miércoles, 8 de mayo de 2013

Pacomio, Santo

Abad, Mayo 9
 
Pacomio, Santo
Pacomio, Santo

Abad

La extraordinaria vida de los ermitaños, con sus mortificaciones a veces exageradas y con aquella especie de encarnizamiento en sobrecargarse de abstinencias, ayunos, vigilias, era verdaderamente la traducción práctica del Evangelio. Su soledad podía de hecho tapar el engaño de sus extravagancias y de su orgullo.

Para eliminar este peligro un monje egipcio del siglo IV, San Pacomio, tuvo la idea de una nueva forma de monaquismo: el cenobitismo, o la vida en común, donde la disciplina y la autoridad reemplazaba la anarquía de los anacoretas.

Educó a sus monjes a la vida en común, constituyendo, poco lejos de las riberas del Nilo, la primera “koinonía”, una comunidad cristiana, a imitación de la fundada por los apóstoles en Jerusalén, basada en la comunión en la oración, en el trabajo y en el alimento y concretada en el servicio recíproco. El documento fundamental que regulaba esta vida era la Sagrada Escritura, que el monje aprendía de memoria y recitaba en voz baja durante el trabajo manual. Esta era también la forma principal de oración: un contacto con Dios mediante el sacramento de la Palabra.

San Pacomio nació en el Alto Egipto el año 287, de padres paganos. Enrolado a la fuerza en el ejército Imperial a la edad de 20 años, acabó en prisión en Tebas con todos los reclutas. Protegidos por la oscuridad, por la noche los cristianos les llevaban un poco de alimento. El gesto de los desconocidos conmovió a Pacomio, quien preguntó quién los incitaría a traer esto. “El Dios de los cielos” fue la respuesta de los cristianos. Aquella noche Pacomio rezó al Dios de los cristianos que lo liberara de las cadenas, prometiéndole a cambio dedicar su propia vida a su servicio.

Tan pronto recobró su libertad cumplió el voto uniéndose a una comunidad cristiana de una aldea del sur, la actual Kasr-es-Sayad en donde tuvo instrucción necesaria para recibir el bautismo.

Por algún tiempo llevó
Pacomio, Santo
Pacomio, Santo
una vida de asceta entregándose al servicio de la gente del lugar, después se puso por siete años bajo la guía de un monje anciano, Palamone. Durante un paréntesis de soledad en el desierto una voz misteriosa lo invitó a establecer su residencia en aquel lugar, al cual después habrían llegado numerosos discípulos. A la muerte de Pacomio, los monasterios masculinos eran nueve, más uno femenino.

Del santo se desconoce el lugar de la sepultura, pues en su lecho de muerte dijo al discípulo Teodoro que escondiera sus restos para evitar que sobre su tumba edificaran una iglesia, a imitación de los “martyrion” o capillas construidas en las tumbas de los mártires.

Pacomio.

Pacomio
StPakhom.jpg
Icono copto de San Pacomio
Nacimiento287
Egipto
Fallecimiento14 de mayo de 346
Egipto
Venerado enIglesia Copta, Iglesia Católica, Iglesia Ortodoxa
Festividad9 de mayo
Pacomio fue un soldado romano del siglo IV que luchó en el bando de Majencio en la Segunda Tetrarquía. Se convirtió al cristianismo en el transcurso de un viaje a Alejandría, altamente impresionado por las buenas cualidades que pudo ver entre los cristianos de aquellas tierras, en especial la caridad. Fue entonces cuando decidió retirarse como ermitaño para llevar una vida de oración y austeridad, junto a uno de los templos de Serapis que por aquel entonces se hallaba en ruinas.

 Monasterio pacomio

Tras un tiempo de vida como ermitaño decidió crear una regla para monjes en comunidad que debían tener el trabajo como medio de subsistencia importante. Con esta regla monástica sentó las bases para lo que fuera más tarde el Ora et labora que proclamó San Benito. Los monasterios creados por Pacomio llegaron a ser centros fabriles de producción, con un recinto rodeado por un muro, en el que había cabida hasta para mil monjes repartidos en las distintas casas.[1] Dentro del cercado había distintas edificaciones y en cada una trabajaban y oraban cuarenta monjes. A su vez cuatro de estos edificios formaban una tribu con 160 monjes. Al frente del conjunto del monasterio había un abad. Cada cierto tiempo se reunían todos los frailes para tratar asuntos comunes y de religión. Estas reuniones se hicieron célebres con el nombre de pacomias.
La vida monástica de los pacomios tuvo gran aceptación entre las comunidades cristianas. A la muerte de Pacomio existían ya nueve monasterios de monjes y dos de monjas, siendo el primero de todos el que fundó en Tabennisi cerca de Denderath (Egipto). Murió hacia el año 346.

Véase también

 Bibliografía consultada

  • Enciclopedia Católica, 1999.

 Notas

  1. En los monasterios pacomios se fabricaba gran diversidad de productos como muebles, calzado, telas y variedad de productos agrícola. Contaban incluso con barcos para poder trasportar los artículos y materiales por el Nilo.
San Pacomio, abad
fecha: 9 de mayo
n.: c. 292 - †: 347/348 - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la región de Tebaida, en Egipto, san Pacomio, abad, que, cuando aún era pagano, se sintió impresionado por el testimonio de caridad cristiana para con los soldados detenidos en la cárcel común y, después de abrazar el cristianismo, recibió el hábito monástico de manos del anacoreta Palamón. Al cabo de siete años, por inspiración divina fue abriendo numerosos monasterios con el fin de recibir a los monjes en régimen de vida común, y escribió para ellos una célebre Regla.
refieren a este santo: San Palemón, San Teodoro de Tabennesi

Aunque generalmente se considera a san Antonio como el fundador del monaquisino cristiano, san Pacomio el Viejo tiene todavía mayor derecho a ese título. En efecto, aunque él no fue el primero que reunió comunidades numerosas de ascetas cristianos, fue el primero que les dio una verdadera organización y dejó reglas escritas. Pacomio nació de padres paganos en la Tebaida superior hacia el año 292. A los veinte años fue llamado al servicio militar en los ejércitos imperiales. Durante la travesía del Nilo, que se realizó en pésimas condiciones, los cristianos de Latópolis (Esneh), compadecidos de Pacomio y sus compañeros, los trataron con gran bondad. Pacomio no olvidó nunca ese ejemplo de caridad. Tan pronto como terminó el servicio militar, volvió a Khenoboskion (Kasr-as-Syad), donde había un templo cristiano, y entró a formar parte de los catecúmenos. Después del bautismo, su principal preocupación fue encontrar la manera de corresponder perfectamente a la gracia que había recibido. Cuando oyó decir que un ermitaño llamado Palemón servía a Dios con gran perfección en el desierto, fue a buscarle y le rogó que le tomase por discípulo. El anciano anacoreta no le ocultó las dificultades de la vida solitaria, pero Pacomio no se amedrentó. Después de prometer obediencia a su maestro, recibió el hábito. Ambos anacoretas llevaban una vida muy austera. Sólo comían pan y sal; no bebían vino ni empleaban aceite; oraban buena parte de la noche y, con frecuencia, pasaban la noche entera sin dormir. Unas veces recitaban juntos todo el salterio; otras, se dedicaban al trabajo manual en tanto que su espíritu oraba. Un día que Pacomio había ido, como acostumbraba hacerlo de vez en cuando, a un vasto desierto de las riberas del Nilo, llamado Tabennisi, oyó una voz que le ordenaba fundar ahí un monasterio; al mismo tiempo, se le apareció un ángel, el cual le instruyó sobre la vida religiosa. Pacomio contó lo sucedido a Palemón, quien se trasladó con él a Tabennisi, hacia el año 318, le ayudó a construir una celda y permaneció con él algún tiempo.

