miércoles, 17 de julio de 2013

Lectura espiritual para la Cuaresma

 




Primero, el inexperto habitante del éremo debe aprender la enseñanza de apóstol Pablo  "a ofrecer su cuerpo como sacrificio viviente santo, agradable a Dios, como su culto espiritual" (Rm 12,1). Pablo, en el intento de frenar el fervor del novicio, hombre todavía animal, que no comprende las cosas de Dios, la búsqueda precipitada y curiosa relativa a la realidad espiritual y divina agrega "Por lo gracia que me fue dada, yo digo a vosotros no buscar de gustar más de aquello necesario, sino de saborear sobriamente" (Rm12,3). 
Porque toda, o casi, la formación del hombre animal tiene que ver con el cuerpo y el comportamiento del hombre exterior, él debe aprender a mortificar sus miembros según la razón, y ejercitar un justo juicio, según la razón y el discernimiento, entre la carne y el espíritu, que tienen deseos continuamente contrarios entre si.
Debe aprender a tratar su cuerpo como un enfermo que se le ha dado para se curado, el cual, no obstante su insistencia, se le debe negar aquello que le es nocivo y se le debe dar aquello que es útil, aún si no quiere; debe usarlo como un bien que no pertenece a él, sino a aquel por el cual fuimos comprados a caro precio, para glorificarlo con nuestro cuerpo.
No debemos considerar al cuerpo una cosa para la cual vivir, sino mas bien una cosa sin la cual no podemos vivir. 
Este es la perfección del hombre animal en su condición, o del novicio al inicio de su profesión. Cuando él haya cumplido esta animalidad o humanidad, si no vuelve hacia atrás (Cfr.Lc.9,62), proseguirá hacia adelante con seguridad, llegará rápido a aquel estado divino que le concederá de comenzar a conquistar como fue conquistado (Cfr. Fil 3,12), y a conocer como fue conocido (Cfr.1Cor 13,12). Pero esta obra no se cumple con una momentánea conversión, no es de un solo día, sino que requiere mucho tiempo, mucha fatiga, mucho sudor, según la gracia de Dios misericordioso y la aplicación del hombre que quiere y corre hacia la meta (Cf.Rm 9,16). (Guillermo de Saint Thierry c.1075-1148, La carta de oro, 70-72, 93)

No hay comentarios: