lunes, 18 de noviembre de 2013

Exorcismos - 1º Amorth, exorcista de Roma; demonio se disfraza `ángel de luz`




Exorcista, debe ser un Obispo o un sacerdote por el obispo delegado: “una persona de fe profunda, de buena conducta, sensata, de buen juicio, equilibrada, de buen testimonio, porque así lo manda la Iglesia a la hora de elegir a un sacerdote”.
 
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Habla el padre Amorth, exorcista de Roma
 
 
«El demonio se descontrola de rabia cuando coloco algo que refleja la presencia de la Virgen»
 
Los más de 50.000 exorcismos que ha realizado le convierten en el mayor experto en la materia. A sus 87 años, el padre Gabrielle Amorth, exorcista de la diócesis de Roma, alerta de la importancia de que en cada diócesis haya un exorcista.
 
 
Actualizado 26 septiembre 2012
 
Una mañana de 1985, el cardenal Ugo Poletti, vicario de Juan Pablo II como obispo de Roma, llamó a un sacerdote paulista nacido en 1925, el padre Gabrielle Amorth, para encomendarle una misión: ser el exorcista de la diócesis de Roma.
 
En estos veintisiete años, el padre Amorth reconoce haber realizado más de cincuenta mil exorcismos. Por tanto, nadie mejor que él en todo el mundo para explicar qué este ritual del exorcismo, en un momento en el que, en la práctica, está olvidado incluso en el seno de la Iglesia.
 
 
-Padre Amorth, ¿qué es un exorcismo?
-El exorcismo es una oración pública de la Iglesia que se hace con la autoridad de la Iglesia, porque la hace un sacerdote designado por el obispo; es una oración de liberación del demonio, de su influencia maligna o del mal provocado por él.
 
-En la actualidad hay muy pocos exorcistas, ¿No son necesarios?
-Durante trescientos años la Iglesia ha abandonado los exorcismos. Los motivos son diversos y los explico en el libro Habla un exorcista. Sin embargo, en cada diócesis debe haber uno ¡como mínimo! Pero ¿cómo los va a haber, si la gente no cree en el Demonio, incluso gente de Iglesia, como sacerdotes y obispos? Es necesario saber que el obispo que no proporciona la ayuda espiritual necesaria a un fiel con un problema demoníaco está pecando gravemente.
 
-¿Por qué permite Dios una posesión o un mal demoníaco?
-Hay gente a la que he tratado que va a misa, reza y hace ayuno. Yo les pregunto: “Si no estuvieses poseído, ¿lo harías?”. Y me responden que no. Además, pregunto a los demonios mientras hago este exorcismo: “¿Por qué te empeñas en quedarte? Y me dicen: “No puedo irme porque Dios no me lo permite. Si me fuera de esta persona, se alejaría de los sacramentos, y estando así, acude a Dios y es ferviente su oración”. Luego es posible que para esas personas, esa cruz sea necesaria para su salvación y la de los que comparten esa cruz con ella: su entorno, su familia y sus amigos.
 
Ayuno y oración
-En el Evangelio, Jesús dice que algunos demonios sólo se van con ayuno y oración, pero existen casos en los que el exorcismo dura muchos años, o que incluso no llega a producir nunca esa liberación, aunque se recurra al ayuno y la oración. ¿Por qué?
-Hay ocasiones en que el Señor permite un caso de posesión en el que la persona no llegue a liberarse nunca. Yo los he tratado. El Señor invita a acudir al ayuno y a la oración para expulsar cierto tipo de demonios, porque hay varios. Igual que hay ángeles con diferentes funciones y misiones, con los caídos pasa lo mismo, pues también son ángeles. Pero como digo, en ocasiones nada funciona, ya que Dios lo permite para la salvación de muchas almas, no sólo de la persona poseída, aunque no es normal.
 
-Otra cosa incomprensible es cómo puede comulgar un poseído y que no se dé su liberación, siendo como es la Sagrada Forma el cuerpo vivo de Cristo. ¿Acaso no nos ha dicho la Iglesia que el demonio huye de Cristo como de la peste?
-Es cierto. No se aleja el demonio cuando la persona comulga. Se queda ahí quieto, aunque supongo que tremendamente incómodo. A veces, durante un exorcismo, coloco sobre la cabeza del poseído una forma consagrada y pregunto: “¿Sabes lo que tienes ahí?”.Y contesta: “Sí, está Él”, y ni se inmuta.
 
Sin embargo, he descubierto algo curiosísimo: el demonio se descontrola en rabia desesperada cuando coloco algo que refleja la presencia de la Virgen, como un escapulario, o si rezo oraciones de la Virgen. ¡A María le tiene un odio impresionante! Entonces sí se revuelve, no lo puede soportar. ¡Huye como de la peste!
 
-¿Por qué?
-Porque se siente profundamente humillado. El saberse obligado a hincar la rodilla ante una mujer, la Madre de Cristo... ¡Ah! No puede con eso. Las oraciones a la Virgen durante un exorcismo son extraordinariamente poderosas a mi favor...
 
También ocurre con las reliquias que han pertenecido a algunos santos. Yo suelo utilizarlas con mucha frecuencia, porque no las puede soportar. Suele ‘salir’ despavorido por la misma razón: la humillación de la obediencia a la que le obliga Nuestro Señor, que le induce a doblegarse ante un hombre, no ante un ángel o ante Dios mismo: ante un hombre que ha sido santo.
 
Me ocurre mucho con las reliquias que utilizo del padre Pío de Pietrelcina, a quien tengo especial devoción. Sale huyendo ante las oraciones y las invocaciones que hago sobre él. ¿Sabe que lo conocí siendo yo muy jovencito? ¡Le tiraba de la barba y él se partía de risa! Yo le adoraba, era una persona de una bondad hiperbólica, un hombre de Dios de pies a cabeza. Un gran santo de nuestro tiempo.
 
Objetos de metal
-Usted cuenta que durante los exorcismos un poseído puede expulsar por la boca objetos de metal, cristal y cosas así.
-Es curioso, ocurre a veces. Esos objetos no están dentro de la persona físicamente, se materializan en la boca, al ser expulsados. Los he cogido con mi mano, incluso cuchillas de afeitar. Tengo una caja enorme llena de estos objetos. La guardo para demostrar físicamente lo que ocurre durante la expulsión de un demonio. Es muy difícil de creer, pero están ahí.
 
Una vez, una persona sobre la que oraba me escupía todo el rato y yo esquivaba sus salivazos como podía. Una de ésas veces, le vi que me iba a escupir y puse mi mano ante su boca. Fue todo muy rápido, pero cogí al vuelo un clavo enorme y estaba seco. No tenía saliva ni nada. Se había materializado en el momento de salir de su boca.
 
-Usted cuenta que una sola sesión de exorcismo puede ser durísima.
-Se necesita una enorme fuerza psicológica para asistir a un exorcismo y no distraerse de la oración con nada, diga lo que diga o haga lo que haga el demonio. La fatiga puede ser muy grande.
 
-¿Cómo nos protegemos para que nunca nos suceda algo así?
-El mejor remedio contra el demonio es la oración y la confianza en la Misericordia. Con oración y siendo fieles a los regalos infinitos de la Iglesia: los Sacramentos. Dios jamás abandona a un hijo fiel. Lo protege, lo ama con locura, lo mima con sus regalos. ¡No debéis tener miedo jamás!
 
-¿Usted no ha tenido miedo nunca?
-El mismo día que me nombraron exorcista me encomendé a la Santísima Virgen. Le pedí que me arropase y me protegiese cada día con su manto materno. Además, tengo una profunda devoción a mi ángel de la guarda, al que me encomiendo cada día y antes de cada exorcismo. Por lo tanto, creo que es el demonio, por la gracia de Dios, el que se echa a temblar cuando me ve aparecer y empiezo a rezar.
 
Juan Pablo II
-¿Es cierto que usted exorcizó junto a Juan Pablo II?
-Le cuento una anécdota de ese impresionante santo. Estaba yo exorcizando a una pobre muchacha joven, a la que llevaba muchos años intentando liberar. El exorcismo esa mañana había sido durísimo y tanto ella como yo estábamos agotados. Entonces nos fuimos los dos a una misa que celebraba el Papa en San Pedro.
 
Ella estaba tranquila, con unas ganas tremendas de estar en la Misa y de ver al Papa. Todo iba bien hasta que el Papa entró en la basílica, con todos los ropajes, preparado para celebrar. En cuanto esta muchacha le vio, se puso fatal: alaridos, convulsiones, etc. Estaba claro que el demonio no soportaba la presencia de ese hombre tan de Cristo. El Papa la miró lleno de compasión y dio la orden de que la alejaran un poco, pues los gritos que profería y las palabrotas iban a ser un incordio para la celebración.
 
Cuando finalizó la Misa, el Papa se acercó a ella, que seguía con una inquietud horrorosa. Le impuso las manos, comenzó a orar y la muchacha se puso fatal. Así estuvo el Santo Padre un buen rato, hasta que se calmó un poco. Quizá logró expulsar un par de demonios. El caso es que, agotado, le dijo a su secretario: “Avise al padre Amorth. Que siga él”. Y ahí tuve que seguir yo, que había estado antes no sé cuántas horas con la pobre desdichada sin ningún fruto. Me reí: el Papa no lo sabía.
 
-¿Le obedeció?
-¡Por supuesto! Yo quise muchísimo a Juan Pablo II.
 
Medjugorje
-Hay un elemento muy fuerte en el mundo actual en la lucha contra el demonio, un fenómeno que el Papa Juan Pablo II amaba mucho como ha revelado el postulador de su causa de beatificación, que es el fenómeno de Medjugorje. ¿Qué opinión le merece?
-Medjugorje es un lugar de gran fortaleza contra Satanás. Nuestra Señora dijo en Medjugorje el 14 de abril de 1982: “Dios ha permitido que Satanás ponga a prueba a la Iglesia durante un siglo”, pero añadió que no la destruiría: “Este siglo en el que vivís está bajo el poder de Satanás, pero cuando sean realizados los secretos que os he confiado, su poder se quebrará”.
 
Estas palabras nos dicen que Satanás está hoy trabajando, pero a la vez que él, también está la Virgen. Ahí están los frutos de Medjugorje. Son ya más de 30 años de buenos frutos y el Evangelio es claro sobre cómo discernir los acontecimientos que suceden. Al árbol se le conoce por sus frutos, y los de Medjugorje son tan claros que a mí me da pena que se ignoren. Incluso creyentes, laicos y consagrados, que sin haber estado si quiera allí, ya tomaron su decisión de rechazarlo. Pero bueno, de lo poco que sabemos de los secretos confiados a los videntes de Medjugorje es que cuando se realicen, el dragón será derrotado y el reino de la luz triunfará.
 
-¿Qué recomienda a una persona que quiera ir al cielo sin pisar el purgatorio y sin saber nada de Satanás?
-Hijo mío, yo también quiero ir al cielo. Agárrate a los sacramentos y sobre todo a la Virgen María. Ella jamás te abandonará.
Jesús García / ReL
http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=24783
 
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78 gracias a la misericordiosa ternura de nuestro Dios, que nos traerá del cielo la visita del Sol naciente,
  
79 para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».  LUCAS, CAP. 1º
  
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“El demonio se disfraza de ángel de luz, pero sin amor, humildad ni Cruz” advierte el Papa Francisco 03. IX. MMXIII
  
"Donde está Jesús siempre hay humildad, docilidad y amor”. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa de la mañana de este martes 3 de septiembre 2013 en la Casa de Santa Marta.
  
El Obispo de Roma recalcó la distinción entre la “luz tranquila” de Jesús que habla a nuestro corazón y la luz del mundo, una “luz artificial” que nos vuelve soberbios y orgullosos. La identidad cristiana es “una identidad de la luz, no de las tinieblas”.
  
Una Luz que no fue bien recibida
 
El Papa Francisco desarrolló su homilía partiendo de las palabras de San Pablo dirigidas a los primeros discípulos de Jesús: “Ustedes hermanos no pertenecen a las tinieblas, todos ustedes son hijos de la Luz”.
  
Esta Luz, observó el Santo Padre, “no ha sido bien recibida por el mundo”. Pero Jesús, puntualizó, ha venido precisamente para salvarnos del pecado, “su Luz nos salva de las tinieblas”.
 
Por otra parte, agregó, hoy “se puede pensar que haya la posibilidad” de tener la luz “con tantas cosas científicas y tantas cosas de la humanidad”:
 
La luz del mundo, un flash de artificio
 
“Se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo e iluminación sobre las cosas. Pero la luz de Jesús es distinta. No es una luz de la ignorancia, ¡no! Es una luz de sapiencia y de sabiduría, pero es diferente a la luz del mundo. La luz que nos ofrece el mundo es una luz artificial, tal vez fuerte –– fuerte como fuego de artificio, como un flash fotográfico. En cambio la luz de Jesús es una luz suave, es una luz tranquila, es una luz de paz, es como la luz en la noche de Navidad: sin pretensiones”. 
 
El Papa continuó explicando que es una luz que “se ofrece y da paz”. La luz de Jesús, prosiguió, “no da espectáculo, es una luz que viene en el corazón”. 
 
También el diablo habla "tranquilamente"
 
Sin embargo, advirtió, “es verdad que tantas veces el diablo viene disfrazado de ángel de luz: a él le gusta imitar a Jesús y se hace bueno, nos habla tranquilamente, como le habló a Jesús tras el ayuno en el desierto”.
 
He aquí por qué debemos pedir al Señor “la sabiduría del discernimiento para conocer cuándo es Jesús que nos da la luz y cuándo es justamente el demonio, disfrazado de ángel de luz”:
 
“Cuántos creen vivir en la luz y están en las tinieblas, pero no se dan cuenta. ¿Cómo es la luz que nos ofrece Jesús? La luz de Jesús podemos conocerla, porque es una luz humilde, no es una luz que se impone: es humilde. Es una luz apacible, con la fortaleza de la mansedumbre. Es una luz que habla al corazón y es también una luz que te ofrece la Cruz. Si nosotros en nuestra luz interior somos hombres dóciles, sentimos la voz de Jesús en el corazón y miramos la Cruz sin temor: aquella es la luz de Jesús”.
 
Pero si, en cambio, viene una luz que te “vuelve orgulloso”, advirtió el Papa, una luz que “te lleva a mirar a los demás desde lo alto”, a despreciar a los demás, “a la soberbia, esa no es la luz de Jesús: es la luz del diablo, disfrazado de Jesús, de ángel de luz”.
  
Humildad, docilidad, Cruz
 
El Pontífice indicó así el modo para distinguir la verdadera luz de la falsa: “Siempre donde está Jesús hay humildad, docilidad, amor y Cruz”. Jamás, recalcó Francisco, “encontraremos un Jesús que no sea humilde, dócil, sin amor y sin Cruz”. Entonces debemos ir tras Él, “sin temor”, seguir su luz porque la luz de Jesús “es bella y hace tanto bien”.
 
En el Evangelio de hoy, concluyó el Obispo de Roma, Jesús expulsa al demonio y la gente está desorientada por el temor frente a una palabra que expulsa a los espíritus impuros:
  
“Jesús no tiene necesidad de un ejército para expulsar a los demonios, no necesita de la soberbia, no tiene necesidad de la fuerza, del orgullo. ‘¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!’ Es una palabra humilde, dócil, con tanto amor; es una palabra que nos acompaña en los momentos de Cruz. Pidamos al Señor que hoy nos dé la gracia de su Luz y que nos enseñe a distinguir cuando la luz es de Él y cuando es una luz artificial, hecha por el enemigo, para engañarnos”.
 
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Papa Francisco y el diablo
 
Lo cita continuamente. Lo combate sin tregua. No lo considera en absoluto un mito, sino una persona real, el enemigo más insidioso de la Iglesia

de Sandro Magister – V. mMXIII

ROMA, 13 de mayo de 2013 – En la predicación del Papa Francisco hay un tema que aparece con una frecuencia sorprendente: el diablo.

El mismo tema se repite con una frecuencia similar en el Nuevo Testamento. Sin embargo, la sorpresa permanece, aunque sólo sea porque con sus continuas referencias al diablo el Papa Jorge Mario Bergoglio se aleja de la predicación actual de la Iglesia, que sobre él calla o lo reduce a metáfora.

Es más, está tan difundida la minimización del diablo que ésta proyecta su sombra sobre las mismas palabras del Papa. Hasta ahora la opinión pública, tanto católica como laica, ha mostrado despreocupación ante su insistencia sobre el diablo o, como máximo, indulgente curiosidad.

En cambio, una cosa es cierta. Para el Papa Bergoglio el diablo no es un mito: es una persona real. En una de sus homilías matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae dijo que no sólo hay odio en el mundo hacia Jesús y la Iglesia, sino que detrás de este espíritu del mundo está "el príncipe de este mundo":

"Con su muerte y resurrección Jesús nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. El origen del odio es éste: estamos salvados y ese príncipe del mundo, que no quiere que seamos salvados, nos odia y hace nacer la persecución que desde los primeros tiempos de Jesús continua hasta hoy".

Hay que reaccionar ante el diablo – dice el Papa – como hizo Jesús, que "respondió con la palabra de Dios. Con el príncipe de este mundo no se puede dialogar. El diálogo entre nosotros es necesario; es necesario para la paz, es una actitud que debemos tener entre nosotros para escucharnos, para entendernos. Y debe mantenerse siempre. El diálogo nace de la caridad, del amor. Pero con ese príncipe no se puede dialogar; se puede solamente responder con la palabra de Dios que nos defiende".

Francisco habla del diablo demostrando que tiene muy claro en su mente sus fundamentos bíblicos y teológicos.

Y precisamente para refrescar la mente sobre dichos fundamentos ha intervenido en "L´Osservatore Romano" del 4 de mayo el teólogo Inos Biffi, con un artículo que recorre la presencia y el papel del diablo en el Antiguo y el Nuevo Testamento, tanto en lo que ha sido revelado y es evidente, como en lo que aún pertenece a un "panorama escondido" y, en definitiva, a los "inescrutables caminos" de Dios.

Reproducimos este artículo a continuación, que concluye con una crítica a la ideología corriente que "banaliza" la persona del diablo.

Ideología contra la cual Bergoglio hace un llamamiento a todos a la realidad.

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CÓMO HABLAN DEL DEMONIO LAS ESCRITURAS

de Inos Biffi



Tras la aparición del hombre, obra del sexto día de la creación, se advierte la presencia de algo misterioso e inquietante, la serpiente. Asombra y desconcierta lo que ésta inicia con los progenitores, y lo que quiere de obtener de estos: insinuar en ellos la sospecha hacia Dios, es decir, persuadirles de que las prohibiciones por él planteadas provienen de sus celos, de su temor de que ellos quieran equipararse a él. La serpiente encarna, precisamente al principio del mundo y de su historia, la presencia de un ser envidioso: "Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo" (Sabiduría 2, 24).

En el Nuevo Testamento se menciona a menudo esta serpiente. Jesús declara que el diablo es "homicida desde el principio"; en él "no hay verdad"; "cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Juan 8, 44). Y de nuevo Jesús lo define "Príncipe de este mundo" (Juan 12, 31; 16, 11).

Pablo afirma que "la serpiente engañó a Eva con su astucia" (2 Corintios 11, 3) y menciona a quien se pierde "yendo en pos de Satanás" (1 Timoteo 5, 15). El mismo apóstol habla del vivir mundano con el que se sigue al "Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes" (Efesios 2, 2); menciona las "acechanzas del diablo" y nuestra batalla "contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal" (Efesios 6, 12).

La primera carta de Pablo nombra el "enemigo", "el diablo" o el "acusador", que "ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (5, 8). Y en las cartas de Juan se recuerda al "anticristo" que debe venir (1 Juan 2, 18); el "mentiroso" que niega que Jesús es el Cristo; el "anticristo" que "niega al Padre y al Hijo" (2, 22). En el Apocalipsis está escrito: " Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él" (12, 7-9).

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Entre estos textos y la exegesis de Jesús sobre el diablo, homicida y mentiroso desde el principio, el acuerdo es perfecto: se trata de un ser hostil a Dios, que quiere destruir su Palabra y, al mismo tiempo, hostil al hombre, al cual quiere seducir, induciéndolo a rebelarse contra el diseño divino. Es el maligno. En especial, el acuerdo exegético se refiere a aquel a quien el diablo reserva su aversión, a saber: Jesucristo.

Se sitúan así, en antítesis, dos realezas: la de Jesús y la del príncipe de este mundo. El demonio no tolera a Jesucristo e intenta obstaculizar de todas las maneras posibles el eterno plan divino concebido para él. Así sucede en el desierto.

Pero Jesús se proclama vencedor de este príncipe: " Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder" (Juan 14, 30); es precisamente cuando llega la hora de Jesús, la de su elevación en la cruz y a la derecha del Padre, cuando ese príncipe es derrotado: "en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado". Con la efusión del Espíritu del Señor glorificado ese príncipe encuentra su condena (Juan 16, 11). Sobre todo Pablo resalta el dominio del Resucitado: en él el Padre "nos libró del poder de las tinieblas" (Colosenses 1, 13) y "una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal" (2, 15).

El cristiano ha pasado a ser partícipe del dominio de Jesús sobre el demonio: "estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (…) y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Efesios 2, 5-6).

Si bien ha sido derrotado definitivamente por el Señor, el demonio sigue insidiando para hacer caer al hombre redimido. Por este motivo hay que estar alerta. Pedro hablaba de su rugido y de su aún no aplacada voluntad de dañar; Pablo exhorta a aferrar el escudo de la fe con el cual apagar los "encendidos dardos del Maligno" (Efesios 6, 16). Y el mismo Jesús había enseñado a rezar pidiendo al Padre que nos liberase del maligno (Mateo 5, 13).

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Las múltiples exegesis sobre la serpiente que aparece en los orígenes nos inducen a hacer algunas consideraciones.

La primera es sobre la “historia” consumada y decidida antes de la creación del hombre, y que consiste en el estallido de una "gran guerra en el cielo" (Apocalipsis 12, 7), es decir, en un consenso o en una rebelión acaecidos en el mundo angelical: un consenso o una rebelión no genéricos, pero cuyo objetivo es el concreto y eterno proyecto divino, que es personalmente Jesucristo.

La orgullosa intolerancia de los ángeles rebeldes tiene como objeto Jesús, el que  "prevalece sobre todas las cosas" y que, por tanto, prevalece también sobre ellos. Se entiende, entonces, como la vida de Jesús haya estado obstaculizada por la presencia y las maquinaciones del diablo; y, por otra parte, desde el anuncio de su nacimiento hasta la ascensión, ha estado acompañada, servida y consolada por la presencia de los ángeles, que se alegran con él, y con él son vencedores del gran dragón y de sus satélites, expulsados del cielo y precipitados, como afirmaba el Apocalipsis. El mismo Jesús afirmaba haber visto "a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lucas 10, 18) y hablaba del "fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles" (Mateo 25, 41).

Hemos hablado de historia que precede a la historia visible del hombre: lo que conocemos es lo que aflora como si de un panorama escondido se tratara, que nos sobrepasa y se nos escapa, y que ahora sólo podemos presumir e intuir.

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La segunda consideración se refiere al poder impresionante de Satanás, tan fuerte y tenaz que sólo la fuerza del Hijo de Dios lo puede doblegar y desbaratar; es más, la fuerza del Hijo de Dios derrotado en la cruz y, por tanto, en una condición de extrema debilidad humana se convierte, paradójicamente y sin esfuerzo, en potencia absoluta. El diablo consigue arrastrar todo y a todos, pero frente a Jesús sucumbe totalmente. El Crucificado resucitado recrea una humanidad vencedora, apartada de la influencia perversa del maligno. El atractivo del dominio es reemplazado por el atractivo de Cristo, que declara: "Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12, 32). Sólo compartiendo el vigor de Jesús muerto y glorioso conseguimos oponernos a la lisonja de la serpiente de los orígenes.

Sin embargo, podría quedar una pregunta: sin duda, la caída del ángel y del hombre dependen únicamente de la libre voluntad de la criatura. No sólo: el perdón del hombre estaba incluido en el amor misericordioso del Padre, que predestinaba el Hijo Jesús redentor. Entonces, ¿por qué el orden concreto elegido por Dios incluye esa caída y, por tanto, la realidad del pecado? No somos capaces de responder a esto: pertenece al "pensamiento del Señor", a sus "insondables designios" y a sus "inescrutables caminos" (Romanos 11, 32-34).

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Una tercera consideración es para manifestar sorpresa ante la ausencia en la predicación y en la catequesis de la verdad relativa al demonio. Por no hablar de esos teólogos que, por un lado, aplauden que por fin el Vaticano II haya declarado la Escritura "alma de la Sagrada Teología" (Dei Verbum, 24) y, por otro, no dudan tanto en decidir su inexistencia - como hacen con los ángeles -, como en considerar marginal una dato muy claro y ampliamente dado por cierto en la Escritura misma como es el que hace referencia al demonio, considerándolo la personificación de una oscura y primordial idea del mal, ahora ya desmitificado e inaceptable.

Un concepto como éste es una obra maestra de la ideología y equivale, sobre todo, a banalizar la obra misma de Cristo y su redención.

Es por esto por lo que no nos parecen secundarias las referencias al demonio que observamos en los discursos del Papa Francisco.
 
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…comentarios de un exorcista José Antonio Fortea Cucurull (Barbastro, España, 1968) es sacerdote y teólogo especializado en demonología ...
 
Si hay un tema de reflexión verdaderamente interesante, es la posibilidad de la propia condenación. Incluso yo mismo, servidor de Cristo, debo meditar sobre ello de vez en cuando. No hay nadie por alto que esté que no pueda ir corrompiéndose poco a poco hasta ser reprobado. Todos debemos ver la salvación como un don.
¿Cuál sería mi vida en el infierno después de haber predicado tantas veces a Jesús? ¿Cómo sería mi día a día en ese lugar del que tantas veces di conferencias? Sería terrible ver a los demonios pasar ante mí, y pensar: hablé de ellos en tantos libros y ahora los veo tal cual son.
Cómo debe ser repetirse año tras año: qué tonto fui, cómo pude caer, por qué me dejé engañar. Qué hirientes deben ser los comentarios de otros condenados: tú que eras un especialista, pues vaya, mira de qué te ha servido, para caer a un lugar más profundo.
 
El condenado al infierno se siente como un naufrago. No importa cuan espacioso sea el lugar de condenación, en realidad no es un lugar, sino un estado. Pero por espacioso que sea, se siente como arrojado a un lugar cerrado, como fuera de su lugar natural. Su alma siente ansiará la luz y belleza del Amor Infinito.
Pero el naufrago puede dedicarse a otros amores menores. Lo mismo que un ser humano sin Dios aquí en la tierra puede dedicarse al arte, al estudio de la Historia, a pasear, a charlar, también el condenado puede emplear su tiempo en algo.
Él está encadenado al infierno, pero sus potencias intelectuales no están encadenadas. Tiene intacta su capacidad para la vida social, para el diálogo. En muchos momentos, la tristeza le debe vencer. Pero en otros se sobrepone y trata de llenar su tiempo.
 
Los condenados tendrán siglos y siglos para conocer las causas de la condena de cada uno de los réprobos. Escucharán con sumo interés las distintas versiones acerca del proceso que llevó a cada uno a tomar una decisión definitiva.
En cierto modo, puede que haya, incluso, historiadores del infierno. Otros se dedicarán vanamente a levantar grandiosas apologías de la rebelión. Habrá quienes se esfuercen en convencer a los otros de que el infierno es el mejor de los mundos posibles. Un mundo en pie de igualdad con su antagonista, pues así se verá al mundo de los otros. Los condenados dirán que son mundos diferentes, pero paralelos, que no hay uno mejor y otro, sólo que son diferentes.
Lo único que con rabia tendrán que reconocer es que ellos, los condenados, se ven obligados a no poder traspasar en su obrar las barreras impuestas por Dios. ¿No es eso la prueba de que un mundo está sobre otro? NO, replicarán con http://www.intereconomia.com/blog/blog-padre-fortea/infierno-iii-20130601rabia.
01 JUNIO 2013
 
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Dios es el único creador del mundo visible e invisble

María en su humildad desplaza al demonio y le pone coto a su arrogancia

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