jueves, 18 de abril de 2013

Roberto de Molesmes, Santo

Abad, 17 de abril
 
Roberto de Molesmes, Santo
Roberto de Molesmes, Santo

Abad

Martirologio Romano: En el monasterio de Molesmes, en Francia, san Roberto, abad, el cual, deseoso de una vida monástica más sencilla y más estricta, ya fundador de monasterios y superior esforzado, ya director de ermitaños y restaurador eximio de la disciplina monástica, fundó el monasterio de Cister, que rigió como primer abad, y llamado de nuevo como abad a Molesmes, allí descansó en paz. ( 1111)

Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.

Fecha de canonización: En el año 1222 por el Papa Honorio III.
Fue uno de los fundadores de la orden Cisterciense en Francia.

A los 15 años ingresó a la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser el prior. Hacia el año 1060 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre, pero no fue capaz de reformar dicha abadía, que se había relajado mucho, por lo que regresó a Montier-la-Celle.

Algunos eremitas que vivían en el bosque de Colan, le pidieron que dirigiera un nuevo monasterio. Obtuvo la autorización del Papa Gregorio VII para fundar un monasterio en Molesmes en el año 1075.

La construcción consistía inicialmente de unas simples chozas hechas con ramas, que rodeaban una capilla dedicada a la Santísima Trinidad. Esta comunidad se hizo rápidamente conocida por su piedad y santidad.

La comunidad creció y comenzó a aumentar su riqueza, lo que atrajo a monjes poco piadosos que dividieron a los hermanos. Roberto quiso alejarse de Molesmes dos veces, pero el Papa le ordenó volver.

Sin embargo, el año 1098, Roberto y algunos de sus monjes dejaron Molesmes con la intención de no volver jamás y fundaron el monasterio de Cîteaux (Císter). Sin embargo, en 1100 los monjes de Molesmes le pidieron a Roberto que volviera, resolviendo obedecer la Regla de San Benito.

Él volvió y dirigió el monasterio, que bajo su tutela llegó a ser uno de los mayores centros de la Orden Benedictina. El monasterio de Citeaux, bajo la dirección de Alberico fue uno de los lugares de origen de la nueva Orden Cisterciense, que llegaría a ser famosa en el siglo XII con Bernardo de Claraval.

Roberto murió el 17 de abril de 1111.

La fiesta fue fijada inicialmente el 29 de Abril, pero luego fue transferida al 17 de Abril.
 

Roberto de Molesmes.  

San Roberto de Molesmes
Foundersofciteaux.jpg
Los fundadores del Císter
Nacimiento1028
Champagne, Francia
Fallecimiento17 de abril de 1111
Canonización1220
Festividad17 de abril
San Roberto de Molesmes (c. 1028 - 1111), abad, fue uno de los fundadores de la Orden del Císter en Francia.
A los 15 años ingresó en la abadía de Montier-la-Celle, de la que llegó a ser el prior. Hacia el año 1060 fue nombrado abad de Saint Michel-de-Tonnerre, pero no fue capaz de reformar dicha abadía, que se había relajado mucho, por lo que regresó a Montier-la-Celle.
Algunos eremitas que vivían en el bosque de Colan, le pidieron que dirigiera un nuevo monasterio. Obtuvo la autorización del Papa Gregorio VII para fundar un monasterio en Molesmes en el año 1075. La construcción consistía inicialmente de unas simples chozas hechas con ramas, que rodeaban una capilla dedicada a la Santísima Trinidad. Esta comunidad se hizo rápidamente conocida por su piedad y santidad. La comunidad creció y comenzó a aumentar su riqueza, lo que atrajo a monjes poco piadosos que dividieron a los hermanos. Roberto quiso alejarse de Molesmes dos veces, pero el papa le ordenó volver.
El año 1098, Roberto y algunos de sus monjes dejaron Molesmes con la intención de no volver jamás y fundaron el monasterio de Cîteaux (Císter). Sin embargo, en 1100 los monjes de Molesmes le pidieron a Roberto que volviera, resolviendo obedecer la Regla de San Benito. Finalmente volvió y dirigió el monasterio, que bajo su tutela llegó a ser uno de los mayores centros de la Orden Benedictina. El monasterio de Cîteaux, bajo la dirección de Alberico fue uno de los lugares de origen de la nueva Orden Cisterciense, que llegaría a ser famosa en el siglo XII con Bernardo de Claraval.
Roberto murió el 17 de abril de 1111. El papa Honorio III le canonizó en 1220. Se le conmemoraba en el aniversario de su muerte, pero más tarde la fiesta se trasladó al 29 de abril, en un intento de unificación de los martirologios romano, benedictino y cisterciense.[1]

 Referencias

 Enlaces externos

Orden del Císter


San Roberto de Molesmes recibe
a San Bernardo en la Orden

+ Orden Cisterciense de la Común Observancia (O.Cist)

