viernes, 5 de julio de 2013

Procopio de Cesarea, Santo


Mártir, Julio 8
 
Procopio de Cesarea, Santo
Procopio de Cesarea, Santo

Mártir

La historia del santo termina en los amaneceres del siglo IV.

Han salido varios decretos del emperador Diocleciano y cada versión es peor para los cristianos que el anterior. En todo lo ancho y largo del Imperio se han enturbiado las cosas hasta el punto de crearse un ambiente de persecución abierta y ya se habla de cárceles, cruces, hogueras y espadas contra los discípulos de Jesús; al emperador le dan respeto porque desprecian a los dioses nacionales y piensan que acabarán poniendo en peligro el fundamento de su unidad.

Por desgracia, bastantes han sido flojos; no han perseverado al llegar los tiempos malos y por miedo han sacrificado a los ídolos; han sido blandos. Procopio no ha claudicado. Nació en Scitopolis ya hace años y ahora vive en Jerusalén. El amor sincero al Señor Jesús, su deseo de imitarlo, le han llevado a vivir bastante lejos de la marcha que lleva el común de los mortales que con harta frecuencia piensa en vivir del modo más cómodo posible, huyendo de lo que cuesta, y siendo amigos de cuidar que el estómago no sufra con privaciones, procurando al cuerpo algo más del sueño y descanso que pide, con el añadido de conseguir todos los placeres que a la vuelta de la esquina pueden encontrarse como oferta permanente. Así es su presencia, flaco y seco como un asceta. Supo preparar la pelea última con la lucha y el esfuerzo diario.

Tiene responsabilidades añadidas a la profesión de la fe cristiana. Lo han hecho Lector en la iglesia y lee con voz alta y pausada al pueblo lo que está escrito en el Libro Sagrado; como Exorcista, trata al poseso con la energía de quien tiene por el Señor el mando; le encomendó también el obispo la traducción oficial a la lengua vulgar -al
Procopio de Cesarea, Santo
Procopio de Cesarea, Santo
arameo- los textos griegos de la Liturgia.

Por la persecución que se ha iniciado, lo trasladan a Cesarea y allí comienza la encrespada lid contra los que aman al único Dios y rechazan a los ídolos de los paganos. Ante el gobernador Flaviano no tiene más palabra que negar la existencia de dioses, ni mejor actitud que negarse a ofrecer incienso a ídolos falsos y a los emperadores romanos. Así las cosas, Flaviano decide que es crimen de estado negar a las imágenes incienso y censurar la tetrarquía. Termina el episodio decapitando a Procopio.

La mayor parte de los cristianos en Cesarea se ha motivado con el ejemplo. Acuden a decir a Flaviano que ellos también son cristianos y que no aceptan la imposición de llamar dioses a los falsos ídolos ni a la tetrarquía imperante en el Imperio Romano. No tenían otro modo de hacer causa común para proclamar y defender sus derechos humanos. Tantos son que el gobernador disimula, parece no oír las palabras y decide aparentar en público la claudicación de los cristianos con la simulación de que ofrecen el incienso que ni siquiera llegan a tocar las manos. Desea mantener a toda costa la apariencia del triunfo, pero quiere evitar también la masacre de los mejores y más honrados ciudadanos pacíficos.

No sé por qué ni de donde forjaron los cristianos de otros tiempos más adelantados la leyenda de un Procopio extraño presentándolo como un personaje funesto, terrible perseguidor de los cristianos, convertido a lo Damasco, predicador luego como Pablo, soldado cruel en muchas batallas ganadas con una cruz que casi casi es talismán, de aventura en aventura, ladino en el tribunal y machacón testarudo ante el juez que termina mandándolo ejecutar entre tormentos tan inconcebibles como extravagantes. ¿Pretendían quizá acumular virtudes en el santo? o ¿fingirlas en la comunidad de Cesarea? Que ni lo uno ni lo otro se necesitaba es evidente. Yo prefiero quedarme con la figura sencilla del clérigo Procopio que cumple a diario su obligación de cuidar su alma y la de su gente y que, llegado el momento, muere sencillamente cumpliendo el último de sus compromisos.


San Procopio, mártir
fecha: 8 de julio
†: c. 303 - país: Israel
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Cesarea de Palestina, san Procopio, mártir, que en tiempo del emperador Diocleciano fue conducido desde la ciudad de Scytópolis a Cesarea, donde, por manifestar audazmente su fe, fue decapitado de inmediato por el juez Fabiano.

