martes, 19 de noviembre de 2013

La intercesión de los santos


San Juan de Ortega. Capitel de la Anunciación
A la derecha, san José
El hecho de vivir en una comunidad monje habitúa al monje a coexistir con el hecho de la muerte, sencillamente porque la frecuencia de este suceso aumenta al convivir un grupo más o menos amplio de personas, alguna de ellas de avanzada edad. De hecho, los cementerios son lugares muy especiales en los monasterios, donde perdura la memoria de generaciones y generaciones de monjes, que han compartido el mismo marco físico en su búsqueda de Dios, a través de las más diversas vicisitudes históricas.

El compromiso del monje simplemente refuerza el compromiso de todo cristiano de morir con Cristo al pecado para participar de su resurrección, adquirido en el Bautismo y, en el caso del monje, especificado en el momento de la profesión monástica. Por eso, la vida del monje entra también en relación con los monjes que ya han pasado de este mundo a las moradas del Padre; no le son extraños, sino que suplica por ellos, para que el señor purifique cuanto de imperfecto hubo en sus vidas, y confía gozar de su intercesión, si ya gozan en la presencia del Señor.

En el caso de los santos, así reconocidos por la Iglesia, sabe el monje, como todo cristiano, que son sus amigos, sus intercesores, sus valedores ante el trono de la gracia. No sólo cuenta con el ejemplo de sus vidas heroicas, sino que cultiva en la oración su amistad, para que desde el más allá le ayuden con su plegaria a alcanzar, también él, el destino de toda existencia creada, que es Dios.

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de uno de estos intercesores, que por su singular cercanía a Jesús, siempre ha gozado de gran estima entre los cristianos y los monjes: San José. No sólo se trata de admirar la fuerza de su fe, que venció toda desconfianza y duda, sino también hoy le pedimos con todo el deseo de nuestro corazón que nos ayude también a nosotros a creer, pues tantas veces nos asaltan dudas en nuestro camino cristiano y monástico. Que él, que cuidó del niño Jesús, cuide también de todos nosotros.

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