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jueves, 30 de abril de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 30 DE ABRIL DEL 2015



Si me conoces a mi, conoces al Padre
Pascua

Juan 13, 16-20. Pascua. Sepamos reconocer a Dios cuando algo nos quiere decir. No ensordezcamos nuestro corazón. 






Del santo Evangelio según san Juan 13, 16-20
«En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. «Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón. «Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Oración introductoria
Gracias, Señor, por esta oportunidad que me das para hacer oración. Gracias, Dios mío, por el don de la vida, de mi familia y de tu amistad. Te pido que me des la gracia de permanecer fiel a tu amor y a tu palabra. Tú, Jesús mío, conoces mi fragilidad y por eso te suplico que me ayudes a ser un cristiano auténtico. Yo quiero acogerte, Señor, en mi corazón y en mi vida para ser tu amigo fiel, sobre todo, en los momentos de dificultad.

Petición
Jesucristo, dame la gracia de ser fiel a tu amistad. No permitas que la cruz, el sufrimiento, los problemas, el mundo o mi egoísmo me separen de ti.

Meditación del Papa Francisco
Los Doce eligieron colaboradores, a quienes comunicaron el don del Espíritu que habían recibido de Cristo, por la imposición de las manos que confiere la plenitud del sacramento del Orden. De esta manera, a través de la sucesión continua de los obispos, en la tradición viva de la Iglesia se ha ido transmitiendo este tan importante ministerio, y permanece y se acrecienta hasta nuestros días la obra del Salvador.
En la persona del obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente entre vosotros el mismo Jesucristo, Señor y Pontífice eterno. Él es quien, en el ministerio del obispo, sigue predicando el Evangelio de salvación y santificando a los creyentes mediante los sacramentos de la fe; es Cristo quien, por medio del ministerio paternal del obispo, agrega nuevos miembros a la Iglesia, su Cuerpo; es Cristo quien, valiéndose de la sabiduría y prudencia del obispo, guía al pueblo de Dios, a través de su peregrinar terreno, hasta la felicidad eterna.
Recibid, pues, con alegría y acción de gracias a nuestro hermano que, nosotros obispos, con la imposición de las manos, hoy agregamos al colegio episcopal. Debéis honrarlo como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, a él se ha confiado dar testimonio del Evangelio y administrar la vida del espíritu y la santidad. Recordad las palabras de Jesús a los Apóstoles: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. (Homilía de S.S. Francisco, 30 de mayo de 2014).
Reflexión

En este pasaje evangélico, el Maestro, nos invita entrañablemente a ser fieles a su amor, a no dejarle sólo, a no fallarle. Judas es aquél de quien el Señor dijo: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón». Ese apóstol no abrió su corazón a Jesús de par en par, no creyó en el Hijo de Dios y prefirió el camino del egoísmo y del amor propio. Ser fiel a Jesucristo significa creer en Él cuando la sombra de la cruz se acerca a las puertas de nuestra vida. Creer en el Señor es acoger a quienes Él envía.
 
El Señor nos conoce, sabe que somos débiles, que somos pobres criaturillas, que podemos caer. Pero también sabe y nos lo ha dicho que no nos faltará su gracia porque Él nos ha elegido.

Cristo envía a sus mensajeros, a veces somos nosotros, debemos acogerlos. Porque al acoger a sus mensajeros acogemos también a Dios. Pero no debemos ser ingenuos acogiendo a pseudos-mensajeros, porque a veces son "lobos con piel de oveja" que diciéndose mensajeros de Dios pretenden arrancarnos nuestra fe Católica. ¿Cómo distinguirlos?

Aquellos que no sigan la doctrina verdadera de Cristo en las Escrituras y en la tradición de la Iglesia, quienes no siguen las enseñanzas del Papa, quienes se auto- roclaman nuevos profetas o nuevas religiones inspiradas por el Espíritu Santo...

Son tantos en el mundo actual los que se dicen enviados de Dios, pero son tan pocos los que en realidad escuchan a Dios. Abramos nuestro espíritu y nuestro ser entero a la gracia de Dios que se nos quiere presentar en este día. Sepamos acoger a todos como enviados de Dios, ya que Dios a veces se sirve de lo "que no es nada en el mundo para manifestarnos su poder".

