sábado, 15 de noviembre de 2014

Nuestra salvación.

“Porque aquél que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”

MUERTE:

Si hay algo seguro en este mundo, es que todos nosotros vamos a morir un día. Pero muchos viven como si a ellos jamás les llagara este momento. ¡Y pensar que de este momento depende toda la eternidad!
¡Qué locura es no querer pensar en la muerte, huyendo de este pensamiento para aturdirnos con diversiones y pasatiempos, a veces pecaminosos, y despilfarrando el tiempo en vanidades, en lugar de prepararnos a bien morir, como hacían los santos!
Pero para hacer esto hay que tener las ideas bien claras, y recordar que la vida sobre la tierra no es lo definitivo, sino que es una prueba, y que la muerte es el paso del tiempo a la eternidad. La muerte no es un punto de llegada sino más bien de partida. Es como un nacimiento, que puede ser feliz si vamos al Cielo; o infeliz, como un aborto, si vamos al Infierno.
No huyamos del pensamiento de la muerte y pidamos a San José, Patrono de la buena muerte, que demos bien ese paso.

JUICIO:

Inmediatamente después de la muerte, cada persona se presenta ante Jesucristo Juez, para ser juzgada por Él en lo que se llama el Juicio Particular, y en el que se decide su destino eterno: Cielo o Infierno, o, temporalmente, Purgatorio.
Sentencia inapelable porque no hay una instancia superior, como sí hay en la Tierra, a la que uno puede apelar para revocar la sentencia, ya que es Dios mismo quien nos juzga, y no existe nadie superior a Dios.
¡Ay de nosotros si en este mundo no cumplimos la voluntad de Dios, expresada en los Diez Mandamientos y las enseñanzas del Evangelio! Seremos como ese hombre que construyó la casa sobre arena, y nos presentaremos al juicio sólo con ruinas.
Pero hay una forma de ganarnos al Juez antes de tiempo, y no esperar a que llegue ese momento para el juicio, sino que realizando obras de caridad y misericordia, podemos anticipar el Juicio, y entonces ya iremos confiados a encontrarnos con Jesucristo Juez, a quien hemos servido en la tierra en todos los hermanos necesitados.
Entonces con qué sonrisa nos recibirá el Señor, y nos estrechará en sus brazos amorosos, llamándonos “amigos” y haciéndonos entrar a la Felicidad sin fin.

INFIERNO:

Todas las desgracias y calamidades de la Tierra, desde su creación hasta el fin del mundo, son una NADA en comparación con la condenación de una sola alma.
Esto es difícil de entender para nosotros, porque no captamos ni siquiera aproximadamente, qué es lo que significa una eternidad de tormentos.
Que el Infierno existe, es eterno y es tremendo, es un dogma de fe que nadie puede poner en duda sin pecar gravemente.
Ahora, nuestro modo de actuar y de vivir, ¿es acorde con esta realidad? ¿Tratamos de evitar ir a ese lugar de sufrimiento sin fin y sin medida?
Uno de los errores más graves de los sacerdotes de esta época materialista es justamente el no hablar ya del Infierno. Como si el Infierno dejara de existir o fuera menos terrible si no se habla de él.
Es mejor que nos asustemos un poco en este mundo por el temor de condenarnos, y no que vayamos muy tranquilamente por la vida, y terminemos luego en el abismo infernal.
Roguemos a Dios para que nos haga entender, y de ser posible experimentar un poquito lo que es el Infierno, para encendernos en el celo por la salvación de las almas, empezando por la nuestra.

CIELO:

En el Cielo hay excelentes cocineras, porque están nuestras abuelas, que tan bien cocinaban aquí en la tierra, y ahora en el Cielo han perfeccionado aún más su arte. Así que ya sólo con pensar los manjares que nos esperan en el Paraíso, es ya como para tratar de ir allí, aunque no haya más cosas para disfrutar.
Pero sabemos que el Cielo es “todo bien sin mezcla de mal alguno”, según la definición del Catecismo. Y también sabemos que no podemos hacernos una idea de lo que es el Cielo. Ni la imaginación más fogosa puede intuir aunque sea de modo aproximado la felicidad que aguarda a los que se salvan.
Pensemos en el lugar que Dios nos ha preparado junto a Él en el Cielo, y así podremos vivir con alegría este tiempo de vida sobre la tierra, ya que a veces en medio de tantos dolores nos descorazonamos y vemos todo negro, olvidándonos que todo lo de aquí abajo es pasajero, y que existe un premio para los que son constantes en llevar la cruz de cada día.
Cuando estemos tristes o abatidos, meditemos en el Cielo que nos espera y que ya podemos comenzar a vivir desde la tierra; y para ello recemos los misterios gloriosos del Rosario, y volverá la alegría y la esperanza a nuestro corazón.

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