miércoles, 19 de noviembre de 2014

ORAR CON CONFIANZA




Orar con confianza



Juanito, de seis años de edad, quería remover de su lugar un enorme florero, pero no podía. Viéndole su padre, le preguntó:
– Juanito, ¿utilizaste todos los recursos?

– Todos, papá.

– No es cierto; estoy mirándote, y no me has pedido que te eche una mano...

El niño puede y debe aprender a orar, a contar con Dios en su vida. Es sensible a todos los gestos de amor que se tienen con él. Imita todo lo que ve u oye. Con sus padres debe aprender a juntar las manos, a hacer la señal de la cruz, a ir a la iglesia...

Junto a las palabras papá y mamá, deberá aprender otras como Jesús, María, ángel, cielo... El niño debe acostumbrarse a hablar con Jesús como con un amigo, dándole gracias, pidiéndole cosas, acordándose de él frecuentemente a diario. Debe sentir que Dios, Jesús, María y los santos son seres cercanos a la vida de la familia.

Hay muchas clases de oración. La que más abunda es la de petición. Para que ésta sea verdadera, se necesita sobre todo que el orante la haga con fe y que brote de la necesidad, del corazón.

Y de la necesidad, de la confianza, nace la oración del niño. 

            Eric Marshall y Stuart Hample en el libro Children’s Letter to God citan cartas auténticas escritas a Dios por niños y niñas de un colegio. Éstas son algunas peticiones:

 – Dime, Dios, por favor: ¿De qué sirve ser bueno si nadie se entera?

 – En vez de dejar que la gente se muera y tener que hacer gente nueva, ¿no podrías dejar que siguiéramos viviendo los que ya vivimos?

 – ¿Cómo sabes que tú eres Dios?

 – ¿Eres rico, o sólo eres famoso?

 – ¿Cómo es que nunca apareces en la televisión?

 – ¿Por qué tenemos que pedirte cosas cuando ya sabes lo que queremos? Pero, en fin, si eso te hace sentirte mejor, lo haré.

 – ¿Te acuerdas cuando nevó tanto que no hubo colegio? ¿Podrías hacerlo otra vez?

 – ¿Existes de verdad? Hay gente que no lo cree...

 – ¿Cómo te las arreglas para meter cada alma en el cuerpo que le corresponde? ¿No te has equivocado alguna vez?

 – En mi casa somos muy de iglesia; así es que no tienes que preocuparte por nosotros.

 – ¿Son los chicos mejores que las chicas? Ya sé que tú eres uno de ellos, pero procura ser imparcial.

 – Fui a la iglesia y los novios se besaron en la iglesia. ¿Está bien eso?

 – ¿Por qué no dejas que el sol salga por la noche que es cuando más lo necesitamos?

 – ¿Por qué hiciste el cielo azul y la hierba verde?

 – Tengo que saber para antes del viernes quién es Shakespeare. ¿Lo sabes tú?

El creyente sabe que está en las manos de Dios. Y aunque la noche sea negra y larga, “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23,4). Es importante, pues, que el niño tome conciencia de que necesita a Dios en su vida tanto como a sus padres.

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