Propósito
No ensordezcamos nuestro corazón cuando Él nos pide ser sus enviados.

Diálogo con Cristo
Ayúdame, Señor mío, a vivir cada momento de mi existencia de cara a ti. Si alguna vez te he fallado u ofendido quiero pedirte perdón a través del sacramento de la reconciliación. Estoy dispuesto a levantarme y a seguir luchando porque te amo y quiero que estés al centro de mi vida. Te reconozco, Dios mío, como mi Señor y Creador. Lejos de ti, Padre Santo, a dónde puedo ir. Apartado de tu gracias qué sentido y qué valor puede tener mi vida. Ayúdame a perseverar en la fe hasta el final.

jueves 30 Abril 2015

Jueves de la cuarta semana de Pascua

San José Benito de Cottolengo

Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II: «El enviado no es más que el que lo envía»

Hechos 13,13-25.
Desde Pafos, donde se embarcaron, Pablo y sus compañeros llegaron a Perge de Panfilia. Juan se separó y volvió a Jerusalén,
pero ellos continuaron su viaje, y de Perge fueron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron.
Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir: "Hermanos, si tienen que dirigir al pueblo alguna exhortación, pueden hablar".
Entonces Pablo se levantó y, pidiendo silencio con un gesto, dijo: "Escúchenme, israelitas y todos los que temen a Dios.
El Dios de este Pueblo, el Dios de Israel, eligió a nuestros padres y los convirtió en un gran Pueblo, cuando todavía vivían como extranjeros en Egipto. Luego, con el poder de su brazo, los hizo salir de allí
y los cuidó durante cuarenta años en el desierto.
Después, en el país de Canaán, destruyó a siete naciones y les dio en posesión sus tierras,
al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. A continuación, les dio Jueces hasta el profeta Samuel.
Pero ellos pidieron un rey y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años.
Y cuando Dios desechó a Saúl, les suscitó como rey a David, de quien dio este testimonio: He encontrado en David, el hijo de Jesé, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi voluntad.
De la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús.
Como preparación a su venida, Juan había predicado un bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel.
Y al final de su carrera, Juan decía: 'Yo no soy el que ustedes creen, pero sepan que después de mí viene aquel a quien yo no soy digno de desatar las sandalias'.

Salmo 89(88),2-3.21-22.25.27.
Cantaré eternamente el amor del Señor,
proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.
Porque tú has dicho:
«Mi amor se mantendrá eternamente,

mi fidelidad está afianzada en el cielo.»
«Encontré a David, mi servidor,
y lo ungí con el óleo sagrado,
para que mi mano esté siempre con él

y mi brazo lo haga poderoso.»
Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán,
su poder crecerá a causa de mi Nombre:
El me dirá: «Tú eres mi padre,

mi Dios, mi Roca salvadora.»


Juan 13,16-20.
Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), §8

«El enviado no es más que el que lo envía»

Cristo ha realizado su obra redentora en la pobreza y la persecución; así tmbién la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, «a pesar de su condición divina... se anonadó a sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,6) y por nosotros «siendo rico, se hizo pobre» (2Co 8,9). Así es también la Iglesia; y si es cierto que tiene necesidad de recursos humanos para cumplir su misión, no está aquí para buscar la gloria terrestre, sino para predicar, incluso con el ejemplo, la humildad y la abnegación. Cristo ha sido enviado por el Padre «para evangelizar a los pobres..., curar los corazones destrozados» (Lc 4,18), «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc19,10). De la misma manera, si la Iglesia cuida con solicitud a aquellos que están afligidos por la enfermedad humana; con mucha más razón, reconoce en los pobres y en todos los que sufren, la imagen de su Fundador pobre y sufriente, y se afana a aliviar su desgracia y quiere servir a Cristo en ellos...

La Iglesia «va hacia delante, caminando entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios» (San Agustín), anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que él vuelva (1Co 11,26). Es la fuerza del Señor resucitado la que la fortifica para hacerle superar, por la paciencia y la caridad, sus penas y sus dificultades interiores tanto como las exteriores y, a pesar de todo, hacer que revele fielmente al mundo el misterio del Señor, misterio todavía escondido hasta que él mismo aparezca al fin de los tiempos en la plenitud de su luz..