La Orden del Císter tiene su origen en la fundación de la Abadía de Citeaux (Francia) en 1098 por San Roberto de Molesmes, con la colaboración de San Alberico y San Esteban Harding. El Santo Fundador y sus compañeros deseaban llevar a cabo una reforma del monacato benedictino que consideraban alejado del auténtico espíritu de San Benito, a tenor del género de vida relajado y mundano que se había instalado en tantas abadías benedictinas. Contribuyó a su desarrollo y expansión San Bernardo de Claraval (1090-1153), considerado el maestro espiritual de la Orden. En 1132 se funda el primer monasterio de monjas Cistercienses en Tart-l´Ábbaye (Francia). La restauración de la Regla Benedictina llevada a cabo por la Orden del Císter se centraba en el ascetismo monástico apoyado por el silencio y la soledad, el rigor litúrgico pues para cantar las alabanzas del Señor vinieron los monjes al monasterio, y el trabajo manual al que tanta importancia concedió San Benito y cuyo abandono es sintomático de la relajación del monacato.


San Bernardo imprimió un fuerte fervor mariano en la Orden

Gran novedad en la Orden del Císter fue el vínculo que unía en la observancia de la Regla y la caridad las diferentes abadías. Entre 1114 y 1118, el Abad de Citeaux, San Esteban Harding, redactó la Carta de Caridad que es el texto constitucional de la Orden. Este texto instauraba una disciplina uniforme en el conjunto de las abadías. Cada abadía, aun conservando una gran autonomía, dependía de una abadía madre: la que la fundó o aquella a la que estuviese vinculada. Establecía a su vez la figura del Abad Visitador y un Capítulo General de la Orden, supremo órgano moderador de la misma.


Ruinas del Monasterio de Moreruela (Zamora)

Con la Desamortización de Mendizábal de 1835, desaparecieron en España todos los monasterios cistercienses masculinos, quedando los de las monjas Cistercienses bajo la jurisdicción de los obispos. A finales del s. XIX comienza la restauración de los Cistercienses de la Común Observancia en España; no obstante son pocos los monasterios restaurados. Actualmente existen 2 monasterios masculinos. Los monasterios femeninos son 18.

En España existen a día de hoy dos Congregaciones de la O.Cist:


Comunidad del Monasterio de San Andrés de Arroyo (Palencia)

* Congregación de San Bernardo de Castilla (femenina):
- Monasterio de Nuestra Señora de Alconada en Ampudia de Campos (Palencia).
- Monasterio de San Quirce y Santa Julita en Valladolid (Valladolid).
- Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad Bernarda en Madrid (Madrid).
- Monasterio del Santísimo Sacramento en Boadilla del Monte (Madrid).
- Monasterio de San Vicente el Real en Segovia (Segovia).
- Monasterio de Santa María de Barria en Oyón (Álava).


Monjes de Santa María de Poblet

* Congregación de Aragón:

. Monasterios masculinos:


. Monasterios femeninos:


+ Orden Cisterciense de la Estricta Observancia (OCSO): Trapenses

La Orden Cisterciense de la Estricta Observancia nace como una vuelta a los orígenes del Císter. Su promotor fue Dom Armand Jean le Bouthillier de Rancé, que lideró la vuelta a la primitiva observancia en el Monasterio de la Trapa (Francia) en 1664. Permaneció como una rama reformada de la Orden hasta su independencia concedida por León XIII en 1893. La nueva Orden se basaba en la Carta de Caridad y en las tradiciones cistercienses interpretadas por el Abad de Rancé. En 1902, León XIII les impuso el nombre de Orden de Cistercienses Reformados o de la Estricta Observancia. A raíz de la Desamortización de Mendizábal de 1835 que confiscó los bienes de las Órdenes monásticas y las suprimió, los monasterios Cistercienses de la Común Observancia de España quedaron abandonados. En el último cuarto del s. XIX comenzó la restauración de la vida monástica en España. Los Cistercienses de la Estricta Observancia con renovado impulso consiguieron a lo largo del s. XX recuperar algunos de los antiguos monasterios que habían sido de los Cistercienses de la Común Observancia y de los Benedictinos. A día de hoy, la inmensa mayoría de los monasterios masculinos de Cistercienses en España son de la Estricta Observancia (Trapenses).


Comunidad del Monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos)

* Monasterios masculinos de la Orden en España:

- Monasterio de Santa María de Viaceli (Cantabria).
- Monasterio de Monte Sión (Toledo).

* Monasterios femeninos de la Orden en España: Al llegar los Trapenses a España durante el s. XIX, algunos monasterios de monjas Cistercienses pasaron a la Estricta Observancia; otros son de nueva fundación. La primera “Trapa femenina” española fue la de Santa María de San José en Alloz (Navarra).