El primer discípulo que se reunió con san Pacomio en Tabennisi, fue su hermano mayor, Juan. Pronto acudieron otros discípulos y, al poco tiempo, la comunidad contaba ya con más de cien monjes. San Pacomio los condujo a una alta perfección, sobre todo dándoles ejemplo de fervor. El santo vivió quince años sin acostarse. Tomaba su frugal comida sentado en una piedra y, desde el momento de su conversión, nunca comió hasta saciarse. Sin embargo, acomodaba sus exigencias a la capacidad de cada uno de los monjes y no se negaba a aceptar a los candidatos más ancianos y débiles. Estableció, además, otros seis monasterios en la Tebaida. A partir del año 336, fijó su residencia en el monasterio de Pabau, cerca de Tebas, que llegó a ser más famoso que Tabennisi. Para que los pastores pudiesen asistir a los divinos misterios, fundó también una iglesia, en la que ejerció algún tiempo el cargo de lector; pero sus discípulos no pudieron nunca persuadirle a que recibiese la ordenación sacerdotal ni a permitir que sus monjes se ordenasen, aunque no rehusaba la admisión en el monasterio a quienes ya eran sacerdotes. San Pacomio se opuso valientemente a los arríanos y, el año 333, recibió la visita de san Atanasio. A instancias de su hermana, a la que nunca quiso volver a ver, construyó un convento para religiosas del otro lado del Nilo. Convocado ante un sínodo en Latópolis para responder a ciertas acusaciones, san Pacomio dio muestras de tal humildad, que todos quedaron maravillados. Ciertamente san Pacomio practicó la humildad y la paciencia en grado heroico. Dios obró por su intercesión numerosas curaciones.

El santo murió el 15 de mayo de 348, durante una epidemia que diezmó a los monjes. A su muerte, había ya tres mil monjes en los nueve monasterios que dirigía. Casiano cuenta que cuanto más numerosas eran las comunidades, más perfecta era su disciplina, ya que todos los monjes obedecían al superior con la prontitud de una sola persona. Para mantener la observancia, san Pacomio tenía la costumbre de clasificar a sus subditos en veinticuatro categorías, según las letras del alfabeto; así, por ejemplo, la "iota" significaba que se trataba de un monje sencillo e inocente; la "beta" indicaba que tenía un carácter terco y difícil, etc. Los monjes vivían en grupos de tres en cada celda, repartidos según sus oficios, y se reunían los sábados y domingos para los oficios de la noche y la misa. Se daba gran importancia a la lectura de la Biblia, y los monjes aprendían de memoria pasajes enteros. Generalmente, los discípulos de san Pacomio eran gentes del pueblo.

No todos los autores prestan fe a la leyenda de que un ángel se apareció a san Pacomio y le ordenó fundar un monasterio en Tabennisi y, mucho menos, que le dio las reglas escritas sobre una tabla de bronce. Sin embargo, el resumen de las reglas, que se halla en la "Historia Lausiaca" de Paladio, no es una caricatura de las costumbres de los monjes. Tal vez el origen de las reglas de san Pacomio es legendario y sería muy difícil determinar exactamente su contenido; pero no se puede negar que los textos griego y etíope se parecen al original sahídico, que sólo conocemos a través de la traducción que hizo san Jerónimo, valiéndose de un intérprete. Probablemente es verdad que, como lo hace notar Paladio, san Pacomio mitigaba la regla sagún las posibilidades de cada monje. En efecto, una de las reglas que el ángel dio al santo decía: «Dejarás que cada uno coma y beba según sus fuerzas, y le darás un trabajo proporcionado a ellas. No prohibas a nadie comer o beber. Pero haz que los que comen y tienen más fuerzas, ejecuten los trabajos que exigen mayor vigor y deja para los más débiles y ascéticos los trabajos menos pesados». De igual modo, Paladio refleja probablemente la práctica usual cuando escribe: «Que no duerman acostados, sino sentados en sillas inclinadas, que son fáciles de construir. Durante la comida, los monjes deben tener el capuchón bajado para que nadie vea masticar a su vecino. Los monjes no deben hablar en la mesa ni mirar más allá de su plato». Una cosa es cierta, a saber: que san Benito, el fundador del monaquismo en occidente, tomó muchas cosas de las reglas de san Pacomio. En su edición de la Regula S. Benedicti, el abad Cuthbert Butler cita treinta y tres veces las Pachomiana de san Jerónimo; pero, más que en las frases, el parecido de la regla de san Benito con la regla «angélica» está en el espíritu.

San Pacomio es probablemente el santo oriental que mayor interés ha despertado en los últimos años. Se han descubierto varios textos coptos (es decir, sahídicos), aunque por desgracia casi todos son fragmentarios. También se han editado en diversas lenguas otros documentos a los que en el pasado se había prestado menos atención. Esto se debe en gran parte al trabajo de los antiguos bolandistas (Acta Sanctorum, mayo, vol II) ; pero en el siglo XVII era imposible investigar a fondo en las fuentes orientales. La actual generación de bolandistas publicó una magnífica edición de S. Pachomii Vitae Graecae (1932), dirigida por el P. F. Halkin. A esta gran obra hay que añadir el estudio, no menos importante, de L. T. Lefort, S. Pachomii Vitae Sahidicae Scriptae (publicado en dos partes en el Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium, 1933 y 1934), y su edición de la biografía bohaírica de san Pacomio (1925) y Vies coptes de S. Pacomé, en la misma colección. Sobre estas obras cf. Analecta Bollandiana, vol. II (1934), pp. 286- 320, y vol. LXIV (1946), pp. 258-277. Entre otras obras de investigación hay que mencionar la de A. Boon, Pachomiana latina (1932), que es un ensayo sobre la traducción jeronimiana de la regla, con un apéndice sobre los textos griego y copto. Ver también B. Albers, S. Pachomii... Regulae Monasticae (1923). Entre los estudios más antiguos merecen especial atención el ensayo de F. Ladeuze, Le Cénobitisme Pakhomien y el largo artículo de H. Leclercq sobre el "monaquismo" (DAC, vol. xi, 1933), sobre todo ce. 1807-1831, donde se hallarán numerosas referencias bibliográficas. Existen también algunas biografías en sirio y en árabe, con ligeras variantes. M. Amélineau, que fue uno de los primeros que tomaron en cuenta los textos coptos, publicó en 1887 Etude historique sur S. Puchóme. En 1948, con motivo del decimosexto centenario de san Pacomio, celebrado en Egipto, varios historiadores y autoridades eclesiásticas de diferentes países publicaron un volumen de conferencias, titulado Pachomiana. Sobre la Regla Angélica y el monaquismo de occidente, véase J. McCann, St Benedict (1938), p. 152 y ss., passim. Pero, a pesar de todas las investigaciones que se han llevado a cabo, la vida y la obra de san Pacomio plantean todavía muchos problemas, como lo confiesan autoridades de la talla del P. Paul Peeters. Nota de ETF: sin ninguna pretensión de exhaustividad, agrego la bibliografía de la noticia del Año Cristiano 2003, por contar con algunos títulos referidos a Pacomio un poco más recientes que los mencionados en el Butler: Bacht, H., «Pacóme (Samt)», en Dictionnaire de spiritualité, ascétique et mystique, XlI/1: Pacaud-Photius (París 1984), cols.7-16. Colombas, G. M., La tradición benedictina. Ensayo histórico. 1: Las raíces (Zamora 1989), 229-262. Deseilie, P., El espíritu del monacato pacomiano. Seguido de la traducción española de la Pacomia latina (Monasterio de las Huelgas, Burgos 1986). Di Sprez, V., «Le cénobitisme pacómien»: Lettre de Ligugé (1988) n 243, p.8-25; n.245, p.14-27, n.246, p.12-26.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI


Catequesis del Santo Padre Pacomio a propósito de un monje rencoroso.

Catequesis pronunciada por nuestro muy venerable santo padre Pacomio, el santo archimandrita con motivo de un hermano que guardaba rencor contra otro; en tiempos del abad Ebonh, que había llevado a aquel hermano a Tabennesi. (Pacomio) le dirigió estas palabras en presencia de otros padres ancianos, para su gran alegría. En la paz de Dios! Desciendan sobre nosotros sus santas bendiciones y las de todos los santos! Que todos podamos ser salvados! Amén!
Hijo mío, escucha y sé sabio (Pr 23,19), recibe la verdadera doctrina hay, en efecto, dos caminos.
Sé obediente a Dios como Abraham, que dejó su tierra, marchó al exilio y vivió bajo una carpa con Isaac en la tierra prometida, como en tierra extranjera; obedeció, se humilló a sí mismo, recibió una heredad, incluso fue puesto a prueba con respecto a Isaac, fue valiente en la prueba y ofreció a Isaac en sacrificio a Dios. Por eso Dios lo llamó: "Mi amigo" (St 2,23).
Recibe aquel ejemplo de bondad de Isaac, cuando escuchó a su padre, y le estuvo sometido hasta el sacrificio, como cordero inocente.
Recibe asimismo el ejemplo de la humildad de Jacob, su obediencia, su perseverancia, hasta convertirse en luz que ve al Padre del universo; fue llamado Israel.
Recibe aquel ejemplo de la sabiduría de José y su sumisión. Lucha en la castidad y en el servicio hasta reinar.
Hijo mío, imita la vida de los santos y practica sus virtudes. Despierta, no seas negligente, incita a tus conciudadanos, de los cuales te has constituido el garante (Pr 6,3), levántate de entre los muertos; y Cristo te iluminará (Ef 5,14), y la gracia se infundirá dentro de ti.
La paciencia, en efecto, te revela todas las gracias. Los santos fueron pacientes y consiguieron las promesas. El orgullo de los santos es la paciencia. Sé paciente para ser contado en las filas de los santos, confiando que recibirás una corona incorruptible.
¿Un mal pensamiento? Sopórtalo con paciencia, hasta que Dios te dé la calma. ¿El ayuno? Persevera con firmeza. ¿La oración? Sin descanso, en tu habitación entre tú y Dios. Un solo corazón con tu hermano; la virginidad en todos los miembros, virginidad en tus pensamientos, pureza de cuerpo y pureza de corazón; la cabeza inclinada y el corazón humilde, bondad en el momento de la cólera.
Si un pensamiento te oprime, no te desalientes sopórtalo con valor diciendo: Todos me rodearon, pero yo en el nombre del Señor los rechacé (Sal 117,11). De improviso te llega el auxilio de Dios, los alejas de ti, Dios te protege y la gloria divina camina contigo, porque el coraje camina con el que es humilde y tú serás saciado como lo desea tu alma (Is 58,11). Los caminos de Dios son la humildad de corazón y la bondad. Pues está escrito: ¿A quién cuidaré sino al humilde y al pacífico? (Is 66,2). Si caminas por las sendas del Señor, él te custodiar , te dará fuerza, te colmará de ciencia y de sabiduría, pensara en ti en todo tiempo, te liberará del diablo y en tu muerte te dará la gracia en su paz.
Hijo mío, te ruego: vigila, sé sobrio, para conocer a aquellos que tienden trampas contra ti. El espíritu de la maldad y el de incredulidad suelen caminar juntos; el espíritu de la mentira y del fraude caminan juntos; el espíritu de la avaricia, el de la codicia y el del perjurio, aquel de la deshonestidad y el de la envidia caminan juntos; el espíritu de la vanagloria y el de la glotonería caminan juntos; el espíritu de la fornicación y el de la impureza caminan juntos; el espíritu de la enemistad y el de la tristeza caminan juntos. Desgraciada la pobre alma en la que habiten (estos vicios) y la dominen! A esa alma, la apartan de Dios, porque ella está en su poder, va de aquí para allí hasta que cae en el abismo del infierno.
Hijo mío, obedéceme, no seas negligente, no concedas el sueño a tus ojos, ni reposo a tus párpados, para que puedas escapar de las trampas como una gacela (Pr 6,4-5). Hijo mío, muchas veces, desde mi juventud, cuando estaba en el desierto, todos los espíritus me han molestado, me afligían a tal punto que mi corazón se deprimía, al extremo de pensar que no podía resistir las amenazas del dragón. Me atormentaba de todas las formas. Si yo progresaba, excitaba contra mí a (sus espíritus) que me hacían la guerra; si me retiraba, me afligía con su insolencia; muchas veces mi corazón se turbó, iba de un lado a otro y no encontraba quietud. Si, en cambio, huía cerca de Dios derramando l grimas con humildad, con ayunos y noches de vigilias, entonces el adversario y todos sus espíritus quedaban impotentes frente a mí, el ardor divino venía a mí y de repente reconocía el auxilio de Dios, porque en su clemencia da a conocer a los hijos de los hombres su fuerza y su bondad.
Hijo mío, no condenes a ningún hombre, si ves que alguno es alabado, no digas: "Este ya ha recibido su recompensa". Cuídate de este pensamiento pues es muy malvado. Dios no ama a quien se alaba a sí mismo y odia a su hermano. Pues quien se dice a sí mismo: "yo soy", cuando no es nadie, se engaña a sí mismo (Ga 6,3). ¿Quién podrá ayudarlo si es orgulloso, si se presenta del mismo modo en que se presenta Dios diciendo: Nadie es como yo (Ex 9,14)? Oirá en seguida su propio reproche: Descenderás a los infiernos, serás arrojado con los muertos, debajo tuyo estará la podredumbre, te cubrirán los gusanos (Is 14,ll.15.19). En cuanto al hombre que ha adquirido la humildad, se juzga solo a sí mismo, diciendo: "Mis pecados sobrepasan los de los demás", no juzga a nadie, no condena a nadie. ¿Quién eres tú para juzgar a un siervo que no es tuyo?. Al que esta caído, en efecto, su Señor tiene el poder de hacerlo levantar (Rm 14,4). Vigila sobre ti mismo, hijo mío, no condenes a ningún hombre, gusta de todas las virtudes y custódialas.
Si eres extranjero, permanece aparte, no busques refugio cerca de alguien y no te mezcles en sus asuntos. Si eres pobre, no te desanimes por ninguna cosa, para que no te sea dirigido el reproche: La pobreza es mala en la boca del impío (Si 13,24-30) ni debas oír que se te dice: Si padecen hambre se entristecerán y maldecirán al jefe y a los ancianos (Is 8,21). Cuida para que no se te haga la guerra porque te falta cualquier cosa respecto de las necesidades del cuerpo, con motivo de la comida. No te desanimes, sé paciente. Ciertamente Dios obra en lo secreto. Piensa en Habacuc en Judea y Daniel en Caldea. La distancia que los separaba era de cuarenta y cinco estadios; y además Daniel, entregado como alimento a las fieras, estaba en lo hondo de la fosa, y con todo (el profeta) le proveyó la comida. Piensa en Elías en el desierto y en la viuda de Sarepta; ésta estaba oprimida por el flagelo de la carestía y el tormento del hambre, y en tal indigencia no fue pusilánime, sino que luchó, venció y obtuvo lo que Dios le había prometido; su casa disfrutó de abundancia en tiempo de carestía. No es ciertamente prodigalidad dar pan en tiempo de abundancia y no es pobreza estar desalentado en la indigencia. Está escrito, en efecto, sobre los santos: Estaban necesitados, atribulados y afligidos (Hb 11,37), pero se gloriaban en sus tribulaciones. Si eres perseverante en la lucha según las Escrituras, no sufrirás ninguna esclavitud, como está escrito: Que nadie los engañe en cuestión de comida y de bebida o respecto de las fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son las sombras de aquellas futuras (Col 2,16-17).
