domingo, 17 de noviembre de 2013

¿Cuándo llegará el fin del mundo?

Lucas 21, 5-19. Tiempo Ordinario. Ojalá que cada cristiano, que tú y yo, seamos auténticos seguidores de Jesús.
 
¿Cuándo llegará el fin del mundo?
Del santo Evangelio según san Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida." Le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?" El dijo: "Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato." Entonces les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. "Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Oración introductoria

Señor, creo firmemente en tu existencia y en tu amor de Padre. Creo que me amas y me acompañas en todo momento. Mi vida te es conocida. Sabes cuáles son mis debilidades, los problemas y las circunstancias por las que atravieso en este momento. Señor, lo pongo todo en tus manos. Concédeme hacer verdadera oración y salir de esta meditación más unido a tu voluntad.

Petición

Dios mío, concédeme vivir, crecer y perseverar en mi fe católica hasta el fin.

Meditación del Papa Francisco

El [Evangelio] invita a comprender las vías del Señor, descubriendo en la fidelidad de Dios el plan de sabiduría que gobierna los siglos. San Agustín ha hecho una síntesis de “comprender” y “subsistir” en sus Confesiones, cuando habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie: “Me estabilizaré y consolidaré en ti […], en tu verdad”. Por el contexto sabemos que san Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días del hombre.
24. Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida. (S.S. Francisco, encíclica Lumen fidei, n. 23-24).

Reflexión

Son impresionantes las palabras que nuestro Señor nos transmite hoy en el santo Evangelio. Y se trata de un tema que nos suscita naturalmente una gran curiosidad. La pregunta por nuestro futuro personal y por el final de los tiempos despierta en todos un especial interés.

“Esto que contempláis –dijo Jesús, contemplando el templo de Jerusalén— llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Era obvio que unas palabras proféticas de tanto calibre, y puestas en los labios del Maestro, hicieran surgir muchas preguntas en la mente y en el corazón de los discípulos. Seguramente también a nosotros nos habrían surgido espontáneamente los mismos interrogantes: “¿Cuándo va a ocurrir eso? ¿Y cuál será la señal de que eso está para suceder?”. Todos queremos conocer el cómo y el cuándo de esas profecías.

Sin embargo, las palabras de Jesús no son tan sencillas de comprender. Gran parte de la literatura profética, apocalíptica y escatológica de Israel está tejida con un lenguaje simbólico y unas imágenes de no fácil interpretación.

Malaquías y Zacarías, por ejemplo, hablan de un “horno ardiente”, de “paja” y de “fuego inextinguible” –palabras que luego retomaría Juan el Bautista en su predicación a los judíos para preparar la llegada del Mesías—. Un lenguaje semejante usan también los otros profetas, por no hablar de las imágenes intrincadas del profeta Daniel, Ezequiel y otros textos apocalípticos.

Una característica de este género apocalíptico es la sobreposición de los diversos planos históricos. Nuestro Señor parece como si estuviera hablando del futuro próximo de Jerusalén, pero luego da el salto al fin de los tiempos. Y nos da unas “señales” que no nos explican suficientemente el tiempo que quiere indicarnos.

Por una parte, hace una clara alusión a la destrucción del templo de Jerusalén –que, como sabemos, ocurriría sólo cuatro décadas después de este anuncio del Señor—. Vespasiano y Tito, en efecto, debido a las múltiples revueltas de los judíos, asediaron y destruyeron la ciudad santa el año 70, y dieron lugar a la diáspora del pueblo de Israel.

Pero nuestro Señor también nos anuncia un período de guerras, terremotos, hambres y epidemias. Y anuncia a sus discípulos un tiempo de persecuciones, encarcelamientos, traiciones, odios, violencias, juicios en los tribunales y muertes por su nombre. Pero esto ha sucedido siempre a lo largo de la historia, en casi todas las épocas de la vida de los hombres. Las persecuciones contra los cristianos iniciaron, de hecho, muy pronto. No había pasado siquiera una generación. Jesús fue crucificado y en el año 54 ya había estallado la primera gran persecución religiosa en el imperio romano, a manos del fatídico emperador Nerón. Y no hablamos de las persecuciones judías, que comenzaron en Jerusalén apenas tres años después de la muerte de Cristo.

Tácito y Suetonio –además de las actas de los mártires— nos narran que muchísimos cristianos murieron en el circo devorados por las fieras, o que fueron torturados o quemados vivos, ardiendo como antorchas humanas en la capital del imperio. Pero todos ellos ennoblecieron con su sangre gloriosa las páginas del cristianismo, ya desde sus orígenes, y su sangre fue –según el sentir de Tertuliano— “semilla de nuevos cristianos”. Y desde entonces nunca han faltado las persecuciones. Más aún, parece que cada día se han ido incrementando más y más. El siglo XX, que apenas acaba de concluir, ha sido uno de los más sufridos y de los gloriosos en la historia de la Iglesia. Y muchos de esos mártires han sido contemporáneos nuestros.

