jueves, 9 de mayo de 2013

Libro de Ezequiel

 

           
 
 
En su libro, el profeta Ezequiel sostenía que había tenido esta visión.
El Libro de Ezequiel es un libro bíblico del Antiguo Testamento que forma parte de los libros proféticos. Para los judíos está en el Tanaj, entre los Nevi'im (‘Libros de los profetas’), en la Biblia protestante se ubica entre Lamentaciones y Daniel, y en la Biblia católica entre Baruc y Daniel.

Autor

El texto se atribuye al profeta Ezequiel, cuyo nombre —que el libro ha heredado— significa en hebreo ‘prevalece [el dios ugarítico] Ël’ o ‘conforta Ël’. Hijo del sacerdote Buzi, probablemente había nacido en Jerusalén, o en uno de sus suburbios o aldeas cercanas. Según la historiografía bíblica tradicional, fue uno de los hebreos notables deportados a Babilonia por orden del rey Nabucodonosor II luego de la invasión y conquista de Israel por los caldeos, en o alrededor de 598 a. C. Incluido en la deportación forzosa, Ezequiel parece haber predicado entre los prisioneros en aquella tierra extraña.
Otros autores prefieren pensar que el profeta desempeñó su ministerio en Jerusalén (hasta 587 a. C., o sea que no fue deportado con el grupo de los dirigentes) y tiempo después se dirigió a Babilonia. Sin embargo, esta hipótesis es difícil de mantener, porque habría que modificar completamente el antiguo texto de su libro para sacar al autor de Tel Aviv y colocarlo en Jerusalén durante aquellos años.
Se desconoce el momento y lugar de su muerte, aunque la tradición indica que su tumba está cerca de Babilonia, en un lugar llamado Al Kifl.[1]

 Composición

La disposición sencilla y ordenada del libro de Ezequiel denota un laborioso proceso de organización y planeamiento, en base —según se cree— a diversos textos preexistentes.
Se presume que el propio profeta o un grupo de sus discípulos recopiló y ordenó la seguidilla de poemas, discursos y visiones contenidas en el texto actual, agregándole luego los datos cronológicos e históricos que lo convierten en un todo orgánico y armónico.

Contexto histórico

En tiempos de Ezequiel, la potencia dominante del mundo antiguo ha pasado a ser la Babilonia de Nabucodonosor, que domina desde las planicies escitas hasta Egipto y desde Persia hasta el Mediterráneo.
Una vez capturados por los caldeos y deportadas sus clases dirigentes al río Éufrates, los judíos pasarán a depender, en un cautiverio que durará más de medio siglo, de la buena voluntad del rey de sus carceleros.
Por voluntad del invasor victorioso, los judíos fueron divididos en dos grupos: los notables y famosos, clase dirigente de aquel tiempo, que fueron llevados en cadenas a la tierra del vencedor, y los pobres y humildes que fueron dejados en paz en su lugar de origen.
Ezequiel formaba parte del primer grupo, y es por ello muy probable que haya escrito su libro mientras se encontraba deportado en Mesopotamia. La fecha parece confirmarla el hecho de usar un sistema de fechas usado en el siglo VI a. C.[2]

Contexto religioso

En el Libro de Ezequiel, como el resto de los exiliados, el sabio profeta tiene una confianza inquebrantable en que Yahvéh protegerá a Israel, que Jerusalén no será destruida y que, tarde o temprano, el exilio terminará y todos podrán regresar gozosos a su Tierra Prometida.
En la capital, mientras tanto, la idolatría ha regresado con fuerza siempre renovada, y los dioses mesopotámicos se adoran ahora incluso en el Templo.
Al comprender los deportados, llegando a Babilonia, la verdadera dimensión del poderío caldeo, comienzan a desesperarse. Se les hace evidente que la potencia militar de Nabucodonosor II no puede ser derrotada por ninguna fuerza humana. Sin embargo, Yahvéh no ha movido un dedo para defender a los judíos de la captura y la esclavitud.
¿Dónde está? ¿Por qué no actúa? Estas preguntas son la raíz de la desazón hebrea en el exilio, y muchos comienzan a creer que la divinidad ha denunciado el Pacto y ha retirado su protección al pueblo elegido. Éste, por su parte, ha sido alejado por la fuerza de su Templo y ya no puede cumplir con la liturgia ni ofrecer los sacrificios debidos, razón de más para temer que Yahvéh se enoje con él.
Muchos judíos buscan una salida económica a sus necesidades materiales, olvidando lo espiritual para dedicarse a la banca, la usura o el comercio. Así, se resignan y se alejan de Yahvéh. Otros, por el contrario, intentan explicarse lo ocurrido atendiendo a las enseñanzas de los profetas.
Los elegidos, seleccionados por el sufrimiento y su preocupación existencial y religiosa (como Ezequiel), comenzarán a seguir el camino marcado por Isaías y Jeremías para trabajar en pos de la restauración definitiva, el regreso a casa y la constitución definitiva de Yahvéh como Señor de Israel y habitante exclusivo del Templo de Salomón.

Contenido

El libro de Ezequiel es mucho más ordenado y coherente que el de Jeremías, al menos bajo una mirada superficial.
En una versión simplificada, la estructura del libro es la siguiente:
  1. Introducción (1-3);
  2. Amenazas (4-24);
  3. Oráculos (25-32);
  4. Promesas (33-39); y
  5. Estatutos (40-48).
En la introducción, el Dios Yahvéh entrega al profeta los lineamientos de su misión profética, mientras que los capítulos siguientes detallan una larga serie de amenazas y futuros castigos para Jerusalén y Judá, para los falsos profetas y, en general, para todos los judíos que han pecado antes de la invasión de Nabucodonosor.
Luego vienen los oráculos contra las naciones que amenazan al judaísmo, tras lo cual se expresan gloriosas promesas de paz y felicidad para Israel: la restauración completa de la religión, del país, del Templo y la completa y absoluta derrota de las potencias agresoras.
El estatuto político-religioso final establece las normas que deberán regir a la comunidad hebrea cuando consiga liberarse de la deportación y regrese a la tierra que Yahveh reservó para ella.

Sentido religioso

La idea central que Ezequiel pretende transmitir con este texto es la responsabilidad de cada judío (18, 4). Esta individualización emparenta con otros libros proféticos e históricos en el sentido de que representa una evolución filosófica con respecto a las ideas de culpa y castigo colectivos que se veían en las versiones más primitivas de esta religión.
La responsabilidad individual debe, según este profeta, aplicarse a la conversión del infiel y a la elevación de uno mismo. Este concepto está relacionado con la renovación de la alianza del pueblo hebreo con Yahveh, y esta nueva alianza depende, precisamente, de la conversión.
La alianza vieja, ya perimida, respondía sólo a la Torá (la Ley), pero la moderna opera según la Ley y un nuevo tipo de organización social y religiosa.
Las visiones mesiánicas y escatológicas del profeta Ezequiel han influido indudablemente en la restauración judaica de tiempos posteriores y también y en gran medida en el perfeccionamiento ideológico cristiano que llega a su culminación con la venida de Cristo.
Es conocida la mención al rey de Tiro como si fuera el Querubín caído del Edén (Satanás).

 Cultura popular

En la película Pulp Fiction del director estadounidense Quentin Tarantino, Jules (interpretado por el actor Samuel L. Jackson) recita el capítulo 25, versículo 17 del Libro de Ezequiel cada vez que va a matar a alguien, haciéndolo un total de tres veces en la película. El pasaje se ha convertido en un icono cinematográfico debido a la manera en la cual Samuel Jackson lo interpreta. Dice así:
El camino del hombre recto está por todos lados rodeado por la injusticia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del valle de la oscuridad, porque él es el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquellos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos. Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé, cuando caiga mi venganza sobre ti.
Sin embargo, el verdadero pasaje bíblico del Libro de Ezequiel, capítulo 25 versículo 17 es mucho más corto y sencillo:
Y haré en ellos grandes venganzas con reprensiones de ira; y sabrán que yo soy Yahvé, cuando haga mi venganza en ellos.

Véase también

Referencias

  1. «Dhu'l Kifl Shrine». Consultado el 10-07-2008.
  2. Free, Joseph: Archaeology and Bible History, Scripure Press Publications 1950, pág. 226

