonces les dice: "Venid y lo veréis". Ellos fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Ha sido Juan el Bautista quien les ha enseñado a Cristo, y antes que nada Andrés ha querido hacer personalmente la experiencia de Cristo. Estando junto a él ha descubierto dos cosas: que Cristo es el Mesías, la esperanza del mundo, el tesoro que Dios ha regalado a la humanidad, y también que Cristo no puede ser un bien personal, pues no puede caber en el corazón de una persona. A partir de ahí, la vida de Andrés se va a convertir en anunciadora de Dios para los demás hasta morir mártir de su fe en Cristo.

Hemos encontrado al Mesías (Jn 1,41). La primera acción de Andrés, tras haber experimentado a Cristo, es la de ir a anunciar a su hermano Simón Pedro tan fausta noticia. Simón Pedro le cree y Andrés le lleva con el Maestro. Hermosa acción la de compartir el bien encontrado. Andrés no se queda con la satisfacción de haber experimentado a Cristo. Bien sabe que aquel don de Dios, a través de Juan el Bautista que le señaló al Cordero de Dios, hay que regalarlo a otros, como su Maestro Juan el Bautista hizo con él. Queda claro así que en los planes de Dios son unos (tal vez llamados en primer lugar) quienes están puestos para acercar a otros a la luz de la fe y de la verdad. ¡Gran generosidad la de Andrés que le convierte en el primer apóstol, es decir, mensajero, de Cristo, y además para un hermano suyo!

Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús (Jn 12,20). Se refieren estas palabras a una escena en la que unos griegos, venidos a la fiesta, se acercaron a los Apóstoles con la petición de ver a Jesús. Andrés es uno de los dos Apóstoles que se convierte en instrumento del encuentro de aquellos hombres con Cristo, encuentro que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús. ¿Puede haber labor más bella en esta vida que acercar a los demás a Dios, se trate de personas cercanas, de seres desconocidos, de amigos de trabajo o compañeros de juego? Sin duda en la eternidad se nos reconocerá mucho mejor que en esta vida todo lo que en este sentido hayamos hecho por los otros. Toda otra labor en esta vida es buena cuando se está colaborando a desarrollar el plan de Dios, pero ninguna alcanza la nobleza, la dignidad y la grandeza de ésta.

El Apóstol Andrés se erige así, desde su humildad y sencillez, en una lección de vida para nosotros, hombres de este siglo, padres de familia preocupados por el futuro de nuestros hijos, profesionales inquietos por el devenir del mundo y de la sociedad, miembros de tantas organizaciones que buscan la mejoría de tantas cosas que no funcionan. A nosotros, hombres cristianos y creyentes, se nos anuncia que debemos ser evangelizadores, portadores de la Buena Nueva del Evangelio, testigos de Cristo entre nuestros semejantes. Vamos a repasar algunos aspectos de lo que significa para nosotros ser testigos del Evangelio y de Cristo.

En primer lugar, tenemos que forjar la conciencia de que, entre nuestras muchas responsabilidades, como padres, hombres de empresa, obreros, miembros de una sociedad que nos necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos debe acompañar en todo momento por el bien espiritual de las personas que nos rodean, especialmente cuando se trata además de personas que dependen de nosotros. Constituye un espectáculo triste el ver a tantos padres de familia preocupados únicamente del bien material de sus hijos, el ver a tantos empresarios que se olvidan del bienestar espiritual de sus equipos de trabajo, el ver a tantos seres humanos ocupados y preocupados solo del futuro material del planeta, el ver a tantos hombres vivir de espaldas a la realidad más trascendente: la salvación de los demás.

El hombre cristiano y creyente debe además vivir este objetivo con inteligencia y decisión, comprometiéndose en el apostolado cristiano, cuyo objetivo es no solamente proporcionar bienes a los hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios. Es necesario para ello convencerse de que hay hambres más terribles y crueles que la física o material, y es la ausencia de Dios en la vida. El verdadero apostolado cristiano no reside en levantar escuelas, en llevar alimentos a los pobres, en organizar colectas de solidaridad para las desgracias del Tercer Mundo, en sentir compasión por los afligidos por las catástrofes, solamente. El verdadero apostolado se realiza en la medida en que toda acción, cualquiera que sea su naturaleza, se transforma en camino para enseñar incluso a quienes están podridos de bienes materiales que Dios es lo único que puede colmar el corazón humano. ¿De qué le vale a un padre de familia asegurar el bien material de sus hijos si no se preocupa del bien espiritual, que es el verdadero?