ACTOS DE ESPERANZA A JESÚS EUCARISTÍA





ACTOS DE ESPERANZA A JESÚS EUCARISTÍA


Espero en Ti, Jesús mío, porque eres mi Dios y me has creado para el cielo.

Espero en Ti, porque eres mi Padre. Todo lo he recibido de tu bondad. Sólo lo malo es mío.

Espero en Ti, porque eres mi Redentor.

Espero en Ti, porque eres mi Hermano y me has comunicado tu filiación divina.

Espero en Ti, porque eres mi Abogado que me defiendes ante el Padre.

Espero en Ti, porque eres mi Intercesor constante en la Eucaristía.

Espero en Ti, porque has conquistado el cielo con tu Pasión y muerte.

Espero en Ti, porque reparas mis deudas.

Espero en Ti, porque eres el verdadero Tesoro de las almas.

Espero en Ti, porque eres tan bueno que me mandas que confíe en Ti bajo pena de condenación eterna.

Espero en Ti, porque siempre me atiendes, y me consuelas, y nunca has defraudado mi esperanza.


¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!

ACTO DE ADORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA



ACTO DE ADORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA


Vengo, Jesús mío, a visitarte.
Te adoro en el sacramento de tu amor.
Te adoro en todos los Sagrarios del mundo.
Te adoro, sobre todo, en donde estás más abandonado y eres más ofendido.

Te ofrezco todos los actos de adoración que has recibido desde la institución de este Sacramento y recibirás hasta el fin de los siglos.
Te ofrezco principalmente las adoraciones de tu Santa Madre, de San Juan, tu discípulo amado, y de las almas más enamoradas de la Eucaristía.

Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.
Ángel de mi Guarda, ve y visita en mi nombre todos los Sagrarios del mundo.

Di a Jesús cosas que yo no sé decirle, y pídele su bendición para mí.

LAS TENTACIONES


Las tentaciones
Si no fuera pecado, ¿lo haría? Vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios... 





Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas el rigorismo, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o...

A veces evitamos ese pecado sólo porque la conciencia nos pone ante nuestros ojos esa frase decisiva: “No lo hagas, es pecado”.

Sí, ya sé que es pecado, respondemos. Pero, si no fuera pecado, ¿lo haría?

Formular esta pregunta es señal, seguramente, de que no comprendemos la maldad que hay detrás de esa tentación. La vemos tan apetecible, tan fácil, tan a la mano, tan “buena”, que... Pero es pecado, nos dijeron en la catequesis, leímos en un libro, nos recordó un amigo sacerdote...

Hemos de comprender que algo es pecado no sólo porque un día Dios dijo: “Esto está mal: no lo hagas”. En realidad, si algo está mal (y Dios, porque nos ama, nos lo recuerda) es porque con esa acción ofendemos a Dios, dañamos al prójimo y nos degradamos a nosotros mismos. O, como decía santo Tomás de Aquino (siglo XIII), “ofendemos a Dios sólo cuando actuamos contra nuestro propio bien” (“Summa Contra Gentiles”, III, cap. 122).

El pecado no es, por lo tanto, como algunas normas de tráfico. Cuando busco un lugar para dejar el coche y veo la señal “prohibido aparcar”, es posible que me enfade, que no esté de acuerdo con el alcalde o con la policía. Dejar el coche ahí, en ese lugar concreto, quizá no molesta a nadie. Sé que está prohibido, pero si no estuviese prohibido, allí aparcaría... Incluso con la total certeza de que no causaría daño a nadie.

En otras ocasiones, en cambio, la misma señal de tráfico vale no sólo porque la pusieron allí, sino porque descubro que es justo, es bueno, no aparcar en ese lugar. Incluso habrá momentos en los que llegaré a una calle donde me gustaría aparcar, donde no hay señal alguna (¡está permitido aparcar allí!), pero no aparcaría porque me doy cuenta de lo mucho que perjudicaría a otras personas si lo hiciera.

El pecado es parecido al segundo ejemplo. No depende de la imaginación de Dios o de algún capricho del catequista o del sacerdote. Si la Iglesia nos enseña que el robo es pecado, o el adulterio, o la calumnia, o el masturbarse, o el aborto, es porque en cada uno de esos actos perdemos algo de nuestra vocación al bien, al amor, a la justicia.

