martes, 13 de agosto de 2013

AMOR

      

 


Alegoria de la Caridad, por Zurbarán
Alegoria de la Caridad, por Zurbarán

En el Antiguo Testamento

Se emplean las mismas palabras para hablar del amor humano y para expresar las relaciones entre Dios y el hombre. Se pueden distinguir tres aspectos en estas relaciones.
  • El amor afecto (heb. ahabá) es la ternura, el cariño. «El Señor se fijó en vosotros (…) por el amor que os tiene (…) por eso os ha sacado de Egipto» (Dt 7,78): «Amarás al Señor, tu Dios» (Dt 6,5).
  • El amor bondad (heb. hésed) es el deseo de hacer el bien a alguien con quien se está comprometido: cónyuge, padre, hijo, amigo o vecino. Ahora bien, el amor de Dios y de Israel está caracterizado por la alianza* que les une: «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Ez 37,27). Igual que en una pareja, esta alianza debe asegurar la identidad y la felicidad de cada uno de ellos, gracias a los compromisos recíprocos de fidelidad. Dios, que tiene la iniciativa del amor, promete a su pueblo la bendición* (el éxito) y la salvación (la liberación). Como contrapartida, éste le concede su confianza, con exclusión de los otros dioses. Hésed puede traducirse por bondad, benevolencia, fidelidad.
  • El amor compasión se expresa con dos verbos: janán, tener piedad de una persona amada desgraciada, y rajam, una madre tiene piedad de su hijo. Estos dos términos muchas veces se aplican a Dios con respecto al ser humano: «Dios clemente (rajam) y compasivo (janán), paciente, lleno de amor (hésed) y fiel» (Ex 34,6). No se duda en atribuir a Dios este lenguaje maternal: «¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada (rajam) del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Is 49,15).
La imagen de la pareja ha sido retomada frecuentemente, desde Oseas, para expresar el ideal de la alianza y también sus fracasos. Dios promete a Israel, su esposa infiel: «Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor (hésed) y ternura (rajam); te desposaré en fidelidad, y tú conocerás al Señor» (Os 2,21-22).

En el Nuevo Testamento

Dios quiere abrir esta relación de alianza a todos los seres humanos, a partir de Jesús. Para traducir este carácter exclusivo de un amor que se da, los evangelios utilizan el término griego agape, con toda su dimensión afectiva (en latín: dilectio o caritas, caridad). Agape traduce a la vez el amor afecto (ahabá) y el amor bondad (hésed). Pero el amor compasión es traducido al griego por éleos (ej. Kyrie eleison: Señor, ten piedad) y al latín por misericordia. La misión terrena de Jesús consistió en mostrar a sus discípulos la fuerza nueva de este amor filial, unión íntima entre el Padre y él mismo, don total de su vida entregada en las manos del Padre. Gracias a la perfección de este agape que viene de Dios, que es la vida misma de Dios, Jesús ya no muere más y llama a toda la humanidad a entrar en esta resurrección.
Así, el que cree en Jesús y camina siguiéndolo entra desde ese momento en el agape divino y participa en la comunión trinitaria: «Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Por eso Jesús nos deja como único mandamiento las dos palabras de la Ley: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón (…) y a tu prójimo como a ti mismo» (Lc 10,27, citando Dt 6,5 y Lv 19,18).
Todo esto se puede resumir así: Dios nos ha amado el primero, y sólo él es quien nos puede enseñar a amar, pues «Dios es amor» (1 Jn 4,8).

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