Hay un tema en la formación espiritual del hombre a tener en cuenta en relación con este objetivo. Hay que saber vencer el respeto humano, una forma de orgullo o de inseguridad como se quiera llamarle, y que muchas veces atenaza al espíritu impidiéndole compartir los bienes espirituales que se poseen. El respeto humano puede conducirnos a fingir la fe o al menos a no dar testimonio de ella, a inhibirnos ante ciertos grupos humanos de los que pensamos que no tienen interés por nuestros valores, a nunca hablar de Cristo con naturalidad y sencillez ante los demás, incluso quienes conviven con nosotros, a evitar dar explicaciones de las cosas que hacemos, cuando estas cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto humano nunca es bueno y echa sobre nosotros una grave responsabilidad: la de vivir una fe sin entusiasmo, sin convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor pensamos eso de que Dios, Cristo, la fe, la Iglesia no son para tanto.

SAN ANDRÉS APÓSTOL, 30 DE NOVIEMBRE


Andrés, Santo
Apóstol, 30 de Noviembre 


Apóstol

Andrés era hermano de Simón Pedro y como él pescador en Cafarnaúm, a donde ambos habían llegado de su natal Betsaida. Como lo demuestran las profesiones que ejercían los doce apóstoles, Jesús dio la preferencia a los pescadores, aunque dentro del colegio apostólico están representados los agricultores con Santiago el Menor y su hermano Judas Tadeo, y los comerciantes con la presencia de Mateo. De los doce, el primero en ser sacado de las faenas de la pesca en el lago de Tiberíades para ser honrado con el titulo de “pescador de hombres” fue precisamente Andrés, junto con Juan.

Los dos primeros discípulos ya habían respondido al llamamiento del Bautista, cuya incisiva predicación los había sacado de su pacífica vida cotidiana para prepararse a la inminente venida del Mesías. Cuando el austero profeta se lo señaló, Andrés y Juan se acercaron a Jesús y con sencillez se limitaron a preguntarle: “Maestro, ¿dónde habitas?”, signo evidente de que en su corazón ya habían hecho su elección.

Andrés fue también el primero que reclutó nuevos discípulos para el Maestro: “Andrés encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a Jesús”. Por esto Andrés ocupa un puesto eminente en la lista de los apóstoles: los evangelistas Mateo y Lucas lo colocan en el segundo lugar después de Pedro.
Además del llamamiento, el Evangelio habla del Apóstol Andrés otras tres veces: en la multiplicación de los panes, cuando presenta al muchacho con unos panes y unos peces; cuando se hace intermediario de los forasteros que han ido a Jerusalén y desean ser presentados a Jesús; y cuando con su pregunta hace que Jesús profetice la destrucción de Jerusalén.

Después de la Ascensión la Escritura no habla más de él. Los muchos escritos apócrifos que tratan de colmar este silencio son demasiado fabulosos para que se les pueda creer. La única noticia probable es que Andrés anunció la buena noticia en regiones bárbaras como la Scitia, en la Rusia meridional, como refiere el historiador Eusebio. Tampoco se tienen noticias seguras respecto de su martirio que, según una Pasión apócrifa, fue por crucifixión, en una cruz griega.

Igual incertidumbre hay respecto de sus reliquias, trasladadas de Patrasso, probable lugar del martirio, a Constantinopla y después a Amalfi. La cabeza, llevada a Roma, fue restituida a Grecia por Pablo VI. Consta con certeza, por otra parte, la fecha de su fiesta, el 30 de noviembre, festejada ya por San Gregorio Nacianceno.

LA HISTORIA DE UN SOLO PAN Y DOS PRODIGIOS




La historia de un solo pan y dos prodigios
El párroco resolvió desvelar el misterio y descubrió que la Providencia siempre atiende solícita a las súplicas de los que confiadamente la invocan



El padre de Pierre murió como consecuencia de la miseria. Seis meses más tarde, su esposa lo siguió, consumida por las privaciones.

— Adiós, dijo la mujer al hijito, te dejo solo aquí en la tierra; sé bueno y persevera en la oración, que un día nos encontraremos en el Cielo.

Pierre quedo solo en el mundo.

Tenía apenas seis años, y una vecina caritativa lo acogió, dividiendo con él su pan de cada día. Entretanto, por más que se esforzaba en cuidar del niño, el corazón del pequeño huérfano estaba siempre junto a sus padres ausentes, que ansiaba por reencontrar.