- Monasterio de Santa María Gratia Dei en Benaguacil (Valencia).
- Monasterio de Santa María la Real en Arévalo (Ávila).
- Monasterio de Nuestra Señora de la Paz en La Palma (Murcia).


Comunidad del Monasterio de Villamayor de los Montes (Burgos)

* Congregación Cisterciense de San Bernardo de España o de las Huelgas Reales (femenina): Esta Congregación de la OCSO nace en 1994 con la integración de aquellos monasterios de monjas que si bien históricamente pertenecían a la Orden Cisterciense de la Común Observancia, habían iniciado un progresivo acercamiento y vinculación espiritual con la OCSO, promovido por el hecho de la práctica inexistencia de monjes O.Cist en España. Tras el proceso pertinente, los monasterios aglutinados en la Congregación de San Bernardo se integraron de manera definitiva en la OCSO.

- Monasterio de San Miguel de las Dueñas en San Miguel de las Dueñas (León).
- Monasterio de San Clemente en Toledo (Toledo).
- Monasterio de Santa María la Real en Villamayor de los Montes (Burgos).
- Monasterio de S. Joaquín y Sta. Ana en Valladolid (Valladolid).
- Monasterio de Sta. María la Real en Gradefes (León).
- Monasterio de Santa María de Jesús en Salamanca (Salamanca).
- Monasterio de la Encarnación en Talavera de la Reina (Toledo).
- Monasterio de la Encarnación en Córdoba (Córdoba).
- Monasterio de la Purísima Concepción en Villarrobledo (Albacete).
- Monasterio de la Purísima Concepción en Córdoba (Córdoba).
- Monasterio de San Ildefonso en Teror (Gran Canaria).
- Monasterio de Ntra. Sra. del Río y San José en Liérganes (Cantabria).
- Monasterio de la Santísima Trinidad en Breña Alta (Tenerife).
- Monasterio de las Calatravas en Burgos (Burgos).


Comunidad del monasterio de San Bernardo (Burgos)
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Es preciso recordar que tras la reforma del Císter y de la Trapa se encontraban verdaderas situaciones de necesidad, que obligaron en conciencia, bien a San Roberto de Molesmes o al Abad de Rancé, a comenzar de nuevo tras los pasos del Evangelio de Jesús y la Regla de San Benito. Por ejemplo, en el contexto histórico de San Roberto, los monasterios benedictinos se habían convertido en auténticos latifundios agrícolas, donde los abades actuaban como señores feudales, despreocupándose de la comunidad monástica que en muchos casos vivía alejada del primitivo fervor y observancia. San Roberto quiso retomar a la primitiva pobreza, la alabanza divina (abandonada en algunos monasterios) y el trabajo manual (abandonado por algunos benedictinos en pos de un más que sospechoso trabajo intelectual que se resolvía a efectos prácticos en holgazanería, con lo que los monjes no vivían de su trabajo sino de las rentas del monasterio).

Tristemente, con el transcurso del tiempo, la Orden del Císter volvió a caer en el mismo error, siendo escandaloso el hecho de que por abades cistercienses se encontrasen miembros de la nobleza y del alto clero que ni siquiera residían en los monasterios, pero que por dicho cargo recibían cuantiosas sumas de dinero. El Abad de Rancé quiso de nuevo retornar a la pobreza y simplicidad de vida del monje. A día de hoy, gracias a Dios, estas intromisiones del mundo en los monasterios no se dan con tanta virulencia, y tantos los Cistercienses de la Común Observancia como los Cistercienses de la Estricta Observancia viven su vida monástica centrada en la búsqueda de la unión con Dios a través de la oración litúrgica y personal, de la Lectio Divina y del trabajo manual, siguiendo el camino trazado por San Benito en su Regla.


Comunidad del Monasterio de Santa María de Huerta (Soria)

Conocer el monasterio para elegir la comunidad adecuada

Ahora bien, la observancia y las costumbres varían de un monasterio a otro. No es lo mismo ingresar en un monasterio que en otro aunque sean de la misma Orden. Lo prudente y aconsejable es visitar in situ varios monasterios para comprobar cómo transcurre en ellos la vida y verificar qué espíritu es con el que el vocacionado se siente más identificado. Y en nuestra opinión, lo más importante es el componente humano de dichos monasterios: sus monjes y monjas. Es necesario conocer a la comunidad monástica para intuir qué clases de relaciones fraternas basadas en la caridad se dan entre sus miembros. Y como en todas partes, en los monasterios hay de todo.

La espiritualidad del Císter


Madre de los Cistercienses

La Orden del Císter surgió como un intento de recuperar la vida benedictina en su naturalidad y sencillez originales, encarnando la Regla de San Benito en su pureza e integridad, en su rectitud y en su verdad. La vida cisterciense implica vida de desierto, ciudad y escuela. En cuanto desierto, el monasterio es un espacio de soledad, un lugar ascético, de combate espiritual y purificación, de vacío y silenciamiento interiores, que pretende abrir el alma a la escucha de la Palabra de Dios.