Medita en todo momento las palabras de Dios, persevera en la fatiga, da gracia en todas las cosas, huye de las alabanzas de los hombres, ama a quien te corrige en el temor de Dios. Que todos te sean de provecho, para que tú seas de provecho a todos. Persevera en tu obra y en palabras de bondad. No des un paso adelante y otro atrás, a fin de que Dios no deje de amarte. La corona, en efecto, será para quien haya perseverado. Obedece siempre más a Dios, y él te salvar .
Cuando te encuentres en medio de tus hermanos no provoques las bromas. Sadrac, Mesac y Abed-Negó rechazaron las diversiones de Nabucodonosor; por eso éste no pudo convencerlos con las melodías de sus instrumentos, ni engañarlos con las comidas de su mesa. Y así ellos sofocaron aquella llama que se elevaba a una altura de cuarenta y nueve codos; no fueron disolutos con quien era disoluto, sino que fueron rectos con quien era recto, es decir con Dios. Por eso Dios los constituyó señores de sus enemigos. También Daniel, por su parte, no obedeció al malvado pensamiento de los Caldeos, por esto se convirtió en un gran elegido y fue hallado vigilante y sabio, y cerró las fauces de los leones salvajes (Hb 11,33).
Ahora hijo mío, si pones a Dios como tu esperanza, él será tu auxilio en la hora de la angustia; Quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a aquellos que lo buscan (Hb 11,6). Estas palabras han sido escritas para nosotros, para que creamos en Dios, para que jóvenes y ancianos, luchemos con ayunos, oraciones y otras obras religiosas. Ni siquiera la saliva que se seca en tu boca durante el ayuno, la olvidará Dios, sino que encontrarás todo esto en la hora de la angustia. Sólo humíllate en todo, contrólate en el hablar, incluso si has comprendido todas las cosas; no te acostumbres a insultar, sino soporta con alegría toda prueba. Si conocieras el honor que resulta de las pruebas no rezarías para ser librado, porque es bueno para ti orar, llorar, suspirar, hasta ser salvado, antes que relajar tu corazón y caer prisionero. ¿Oh hombre, qué haces en Babilonia? Has envejecido en tierra extranjera (Ba 3,10), porque no te has sometido a la prueba y no obras con rectitud delante de Dios. Por esto, hermano, no relajes tu corazón.
Tal vez, eres un poco negligente, pero tus enemigos no acostumbran a dormir, ni son negligentes en tenderte trampas noche y día. Por eso no busques cosas grandes para no ser humillado y alegrar así a tus enemigos. Busca la humildad, porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado (Mt 23,12; Lc 18,14). Y si no estás en condiciones de bastarte a ti mismo, únete a otro que trabaje según el evangelio de Cristo y avanzarás con él. Escucha o bien sométete a quien escucha; sé fuerte, para ser llamado Elías, o bien obedece a quienes son fuertes, a fin de ser llamado Eliseo, quien por haber obedecido a Elías recibió doble parte de su espíritu.
Si quieres vivir en medio de los hombres, imita a Abraham, Lot, Moisés y Samuel. Si deseas vivir en el desierto, he aquí todos los profetas que te han precedido. Imita a aquellos que vagaron por el desierto, por los valles y las cavernas de la tierra (Hb ll,38.37), pobres, atribulados y afligidos. Está escrito también: La sombra de quien está sediento y el Espíritu de los hombres que han soportado la violencia te bendecirán (Is 25,4). Además, el ladrón sobre la cruz profirió una palabra, el Señor perdonó sus pecados y lo recibió en el paraíso. Entonces, qué gran honor recibirás si eres paciente en la prueba, o ante el espíritu de fornicación, o ante el espíritu de orgullo, o bien frente a cualquier otra pasión! Tú luchas contra las pasiones diabólicas, no para seguirlas, y Jesús te dará lo que te ha prometido. Cuídate de la negligencia, porque ella es la madre de todos los vicios.
Hijo mío, huye de la concupiscencia, porque entenebrece la mente y no permite conocer el misterio de Dios; te hace extraño al lenguaje del espíritu; te impide llevar la cruz de Cristo, y no deja que tu corazón esté sobrio para alabar a Dios. Cuídate de los apetitos del vientre, que te hacen ajeno a los bienes del paraíso. Cuídate de la impureza, ella provoca la ira de Dios y de sus ángeles.
Hijo mío, vuélvete hacia Dios y ámalo; huye del enemigo, y ódialo; así las bendiciones de Dios descenderán sobre ti, y podrás heredar la bendición de Judá, hijo de Jacob. Está escrito, en efecto: Judá, tus hermanos te bendecir n, tus manos estarán sobre la espalda de tus enemigos, y los hijos de tu padre te servirán (Gn 49,8). Cuídate del orgullo, porque es el principio de todo mal. El comienzo del orgullo es alejarse de Dios y lo que le sigue es el endurecimiento del corazón. Si te cuidas de esto, tu lugar de reposo será la Jerusalén celestial. Si el Señor te ama y te da gloria, cuídate de exaltar tu corazón; antes bien, persevera en la humildad y habitarás en la gloria que Dios te ha dado. Vigila sobre ti, porque: Dichoso quien sea encontrado velando; será constituido sobre los bienes de su Señor (Mt 24, 46-47), y entrará lleno de alegría en el Reino. Los amigos del esposo lo amar n, porque lo encontraron cuidando la viña.
Hijo mío, sé misericordioso en todas las cosas, porque está escrito: Esfuérzate por presentarte ante Dios como un hombre probado, un trabajador irreprensible (2 Tm 2,15). Vuélvete hacia Dios como el que siembra y cosecha, y almacenarás en tu granero los bienes de Dios. No ores ostensiblemente como aquellos hipócritas, sino renuncia a tus deseos, obra para Dios obrando así por tu propia salvación. Si te aguijonea una pasión: amor por el dinero, envidia, odio y otras pasiones, vela sobre ti, ten un corazón de león, un corazón valiente, combate las pasiones, destrúyelas como a Sijón, Hog y todos los reyes de los Amorreos. El Hijo amado, el Unigénito, el rey Jesús, combate por ti para que puedas heredar las ciudades enemigas. Rechaza todo orgullo lejos de ti y sé valiente. Mira: cuando Jesús, el hijo de Navé, fue valeroso, Dios le entregó en sus manos a sus enemigos. Si eres pusilánime, te haces extraño a la ley de Dios; la pusilanimidad te colma de pretextos para ceder a la pereza, a la incredulidad y a la negligencia, hasta que perezcas. Ten un corazón de león, grita también tú: ¿Quién nos separará del amor de Dios? (Rm 8,35), y di: Aunque mi hombre exterior se desmorone, el interior se renueva día a día (2 Co 4,16).
Si habitas en el desierto, lucha con oraciones, ayunos y mortificaciones. Si vives en medio de los hombres: Sé prudente como las serpientes y sencillo como las palomas (Mt 10,16). Si alguien te maldice, sopórtalo de buen ánimo, espera en Dios que realizará lo que es bueno para ti. Tú no maldigas a la imagen de Dios, pues Dios te ha dicho: A quien me glorifique, yo lo glorificaré, a quien me maldiga yo lo maldeciré (1 S 2,30). Y si te alaban, no te alegres, porque está escrito: Pobres de ustedes si todos los hombres los alaban (Lc 6,26). También está dicho: Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan, y rechacen su nombre como maldito (Lc 6,22). Del mismo modo nuestros padres Bernabé y Pablo, después de ser alabados, rasgaron sus vestiduras y se entristecieron, porque aborrecían la gloria de los hombres. También Pedro y Juan, después de haber sufrido ultrajes en el Sanedrín, salieron llenos de alegría porque habían merecido ser ultrajados por el santo nombre del Señor. Tenían su esperanza en la gloria de los cielos.
Pero tú, hijo mío, huye de los comodidades de este mundo, para estar en la alegría del mundo futuro; no seas negligente dejando pasar día tras día, no sea que te vengan a buscar antes de que tú lo adviertas y conozcas la angustia; y los servidores del ángel de la muerte te rodeen, te rapten cruelmente y te lleven a sus moradas de tinieblas, llenas de terror y angustia. No te aflijas cuando seas ultrajado por los hombres, sino aflígete y suspira cuando peques - este es el verdadero ultraje - y cuando seas doblegado por tus pecados.