En una de las largas noches que pasaba despierto, fue tomado por un pensamiento:



— ¡Ah, el Cielo! Debe de ser un lugar de mucha alegría, porque papá y mamá fueron allí y no pensaron siquiera en volver. Estoy seguro de que en el Cielo no debe de faltar nada.

Pero… ¿Por qué ellos no me llevaron también?¡Si yo pudiese ir a su encuentro, los abrazaría y besaría!

Desde aquél día, Pierre se le metió en la cabeza la idea de partir para el Cielo en busca de sus padres. Cierta mañana, sin decir nada a nadie, juntó en un fardo la poca ropa que tenía y se puso en camino.

Después de mucho andar, llegó a una aldea. Llegó tan exhausto que cayó delante de una puerta donde había una cruz. Era la casa parroquial.

El buen sacerdote oyó un gemido y corrió para ver qué era, encontrando el niño postrado en el suelo.

— ¿Quién eres tú, pobre criatura, y de dónde vienes?

— Yo soy Pierre, papá y mamá me dejaran solo y se fueron ambos para el Cielo. Mamá me dijo que los encontraría un día allá, con la condición de que fuese bueno y rezase siempre.

¿Pero dónde está este bendito Cielo? ¡Hace tanto tiempo que estoy andando para encontrarlo!

— Ven conmigo, pobre pequeño, dijo el padre enternecido. Vamos juntos a buscar a tus padres.

El huerfanito se quedó entonces a vivir con el piadoso sacerdote, y junto a él se sentía menos infeliz. Sin embargo, su pensamiento continuaba fijo en el Cielo.

— En fin, señor cura, preguntó un día. ¿Dónde está el Cielo? ¿Por qué usted no me llevó todavía para allá, como prometió?

— Reza a Dios, hijo mío. Él es tan dadivoso que nos ayudará a encontrarlo.

Pierre dirigió, entonces, sus oraciones fervorosas al Altísimo. Nada era tan conmovedor como verlo de rodillas delante del altar, con las manitas puestas para rezar. Este era su lugar preferido, donde en el suave silencio del recinto sagrado sus tristezas se amenizaban.

Se aficionó de modo particular a una imagen de la Virgen Santísima que llevaba en los brazos al Niño Jesús.

Aquella imagen, esculpida en madera, era un trabajo muy antiguo y constituía una verdadera rareza. A pesar de ello, ni todas las cosas raras y curiosas son bellas. Tanto la Virgen María como Jesús tenían el rostro exageradamente delgado. Delante de los dos, Pierre se sentía conmovido; en su inocencia imaginaba que Nuestra Señora era así tan delgada porque no se alimentaba.

Le bastaba pensar que la Madre de Jesús pasaba hambre, que sus ojos se llenaban de lágrimas y lloraba de compasión.

Cierta mañana, a la hora del café, guardó para ella un pedazo de pan, y fue a depositarlo a los pies de la imagen, diciendo:

— Comed cuanto queráis y sin temor, oh buena y santa Virgen, pues yo me siento contento de privarme de este pan para dároslo a Vos, que precisáis tanto de él. ¡Comed, que cuando hayáis acabado este pedazo, yo traeré otro!

Después, él salió de la iglesia.

Cuando volvió más tarde, no encontró el pan donde lo había dejado.

Satisfecho al ver que Nuestra Señora aceptaba su ofrenda, repetía la ofrenda todos los días, y todos los días el pan desaparecía. Sin embargo después de algún tiempo, Pierre observó que la Virgen continuaba delgada.

Buscó al sacerdote y le contó el caso.

— ¡Hace tanto tiempo que llevo mi pan a Nuestra Señora, y ella todavía está tan delgada! ¿Qué cree que pasa, padre? Creo que la Virgen está enferma; ¿no sería bueo que la examinara un médico?

— Pero la imagen de Nuestra Señora no puede comer tu pan, explicó sonriendo el cura.

— Pero, respondió Pierre con seriedad, yo le garantizo que ella come, porque el pan desaparece en poco tiempo.

El párroco, curioso, resolvió desvelar el misterio. Le dijo a Pierre que llevase el pan como de costumbre y se escondió en un rincón de la iglesia, desde donde podía vigilar la imagen y ver todo lo que pasaba sin ser visto.

Pierre acababa de salir de la iglesia y ésta estaba silenciosa y vacía.

De pronto, oyó unos pasos muy leves.

Un niño, pobremente vestido, fue a arrodillarse delante de la imagen.