En tanto que ciudad expresa la dimensión comunitaria de la vida cisterciense como cristalización de la comunidad cristiana ideal: una comunidad mística de creyentes transformados en Cristo por la asimilación a la Palabra y unidos entre sí por el amor ordenado y la concordia.

"La Divina Providencia, por una gracia admirable, dispuso que en estos desiertos en que habitamos tengamos la quietud de la soledad sin carecer, no obstante, del consuelo de una agradable y santa compañía. Cada uno puede sentarse solitario y callar, ya que nadie le dirige la palabra; por otra parte, no puede decir: 'pobre del que está solo, porque no tiene a nadie que lo reanime ni lo levante si cae'. Vivimos rodeados de muchas personas, y a pesar de ello no estamos en medio del tumulto, vivimos como en una ciudad y, sin embargo, ningún ruido nos impide oír la voz del que clama en el desierto, con tal que guardemos el silencio interior tanto como el exterior". (Beato Guerrico O.Cist)


San Benito considera su monasterio como una escuela y un taller espiritual: la idea del monasterio como una escuela en la que Cristo es el Maestro. La escuela monástica ofrece una enseñanza existencial, espiritual, integral, impartida por la escucha de la Palabra de Dios, que enseña el camino de los mandamientos por el que los monjes corren, como dice la Regla, con el corazón dilatado. En definitiva, el objetivo de la vocación cisterciense consiste en buscar a Dios en una vida de sencillez, en la escucha de su Palabra, en oración personal y litúrgica y en el trabajo manual, todo ello en un marco de soledad y silencio, y gozosa compañía de hermanos.


Monjas de las Huelgas Reales de Burgos
Todos estos monasterios disponen de hospedería monástica, donde pasar unos días de retiro con la posibilidad de asistir a los oficios litúrgicos de la Comunidad.

* Orden Cisterciense de la Común Observancia- O.Cist (web)
 
LA ORDEN DE CISTERFUNDADA POR ROBERTO DE MOLESME 
 
 
 
 La orden monástica cisterciense nació en Citeaux en 1098
fundada por Roberto de Molesme. De aquella primera abadía
surgió el impulso y modelo para una renovación de la vida
religiosa, recuperando los antiguos principios de la

Regla Benedictina y haciendo especial hincapié en
la separación del «mundo», en la vida de oración, y en
el trabajo.
La orden se difundió rápidamente por toda Europa en
el siglo XIII y para el siglo siguiente ya contaba con 700monasterios. En el siglo XVII se dividió en dos grandes ramas: la de la «observancia primitiva» o trapistas y la de la «observancia común» o cistercienses propiamente dichos.
En el siglo XIX, tras las supresiones impuestas por el poder político francés, muy pocos monasterios pudieron subsistir.
En nuestro siglo, sin embargo, su intensa espiritualidad ha provocado un nuevo y esperanzador crecimiento en abadías y vocaciones.
El 23 de marzo de 1998, Juan Pablo II felicitó a los cistercienses el noveno centenario de la fundación de la abadía cisterciense de Citeaux, en Francia. En su mensaje a los continuadores de la obra de Roberto de Molesme, el Santo Padre les invitó a «seguir siendo testigos ardientes y entusiastas de la búsqueda de Dios» y les alentó a abrir las puertas de las abadías a aquellos laicos sedientos de oración y espiritualidad, a condición de que no se vea perjudicada «la identidad propia de vuestra vida monástica». El obispo de Roma recordó también el sacrificio de los monjes trapistas de la abadía de Tibhirine, asesinados por un comando integrista en Argelia. Les definió «mártires del amor de Dios a todos los hombres» y aseguró que han sido «artesanos de la paz a través del don de su vida».
 
 
San Roberto de Molesmes, abad
fecha: 17 de abril
fecha en el calendario anterior: 29 de abril
n.: c. 1027 - †: 1111 - país: Francia
otras formas del nombre: Roberto de Citeaux
canonización: C: Honorio III 8 ene 1222
hagiografía: Orden Cisterciense de la Estricta Observancia
En el monasterio de Molesmes, en Francia, san Roberto, abad, quien deseoso de una vida monástica más sencilla y estricta, fue fundador de monasterios y esforzado superior, director de ermitaños y restaurador eximio de la disciplina monástica, e instaurador del monasterio de Cister, que rigió como primer abad. Finalmente fue llamado de nuevo como abad a Molesmes, donde descansó allí en paz.

Los orígenes de la reforma Cisterciense están indefectiblemente ligados a Roberto (1028-1111), Alberico (c.1050-1108) y a Esteban Harding (1066-1134), los tres fundadores inmortalizados en la obra de Dom Columbia Marmion, «Tres monjes rebeldes». La «Vita» de Roberto fue redactada como apoyo a la canonización en 1222. El autor es un monje anónimo de Molesmes, que la escribe a petición de su abad, Odón II (1215-1227). Habían pasado más de cien años desde la muerte de Roberto, y todos los recuerdos directos hacía tiempo habían desaparecido. Salvo algunos prodigios milagrosos, parece que las grandes lineas de su vida están relatadas de manera seria, aun cuando el propósito era ante todo hacer una obra de edificación y defensa, no una biografía o un relato histórico de la carrera de Roberto.

El santo nació hacia 1028 en el Condado de Champagne. Como muchos otros monjes de esta época, pertenecía a las clases altas de la sociedad, pero muy poco cultivadas -poseían tierras, siervos y relaciones con la nobleza. Sus padres se llamaban Thierry (Theodoricus) y Ermengarda. A los quince años fue admitido en el monasterio de Montier-la-Celle y unos 10 años mas tarde lo encontramos como Prior del mismo.

Un giro en la vida de Roberto ocurre en 1074 cuando una comunidad de ermitaños situada en los bosques de Colan solicita al Papa Gregorio VII su nombramiento como superior, cosa que así sucede. Al año siguiente, el 20 de Diciembre de 1075, cambió al grupo a Molesmes, en un terreno otorgado por la Familia Maligny, que eran parientes suyos. Entre los que firman el documento de donación, se halla Tescelino el Rojo, padre de san Bernardo. La fundación de Roberto fue un éxito tan grande que rápidamente Molesmes se convirtió en otro Cluny; en 1098 contaba con unos 35 prioratos dependientes, otras casas anejas y monasterios de monjas asociadas. El descontento de Roberto por tener que lidiar con un género de vida casi de señor feudal, queda de manifiesto en el hecho de que varias veces entre 1090 y 1093 lo encontramos entre grupos de ermitaños en las cercanías de Aux.

Con el correr del tiempo, las tensiones en la comunidad de Molesmes entre monjes que querían «adherirse de un modo más estricto a los preceptos de nuestro Padre San Benito» y otros que defendían los valores de las tradiciones que ya vivían fueron creciendo. La lucha entre los «innovadores» y los «tradicionalistas» continuó. Sin duda, ante el poco entusiasmo del obispo local por cambiar la situación de Molesmes, los «reformadores» intentaron una entrevista con Hugo de Die, el reformador, arzobispo de Lyon y legado del Papa Urbano II. Finalmente, con el consentimiento del legado Papal, la comunidad se dividió y el grupo nuevo partió para fundar lo que eventualemte será el monasterio de Citeaux. Roberto fue instalado allí como abad. En los documentos más antiguos, la fundación se llama sencillamente «Nuevo Monasterio». El cambio por «Císter» sólo tuvo lugar con la expansión de la Orden, tal vez hacia 1119.

Sin embargo al final de su vida volvió a Molesmes, donde en 1111, «en el año 83 de su vida, el 17 de Abril, su cuerpo volvió a la tierra» (Vita Roberti, 14). Lamentablemente no se conservan escritos auténticos de Roberto; existen dos cartas editadas en Migne, pero son dudosas.

He tomado este texto de la introducción a una muy bien editada Vida del bienaventurado Roberto abad de Molesmes y Citeaux, allí se encuentra el texto completo traducido de la Vita anónima a la que hace mención, y que recomiendo para lectura porque es la fuente original de donde deriva todo escolio biográfico sobre el santo. La edición fue realizada en castellano para la cátedra de Historia de la Iglesia Medieval en la Universidad Católica Argentina, en 2005, y firman el trabajo Fernando Gil y Ricardo Corleto, quienes aclaran que los documentos originales provienen del web de la OCSO (Orden Cisterciense de la Estricta Observancia), a quienes he puesto, por tanto, como fuente última.
Cuadro: San Roberto de Molesmes acoge a san Bernardo de Claraval en la Orden Cisterciense. Obra de Francisco de Goya, 1787, que se encuentra en Valladolid, España.

 
SAN ROBERTO DE MOLESMES , SAN ESTEBAN HÄRDING Y SAN ALBERICO
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                    cister   SAN ROBERTO DE MOLESMES , SAN ESTEBAN HÄRDING Y SAN ALBERICOFundador y Co- Fundadores de la ORDEN DEL CÍSTER (Monasterios de Cóbreces y de Liérganes):            
 
     San Roberto de Molesmes es el principal responsable de la puesta en marcha del Císter, junto con los santos Alberico y Esteban, por haber permitido a los monjes dar aquel paso. Es más, él mismo se puso al frente de ellos y se decidió a poner los cimientos del nuevo Monasterio, viviendo allí más de un año, en una obra que dio origen a la orden cisterciense, que perdura llena de vitalidad al cabo de novecientos años.
     Es cierto que no tuvo casi tiempo de experimentar la nueva observancia instaurada en Citeaux, porque le obligaron a regresar a su primera sede de Molesmes, pero si él no apoya la decisión de aquel grupo de monjes “innovadores”, si él no da el visto bueno a poner en marha la fundación del nuevo monasterio, e incluso se decide él mismo a ponerse al frente de ellos para llevarlo a cabo, no había nada que hacer: los deseos de los “soñadores” de fundar un nuevo monasterio caían por tierra, a no ser que se decidieran abandonar Molesmes para buscar nuevos caminos.
     No necesitaron romper con la orden, ante todo se ejecutó legalmente y de acuerdo con su abad que se prestó a todo, porque vio claramente que iban buscando vivir con mayor perfección el ideal monástico”.
 