No es correcto, por lo tanto, pensar: “si esto no fuera pecado, lo haría”. Porque si algo es malo, lo es siempre. Porque, además, mi condición de hombre y de cristiano me recuerdan que no vivo para seguir mis caprichos y buscar maneras para que las normas no me impidan realizar lo que me gustaría hacer ahora, sino que vivo para amar y hacer el bien, a todos y en todo. Por eso no quiero saltarme aquellos mandamientos que me apartan del mal para invitarme a hacer el bien.

Nos será más fácil superar la tentación del “si esto no fuera pecado...” cuando profundicemos y conozcamos mejor el porqué de los mandamientos, el sentido de cada norma ética, el bien que ganamos cuando queremos ser honestos. Los mandamientos no son imposiciones arbitrarias, sino señales que nos indican dónde está el bien y el mal, qué nos ayuda a vivir en amistad con Dios y con nuestros hermanos, y qué actos hieren esa amistad.

Por ejemplo, si no robo, aunque tenga que esperar más años para comprarme un coche nuevo, viviré con la conciencia más tranquila y en mayor paz con quienes viven a mi lado. Porque habré respetado el derecho de otro a un dinero que es suyo, que merece tener, que no puedo apropiarme sin dañarle y sin herir mi conciencia.

Lo mismo vale para los demás casos: el mal de cada acto pecaminoso es tan grave que destruye riquezas de la propia vida y de la vida de los demás, y por lo mismo es muy bueno no ceder nunca a la voz insidiosa de una tentación que me presenta como fácil y posible algo malo.

Pensemos, además, en positivo: cuando digo no a un pecado, entonces mi corazón está (al menos, debería estar) más dispuesto a hacer más cosas buenas, a vivir más a fondo mi condición de soltero o de casado, de padre o de hijo, de estudiante o de trabajador, de amigo o de ciudadano honrado.

Por eso, vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo: “Si no fuera pecado...” Habría que sustituirla por esta otra: “Porque sé que es pecado, centraré mi mirada en el mucho bien que puedo llevar a cabo por otros caminos santos y buenos”.

De este modo, creceremos cada día en nuestra condición cristiana, viviremos como hijos que están a gusto en casa, con su Padre de los cielos, con tantos hermanos que también quieren ser justos y difundir amor para con todos. Aunque ahora tengamos que luchar enérgicamente contra una tentación fácil, aunque tal vez pensemos que estamos “perdiendo” una ocasión única.

Es muchísimo lo que gano si conservo mi espíritu abierto para amar, para estar muy cerca de ese Dios que tanto ha sufrido por hacer más bueno mi corazón cristiano...

Postscriptum: Me llegó una nota-comentario que pensé podía ser buena para complementar las ideas anteriores. Aquí la transcribo con pequeños retoques, y doy las gracias a la persona que me la envió.

“No es que las cosas son malas porque están prohibidas, sino que están prohibidas, porque son malas.

En los hospitales hay letreros que dicen: prohibido el paso, zona radiactiva… ¿es malo porque está prohibido, o está prohibido porque es malo, porque es nociva la radiación para nuestro organismo?

Dios nos ama, Él sabe lo que nos hace bien, según nuestra naturaleza, y lo que nos hace daño. El mal, nos hace mal; el bien, nos hace bien. La templanza es buena porque nos hace bien; la intemperancia es mala, porque nos hace mal.

Es verdad que el pecado es, ante todo y sobre todo una ofensa a Dios; pero el pecado le ofende a Dios, no porque le haga mella, porque suponga menoscabo, deterioro, pérdida, merma o perjuicio a Dios, sino porque Él nos ama y le entristece el mal que nos hacemos cuando somos malos; y esto hasta tal punto, que si el mal no nos haría mal, Dios no nos lo prohibiría, como no nos prohíbe la contemplación de un bello amanecer, o la audición de una hermosa música (claro, en su momento; porque si me pongo a contemplar un amanecer cuando debo tomar el avión para ir a concluir un negocio estupendo para mi economía familiar, o me pongo a oír una bella melodía cuando mi mujer duerme…).

Esto es aplicable a la drogadicción, el alcoholismo, la infidelidad conyugal, la lujuria, la falta de honradez, la falta de veracidad (el mentiroso, en el fondo, es un malabarista al que el espectáculo le va bien hasta que se le caen todas las pelotas en la cabeza… hace el ridículo, se degrada a sí mismo…)”.