Te ruego insistentemente odiar la vanagloria. La vanagloria es el arma del diablo. De este modo fue engañada Eva. (El diablo) le dijo: Coman del fruto del árbol, se abrirán sus ojos y serán como dioses (Gn 3,5). Ella escuchó pensando que era verdad, buscó tener la gloria de la divinidad y le fue quitada incluso aquella gloria humana. Lo mismo tú, si sigues la vanagloria, ella te hará ajeno a la gloria divina. Pero para Eva no había nada escrito a fin de advertirla sobre esta guerra, antes que el diablo la tentase; para esto vino el Verbo de Dios y tomó carne de la Virgen María: para liberar a la estirpe de Eva. Tú, en cambio, respecto a esta guerra, te has instruido en las santas Escrituras, por los santos que te han precedido. Por eso, hermano mío, no digas: "No había oído hablar, no me habían informado ni ayer ni antes de ayer". Pues está escrito, en efecto: El clamor de su voz se ha difundido por toda la tierra, y sus palabras han llegado hasta los confines del mundo (Sal 18,15; Rm 10,18). Ahora, pues, si eres alabado, refrena tu corazón y da gloria Dios. Y si, en cambio, te insultan, da gloria a Dios y agradécele de ser digno de la suerte de su Hijo y de sus santos. Si han llamado "impostor" a tu Señor, "locos" a los profetas, y "tontos" a otros, cuanto más nosotros, (que somos) tierra y ceniza, no debemos entristecernos cuando somos calumniados. Este es el camino para que tengas vida. Si, en cambio, es tu negligencia la que te precipita, entonces llora y gime. En efecto: Aquellos que se criaban entre púrpura, ahora están cubiertos de basura (Lam 4,5), porque han descuidado la ley de Dios y han seguido sus caprichos. Ahora, hijo mío, llora delante de Dios en todo tiempo, porque esta escrito: Dichoso el que has elegido y has tomado contigo! (Sal 64,5). Has puesto en su corazón tus pensamientos en el valle del llanto, lugar que tú has preparado (Sal 83,6-7).
Adquiere la inocencia, sé como esas ovejas inocentes, que si se les quita la lana no dicen ni una palabra. No vayas de un lugar a otro diciendo: "Aquí o allá encontraré a Dios". Dios ha dicho: Yo lleno el cielo, Yo lleno la tierra (Jr 23,24). Y de nuevo: Si pasaras a través del agua, Yo estoy contigo (Is 43,2). Y: Los ríos no te sumergirán (Is 43,2). Debes saber, hijo mío, que Dios vive dentro de ti, para que permanezcas en su ley y en sus mandamientos. El ladrón estaba en la cruz y entró en el paraíso. Judas, en cambio, era uno de los apóstoles y traicionó a su Señor. Rajab yacía en la prostitución y fue contada entre los santos; Eva, en cambio, en el paraíso fue engañada. Job sobre la basura fue comparado a su Señor, Adán en el paraíso se desvió del precepto. Los ángeles estaban en el cielo y fueron precipitados al abismo; Elías y Henoc fueron conducidos al reino de los cielos. En todo lugar, por tanto, busquen a Dios, busquen en todo tiempo su fuerza (1 Cro 16,11; Sal 104,4). Búsquenlo como Abraham que obedeció a Dios, ofreció en sacrificio a su hijo y por esto fue llamado "mi amigo". Búsquenlo como José, que luchó contra la impureza hasta reinar sobre sus enemigos. Búsquenlo como Moisés, que siguió a su Señor; él lo constituyó legislador y le hizo conocer su imagen. Lo buscó Daniel y (Dios) le dio a conocer grandes misterios y lo salvó de las fauces de los leones. Lo buscaron los tres santos y lo encontraron en el horno ardiente. Job se refugió en él, y él le curó sus heridas. Lo buscó Susana, y (Dios) la salvó de las manos de los impíos. Lo buscó Judit, y lo encontró en la carpa de Holofernes. Todos estos lo buscaron, y él los salvó, y también salvó a los otros.
En cuanto a ti, hijo mío, ¿hasta cuándo serás negligente? ¿cual es el límite de tu negligencia? Este año es como el año pasado y hoy es como ayer. Mientras seas negligente, no habrá ningún progreso para ti. Sé sobrio, eleva tu corazón. Deberás comparecer delante del tribunal de Dios y rendir cuentas de lo que has hecho en lo secreto y de lo que has hecho públicamente. Si vas a un lugar donde se combate la guerra, la guerra de Dios, y si el Espíritu de Dios te exhorta: "No te duermas en este lugar, porque hay insidias", y el diablo por su parte te susurra: "Cualquier cosa que te suceda, es la primera vez, o si has visto esto o aquello, no te aflijas"; no escuches sus astutos discursos. No sea que el Espíritu de Dios se retire de ti y te desanimes, que pierdas la fuerza como Sansón, que los extranjeros te aten con cadenas y te lleven a la rueda de moler; es decir, al rechinar de dientes y te conviertas para ellos en un objeto de irrisión, es decir que se burlen de ti y que ya no conozcas más el camino hacia tu ciudad, porque te han sacado los ojos por haberle abierto tu corazón a Dalila, es decir al diablo que te ha capturado con el engaño, porque no has escuchado los consejos del Espíritu. Has visto también lo que le sucedió a un hombre valiente como David; felizmente en seguida se arrepintió respecto de la mujer de Urías. Está escrito asimismo: Han visto mi herida, teman (Job 6,21).
He aquí que has aprendido que Dios no les ha ahorrado (pruebas) a los santos. Vigila, entonces, sabes las promesas que has hecho, huye de la arrogancia, arranca de ti mismo al diablo para que él no te arranque los ojos de tu inteligencia y te deje ciego, de modo que no conozcas más el camino de la ciudad, el lugar donde vives. Reconoce de nuevo la ciudad de Cristo, dale gloria porque ha muerto por ti.
¿Por qué cuándo un hermano te hiere con una palabra, te enojas, te comportas como una fiera? ¿Acaso no recuerdas que Cristo murió por ti? Y cuando tu enemigo, esto es el diablo, te susurra alguna cosa, inclinas tu oído hacia él para que te derrame su maldad, le abres tu corazón y absorbes el veneno que te ha dado. Desdichado! Éste es el momento de transformarte en una fiera o ser como el fuego, para quemar toda su maldad! Debiste tener náuseas y vomitar la maloliente iniquidad; que el veneno no penetre dentro de ti y perezcas! Oh hombre, no has soportado una pequeña palabra dicha por tu hermano. Pero cuando el enemigo busca devorar tu alma, ¿entonces, qué has hecho? ¿Con él sí tuviste paciencia?
No, querido mío, no se deberá lamentar tu situación, puesto que en vez de un ornamento de oro sobre la cabeza, se te rapará la cabeza a causa de tus obras (Is 3,24). Vigila más bien sobre ti, soporta alegremente a quien te desprecia, sé misericordioso con tu hermano, no temas los sufrimientos del cuerpo.
Hijo mío, presta atención a las palabras del sabio Pablo cuando dice: Me esperan cadenas y tribulaciones en Jerusalén, pero no justifico mi alma con ninguna palabra sobre el modo de acabar mi carrera (Hch 20,23-24); y: Estoy dispuesto a morir en Jerusalén por el nombre de mi Señor Jesucristo (Hch 21,13). Ni el sufrimiento, en efecto, ni la prueba, impedirán a los santos alcanzar al Señor. Ten confianza! Sé valiente! Acaba con la cobardía diabólica! Corre más bien en pos del coraje de los santos. Hijo mío, ¿por qué huyes de Adonai, el Señor Sabaoth y recaes en la esclavitud de los Caldeos? ¿Por qué das de comer a tu corazón en compañía de los demonios?
Hijo mío, cuídate de la fornicación, no corrompas los miembros de Cristo. No obedezcas a los demonios. No hagas de los miembros de Cristo, miembros de una prostituta (1 Co 6,15). Piensa en la angustia del castigo, pon delante de ti el juicio de Dios, huye toda concupiscencia, despójate del hombre viejo y de sus obras y revístete del hombre nuevo (Col 3,9). Piensa en la angustia (que experimentarás) en el momento de salir de este cuerpo.