 

VIDA DEL BIENAVENTURADO ROBERTO ABAD DE MOLESMES Y CITEAUX (1)

 

Introducción

Los orígenes de la reforma Cisterciense están indefectiblemente ligados a Roberto (1028-1111), Alberico (c.1050-1108) y a Esteban Harding (1066-1134), los tres fundadores inmortalizados en la obra de M. Raymond, O.C.S.O., Tres monjes rebeldes.
La "Vita" de Roberto que presentamos, fue redactada como apoyo a la canonización de S. Roberto en 1222. El autor es un monje anónimo de Molesmes, que la escribe a petición de su abad, Odón II (1215-1227). Habían pasado más de cien años desde la muerte de Roberto, y todos los recuerdos directos hacía tiempo habían desaparecido. Salvo algunos prodigios milagrosos, parece que las grandes lineas de su vida están relatadas de manera seria. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el propósito era ante todo hacer una obra de edificación y defensa , no una biografía o un relato histórico de la carrera de Roberto.
Roberto nació hacia 1028 en el Condado de Champagne. Como muchos otros monjes de esta época, pertenecía a las clases altas de la sociedad, pero muy poco cultivadas -poseían tierras, siervos y relaciones con la nobleza. Sus padres se llamaban Thierry (Theodoricus) y Ermengarda. A los quince años fue admitido en el monasterio de Montier-la-Celle y unos 10 años mas tarde lo encontramos como Prior del mismo. 
Un giro en la vida de Roberto ocurre en 1074 cuando una comunidad de ermitaños situada en los bosques de Colan solicita al Papa Gregorio VII su nombramiento como superior, cosa que así sucede. Al año siguiente, el 20 de Diciembre de 1075, cambió al grupo a Molesmes, en un terreno otorgado por la Familia Maligny, que eran parientes suyos. Entre los que firman el documento de donación, se halla Tescelino el Rojo, padre de S.Bernardo.
La fundación de Roberto fue un éxito tan grande que rápidamente Molesmes se convirtió en otro Cluny; en 1098 contaba con unos 35 prioratos dependientes, otras casas anejas y monasterios de monjas asociadas. El descontento de Roberto por tener que lidiar con un género de vida casi de señor feudal, queda de manifiesto en el hecho de que varias veces entre 1090 y 1093 lo encontramos entre grupos de ermitaños en las cercanías de Aux.
Con el correr del tiempo, las tensiones en la comunidad de Molesmes entre monjes que querían “adherirse de un modo más estricto a los preceptos de nuestro Padre San Benito” y otros que defendían los valores de las tradiciones que ya vivían fueron creciendo. La lucha entre los “innovadores” y los “tradicionalistas” continuó. Sin duda, ante el poco entusiasmo del obispo local por cambiar la situación de Molesmes, los “reformadores” intentaron una entrevista con Hugo de Die, el reformador, arzobispo de Lyon y legado del Papa Urbano II. Finalmente, con el consentimiento del legado Papal, la comunidad se dividió y el grupo nuevo partió para fundar lo que eventualemte será el monasterio de Citeaux. Roberto fue instalado allí como abad. 
En los documentos más antiguos, la fundación se llama sencillamente “Nuevo Monasterio”. El cambio por “Císter” sólo tuvo lugar con la expansión de la Orden, tal vez hacia 1119.
No entramos en mas detalles de la vida de Roberto que el lector podrá seguir directamente desde la fuente que presentamos. Según ésta, en 1111, “en el año 83 de su vida, el 17 de Abril, su cuerpo volvió a la tierra” (Vita Roberti 14).
Lamentablemente no se conservan escritos auténticos de Roberto: existen dos cartas editadas en Migne, pero son dudosas.

