sábado, 16 de noviembre de 2013

Dios y mi alma. Textos del Hno. Rafael Arnaiz

 

  

Hermano Rafael – Dios y mi alma (I)  (índice)
16 de diciembre de 1937 – jueves
Ave María.
Después de una larga temporada (casi un año) pasada en casa de mis padres, reponiéndome de un achaque de mi enfermedad, vuelvo de nuevo a la Trapa para seguir cumpliendo mi vocación, que es solamente amar a Dios, en el sacrificio y en la renuncia, sin otra regla que la obediencia ciega a su divina voluntad.
Creo hoy cumplirla, obedeciendo sin votos y en calidad de oblato, a los superiores de la abadía cisterciense de San Isidro de Dueñas.
Dios no me pide más que amor humilde y espíritu de sacrificio.
Ayer, al dejar mi casa y mis padres y hermanos, fue uno de los días de mi vida que más sufrí.
Es la tercera vez que por seguir a Jesús abandono todo, y yo creo que esta vez fue un milagro de Dios, pues por mis propias fuerzas es seguro que no hubiera podido venir a la enfermería de la Trapa, a pasar penalidades, hambre en el cuerpo, debido a mi enfermedad y soledad en el corazón, pues encuentro a los hombres muy lejos. Sólo Dios…, sólo Dios…, sólo Dios. Ése es mi tema…, ése es mi único pensamiento.
Sufro mucho…, María, Madre mía, ayúdame.
He venido por varios motivos:
 
 
 
 
 