Pero además, parece que nuestro Señor hace mención, en su lenguaje apocalíptico, al final de los tiempos. Nos da señales “claras” de lo que va a suceder antes del fin del mundo; pero son, al mismo tiempo, señales “confusas” porque eso ya ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. “Todo esto –nos dice Cristo— tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida”.

Por lo cual, yo creo que nuestro Señor se expresó de esta manera con plena conciencia para que nosotros entendiéramos y no entendiéramos a la vez. Ésa es una de las características del misterio. Barruntamos algo, intuimos algo, pero la mayor parte de la realidad queda velada a nuestros ojos. Y lo hizo el Señor así para que comprendiéramos que el final de los tiempos está sucediendo en el “hoy” de nuestra vida. El final de los tiempos está ya presente y el único tiempo cierto es el de la conversión.

Cada día es un reto y una exigencia de fidelidad a Cristo. No nos distraigamos haciendo conjeturas sobre el cómo y el cuándo de un futuro desconocido y de un final de los tiempos que seguramente no nos tocará a nosotros ver ni vivir. Más bien, concentremos la atención y todo el empeño de nuestro ser en vivir con fidelidad el momento presente, llegando incluso hasta el martirio en nuestra entrega a Jesucristo. El martirio que nos toca vivir a nosotros ahora no un martirio cruento, sino el de una entrega silenciosa, callada, pero llena de amor; y, a los ojos de Dios, tal vez se trate de un martirio no menos heroico que el de muchos hermanos nuestros.

Propósito

Ojalá que cada cristiano, que tú y yo, seamos auténticos seguidores de Jesús y que demos un testimonio público y valiente de nuestra fe en el mundo de hoy: con nuestra oración, nuestra caridad, la pureza de nuestras costumbres y comportamientos, la entrega a Dios y a los demás, y la oblación generosa de nuestra vida verdaderamente cristiana y santa.
 
 

domingo 17 Noviembre 2013

Trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario

Santa Isabel  de Hungría

 Leer el comentario del Evangelio por
San Patricio : Tendréis ocasión de dar testimonio

Malaquías 3,19-20.
Porque llega el Día, abrasador como un horno. Todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni rama.
Pero para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos, y saldrán brincando como terneros bien alimentados.

Salmo 98(97),5-6.7-8.
¡Canten con la cítara al Señor,
con la cítara y al son de la salmodia,
al son de la trompeta y del cuerno
aclamen el paso del Rey, el Señor!

¡Rujan el mar y todo lo que contiene,
el mundo y todos los que lo habitan!

Aplaudan los ríos y los montes
griten de alegría delante del Señor,
porque ya viene, porque ya viene a juzgar la tierra.
Juzgará al mundo con justicia
y a los pueblos según su derecho.



Pablo a los Tesalonicenses 2 3,7-12.
Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no vivíamos como holgazanes,
y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes.
Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar.
En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma.
Ahora, sin embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo.
A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan.

Lucas 21,5-19.
Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

San Patricio (c. 385-c. 461), monje misionero, obispo
Confesión, 34-38 ; SC 249

Tendréis ocasión de dar testimonio

Incansablemente doy gracias a mi Dios, que me conservó fiel el día de la tentación, de modo que hoy con confianza le ofrezco en sacrificio, como hostia viviente, mi alma a Cristo mi Señor, quien me protegió de todas mis angustias. Por eso puedo decir: ¿Quién soy yo, Señor ?... ¿De dónde a mí esta sabiduría, que no estaba en mí, que ni el número de los días sabía, ni conocía a Dios? ¿De dónde me vino luego este don tan grande y tan salvador de conocer a Dios y amarlo, hasta dejar mi patria y a mis parientes… de modo que vine a los gentiles irlandeses a predicar el Evangelio y a sufrir los insultos de los incrédulos… y a sufrir muchas persecuciones hasta las cadenas y a dar mi libertad para utilidad de otros?

y, si llego a ser digno, estoy pronto incluso a dar mi vida, sin vacilación y con agrado, por su nombre; y deseo dedicársela hasta la muerte, si Dios me lo concede.
Y estoy muy en deuda con Dios, que me dio una gracia tan grande; a saber, que por mí, muchos pueblos renacieran en Dios y luego fueran confirmados; me concedió también que pudiera ordenar por todas partes, ministros para este pueblo que ha recibido recientemente la fe, este pueblo que el Señor adquirió de los extremos de la tierra como antes había prometido por sus profetas: “Vendrán a ti pueblos de los extremos de la tierra…;y de nuevo: te puse como luz entre los pueblos, para que seas salvación hasta el confín de la tierra”.

(Referencias Bíblicas : Sal. 94,9; Rm 12,1; 2S 7,18; Mt 13,54; Sal. 38,5; 2Tm 2,9; Lc 1,70; Jr 16,19; Is 49,6; Hch. 13,47)



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