Aquí comienza el prólogo de la vida del Bienaventurado Roberto, Primer Abad de Molesmes y Citeaux.
Jesús, el Sumo Sacerdote, por su propia sangre entró en el santuario y se reveló por medio de los santos. Por eso considero escribir la vida y hechos de estos santos como cosa de inestimable valor. En medio de los trabajos de esta vida, han imitado a Nuestro Salvador, hasta donde la fragilidad humana lo permite. Han perseverado con valentía, a través de las tempestades de esta vida, en los trabajos de la guerra. Glorificaron a Jesucristo y lo llevaron en sus cuerpos y hasta el fin de sus vidas permanecieron constantes en su compromiso hacia la santidad. Estos son de los que dicen las Sagradas Escrituras: "La senda de los honrados brilla como la aurora, se va esclareciendo hasta que es de día". Estos son los astros que el Sumo Sacerdote ha colocado en el firmamento de la Iglesia. Su brillo hace desaparecer las tinieblas de la ignorancia humana, mostrando el puerto de la salvación a los que luchan en este mar amplio y espacioso .
Entre ellos brilla con luz particular el Bienaventurado Roberto, hombre venerable, primer abad de la iglesia de Molesmes, cuya intachable santidad es proclamada tanto más gloriosa en nuestros días, cuanto que hay muy pocas personas temerosas de Dios. He comenzado a escribir su vida sin fiarme de mis propios conocimientos, sino poniendo mi esperanza tanto del progreso como de la conclusión de la obra que ahora comienzo, en el que hace que sean elocuentes las lenguas de los niños y en el que, en tiempos pasados, concedió el don de la palabra a bestias mudas para corregir la locura de algún profeta.
Añadamos a todo esto la orden dada por el Reverendo Odo, Abad de Molesmes y las insistentes y devotas peticiones de los hermanos del monasterio, a quienes considero completamente inapropiado el negar nada. Para no aparecer yo ante el Señor con las manos vacías, aunque yo no posea ni la virtud ni el mérito de ser un ejemplo para los demás, he emprendido este trabajo para que (el Bienaventurado Roberto) no les quede completamente oculto, pues por su santidad ha sido dado para ser ornato de la santa Iglesia.
Quienquiera que seas, lector, te pido que no preguntes el nombre del autor. Huyo de toda gloria humana y sólo busco la gloria de Dios. Así que, en este trabajo, no diré cómo me llamo. Lo hago para no reducir el valor de la obra entre los inexpertos, si aparece el nombre de un pecador al inicio del trabajo. Pido perdón al lector si digo algo ordinario o inapropiado. Al mismo tiempo, prevengo a todos los que lean este texto que no busquen frases elocuentes, ya que la verdad pura es suficiente y hermosa, y no ha de colorearse con frases artificiales ni pintarse con los afeites de Jezabel. Finalmente, escuchemos al Doctor de los Gentiles, el discípulo de la Verdad, cuando dice que el Reino de Dios no es de palabras sino de fuerza.
Fin del prólogo
1 Aquí comienza la vida del Bienaventurado Roberto, Abad de Molesmes y Citeaux
El Bienaventurado Roberto fue oriundo de la región de Champagne. Brilló como una flor de los campos, y su innata belleza de buenas costumbres agradaba a todos los que le contemplaban. La fragancia de su santa reputación se extendía ampliamente e invitaba a muchos a imitarle. Creo que este hombre santo puede ser comparado con una flor, ya que las Sagradas escrituras dicen de ellos: "Florecen en la ciudad como hierba sobre la tierra". Poseía también cierta nobleza; ¡dichosos los padres que dieron tal hijo al mundo!
Su padre era Thierry (Teodorico) y su madre se llamaba Ermengarda. Por su honrada conducta eran distinguidos tanto por el mundo como ante Dios. Poseían abundantes bienes temporales, pero los usaban más como mayordomos del cabeza de familia que como propietarios de los bienes de este mundo.
Sabiendo que los que tienen misericordia de los pobres sirven al Señor, limpiaban el polvo de la vida terrena con la limosna. No vivían según la carne aunque estaban en ella, sino que por sus pensamientos y anhelos tenían la morada en el cielo, adornando sus coronas con obras virtuosas como piedras preciosas de virtud. Digo esto para demostrar cuán santa fue la raíz de cuya savia se alimentó nuestro santo como un retoño del árbol de la vida.
Ya que hemos mencionado a sus padres, narraremos brevemente cómo el Espíritu Santo descendió sobre él concediéndole dones exquisitos, cuando aún estaba en el vientre de su madre. Cuando su madre estaba embarazada, la Virgen María, la Gloriosa Madre de Dios se le apareció en sueños con un anillo de oro en su mano. Y le dijo: "Ermengarda, quiero que el hijo que llevas en tu vientre se despose conmigo con este anillo". Dichas estas palabras desapareció. Cuando Ermengarda despertó, comenzó a reflexionar en lo que había visto. La Madre de Dios se apareció de nuevo a la mujer, como en otros tiempos se apareció el Señor por segunda vez a Samuel para confirmar su promesa. Cumplido el tiempo, la mujer dio a luz un niño. Cuando creció, quiso que se dedicase a estudios literarios, sobrepasando en esto a todos sus contemporáneos, ya que bebía de las fuentes del Salvador con un corazón puro la gracia de la salvación, que luego enseñó a sus contemporáneos.
