martes, 13 de agosto de 2013

Apocalipsis

      

 


El juicio final por Francisco Pacheco
El juicio final por Francisco Pacheco
Esta palabra griega procede del verbo apo-kalypto, que significa “levantar el velo, desvelar”, igual que en latín revelare, revelar. El Apocalipsis es, por tanto, una Revelación. Si hoy esta palabra (y su adjetivo «apocalíptico») designa un acontecimiento pavoroso, evocando el fin del mundo, es a causa de algunas visiones del Apocalipsis de san Juan. Para los judíos y los cristianos, un apocalipsis es el relato, hecho por un vidente, de visiones divinas que revelan el futuro del mundo y de su término.

En el Antiguo Testamento

Las visiones apocalípticas son numerosas, sobre todo en los profetas* Ezequiel, Zacarías y Daniel. En Ezequiel, las visiones de los huesos secos (Ez 37,114). Y de la fuente que brota del templo (Ez 47,1-12); en Daniel, la del Hijo del hombre (Dn 7) y la del final de los tiempos (Dn 11,40-12,13). Responden a un género literario cuyas principales características son: amplificación épica, uso de lo maravilloso y de lo fantástico, puesta en juego de las fuerzas cósmicas y expresiones simbólicas que hay que entender bien (animales, colores, cifras, etc.). La mayor parte de estas imágenes procede de visiones y de oráculos de los profetas. Mediante estos relatos se nos comunica el designio secreto de Dios sobre su obra, que supera necesariamente nuestras palabras y nuestras imágenes humanas.
El conjunto del relato de una visión parece muchas veces como incoherente: no debe ser tomado en el primer nivel, sino interpretado. Cada elemento del relato es un símbolo que hay que descifrar, so pena de falsear el sentido del mensaje revelado. No hay que olvidar que las imágenes utilizadas se arraigan en el «imaginario» semítico, que no es el de los grecolatinos que hemos heredado nosotros. Esto explica muchas de las falsas interpretaciones que han surgido a lo largo de los siglos y que se perpetúan en nuestros días en sectas (Testigos de Jehová, Santos de los últimos días, sectas milenaristas, etc.).

En el Nuevo Testamento

Jesús, como muchos judíos de su tiempo, sabe utilizar este lenguaje de los apocalipsis, con sus imágenes heredadas de los profetas, para hablar de la venida del Reino* de Dios. Las imágenes terribles del «discurso apocalíptico» también han de ser interpretadas y no deben ser tomadas al pie de la letra: «El sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán… » (Mc 13,24-25). Las visiones del Apocalipsis de Juan no se han escrito para provocar miedo, sino, por el contrario, para proclamar que Cristo resucitado ya ha inaugurado el mundo nuevo: su poder infinito está actuando desde ahora en los corazones; un día vendrá a regenerar toda la creación: el hombre y el cosmos.
No hay que olvidar que, como los demás apocalipsis judíos y cristianos, el de san Juan está escrito durante disturbios y violentas persecuciones contra la naciente Iglesia, bajo el reinado de los emperadores Nerón (54-68) y Domiciano (81-96). Las comunidades amenazadas o perseguidas tenían una gran necesidad de fortalecer su fe en la victoria final de Cristo sobre las fuerzas del mal y en su venida gloriosa (su «parusía») para manifestar el Reino de Dios inaugurado por su resurrección.

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