Sonrió, cogió el pan, lo besó y lo escondió debajo de sus harapos. En seguida, hizo la señal de la cruz y comenzó sus oraciones con recogimiento y fervor.

El sacerdote dejó entonces su puesto de observación y puso la mano en el hombro del niño. Sobresaltado, el pequeño imploró:

— ¡Ah, señor padre! ¡Yo no soy ningún ladrón¡ Estoy aquí únicamente para buscar el pan que Nuestra Señora me da de regalo.

— ¿Y cómo sabes que es la Virgen la que te da ese pan? Preguntó el párroco, intrigado.

— Pero padre, usted mismo enseña en el púlpito que Dios nunca deja de atender nuestras necesidades. Como soy muy pobre, no dejo de venir todas las mañanas a pedir a Nuestra Señora mi pan de cada día. Y todas las mañanas me oye, pues lo encuentro siempre aquí.

El bondadoso cura tuvo que esforzarse para no dejar trasparecer la profunda conmoción que le invadía el alma. El frescor de la fe que palpitaba en los corazones de aquellos dos niños le proporcionaba la ocasión de admirar tan bella obra de la Providencia Divina; aquella misma Providencia que siempre atiende solícita a las súplicas de los que confiadamente la invocan.

EL ADVIENTO, PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD



El Adviento, preparación para la Navidad
Tiempo para prepararse y estar en gracia para vivir correctamente la Navidad




Significado del Adviento

La palabra latina "adventus" significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa penitencia.

El tiempo de Adviento es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.

Esta es su triple finalidad:

- Recordar el pasado: Celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén. El Señor ya vino y nació en Belén. Esta fue su venida en la carne, lleno de humildad y pobreza. Vino como uno de nosotros, hombre entre los hombres. Esta fue su primera venida.

- Vivir el presente: Se trata de vivir en el presente de nuestra vida diaria la "presencia de Jesucristo" en nosotros y, por nosotros, en el mundo. Vivir siempre vigilantes, caminando por los caminos del Señor, en la justicia y en el amor.

- Preparar el futuro: Se trata de prepararnos para la Parusía o segunda venida de Jesucristo en la "majestad de su gloria". Entonces vendrá como Señor y como Juez de todas las naciones, y premiará con el Cielo a los que han creido en Él; vivido como hijos fieles del Padre y hermanos buenos de los demás. Esperamos su venida gloriosa que nos traerá la salvación y la vida eterna sin sufrimientos.

En el Evangelio, varias veces nos habla Jesucristo de la Parusía y nos dice que nadie sabe el día ni la hora en la que sucederá. Por esta razón, la Iglesia nos invita en el Adviento a prepararnos para este momento a través de la revisión y la proyección:

Aprovechando este tiempo para pensar en qué tan buenos hemos sido hasta ahora y lo que vamos a hacer para ser mejores que antes. Es importante saber hacer un alto en la vida para reflexionar acerca de nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios y con el prójimo. Todos los días podemos y debemos ser mejores.

En Adviento debemos hacer un plan para que no sólo seamos buenos en Adviento sino siempre. Analizar qué es lo que más trabajo nos cuesta y hacer propósitos para evitar caer de nuevo en lo mismo.




Algo que no debes olvidar

El adviento comprende las cuatro semanas antes de la Navidad.
El adviento es tiempo de preparación, esperanza y arrepentimiento de nuestros pecados para la llegada del Señor.
En el adviento nos preparamos para la navidad y la segunda venida de Cristo al mundo, cuando volverá como Rey de todo el Universo.
Es un tiempo en el que podemos revisar cómo ha sido nuestra vida espiritual, nuestra vida en relación con Dios y convertirnos de nuevo.
Es un tiempo en el que podemos hacer un plan de vida para mejorar como personas.

Cuida tu fe

Esta es una época del año en la que vamos a estar “bombardeados” por la publicidad para comprar todo tipo de cosas, vamos a estar invitados a muchas fiestas. Todo esto puede llegar a hacer que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento. Esforcémonos por vivir este tiempo litúrgico con profundidad, con el sentido cristiano.
De esta forma viviremos la Navidad del Señor ocupados del Señor de la Navidad.

ADVIENTO, ALGUIEN LLEGA



Adviento. Alguien llega
En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo.



Adviento. Sí, llegada de Alguien importante, para algo importante, por algo importante, a un lugar importante. Descubramos el sentido profundo de este tiempo litúrgico tan sencillo, austero y propicio para la meditación y la esperanza.

En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.

Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.

Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.

Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.

Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.

Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.

Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.

Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.