Enlaces externos

Libro anterior:
Baruc
Ezequiel
(Libros proféticos)
Libro siguiente:
Daniel


En el 597 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, realizó una campaña contra Jerusalén. El rey Joaquín se rindió después de soportar un breve asedio y tuvo que pagar un pesado tributo. Como consecuencia de esta primera invasión, el reino davídico no quedó destruido, pero sí considerablemente diezmado. En efecto, con el fin de reafirmar su soberanía sobre Judá, Nabucodonosor destituyó a Joaquín y lo llevó cautivo a Babilonia con varios miles de deportados, entronizando en su lugar a Sedecías (17. 12-14; 2 Rey. 24. 8-17). Entre las víctimas de aquella primera deportación se encontraba un sacerdote de Jerusalén, llamado EZEQUIEL, nombre que significa "Dios es fuerte", o bien, "Que Dios fortalezca". El lugar de su destierro fue una colonia de exiliados instalada en Tel Aviv, población situada junto al río Quebar, en las cercanías de Babilonia. Allí vivía acompañado de su esposa, cuando tuvo la deslumbrante visión que lo convirtió en profeta del Señor. A partir de ese momento, ejerció su actividad profética a lo largo de más de veinte años, entre el 593 y el 571 a. C.
La pertenencia de Ezequiel a la clase sacerdotal dejó una huella profunda en su mensaje. Así lo manifiestan su interés por las instituciones cultuales, su preocupación por separar lo sagrado de lo profano (45. 1-6; 48. 9-14), su horror por las impurezas legales (4. 14; 44. 6-8) y su competencia para resolver casos de moral y derecho, función esta específica de los sacerdotes (20. 1). Pero su máxima preocupación es el Templo, ya sea el Templo presente, contaminado por toda suerte de ritos idólatras (8. 1-18), ya sea el Santuario de la nueva Jerusalén, donde la Gloria del Señor habitará para siempre (43. 1-9) y cuyo diseño él describe minuciosamente (caps. 40-48). El pensamiento y el estilo de Ezequiel están hondamente arraigados en la tradición sacerdotal, así como los de su contemporáneo Jeremías reflejan cierta influencia de la corriente "deuteronomista".
Sin embargo, Ezequiel fue ante todo un profeta. El Señor lo estableció como "un presagio para el pueblo de Israel" (12. 6; 24. 24), y él puso en evidencia ante los exiliados en Babilonia que había "un profeta en medio de ellos" (2. 5; 33. 33). Su función fue semejante a la del "centinela", encargado de dar el grito de alerta ante la inminencia del peligro y, al mismo tiempo, responsable de aquellos que se perdían por no haber sido alertados oportunamente (3. 16-21).
A través de sus escritos, Ezequiel se manifiesta como una personalidad sumamente desconcertante. El lector queda desorientado ante sus sorprendentes acciones simbólicas (4. 1-3; 5. 1-4; 12. 1-20), ante sus posturas extravagantes (4. 4-8) y sus transportes extáticos (11. 1-13; 37. 1-14; 40. 1-4). Estos mismos elementos ya habían aparecido en otros profetas anteriores a él. Pero mientras que Oseas, Isaías o Jeremías se valen de ellos con cierta discreción, Ezequiel parece complacerse en emplearlos hasta resultar chocante. Por ese modo de proceder, se lo ha tachado de "excéntrico" e incluso se ha pensado que padecía de ciertas perturbaciones síquicas. Lo cierto es que poseía un genio excepcionalmente sensible e imaginativo, a la vez que complejo y paradójico. Era un "visionario" en el mejor sentido del término. Pero eso no le impedía expresarse a veces con la fría precisión de un jurista y la sutileza de un casuista o bien detenerse minuciosamente en la seca enumeración de detalles arquitectónicos.
El libro de Ezequiel aparece a primera vista como un conjunto sólidamente estructurado. Después de la introducción dedicada a relatar la vocación del profeta (1. 4-3. 21), siguen cuatro partes que tratan temas bien definidos. Dentro de este plan lógico, es fácil descubrir algunas repeticiones, interrupciones bruscas y ampliaciones, debidas en gran parte al trabajo redaccional de los discípulos del profeta, que dieron al Libro su forma definitiva.
Los grandes temas de Ezequiel han encontrado un profundo eco en el Nuevo Testamento, sobre todo en el Evangelio según san Juan. La Morada definitiva de Dios entre los hombres, anunciada por Ezequiel (37. 27), es Jesucristo (Jn. 1. 14). Él es también el Buen Pastor que congrega a su Pueblo (34. 11-16; Jn. 10. 11-16), lo hace renacer por el agua y el Espíritu (36. 25-27; Jn. 3. 5) y le da la Vida (37. 1-14; Jn. 11. 25-26). Las visiones de Ezequiel son asimismo el punto de partida de casi todas las imágenes con que el Apocalipsis describe la Nueva Jerusalén, cuyo Templo "es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero" (Apoc. 21. 22).



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