Hijo mío, refúgiate a los pies de Dios! Es él quien te ha creado y por ti ha padecido estos sufrimientos. Ha dicho, en efecto: Ofrecí mi espalda a los latigazos y mis mejillas a los golpes, no retiré mi cara a la ignominia de los salivazos (Is 50,6). Oh hombre, ¿de qué te sirve hacer el camino hacia Egipto para beber el agua de Geón, que está contaminada? (Jr 2,18). ¿En qué te benefician estos pensamientos turbulentos, hasta el extremo de sufrir tales penas? Conviértete, más bien, y llora sobre tus pecados. Está escrito, en efecto: Si hacen una oferta por sus pecados, sus almas tendrán una descendencia que vivirá por mucho tiempo (Is 53,10).
Oh hombre, has visto que la transgresión es una cosa mala, y cuánto sufrimiento y angustia engendra el pecado. Pronto, huye, oh hombre, del pecado, piensa en seguida en la muerte. Está escrito: El hombre sensato trata duramente al pecado (Pr 29,8), y: El rostro de los ascetas resplandecerá como el sol (Mt 13,43; Dan 12,3). Acuérdate también de Moisés: Prefirió sufrir con el pueblo de Dios, antes que gozar de las delicias momentáneas del pecado (Hb 11,25). Si amas el sufrimiento de los santos, ellos serán tus amigos e intercesores ante Dios y el te concederá todas tus justas peticiones, pues has llevado tu cruz y has seguido a tu Señor.
No busques un puesto de honor entre los hombres, para que Dios te proteja contra las tempestades que tú no conoces y te establezca en su ciudad, la Jerusalén celestial. Examina todo y quédate con lo que bueno (1 Ts 5,21). No seas altanero frente a la imagen de Dios. Vigila sobre tu juventud, para velar sobre tu ancianidad. Que no debas experimentar vergüenza o reproches en el valle de Josafat, allí donde todas las criaturas de Dios te verán y te increparán diciendo: "Siempre habíamos pensado que eras una oveja y aquí, en cambio, hemos constatado que eres un lobo! Vete ahora al abismo del infierno, arrójate en el seno de la tierra" (Is 14,15). Qué gran vergüenza! En el mundo eras alabado como un elegido, pero cuando llegaste al valle de Josafat, al lugar del juicio, te han visto desnudo, y todos contemplan tus pecados y tu inmundicia expuestos ante Dios y los hombres. Pobre de ti en aquella hora! ¿Hacia dónde volverás tu rostro? ¿Abrirás acaso tu boca? ¿Qué dirás? Tus pecados están impresos sobre tu alma negra como un cilicio. ¿Qué harás entonces? ¿Llorarás? Tus lágrimas no serán recibidas. ¿Suplicarás? Tus súplicas no serán recibidas, porque no tienen piedad aquellos a los cuales te has entregado. Pobre de ti en aquella hora, cuando oigas la voz severa y terrible: Los pecadores, vayan al infierno (Sal 9,18), y también: Apártense de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). Y también: A los que cometieron transgresiones yo los he detestado (Sal 100,3). Borraré de la ciudad del Señor a todos aquellos que obran el mal (Sal 100,8).
Hijo mío, usa de este mundo con circunspección, avanza considerándote nada, sigue al Señor en todas las cosas para estar seguro en el valle de Josafat. Que el mundo te mire como a uno de aquellos que han sido despreciados; a fin de que en el día del juicio, en cambio, tu seas hallado revestido de gloria! Y no confíes a nadie tu corazón en lo que atañe al descanso de tu alma, sino confía todos tus anhelos al rey el te sustentará (Sal 54,23). Mira a Elías, confió en el Señor en el torrente Querit y fue alimentado por un cuervo.
Cuídate atentamente de la fornicación. Ésta ha herido y hecho caer a muchos. No te hagas amigo de un joven. No corras detrás de las mujeres. Huye de la complacencia del cuerpo, porque las amistades inflaman como llamas. No corras tras ninguna carne, porque si la piedra cae sobre el hierro, la llama se inflama y consume todas las sustancias. Refúgiate siempre en el Señor, siéntate a su sombra, porque quien vive bajo la protección del Altísimo, habitará a la sombra del Dios del cielo (Sal 90,1), y no vacilará nunca (Sal 124,1). Acuérdate del Señor y que suba a tu corazón el pensamiento de la Jerusalén celestial; estarás bajo la bendición del cielo y la gloria de Dios te custodiará.
Vigila con toda solicitud tu cuerpo y tu corazón. Busca la paz y la pureza (Hb 12,14), que están unidas entre sí, y verás a Dios. No tengas disputas con nadie, porque quien está en alguna pelea con su hermano, es enemigo de Dios y quien está en paz con su hermano, está en paz con Dios. ¿No has aprendido ahora que nada es más grande que la paz que conduce al amor mutuo? Incluso si estás libre de todo pecado, pero eres enemigo de tu hermano, te haces extraño a Dios; está escrito, en efecto: Busquen la paz y la pureza (Hb 12,14), porque están unidas entre sí. Está escrito asimismo: Aunque tuviese toda la fe como para mover montañas, si no tengo la caridad del corazón, de nada me serviría (1 Co 13,2-3). La caridad edifica (1 Co 8,1). ¿Qué cosa podría ser purificada de la impureza? (Si 34,4). Si sientes en tu corazón odio o enemistad, ¿dónde está tu pureza? El Señor dice por Jeremías: Dirige a su prójimo palabras de paz, pero hay enemistad en su corazón, habla amablemente a su prójimo pero hay enemistad en su corazón, o alimenta pensamientos de enemistad. ¿Contra esto no deberé encolerizarme? dice el Señor. ¿O de un pagano como éste mi alma no deberá vengarse? (Jr 9,5-9). Es como si dijese: "El que es enemigo de su hermano, ése es un pagano, porque los paganos caminan en las tinieblas, sin conocer la luz. Así, quien odia a su hermano camina en las tinieblas y no conoce a Dios. El odio y la enemistad, en efecto, han cegado sus ojos y no ve la imagen de Dios.
El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos persiguen. En qué peligro nos encontramos entonces, si nos odiamos unos a otros, (si odiamos) a nuestros miembros-hermanos unidos a nosotros, los hijos de Dios, renuevos de la verdadera vid, ovejas del rebaño espiritual reunidas por el verdadero pastor, el Unigénito de Dios, que se ofreció en sacrificio por nosotros! Por esta obra grandiosa el Verbo viviente ha padecido esos sufrimientos. ¿Y tú, oh hombre, la odias por envidia y vanagloria, por avaricia o por arrogancia? Así, el enemigo te ha descarriado para hacerte extraño a Dios. ¿Qué defensa presentarás delante de Cristo? Él te dirá: "Odiando a tu hermano me odias a mí". Irás, pues, al castigo eterno, porque has alimentado la enemistad hacia tu hermano; en cambio, tu hermano entrará en la vida eterna, porque se ha humillado delante de ti por causa de Jesús.
Busquemos entonces los remedios para este mal antes de morir. Queridísimos, dirijámonos al evangelio de la verdadera ley de Dios, el Cristo, y le oiremos decir: No condenen para no ser condenados, perdonen y serán perdonados (Lc 6,37). Si no perdonas, tampoco serás perdonado. Si estás en peleas con tu hermano, prepárate para el castigo por tus culpas, tus transgresiones, tus fornicaciones realizadas ocultamente, tus mentiras, tus palabras obscenas, tus malos pensamientos, tu avaricia, tus malas acciones de las que rendirás cuenta al tribunal de Cristo, cuando todas las creaturas de Dios te contemplarán y todos los ángeles del entero ejército angélico estarán presentes con sus espadas desenvainadas, obligándote a justificarte y a confesar tus pecados; y tus vestidos estarán todos manchados y tu boca permanecerá cerrada; estarás aterrado sin tener nada que decir! Desventurado, ¿de cuántas cosas deberás rendir cuentas? Impurezas innumerables, que son como un cáncer para tu alma, deseos de los ojos, malos pensamientos que entristecen al Espíritu y afligen el alma, palabras inconvenientes, lengua fanfarrona que mancha todo el cuerpo, bromas, malas diversiones, maledicencias, celos, odios, burlas, ofensas contra la imagen de Dios, condenas, deseos del vientre que te han excluido de los bienes del paraíso, pasiones, blasfemias que es vergonzoso mencionar, malos pensamientos contra la imagen de Dios, cólera, disputas, obscenidades, arrogancia de los ojos, deseos perversos, falta de respeto, vanidades. Sobre todo esto serás interrogado, porque has pleiteado con tu hermano y no has resuelto el pleito, como hubieras debido, en el amor de Dios. ¿Nunca has oído decir que la caridad cubre una multitud de pecados (1 P 4,8)? Y Su Padre que esta en los cielos hará con ustedes lo mismo si no se perdonan mutuamente en sus corazones (Mt 18,35). Su Padre que está en los cielos no les perdonará sus pecados.