Un contemporáneo de Eusebio, obispo de Cesárea (por supuesto que no debe confundirse con el historiador), nos dejó un relato del martirio de san Procopio, el protomártir de la persecución de Diocleciano en Palestina, así como de algunos otros mártires conocidos en Oriente con el nombre de «los Grandes» (megalomártires). He aquí el texto de dicho relato:

El primero de los mártires en Palestina fue Procopio. Era un varón lleno de la gracia divina, que desde niño se había mantenido en castidad y había practicado todas las virtudes. Había domado su cuerpo hasta convertirlo, por decirlo así, en un cadáver; pero la fuerza que su alma encontraba en la palabra de Dios, daba vigor a su cuerpo. Vivía a pan y agua; y sólo comía cada dos o tres días; en ciertas ocasiones, prolongaba su ayuno durante una semana entera. La meditación de la palabra divina absorbía su atención día y noche, sin la menor fatiga. Era bondadoso y amable, se consideraba como el último de los hombres y edificaba a todos con sus palabras. Sólo estudiaba la palabra de Dios y apenas tenía algún conocimiento de las ciencias profanas. Había nacido en Aelia (Jerusalén), pero residía en Escitópolis (Bet Shean), donde desempeñaba tres cargos eclesiásticos. Leía y podía traducir el sirio, y arrojaba los malos espíritus mediante la imposición de las manos.

Enviado con sus compañeros de Escitópolis a Cesarea, fue arrestado en cuanto cruzó las puertas de la ciudad. Aun antes de haber conocido las cadenas y la prisión, se encontró ante el juez Flaviano, quien le exhortó a sacrificar a los dioses. Pero él proclamó en voz alta que sólo hay un Dios, creador y autor de todas las cosas. Esta respuesta impresionó al juez. No encontrando qué replicar, Flaviano trató de persuadir a Procopio de que por lo menos ofreciese sacrificios a los emperadores. Pero el mártir de Dios despreció sus consejos. «Recuerda -le dijo- el verso de Homero: No conviene que haya muchos amos; tengamos un solo jefe y un solo rey». Como si estas palabras constituyesen una injuria contra los emperadores, el juez mandó que Procopio fuese ejecutado al punto. Los verdugos le cortaron la cabeza, y así pasó Procopio a la vida eterna por el camino más corto, al séptimo día del mes de Desius, es decir, el día que los latinos llaman las nonas de julio, el año primero de nuestra persecución. Este fue el martirio que tuvo lugar en Cesarea.

Es difícil comprender cómo un relato tan sencillo e impresionante pudo dar origen a las increíbles leyendas que se inventaron posteriormente sobre San Procopio. Esas fábulas, tan asombrosas como absurdas, transformaron al austero monje en un aguerrido soldado y, con el andar del tiempo, dieron origen en Persia a tres figuras diferentes: el asceta, el soldado y el mártir. Según la forma primitiva de la leyenda, san Procopio, en su discusión con el juez, citaba los nombres de Hermes Trimegisto, Homero, Platón, Aristóteles, Sócrates, Galeno y Kscaniandro, para probar la unicidad de Dios; sufría las más increíbles formas de tortura y paralizaba el brazo de su verdugo. Más tarde, la leyenda convirtió al santo en un duque de Alejandría y en autor de los milagros más fabulosos; su conversión al cristianismo tuvo por causa una visión de san Pablo y del «Labarum»; con el arma de una cruz milagrosa, dio muerte a seis mil bárbaros que merodeaban por la región; además, convirtió en la prisión a un regimiento de soldados y a siete nobles matronas y obró mil prodigios por el estilo. Los milagros que esta leyenda atribuía a san Procopio fueron posteriormente incorporados en las «Actas» de san Efisio de Cagliari y de un mártir desconocido, llamado Juan de Constantinopla. La evolución de la leyenda de san Procopio, si es que puede llamarse evolución a esta serie de saltos arbitrarios, en la cronología y en la historia, es un caso típico en la hagiología. Felizmente, el sobrio relato de Eusebio nos ha conservado los hechos.

El P. Delehaye consagra todo un capítulo de Las Leyendas de los Santos (c. V), a la transformación de san Procopio en soldado. El mismo autor publicó el mejor de los textos griegos en Les légendes grécques des saints militaires, pp. 214-233.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

 

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