¿CUÁNDO DEBO DECIDIR MI VOCACIÓN?




¿Cuándo debo decidir mi vocación?
Hay que prepararse buscando ser mejores en todos los campos de la vida





¿Cuándo debo comenzar a decidir lo que debo ser?

Hay que estar atentos en todo momento. Y más que eso, hay que prepararnos en todo momento, ya que ni un buen esposo llega a serlo preparándose dos días antes, ni tampoco un sacerdote: hay que buscar ser mejores en todos los campos de la vida, en mi formación, en mi alegría, en mi caridad, en mi fidelidad, etc., para que cuando me llame Dios a escena, ya tenga el curso de actuación completo. Y sólo me falte repetir las líneas de mi libreto.

En todo momento, debo preguntarme qué es lo que Dios quiere de mí, pedirle su ayuda para encontrar mi camino. Y, en el momento en que sintamos el llamado, comenzar la búsqueda concreta y no dejar las cosas a la deriva, que si para eso fuimos hechos, ahí encontraremos la fuerza para ser plenamente felices.

¿Qué tan feliz quiero ser?

Esa es la trascendencia que tiene esta decisión. Por esto, después de la grandeza de tener la fe, tomar la decisión de seguir nuestra vocación se convierte en la segunda tarea más importante del hombre y de la mujer.

Últimamente, hemos visto que la gente no se decide a comprometerse en nada, ni a casarse ni a consagrarse. Y muchas veces, cuando lo hace, lo hace a medias, "por si no funciona":

• "Si no funciona el matrimonio, me divorcio"
• "Voy a probar para consagrarme, pero no me entrego todo".

Nadie puede saber qué se siente nadar por completo, si no deja de usar en algún momento flotadores; ningún paracaidista va a un salto con la idea de que "si no funciona, cambio de marca de paracaídas".

Estamos hechos para tomar decisiones como hombres y mujeres. Y saber afrontar las consecuencias de nuestros actos: esto es lo que realmente nos hace felices.

Qué el mundo con sus mediocridades y tibiezas nunca nos convenza de lo contrario

30 de abril, día de San José Benito Cottolengo


Hoy, 30 de abril, conmemoramos a San JOSÉ BENITO COTTOLENGO, Sacerdote.

SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO (1786-1842) nació en Bra, en el Cuneo, Italia; fue el mayor de los 12 hijos de un mercader de panes.

Desde muy joven, José Benito se sintió atraído por el estudio de la Iglesia, y esquivó adversidades para poder graduarse en teología en Turín, donde se hizo sacerdote. Sin embargo, al atender la muerte dramática de una mujer pobre que dejaba en orfandad a media docena de hijos, conmovido se dio cuenta de que su verdadera vocación era ayudar a los más necesitados.

Cerca de dicha ciudad, en un lugar llamado Valdocco, fundó en 1828 la “Pequeña Casa de la Divina Providencia”, un hogar para los enfermos rechazados de los hospitales, para discapacitados, huérfanos, inválidos y mujeres sin hogar, todos los cuales formaban ahí una “familia”.

La Pequeña Casa ofrecía refugio y asistencia a todo tipo de personas rechazadas y marginadas de la sociedad, ayudando a que se sintieran valoradas y aceptadas, y ofreciéndoles la salvación en el cristianismo.

“El Cottolengo”, como se conoce a San José Benito, “canónigo bueno”, instituyó numerosas congregaciones, como los frailes de la Santísima Trinidad, diversas familias de hermanas y hermanos de San Vicente y el seminario de los Tomasinos.

Abrumado por el trabajo, San José Benito Cottolengo falleció en santa paz en Chieri, cerca de Turín, rodeado por su “familia”. Se le recuerda como precursor de la asistencia hospitalaria. El hospital que fundó continúa operando, y en la actualidad cuenta con dos mil camas.

El papa Pío XI canonizó a San José Benito Cottolengo en 1934.

SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO nos enseña el valor de la compasión por los más necesitados.

SAN JOSÉ BENITO DE COTTOLENGO




PRESBÍTERO



En Chieri, cerca de Torino, en el Piamonte, san José Benito Cottolengo, presbítero, que, confiando solamente en el auxilio de la Divina Providencia, abrió una casa para acoger a toda clase de pobres, enfermos y abandonados (1842). 