He aquí, queridos míos, que ustedes saben que nos hemos revestido de Cristo, bueno y amigo de los hombres. No nos despojemos de Cristo a causa de nuestras malas obras. Hemos prometido la pureza a Dios, hemos prometido la vida monástica, cumplamos las obras que son: ayuno, oración incesante, la pureza de cuerpo y la pureza de corazón. Si hemos prometido a Dios la pureza, no nos ocurra que seamos sorprendidos en la fornicación, la cual asume formas variadas. Se ha dicho, en efecto: Se han prostituido de múltiples formas (Ez 16,25). Hermanos míos, que no nos sorprendan en obras de este género, qué no nos encuentren inferiores a todos los hombres!
Nos hemos prometido a nosotros mismos ser discípulos de Cristo; mortifiquémonos, porque la mortificación maltrata a la impureza. Esta es la hora de la lucha. No nos retiremos, por el temor de devenir esclavos del pecado. Hemos sido constituidos luz del mundo; que nadie se escandalice por causa nuestra. Revistámonos de silencio, pues muchos, en efecto, le deben su salvación.
Velen sobre ustedes mismos, hermanos! No seamos exigentes entre nosotros, por temor a que lo sean con nosotros en la hora del castigo. A nosotros, vírgenes, monjes, anacoretas, ciertamente se nos dirá: "Dame lo mío con los intereses. Nos increparán y nos dirán: "¿Dónde está el vestido de bodas? ¿Dónde está la luz de las lámparas? Si eres mi hijo, ¿donde esta mi gloria? Si eres mi siervo, ¿dónde mi temor? (Mal 1,6). Si me has odiado en este mundo, ahora apártate de mi porque no te conozco (Mt 7,23). Si has odiado a tu hermano, te has hecho extraño a mi reino. Si has estado en peleas con tu hermano y no lo has perdonado, te atarán las manos detrás de la espalda, te atarán los pies y te arrojarán a las tinieblas exteriores, donde habrá llantos y rechinar de dientes (Mt 22,13). Si has golpeado a tu hermano, serás entregado a los ángeles sin piedad y serás fustigado con el flagelo de las llamas eternamente. No has tenido respeto por mi imagen, me has insultado, me has despreciado y deshonrado, por eso yo no tendré respeto por ti en la aflicción de tu angustia. No has hecho las paces con tu hermano en este mundo, yo no estaré contigo en el día del gran juicio. Has insultado al pobre. Es a mí a quien has insultado. Has golpeado al desgraciado. Así te has hecho cómplice de quien me ha golpeado en mi humillación sobre la cruz.
¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida?. No padecí la muerte por tu causa, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio celestial, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? No te he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10,19)? ¿No te he dado múltiples remedios de vida con los cuales puedes salvarte: mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el mundo como con una armadura de guerra? Te los he dado para que te ciñas y derrotes a Goliat, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te me has convertido en un extraño? Sólo tu negligencia te precipita en el abismo infernal!".
Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente. Vigilemos sobre nosotros mismos y cuales son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los muertos.
Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos. Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todas esto, heredaremos la gloria de Dios.
Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para nosotros que debemos abstenernos de juzgar, para vencer la mentira, perverso vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.
Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en innumerables mortificaciones, hasta conquistar la pureza; sobre todo han huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males. Las turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados por el abuso del vino. Esta es una pasión llena de pecados, es la esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo y no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta, está escrito, fueron atontados por el vino (Is 28,7). El vino es licencioso, insolente la ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20,1). Cosa buena es el vino, si se bebe con moderación. Si vuelves tus ojos a las copas y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23,31). El que se haya preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la ebriedad.
Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba lleno de enfermedades. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré? Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno, despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y saciará de los bienes del cielo.
Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo. La humildad es el baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la salvación, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se lo revistió con una tela da cilicio. La humildad es cosa mínima delante de los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10,19). Está escrito, en efecto: ¿A quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66,2).
No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los deseos de su corazón. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: Ay de mí, oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que es recto entre los hombres no vive más según el Cristo; cada uno oprime a su prójimo (Mi 7,1-2).
Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han acortado. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que obedezca a su padre, han desaparecido las vírgenes rectas; los santos padres han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser como huérfanos; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres. Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios, y estaremos en la aflicción sin que haya nadie para consolarnos. Todo esto nos ha sucedido porque no hemos querido mortificarnos.
Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada. El trono está listo, la puerta del reino está abierta; al vencedor le daré el maná escondido. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con l grimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos renovaremos en la pureza. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús, amigo de los hombres.
Si hemos prometido a Dios la vida monástica, «hagamos las obras de la vida monástica que son: ayuno, pureza, silencio, humildad, ocultamiento», caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es (escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban valerosamente entraron en la sala de bodas. Qué cada uno de nosotros pueda entrar en ese lugar para siempre!
