miércoles, 12 de noviembre de 2014

Qué hacer para ser santos

CONVERTÍOS
Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mt 9, 13)
 
Qué hacer para no pecar
 
Nadie puede cumplir los Diez Mandamientos ni las enseñanzas de Jesús en el Evangelio, si no es ayudado por Dios. Por eso nadie puede permanecer en gracia de Dios y sin cometer pecados, si Dios no le da su gracia, si Dios no le da su ayuda.
Entonces para no caer en pecado tenemos la necesidad de la ayuda de Dios. Y la ayuda Dios se la da a quien se la pide. Y le pedimos ayuda a Dios por medio de la oración. Por eso para no pecar hay que rezar, ya que a través de la oración Dios nos va comunicando su misma santidad y su fuerza, y de esa manera mantenemos alejado al Maligno, que es el Tentador, quien nos incita al pecado porque nos odia y quiere nuestra perdición temporal y eterna.
Por lo que dijimos arriba se deduce que quien no reza, estará bien pronto perdido, puesto que como ha dicho muy bien San Alfonso María de Ligorio: “Quien reza se salva y quien no reza se condena”. Así nosotros, mientras vamos de camino por este mundo, en este tiempo de prueba que es la vida terrenal, tenemos que pedir constantemente ayuda a Dios, porque el demonio, por naturaleza, es más fuerte que nosotros, y solos no le podemos hacer frente, sino que necesitamos de Alguien más poderoso que él –Dios- para que nos libre de sus emboscadas. Si hacemos así jamás pecaremos.

Qué hacer para obtener Misericordia


 
La Misericordia de Dios actúa donde hay miserias que consumir, por eso si queremos obtener la compasión y misericordia de Dios, debemos reconocer ante Él nuestra miseria, para que la cambie en gracias.
Dios tiene compasión, pero la tiene de quien reconoce su error, de quien se humilla; entonces Dios lo eleva mucho, por encima del lugar en el que estaba antes de caer en el pecado.
No cometamos el error de aferrarnos a nuestro pecado, de modo que no queramos entregárselo a Dios para que Él lo trueque en bendiciones para nosotros. Vayamos a los pies del ministro de Dios, del Sacerdote católico, y confesémonos con él, diciendo todos nuestros pecados, sin justificarnos, y entonces veremos lo que es la bondad de Dios para nosotros, ¡qué amor tendrá el Señor para con nosotros, y qué paz encontraremos al salir del confesionario, renovados y con nuevos ímpetus para seguir en el combate de la vida!
Recordemos aquel ejemplo del fariseo y el publicano, que fueron al Templo, pero el primero se jactaba de ser justo, y el segundo ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al Cielo. Pues bien, el segundo fue perdonado por Dios, y en cambio el fariseo volvió con su pecado, aumentado por uno más de presunción y soberbia.

Qué hacer para convertirnos


Como la conversión también es el trabajo de Dios en nuestra alma, podemos pedirla al Señor, y rezar esa hermosa oración que Jesús enseñó a Sor María Marta Chambón, prometiéndole que quien dijese esta oración, obtendría su conversión. La oración es ésta: “Eterno Padre, yo te ofrezco las Llagas de Nuestro Señor Jesucristo, para curar las llagas de nuestras almas”.
Digámosla entonces no sólo una vez sino muchas veces, porque nuestra conversión no es cosa de un momento, sino que debe ser un proceso de toda la vida.
Siempre, constantemente durante toda nuestra vida, ante nosotros se presentan el bien y el mal, la virtud y el pecado, y siempre debemos estar eligiendo el bien y rechazando el mal, es decir, que siempre debemos estar convirtiéndonos, y ¡qué mejor que la ayuda de Dios para ello, que nos la provee cuando rezamos esta sencilla oración enseñada por Jesús mismo!
Recemos y hagamos rezar esta oración. Imprimámosla en folletos y difundámosla por todas partes, y en primer lugar recémosla nosotros mismos, para que cada día nos convirtamos más al Señor y seamos más gratos a sus ojos.

Qué hacer para ser santos


Quien no desea el Cielo, no lo alcanzará; y quien no desea ser santo, no lo será jamás. Porque el deseo es como el motor que nos empuja a alcanzar el fin que deseamos.
¡Cuántas personas en el mundo dejan su vida y lo venden todo con tal de alcanzar sus objetivos, que muchas veces son bien mezquinos!
No podemos hacer menos nosotros, los cristianos que queremos ir al Cielo y ya vivir el Cielo en esta tierra siendo santos. Tenemos que poner toda la carne en el asador, como suele decirse, y lanzarnos a la conquista del monte de la santidad, porque no hay obra más agradable a Dios que nuestra propia santificación.
No hagamos caso al demonio que nos pondrá multitud de tentaciones y pruebas, susurrándonos que no somos dignos, que con todo nuestro negro pasado y nuestras debilidades pasadas, presentes y futuras, no podemos ni siquiera ilusionarnos con ser santos. ¡No lo escuchemos! Porque Dios quiere que seamos santos. Y si Dios lo quiere, entonces lo lograremos si nosotros estamos dispuestos, porque se llega a ser santo cuando uno no lo es, porque si ya fuéramos santos entonces no tendríamos que alcanzar esa meta. Somos pecadores y por eso debemos ser santos, y nada nos impide serlo, ni el más negro pasado, ni el más bochornoso presente, ni el temible futuro.
Lancémonos a la conquista de la montaña santa, que desde la cima miraremos el mundo con los ojos de Dios, y comprenderemos, por fin, el amor infinito que Dios nos tiene.

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