1º Por creer cumplir en el monasterio, mejor mi vocación de amar a Dios en la Cruz y en el sacrificio.
2º Por estar España en guerra, y ayudar a combatir a mis hermanos.
3º Para aprovechar el tiempo que Dios me da de vida, y darme prisa a aprender a amar su Cruz.
A lo que solamente aspiro en el monasterio es:
1º A unificarme absolutamente y enteramente con la voluntad de Jesús.
2º A no vivir más que para amar y padecer.
3º A ser el último, menos para obedecer.
Que la Santísima Virgen María, tome en sus divinas manos mis resoluciones y las ponga a los pies de Jesús, es lo único que hoy desea este pobre oblato.
16-12-1937
21 de diciembre de 1937 – martes
De una cosa me tengo que convencer: Todo lo que hago es por Dios. Las alegrías El me las manda; las lágrimas, Él me las pone; el alimento por Él lo tomo, y cuando duermo por Él lo hago.
Mi regla es su voluntad, y su deseo es mi ley; vivo porque a Él le place, moriré cuando quiera. Nada deseo fuera de Dios.
Que mi vida sea un “fiat” constante.
Que la Santísima Virgen María me ayude y me guíe en este breve camino de la vida sobre el mundo.
26 de diciembre de 1937 – domingo
En la vida de comunidad, mientras no aprenda a dominar todo mi «sistema nervioso”, no sabré jamás lo que es aprender a mortificarme.
Pobre hermano Rafael… luchar hasta morir; he ahí su destino. Ansias de cielo por un lado, y corazón humano por otro. Total… sufrimiento y cruz.
Pobre hermano Rafael, de corazón demasiado sensible a las cosas de las criaturas… Sufres al no ver amor y caridad entre los hombres… Sufres al no ver más que egoísmo. ¿Qué esperas de lo que es miseria y barro? Pon tu ilusión en Dios y deja a la criatura…, en ella no hallarás lo que buscas.
Pero, ¿y si Dios se oculta?… Qué frío hace entonces en la Trapa. La Trapa sin Dios…, no es más que una reunión de hombres.
Son los días de Navidad y en ellos no tengo más que una enorme soledad… Una pena muy honda… Nadie en quien reposar, enfermo y débil… Ah, Señor, y muy poca fe! Dios mío, Dios mío, eres muy bueno… Tu misericordia perdonará mis olvidos…, pero es tanto, Señor, lo que sufro, que mi flaqueza sola no lo podrá resistir.
Nada veo más que mi miseria y mi alma mundana con poca fe y sin amor.
Llegaré, Señor, hasta donde Tú quieras, pero dame fuerzas, y el socorro a su debido tiempo…, mira, Señor, lo que soy.
El día de Nochebuena le entregué al Señor Jesús Niño, lo último que quedaba de mi voluntad. Le entregué hasta mis más pequeños deseos… ¿Qué me queda?… Nada. Ni aun deseos de morir. Ya no soy más que una cosa en posesión de Dios. Mas Señor, ¡qué pobre cosa posees!
Pobre hermano Rafael…, viniste a la Trapa a sufrir…, ¿de qué te quejas?… No me quejo, Señor, pero sufro sin virtud.
Unas lagrimillas en mi soledad el día de Nochebuena… Tú, Señor, que todo lo sabes y todo lo ves…, también todo lo perdonas.
Llena, Señor, mi corazón… Llénalo de eso que no me pueden dar los hombres.
Mi alma sueña con amores, con cariños puros y sinceros. Soy un hombre hecho para amar, pero no a las criaturas, sino a Ti, mi Dios, y a ellas en Ti… Sólo a Ti quiero amar, sólo Tú no defraudas. Sólo en Ti se verá la ilusión cumplida.
Dejé mi hogar… Destrocé pedazo a pedazo mi corazón… Vacié mi alma de deseos del mundo… Me abracé a tu Cruz: ¿Qué esperas, Señor? Si lo que deseas es mi soledad, mis sufrimientos y mi desolación…, tómalo todo, Señor, nada te pido.