El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata, recuerda aquello que se dice en el evangelio: Insensato! Esta noche te será quitada la vida y aquello que has amontonado ¿para quien será? (Lc 12,20). Y también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 38,7).
Lucha, querido mío, combate contra las pasiones y di: "Haré como Abraham, levantaré mis manos hacia el Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la tierra (para atestiguar) que no tomaré nada de lo que es tuyo , ni un hijo, ni la correa de una sandalia (Gn 14,22-23)"; son bienes esenciales para un humilde extranjero. Y (di también) El Señor ama al prosélito, para proveerlo de pan y vestido (Dt 10,18). Igualmente a propósito de la pereza, por causa de la cual se nos combate: Acumula riquezas en vistas a la limosna y para los necesitados (Si 18,25). Recuerda que está escrito: Serán maldecidos tus graneros y todo lo que ellos contengan (Dt 28,17). A propósito del oro y de la plata, Santiago ha dicho: Su herrumbre se levantará en testimonio contra ustedes; la herrumbre devorará su carne como el fuego (St 5,3), y: Es superior el hombre justo que no tiene ídolos (Ba 6,72) y ve la su ignominia. Purifícate de la maldición, antes que el Señor te llame. Has puesto tu esperanza en Dios, porque está escrito: Que sus corazones sean puros y perfectos delante de Dios (1 R 8,61).
Querido mío, te saludo en el Señor. En verdad has puesto en Dios tu auxilio, él te ama, has caminado con todo el corazón según los mandamientos de Dios. Qué Dios te bendiga, que tus fuentes se vuelvan ríos y tus ríos un mar! Verdaderamente eres carro y auriga de la templanza. La lámpara de Dios arde delante de ti, que reflejas la luz secreta del Espíritu y dispones tus palabras con juicio. Que Dios te conceda la gracia de fuerza atlética de los santos, que no se encuentren ídolos en tu ciudad. Que puedas poner tu pie sobre el cuello del príncipe de las tinieblas, ver al generalísimo del ejército del Señor a tu derecha, sumergir al faraón y sus ejércitos y hacer atravesar a tu pueblo el mar salado, es decir ésta vida. Así sea!
Te ruego aún no dar reposo a tu corazón! Esta es la alegría de los demonios: hacer que el hombre conceda reposo a su corazón y arrastrarlo a la red antes que lo advierta. No seas negligente en aprender el temor del Señor, crece como las jóvenes plantas y agradarás a Dios, como un joven búfalo que levanta en alto sus cuernos y sus pezuñas. Sé un hombre fuerte en obras y palabras; no reces como los hipócritas, para que tu suerte no sea como la de ellos. No pierdas ni siquiera un día de tu existencia, conoce qué cosa le das a Dios cada día. Vive solo, como un general prudente. Discierne tu pensamiento, sea que vivas en la soledad, sea en medio de otros. Cada día, en suma, júzgate a ti mismo. Es mejor, en efecto, vivir en medio de un millar de hombres con toda humildad, que solo, en una guarida de hiena, con orgullo. De Lot, que vivía en medio de Sodoma se atestigua que era un excelente hombre de fe. Hemos escuchado, en cambio, respecto a Caín, con el cual no había sobre la tierra sino tres seres humanos, que fue un malvado.
Ahora se te propone la lucha. Examina lo que te ocurre cada día, para saber si estás en el número de los nuestros o en el de aquellos que nos combaten. Solamente a ti los demonios acostumbran a presentarse por tu derecha, a los demás hombres se les aparecen por la izquierda. También yo, en verdad, fui asaltado por la derecha; me llevaron al diablo atado como un asno salvaje, pero el Señor me socorrió; yo no confié en ellos y no les entregué mi corazón. Muchas veces fui tentado por insidias diabólicas a mi derecha, y (el diablo) se puso a caminar delante mío. Se atrevió incluso a tentar al Señor, pero éste lo hizo desaparecer junto con sus engaños.
Hijo mío, revístete de humildad, toma como consejeros tuyos a Cristo y a su Padre bueno; sé amigo de un hombre de Dios, que tenga la ley de Dios en su corazón, sé como un pobre que lleva su cruz y ama las lágrimas. Permanece de duelo también tú, con un sudario en la cabeza. Que tu celda sea para ti una tumba, hasta que Dios te resucite y te dé la corona de la victoria.
Si alguna vez llegas a litigar con un hermano que te ha hecho sufrir con una palabra suya, o si tu corazón hiere a un hermano diciéndole: "No mereces esto", o bien si el enemigo te insinúa contra alguien: "No merece esas alabanzas", si recibes la sugestión o el pensamiento del diablo; si crece la hostilidad de tu pensamiento; si estas en disputa con tu hermano, sabiendo que no hay bálsamo en Galaad, ni médico en la vecindad (Jr 8,22), refúgiate en seguida en la soledad con la conciencia en Dios, llora a solas con Cristo y el espíritu de Jesús le hablará a tu entendimiento y te convencerá de la plenitud del mandamiento. ¿Por qué debes luchar solo, igual que una fiera salvaje, como si este veneno estuviese dentro de ti?
Piensa que tú también has caído a menudo. ¿No has escuchado decir a Cristo: Perdona a tu hermano setenta veces siete (Mt 18,22)? ¿No has derramado lágrimas muchas veces suplicando: Perdóname mis innumerables pecados (Sal 24,18)? Si tú exiges lo poco que tu hermano te debe, en seguida el Espíritu de Dios pone delante tuyo el juicio y el temor de los castigos. Recuerda que los santos fueron considerados dignos de ser ultrajados. Recuerda que Cristo fue abofeteado, insultado y crucificado por tu causa; y él colmará inmediatamente tu corazón con la misericordia y el temor; entonces te postrarás en tierra llorando, y diciendo: "Perdóname, Señor, porque he hecho sufrir a tu imagen". Inmediatamente te levantarás con el consuelo del arrepentimiento y te arrojarás a los pies de tu hermano con el corazón abierto, con el rostro radiante, la sonrisa sobre los labios, irradiando paz y, sonriendo, le pedirás a tu hermano: "Perdóname, hermano mío, por haberte hecho sufrir". Que abunden tus lágrimas; después de las lágrimas viene una gran alegría. Que la paz exulte entre ustedes dos y el Espíritu de Dios, por su parte, se gozará y exclamará: Dichosos los pacíficos por que serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Cuando el enemigo oye el sonido de esta voz, queda confundido, Dios es glorificado y sobre ti desciende una gran bendición.
Hermano mío, éste es el tiempo de hacernos la guerra a nosotros mismos; tú sabes que por todas partes se levantan las tinieblas. Las Iglesias están llenas de litigantes y excitados, las comunidades monásticas se han vuelto ambiciosas, reina el orgullo. No hay ninguno que se ponga a servir al prójimo: en cambio, todos oprimen a su prójimo (Mi 7,2). Estamos inmersos en el dolor. No hay más profeta ni sabio. No hay ninguno que pueda convencer a otro, porque abunda la dureza de corazón. Quienes comprenden permanecen en silencio pues los tiempos son malos. Cada uno es Señor de sí mismo, se desprecia lo que no se debería despreciar.
Ahora, hermano mío, vive en paz con tu hermano. Y reza también por mí, porque no puedo hacer nada, sino que estoy atribulado por mis deseos. Tú vigila sobre ti en todas las cosas, esfuérzate, cumple tu obra de predicador. Permanece firme en la prueba, lleva a término el combate de la vida monástica con humildad, mansedumbre y temblor ante las palabras que escucharás. Custodia la virginidad, evita los excesos y esas abominables palabras poco oportunas; no te alejes de los escritos de los santos, sino que sé firme en la fe de Cristo Jesús nuestro Señor. A él sea la gloria, a su Padre bueno y al Espíritu Santo! Así sea! Bendícenos.

No hay comentarios: