viernes, 5 de julio de 2013

LECTURAS DEL SÁBADO XIII SEMANA TIEMPO ORDINARIO. 6 de julio, 2013.

 
Año impar
Jacob suplantó a su hermano
y le quitó la bendición
Lectura del libro del Génesis     27, 1-5. 15-29

    Cuando Isaac envejeció, sus ojos se debilitaron tanto que ya no veía nada. Entonces llamó a Esaú, su hijo mayor, y le dijo: «¡Hijo mío!» «Aquí estoy», respondió él. «Como ves, continuó diciendo Isaac, yo estoy viejo y puedo morir en cualquier momento. Por eso, toma tus armas -tu aljaba y tu arco- ve al campo, y cázame algún animal silvestre. Después prepárame una buena comida, de esas que a mí me gustan, y tráemela para que la coma. Así podré darte mi bendición antes de morir.»
    Rebeca había estado escuchando cuando Isaac hablaba con su hijo Esaú. Y apenas este se fue al campo a cazar un animal para su padre, Rebeca dijo a Jacob: «Ve al corral y tráeme de allí dos cabritos bien cebados. Yo prepararé con ellos una buena comida para tu padre, de esas que le agradan a él y tu se la llevaras para que la come. Así te bendecirá antes de morir».
    Rebeca tomó una ropa de su hijo mayor Esaú, la mejor que había en la casal, y se la puso a Jacob, su hijo menor; y con el cuero de los cabritos le cubrió las manos y la parte lampiña del cuello. Luego le entregó la comida y el pan que había preparado.
    Jacob se presentó ante su padre y le dijo: «¡Padre!» Este respondió: «Sí, ¿quién eres, hijo mío?» «Soy Esaú, tu hijo primogénito, respondió Jacob a su padre, y ya hice lo que me mandaste. Por favor, siéntate y come lo que cacé, para que puedas bendecirme».
    Entonces Isaac le dijo: «¡Qué rápido lo has logrado, hijo mío!» Jacob respondió: «El Señor, tu Dios, hizo que las cosas me salieran bien.»
    Pero Isaac añadió: «Acércate, hijo mío, y deja que te toque, para ver si eres realmente mi hijo Esaú o no.»
    Él se acercó a su padre; este lo palpó y dijo: «La voz es de Jacob, pero las manos son de Esaú.» Y no lo reconoció, porque sus manos estaban cubiertas de vello, como las de su hermano Esaú. Sin embargo, cuando ya se disponía a bendecirlo, le preguntó otra vez: «¿Tú eres mi hijo Esaú?» «Por supuesto», respondió él.
    «Entonces sírveme, continuó diciendo Isaac, y déjame comer lo que has cazado, para que pueda darte mi bendición.»
    Jacob le acercó la comida, y su padre la comió; también le sirvió vino, y lo bebió. Luego su padre Isaac le dijo: «Acércate, hijo mío, y dame un beso.» Cuando él se acercó para besarlo, Isaac percibió la fragancia de su ropa. Entonces lo bendijo diciendo:
        «Sí, la fragancia de mi hijo
            es como el aroma de un campo
            que el Señor ha bendecido.
        Que el Señor te dé el rocío del cielo,
            y la fertilidad de la tierra, trigo
            y vino en abundancia.
        Que los pueblos te sirvan
            y las naciones te rindan homenaje.
        Tú serás el señor de tus hermanos,
            y los hijos de tu madre se inclinarán ante ti.
        Maldito sea el que te maldiga,
            y bendito el que te bendiga.»

Palabra de Dios.


SALMO
     
Sal 134, 1-2. 3-4. 5-6 (R.: 3a)

R.
 ¡Alaben al Señor, porque es bueno!.
 
O bien:

Aleluia.

Alaben el nombre del Señor,
alábenlo, servidores del Señor,
los que están en la Casa del Señor,
en los atrios del Templo de nuestro Dios. 
R.

Alaben al Señor, porque es bueno,
canten a su Nombre, porque es amable;
porque el Señor eligió a Jacob,
a Israel, para que fuera su posesión. 
R.

Sí, yo sé que el Señor es grande,
nuestro Dios está sobre todos los dioses.
El Señor hace todo lo que quiere
en el cielo y en la tierra,
    en el mar y en los océanos. 
R.


ALELUIA     
Jn 10, 27

Aleluia.
«Mis ovejas escuchan mi voz,
yo las conozco y ellas me siguen», dice el Señor.
Aleluia.


EVANGELIO

¿Acaso pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     9, 14-17

    Se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
    Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
    Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande.
    Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!»

Palabra del Señor
.
Comentario:
Hoy notamos cómo con Jesús comenzaron unos tiempos nuevos, una doctrina nueva, enseñada con autoridad, y cómo todas las cosas nuevas chocaban con la praxis y el ambiente dominante. Así, en las páginas que preceden al Evangelio que estamos contemplando, vemos a Jesús perdonando los pecados al paralítico y curando su enfermedad, mientras que los escribas se escandalizan; Jesús llamando a Mateo, cobrador de impuestos y comiendo con él y otros publicanos y pecadores, y los fariseos “subiéndose por las paredes”; y en el Evangelio de hoy son los discípulos de Juan quienes se acercan a Jesús porque no comprenden que Él y sus discípulos no ayunen.

Jesús, que no deja nunca a nadie sin respuesta, les dirá: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). El ayuno era, y es, una praxis penitencial que contribuye a «adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón» (Catecismo de la Iglesia, n. 2043) y a impetrar la misericordia divina. Pero en aquellos momentos, la misericordia y el amor infinito de Dios estaba en medio de ellos con la presencia de Jesús, el Verbo Encarnado. ¿Cómo podían ayunar? Sólo había una actitud posible: la alegría, el gozo por la presencia del Dios hecho hombre. ¿Cómo iban a ayunar si Jesús les había descubierto una manera nueva de relacionarse con Dios, un espíritu nuevo que rompía con todas aquellas maneras antiguas de hacer?

Hoy Jesús está: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), y no está porque ha vuelto al Padre, y así clamamos: ¡Ven, Señor Jesús!

Estamos en tiempos de expectación. Por esto, nos conviene renovarnos cada día con el espíritu nuevo de Jesús, desprendernos de rutinas, ayunar de todo aquello que nos impida avanzar hacia una identificación plena con Cristo, hacia la santidad. «Justo es nuestro lloro —nuestro ayuno— si quemamos en deseos de verle» (San Agustín).

A Santa María le suplicamos que nos otorgue las gracias que necesitamos para vivir la alegría de sabernos hijos amados.

Fuente: Leccionaro IV (Ferias del Tiempo Ordinario)

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