26-12-1937
29 de diciembre de 1937 – miércoles
Una hora de oración sin un pensamiento de Dios. Apenas me di cuenta, el tiempo pasó. Sonaron las cinco en el reloj y ya llevaba una hora de rodillas… ¿Y la oración? No sé…, no la hice. Estuve pensando en mí mismo, en mis sufrimientos personales, en los recuerdos del mundo. ¿Y Jesús? Y ¿María? Nada… Sólo tengo egoísmo, poca fe y mucha soberbia… ¡Tan importante me creo! ¡Tanto me considero!
¡Pobrecillo!, polvillo insignificante a los ojos de Dios. Ya que no sepas sacar fruto de la oración, aprende a humillarte delante de Él, y así luego lo harás mejor delante de los hombres.
Señor, tened piedad de mi… Sufro, sí…, pero quisiera que mi sufrimiento no fuera tan egoísta. Quisiera, Señor, sufrir por tus dolores de la Cruz, por los olvidos de los hombres, por los pecados propios y ajenos…, por todo, mi Dios, menos por mí… ¿Qué importo yo en la creación?; Qué so delante de Ti?… ¿Qué representa mi vida oculta en la infinita eternidad?… Si me olvidara de mí mismo, mejor sería Señor.
No tengo nada más que un refinado amor propio, y vuelvo a repetir, mucho egoísmo.
Procuraré con la ayuda de María enmendarme. Haré el propósito de que cada vez que un recuerdo del mundo venga a turbarme, acudir a Ti, Virgen María, y rezarte una Salve por todos los que en el mundo te ofenden.
En lugar de meditar mis sufrimientos…, meditar en el agradecimiento, a amar a Dios en mis propias miserias.
Perseveraré en la oración, aunque pierda el tiempo.
29-12-1937
31 de diciembre de 1937 – viernes
Me voy dando cuenta de que la virtud más práctica para tener paz en la vida de comunidad es la humildad.
La humildad delante de Dios, nos ayuda a la confianza, pues humildad es conocimiento de sí mismo, y ¿quién que se conozca a si mismo, puede esperar algo de si?… Loco sería si no lo esperase todo de Dios.
La humildad llena de paz nuestro trato con los hombres. Con ella no hay discusión, no hay envidia, no hay ofensa posible… ¿Quién puede ofender a la misma nada?
Le pido encarecidamente a María, me enseñe en lo que Ella fue maestra…, humilde ante Dios y ante los hombres.
«Hágase”
31-12-1937
1 de enero de 1938 – sábado
Día 1º de enero de 1938.
En la oración de esta mañana he hecho un voto. He hecho el voto de amar siempre a Jesús.
Me he dado cuenta de mi vocación. No soy religioso…, no soy seglar…, no soy nada… Bendito Dios, no soy nada más que un alma enamorada de Cristo. Él no quiere más que mi amor, y lo quiere desprendido de todo y de todos.
Virgen María, ayúdame a cumplir mi voto.
Amar a Jesús, en todo, por todo y siempre… Sólo amor. Amor humilde, generoso, desprendido, mortificado, en silencio… Que mi vida no sea más que un acto de amor.
Bien veo que la voluntad de Dios, es que no haga los votos religiosos, ni seguir la Regla de san Benito. ¿He de querer yo lo que no quiere Dios?
Jesús me manda una enfermedad incurable; es su voluntad que humille mi soberbia ante las miserias de mi carne. Dios me envía la enfermedad. ¿No he de amar todo lo que Jesús me envíe?
Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando quiere, y la quita cuando le place.
Decía Job, que pues recibimos con alegría los bienes de Dios, ¿por qué no hemos de recibir así los males? ¿Mas acaso todo eso me impide amarle?… No…, con locura debo hacerlo.
Vida de amor, he aquí mi Regla…, mi voto… He aquí la única razón de vivir.
