sábado, 20 de abril de 2013

¿También ustedes se quieren marchar?

Juan 6, 60-69. Pascua. Solo en Cristo encontraremos el lugar que esperamos. Él tiene palabras de vida eterna.
 
¿También ustedes se quieren marchar?
Del santo Evangelio según san Juan 6, 60-69

En aquel tiempo muchos discípulos de Jesús al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

Oración introductoria

Dios mío, no quiero ser de los que traicionan, porque ¿a quién iría? Sólo Tú me puedes dar la luz y fuerza que necesito para dejar mi autosuficiencia y mi egoísmo. Creo, espero y te amo, permite que pueda tener un encuentro contigo en esta oración.

Petición

Dios mío, no permitas que las preocupaciones del mundo me distraigan en mi oración.

Meditación del Papa

"¿También vosotros queréis marcharos?" Esta pregunta provocadora no se dirige sólo a los que entonces escuchaban sino que alcanza a los creyentes y a los hombres de todas las épocas. También hoy muchos se escandalizan ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y de practicar. Entonces hay quien rechaza y abandona a Cristo; hay quien trata de adaptar su palabra a las modas desvirtuando su sentido y valor. "¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en el corazón y espera de cada uno una respuesta personal. Jesús, de hecho, no se contenta con una pertenencia superficial y formal, no le basta una primera adhesión entusiasta; es necesario, por el contrario, participar durante toda la vida en su pensar y querer. Seguirle llena el corazón de alegría y dan sentido pleno a nuestra existencia, pero comporta dificultades y renuncias, pues con mucha frecuencia hay que ir contra la corriente. (Benedicto XVI, 23 de agosto de 2009).

Reflexión

Varias personas piensan que la doctrina de la Iglesia es inaceptable. ¿Por qué el Papa no permite el aborto, ni la eutanasia, ni el uso de los anticonceptivos? ¿Por qué los curas no pueden casarse? Y por eso muchos deciden dar la espalda a la Iglesia.

La historia se repite. Los discípulos de Jesús no podían con toda la doctrina. Sobre todo, aquello de comer el Cuerpo de Cristo. Por eso, muchos de ellos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Jesús se quedaba solo. Cada uno prefería buscar la felicidad por su cuenta, al margen de la voluntad de Dios. Apenas le quedaba una docena de seguidores, sus apóstoles. ¿Y vosotros, también queréis marcharos? Terrible pregunta. Pero estupenda respuesta: ¿A quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Es triste ver cómo miles de personas caen diariamente en manos de las sectas, buscando otras palabras diferentes a las de Cristo, que son las que defiende la Iglesia. Sin embargo, no debemos perder la esperanza de que un día se darán cuenta del engaño de esos grupos y decidirán regresar al seno de la familia católica, porque es allí donde se encuentran las verdaderas palabras de Jesús.

Propósito

Delicadeza y alegría para darle todo a Dios, y dárselo en el amor.

Diálogo con Cristo

Jesús mío, quiero seguirte día a día y servirte en los demás. No quiero marcharme ni quedarme atrás, quiero caminar al paso que necesita la Iglesia. Cumplir con mis deberes de estado y con mi apostolado de extender tu Reino por medio de la caridad. Por eso te doy gracias por este momento de oración que puede transformar mis deseos en una hermosa realidad.

 
 
sábado 20 Abril 2013
Sábado de la tercera semana de Pascua
Santa Inés Montepulciano
 
 
 
Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II : “Tú tienes palabras de vida eterna”
Lecturas
Hechos 9,31-42.

La Iglesia por entonces gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se edificaba, caminaba con los ojos puestos en el Señor y estaba llena del consuelo del Espíritu Santo.
Pedro, que recorría todos los lugares, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida.
Allí encontró a un tal Eneas, que era paralítico y desde hacía ocho años yacía en una camilla.
Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla tu cama.» Y de inmediato se levantó.
Todos los habitantes de Lida y Sarón lo vieron y se convirtieron al Señor.
En Jope había una discípula llamada Tabita (o Dorcas en griego), que quiere decir Gacela. Hacía muchas obras buenas y siempre ayudaba a los pobres.
Por aquellos días enfermó y murió: después de lavar su cuerpo, lo pusieron en la habitación del piso superior.
Como Lida está cerca de Jope, los discípulos, al saber que Pedro estaba allí, mandaron a dos hombres con este recado: «Ven inmediatamente a donde nosotros.»
Pedro se fue sin más con ellos. Apenas llegó lo hicieron subir a la habitación del piso superior, donde le presentaron a todas las viudas, que estaban llorando, y le mostraban las túnicas y mantos que Tabita hacía mientras vivía con ellas.
Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró. Luego se volvió al cadáver y dijo: «Tabita, levántate.»
Ella abrió los ojos, reconoció a Pedro y se sentó. El le dio la mano y la ayudó a levantarse; luego llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva.
Esto se supo en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor.

Salmo 116(115),12-13.14-15.16-17.

¿Cómo le devolveré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa por una salvación
e invocaré el nombre del Señor;
cumpliré mis promesas al Señor
en presencia de todo su pueblo.
Tiene un precio a los ojos del Señor
la muerte de sus fieles:
«¡Mira, Señor, que soy tu servidor,
tu servidor y el hijo de tu esclava:
tú has roto mis cadenas!»
Te ofreceré el sacrificio de acción de gracias
e invocaré el nombre del Señor.
 
Juan 6,60-69.

Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: «¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo?»
Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les desconcierta lo que he dicho?
¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del Hombre subir al lugar donde estaba antes?
El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar.
Y agregó: «Como he dicho antes, nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirle.
Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también ustedes?»
Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Nosotros creemos y sab emos que tú eres el Santo de Dios.»

Extraído de la Biblia Latinoamericana.
 
Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Divina Revelación (Dei Verbum), § 24-26
“Tú tienes palabras de vida eterna”
    La Sagrada Escritura contiene la  palabra de Dios, y en cuanto
inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el
alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la
predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en
puesto privilegiado la homilía, recibe de la Escritura alimento saludable y
por ella da frutos...
    El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la
lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de
Jesucristo” (Flp 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo
(S. Jerónimo). Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan
llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras
instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por
todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia.
Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la
oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios
hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (S.
Ambrosio)...
    Que de este modo, por la lectura y estudio de los Libros sagrados, “se
difunda y brille la palabra de Dios” (2Tes 3,1); que el tesoro de la
revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando los corazones de los
hombres. Y como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación
asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo
impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la palabra de Dios,
“que dura para siempre” (Is 40,8; 1P 1,23).

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