Etimológicamente: José = Aquel al que Dios ayuda, es de origen hebreo.

Etimológicamente: Benito = Aquel a quien Dios bendice, es de origen latino.

Pío IX la llamaba “la Casa del Milagro”. El canónico Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera fase, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: “Taberna del Brentatore”. La volteó y escribió: “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: “Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados.

La “Divine Providencia” será, pues, transplantada y se convertirá en un gran repollo...”. 

José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín.

Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. 

Les decia: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”. Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un por de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica. 

A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: “No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”. Después del traslado a Valdoceo, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admire con el nombre de “Cottolengo”. Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serene laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón. 

La palabra “minusválido” aquí no tiene sentido. Todos son “buenos hijos” y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano.

Les decía a las Hermanas: “Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra”. Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. “El asno no quiere caminar” comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: “In domum Domini íbimus” (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de abril de 1842.

CÓMO AYUDAR A LOS HIJOS DEL DIVORCIO



Cómo ayudar a los hijos del divorcio
Los hijos son las primeras víctimas de una separación





Los hijos «son las primeras víctimas» de una separación, ha dicho el Papa Francisco, pero pueden alcanzar la sanación de sus heridas gracias a la sanación de las heridas de sus padres. Poco a poco, la Iglesia está empezando a prestar atención pastoral a estas personas –padres e hijos– que sufren muchas veces una etiqueta injusta
«Ser hijo de padres separados condicionó mi manera de relacionarme con el mundo, la forma en el que se evalúan las relaciones y la manera en cómo se proyecta todo con fecha de vencimiento. Se vislumbra todo a corto plazo y desde la desconfianza. El matrimonio carece de sentido, y el compromiso afectivo es algo que no se está dispuesto a entregar fácilmente a cambio de nada… Mi visión del mundo es así, y difiere notablemente de mi grupo de amigos que no pasaron por esa experiencia»: éste no es el relato de un adolescente, sino el de un hombre ya adulto, entrado en años. Como aquel superviviente del avión uruguayo estrellado en Los Andes –la anécdota la refiere el psicoterapeuta familiar José María Contreras–, que después de pasar varios problemas personales, admitió: «Todavía no he superado todas mis cordilleras; me falta por superar la separación de mis padres».
Las consecuencias en los niños de la separación de sus padres han sido estudiadas por la psicóloga californiana Judith Wallerstein, que ha hecho el seguimiento de una veintena de niños cuyos padres se divorciaron en los años 70. Entre sus conclusiones, identifica «el miedo a que las relaciones amorosas de estas personas fracasen, tal como pasó con sus padres. Al carecer de un patrón sobre cómo son las relaciones estables, inventan sus propios códigos de conducta en una cultura que les ofrece muchos modelos de relación, pero pocas directrices. Muchos han vencido su miedo a ser traicionados y han encontrado una pareja estable, mientras que otros todavía no saben por qué se sienten tan asustados».
¿Ya no es un problema?
Fernando Alberca, experto en educación y asesor en rendimiento escolar y relaciones familiares, observa que, «hace diez años, un niño que vivía la separación de sus padres percibía que era un gran problema; hoy, no es así. Culturalmente, los niños ya no ven la separación como algo anormal en sus vidas, porque la mayoría de sus amigos también tiene padres con problemas o separados. La sociedad ya ha admitido que una pareja se separe si las cosas no van bien. Es muy frecuente y el niño lo ve como algo inevitable».
Sin embargo, el problema queda en estado latente en el niño y se enmascara. «Hay una depresión infantil creciente, vinculada en muchos casos con la inseguridad, desarraigo de la separación y sentido de culpa, especialmente preocupante en niños muy pequeños; hay sufrimientos, fracaso escolar, rebeldías adolescentes cada vez más tempranas, de 7 a 12 años, agotamiento emocional, endurecimiento de corazón, que hunden sus raíces en una separación conflictiva…», señala Alberca.