Empieza el año 1938. ¿Qué me prepara Dios en él? No lo sé… ¿Quizás no me importe?… Menos ofenderle me da lo mismo todo… Soy de Dios, que haga conmigo lo que quiera. Yo hoy le ofrezco un nuevo año, en el que no quiero que reine más que una vida de sacrificio, de abnegación, de desprendimiento, y guiada solamente por el amor a Jesús…, por un amor muy grande y muy puro.
Quisiera mi Señor, amarte como nadie. Quisiera pasar esta vida, tocando el suelo solamente con los pies. Sin detenerme a mirar tanta miseria, sin detenerme en ninguna criatura. Con el corazón abrasado en amor divino y mantenido de esperanza.
Quisiera Señor, mirar solamente al cielo, donde Tú me esperas, donde está María, donde están los santos y los ángeles, bendiciéndote por una eternidad, y pasaron por el mundo solamente amando tu ley y observando tus divinos preceptos.
¡Ah!, Señor, cuánto quisiera amarte. ¡Ayúdame, Madre mía!.
He de amar la soledad, pues Dios en ella me pone.
He de obedecer a ciegas, pues Dios es el que me ordena.
He de mortificar continuamente mis sentidos.
He de tener paciencia en la vida de comunidad.
He de ejercitarme en la humildad.
He de hacer todo por Dios y por María.
6 de enero de 1938 – jueves
Ave María.
Día 6 de enero.
Por la mañana de este día tuve gran consuelo y mucha paz en la santa comunión. Estuve un gran rato muy recogido; vi con claridad que sólo Jesús puede llenar mi alma y mi vida.
Hubiera querido ofrecer a Jesús Niño algo…, algo que no tengo. Hubiera querido morir en su presencia olvidándome de todo, y solamente amándole… ¡Qué bueno es Dios!
No habían pasado tres cuartos de hora, cuando no lo sé, ni me lo explico, una angustia muy grande llenó mi espíritu. Mi alma se derramó en lágrimas en la capilla del noviciado. ¡Señor, soy un pobre hombre!
¡Me vi tan solo!… ¿Y mi fervor?… ¿Y mis ansias de Dios y desprecio del mundo, dónde se fueron?… ¿Por qué me dejas, Señor?… ¿Qué haré yo sin Ti? Me da pena de mi mismo al verme tan débil.
Al hacer el examen por la noche, comprendí muchas cosas, que no acierto a escribir.
Dios es muy bueno conmigo.
7 de enero de 1938 – viernes
Una de mis mayores faltas es la impaciencia y algunas veces un hermano, sin darse cuenta, me pone los nervios en tal estado, sobre todo con ciertos ruidos, que saldría dando gritos si me dejara llevar del natural.
Mas he venido a la Trapa a mortificarme y a sufrir lo que el Señor quiera enviarme.
La máxima penitencia es la vida común.
Señora y Reina del cielo, concededme la gracia de ser manso. Así sea.
7-1-38
Una de mis mayores penas es el ver que estoy abrazado a la Cruz de Jesús, y que no la amo como quisiera.
31 de enero de 1938 – lunes
Dios mío…, Dios mío, enséñame a amar tu Cruz. Enséñame a amar la absoluta soledad de todo y de todos. Comprendo, Señor, que es así como me quieres, que es así de la única manera que puedes doblegar a Ti este corazón tan lleno de mundo y tan ocupado en vanidades.
Así en la soledad en que me pones, me enseñarás la vanidad de todo, me hablarás Tú solo al corazón y mi alma se regocijará en Ti.
Pero sufro mucho, Señor…, cuando la tentación aprieta y Tú te escondes… ¡cómo pesan mis angustias!…
¡Silencio pides!… Señor, silencio te ofrezco.
¡Vida oculta!… Señor, sea la Trapa mi escondrijo.
¡Sacrificio!… Señor, ¿qué te diré?, todo por Ti lo di.
¡Renuncia!… Mi voluntad es tuya, Señor.
¿Qué queréis Señor, de mi?
 
 
 
 
 
 
¡¡Amor!! ¡Ah!, Señor, eso quisiera poseer a raudales. Quisiera, Señor, amarte como nadie… Quisiera, Jesús mío, morir abrasado en amor y en ansias de Ti. ¿Qué importa mi soledad entre los hombres? Bendito Jesús, cuanto más sufra…, más te amaré. Más feliz seré, cuanto mayor sea mi dolor. Mayor será mi consuelo, tanto más carezca de él. Cuanto más solo esté, mayor será tu ayuda.
Todo lo que Tú quieras seré.
Mi vida quisiera que fuera un solo acto de amor…, un suspiro prolongado de ansias de Ti.
Quisiera que mi pobre y enferma vida, fuera una llama en la que se fueran consumiendo por amor… todos los sacrificios, todos los dolores, todas las renuncias, todas las soledades.
Quisiera que tu vida, fuera mi única Regla
Que tu “amor eucarístico” mi único alimento.
Tu evangelio mi único estudio.
Tu amor, mi única razón de vivir..
¡Quisiera dejar de vivir si vivir pudiera sin amarte!
Quisiera morir de amor, ya que sólo de amor vivir no puedo.
Quisiera, Señor…, volverme loco… Es angustioso vivir así.
¡Es tan doloroso querer amarte y no poder! Es tan triste arrastrar por el suelo del mundo la materia que es cárcel del alma que sólo suspira por Ti… ¡Ah!, Señor, morir o vivir, lo que Tú quieras…, pero por amor
Ni yo mismo sé lo que digo, ni lo que quiero… Ni sé si sufro, ni si gozo…, ni sé lo que quiero ni lo que hago.
Ampárame, Virgen María… Sé mi luz en las tinieblas que me rodean. Guíame en este camino en que ando solo, guiado solamente por mi deseo de amar entrañablemente a tu Hijo.
No me dejes, Madre mía. Ya sé que nada soy y que nada valgo. Miseria y pecados…, eso es lo único, y lo mejor, que puedo alegar para que tú atiendas mi oración.
Señora, vine a la Trapa, dejando a los hombres, y con los hombres me encuentro. Ayúdame a seguir los consejos de la Imitación de Cristo, que me dice no busque nada en las criaturas y me refugie en el Corazón de Cristo.
Nada quiero que no sea Dios…, fuera de El todo es vanidad.
31-1-38
5 de febrero de 1938 – sábado
San Isidro, 5 de febrero de 1938.
Pasan los días rápidamente y con ellos paso yo. Con el papel delante y con la pluma en la mano, no sé qué hacer… ¡Son tantas cosas las que encierra mi alma que si de todo lo que siento me pusiera a escribir, no acabaría.
Dios, en su infinita bondad, sin necesidad de palabras de hombres, me va enseñando la única ciencia que aquí a la Trapa he venido a aprender…, el desprecio del mundo y la práctica de su amor a Dios. Es a costa de mucho sufrimiento como voy aprendiendo.
Ya me voy acostumbrando a permanecer encerrado en el monasterio. Llevo dos meses sin gozar de un poco de aire y de sol… ¡Ah!, Señor, qué duro es eso para mi…, yo que gozaba en el mundo, con cantar en el campo tus maravillas y grandezas…, que mi mayor placer era abrir mucho los ojos para contemplar el mar…, que mi alma se extasiaba ante un cielo tachonado de estrellas, y mi alma te bendecía al escuchar el silencio de la tierra en una tranquila y dulce puesta de sol.
Todo se acabó para mi…, el cielo, el sol y las flores. La parte humana…, que es mucha, llora, Señor, mi libertad perdida. Pero Tú vienes y me consuelas… ¿Qué no harás Tú por mi, bendito Jesús?
Ayer, a la hora del trabajo, un cielo azul espléndido rodeaba al monasterio… Un día claro de invierno reinaba en estos campos de Castilla. La obediencia me mandó a empapelar chocolate a la fábrica. Una pena muy grande tenía dentro… Me agarré a mi crucifijo y me dispuse a cumplir la obediencia, y Tú, Señor, me hiciste pensar. ¿Qué mejor flor que la penitencia?… Tenía gana de llorar, pero en comunidad no se puede.
Penitencia viniste a hacer…, ¿de qué te quejas, hermano? Si tú supieras que cada lágrima derramada por mi amor en la penitencia del claustro, es un obsequio que hace cantar de alegría a todos los ángeles del cielo.
Ánimo, Rafael, me parece que Dios me decía…, todo pasa…, y bendito Jesús, la pena se me quitaba… Ya no me importaba la belleza del día, ni de nada de la tierra… Yo sabía que Dios me ayudaba, y que Dios me bendecía, y en mi torpe trabajo para empapelar chocolate, a nadie de la tierra ni del cielo envidiaba, pues pensaba, que si los santos del cielo pudieran bajar un momento a la tierra seria para, desde aquí, aumentar la gloria de Dios, aunque no fuera más que con un Avemaría, de rodillas, en silencio…, o quién sabe, envolviendo pastillas de chocolate.
¡Qué bueno eres, Señor! ¡Cuánto me quieres!… Poco a poco voy llegando a comprender la vanidad de todo.
Cuando, después de Vísperas, me arrodillé a los pies de tu Sagrario, vi que había pasado el día, y con él, el cielo azul, el sol brillante, mis penas y mis alegrías… Todo pasó y nada queda.
Qué bien comprendo la vanidad de amar lo perecedero. Sólo lo que sufrí por tu amor al fin del día, me servirá para algo… Lo demás es tiempo perdido, y ¡ah!, Señor, entonces si que lloraremos el no haber hecho penitencia; entonces bendeciremos las pastillas envueltas en la oscuridad de la chocolatería…
¡Qué bueno eres, Señor! Dulce eres cuando consuelas…, pero tu verdadero amor nos lo muestras en las tribulaciones y en las pruebas.
No te pido descanso en la tierra Señor . Quiero cumplir tu voluntad hasta el fin… Enséñame como hasta ahora lo vas haciendo…, en soledad y desconsuelo, en pura fe…, en el abismo de mi nada, y… en los brazos de la Cruz.
¿Qué me falta para ser feliz? Nada, pues nada deseo.
Ya lo sabes, Señor, no te importen mis lágrimas, ni te detengan a veces mis grandes faltas de correspondencia a tu amor… Ya sabes lo que soy y como soy.
No me atrevo a pedirte sufrimientos y cruz, pues me parecería una soberbia presunción, para mi enorme flaqueza…, pero si me las envías, benditas sean.
Bendigo tu mano, Señor, y me entra una enorme alegría al yerme pobre, inútil, enfermo…, y a veces tengo miedo…, aún hay quien me quiere, y tengo cama…, y el santo Job, te bendecía desde un muladar, rascando sus podredumbres con una teja. ¿De qué me puedo yo quejar?… ¡Ah!, Señor, aún soy algo y aún tengo algo.
En tus manos me abandono y a los pies de la Santísima Virgen María…
¿Para qué voy a seguir escribiendo?, también esto me parece vanidad.
Que Jesús y María me perdonen. Así sea.
(1) Este cuaderno lo escribió Rafael a indicación del que había sido su director espiritual, el P. Teófilo Sandoval.

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