Además, «la separación como solución se transmite con facilidad a los hijos –continúa–. La mayoría de las separaciones tiene su causa en que, hoy, las cosas se tiran y se sustituyen…, pero no se arreglan. Nadie quiere solucionar problemas; si nos falla algo, lo sustituimos. Los niños están aprendiendo a evadirse de los problemas, como hacen los adultos, en lugar de solucionarlos. Los matrimonios se empiezan a romper con cada vez menos motivos, y los padres parecen menos fiables, porque lo que hoy dicen y sienten mañana puede ser distinto; y hay estudios que señalan que el 91% de los niños no entienden nunca por qué se separaron sus padres».
Una etiqueta injusta
Hace apenas una semana, el Papa Francisco ha denunciado que «muchos niños pagan el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables, son las primeras víctimas». Junto a ello, «resulta indispensable hacerse cargo de las consecuencias de la separación o del divorcio para los hijos; y buscar el modo de que puedan superar el trauma de la escisión familiar y crecer de la manera más serena posible», ha pedido la Asamblea que prepara el Sínodo de la Familia 2015.
En España, poco a poco, empiezan a surgir iniciativas de acompañamiento para separados y divorciados. La parroquia Nuestra Señora de la Visitación, en Las Rozas (Madrid) –uno de los municipios españoles con mayor índice de separaciones–, acoge al grupo Emaús, en el que varias mujeres se reúnen cada sábado para actividades de formación y momentos de oración, «o simplemente para pasar un rato juntas», señala su responsable, Mamen Carro, «porque lo que buscamos es que estas personas que comparten su fe se ayuden unas a otras. Igual que hay grupos de jóvenes, de matrimonios, etc., queremos reunir a personas que viven esta situación concreta».
Mamen lamenta que «esta sociedad frivoliza mucho la separación: Si te llevas bien con tu ex, entonces los niños lo llevarán bien; y esto no es verdad. Hollywood ha hecho mucho daño con lo de rehacer mi vida. Tenemos que reconocer que hay un problema social». Además, «en la Iglesia hemos llegado tarde ante este problema; muchas personas cargan por desconocimiento con una etiqueta injusta: Es que estoy separada… Estas personas están muy heridas y tienen mucha necesidad de acogida».
Tú naciste porque Dios quiso
Para ayudar a los niños, Mamen recomienda, sobre todo, empezar con los padres. «Los padres son los primeros educadores de sus hijos. Hay que formar grupos de padres y grupos de madres, que tengan formación, oración y apoyo mutuo, y que se sientan queridos». Y a los niños, «les diría siempre la verdad, les hablaría con esperanza. Hay que decirles que ellos son un fruto del amor, ser muy generosos siempre con ellos. Decirles: Tú naciste porque Dios quiso, tu madre y tu padre te quieren; intentar que se sientan muy queridos, y recordarles que Dios les quiere mucho».
Don Manuel Martín, párroco de Nuestra Señora de la Visitación, concluye que «los separados y divorciados son los pobres del siglo XXI; han hecho un proyecto y han fracasado. Eso destroza mucho psicológicamente, y también económicamente. Como los discípulos de Emaús, sólo en el encuentro con Cristo se reponen de este fracaso. Por eso, necesitan de la ayuda de la Iglesia, que tiene la obligación de dar consuelo a los más necesitados, de devolver la esperanza a quien la ha perdido. Si no lo hace, la Iglesia no cumple su misión».

5 claves para la ayuda
¿Cómo podemos ayudar a los niños de nuestro entorno, familia, colegio…, que han sufrido la separación de sus padres? Fernando Alberca da cinco claves:
- Ser siempre muy amables con las dos partes, muy acogedores y comprensivos; y no hablar nunca mal de los padres: el niño es muy sensible a esto.
– Ofrecer nuestra ayuda para solucionar los problemas que posibiliten una reconciliación, aunque no siempre es posible.
– Ayudar al niño en lo que necesite, quererle incondicionalmente, no sacar conclusiones rápidas, no juzgar nunca y ayudarlos a ser felices.
– Darles la estabilidad que han perdido, ser muy amables, perdonarles mucho. Un niño se puede creer culpable y llamar la atención, bajar las notas, desobedecer… Tenemos que quererlos mucho, tratarlos con cariño, sonreírles y no olvidarnos de sus padres aunque ya no los veamos.
– Ayudarlos con nuestro ejemplo para su futuro matrimonio: estos niños pueden ser muy felices en sus relaciones, y eso hemos de mostrárselo con nuestro propio ejemplo. Mostrarles que uno puede ser muy feliz casado, con nuestro propio matrimonio.