Cuando cumplió los quince años, para evitar el contagio del mundo, decidió consagrarse al Señor; así pues, ofreció al Señor la flor de su juventud, y recibió el hábito en el monasterio de San Pedro de Celle. Allí, día y noche, se entregó a la plegaria y al ayuno, ofreciendo al Señor un grato servicio, sujetando la carne al espíritu y el espíritu a su Creador.
Llegó el tiempo en que Dios fuera glorificado en su servidor, y la lámpara que había estado oculta bajo un celemín fuera colocada en lo alto para dar luz a la Iglesia. Dios, en cuyas manos están los corazones de los hombres, inspiró a los hermanos de la casa que eligieran al hombre de Dios, Roberto, como Prior. Era muy justo que quien, bajo la guía de la gracia, había aprendido con una larga práctica a gobernar su vida, fuera árbitro y moderador de otros.
2 Sobre un cierto ermitaño y la conversión de dos caballeros.
En aquel tiempo, había, en la parte más profunda del bosque, un ermitaño que quería servir a Dios libre y secretamente. Castigaba su carne con ayunos y reforzaba el espíritu con fervientes plegarias. El Señor vio su humildad y por un milagro hizo que por él creciera el número de los siervos de Dios. Había dos hermanos, según la carne, que sin embargo no estaban unidos por el espíritu. Llenos de vanagloria, dedicados a mostrar sus habilidades, buscaban en las ferias lucirse en torneos. En uno de estos viajes sucedió que pasaron por el bosque donde el ermitaño antes mencionado llevaba su vida solitaria. Ambos empezaron a pensar en secreto matarse mutuamente. Los dos estaban corroídos por el veneno de la envidia y pensaban quedarse con las posesiones del otro si uno de ellos moría. Dios Todopoderoso, sin embargo, sabía que se convertirían en recipientes de misericordia y no les permitió ser tentados más allá de sus posibilidades, sino que les asistió en la tentación para que no llevasen a cabo todo el mal que habían concebido. La providencia de Dios les permitió ser tentados con tal tentación maligna para que luego progresaran en virtud, sin atribuirse a sus propios méritos lo que tenían, sino que lo atribuyeran a Aquel cuya misericordia los había hecho libres.
Cuando hubieron cumplido con el negocio que era el propósito de su viaje, y lo habían cumplido valerosamente, tal como lo realizan las gentes de esa clase, y recibiendo las alabanzas de todos los presentes, llegaron cargados de éxitos a la región donde vivían y al lugar donde habían concebido el pensamiento de matarse. Allí, recriminados en cierto modo por el mismo lugar de su nacimiento, por inspiración divina comenzaron a sentir remordimiento y repugnancia por la maldad que habían planeado, y angustiarse por el crimen que habían concebido. Recordaron que estaban cerca de la cabaña del ermitaño antes citado, y se encaminaron ambos a la vez hacía el lugar donde vivía. Con una humilde confesión vomitaron el virus escondido en sus corazones, y eliminada esta suciedad, prepararon en sí mismos una morada agradable a Dios. Finalmente, después de haber sido reprimidos por el hombre de Dios por la maldad que habían planeado, le dejaron, acompañados por sus saludables consejos.
Las benévolas palabras del ermitaño removieron en su interior los buenos deseos, limpió por completo sus ambiciones de dignidades terrenales, y fue creciendo en su interior, dulce y profundamente, el fuego de la virtud. Cuando llegaron al lugar donde habían pensado luchar uno contra otro, comenzaron a hablar entre ellos y a charlar . Uno de ellos dijo: "¿Qué estabas pensando ayer, querido hermano, en este mismo lugar cuándo pasamos por aquí?". El otro reveló a su hermano el secreto de su corazón. Y el primero contestó: "Yo pensaba exactamente lo mismo". Luego, traspasados por los remordimientos, volvieron al hombre de Dios , y despreciando las pompas mundanas y pisoteando todas sus ostentaciones, comenzaron a vivir una vida espiritual en su compañía, inclinando humildemente el cuello de sus corazones para llevar el dulce yugo de Cristo.
¿Quién duda que su conversión se debió a los méritos del Bienaventurado Roberto? Como lo probará lo que vamos a decir, serían instruidos por sus enseñanzas en la disciplina regular. Dios, que consuela al humilde, multiplicó el número de sus servidores, de modo que en un breve espacio de tiempo llegaron a ser siete- cuyo número indica los siete dones del Espíritu Santo- por lo que reconocemos que la salvación de muchos se realizó a través de su siervo el Bienaventurado Roberto. El mismo Espíritu preparó a estos siete hombres, como siete columnas de la morada espiritual y a través de ellos empezó a resurgir el orden monástico. Alimentándose con la savia de la gracia empezaron a producir frutos espirituales. Y si se pensaba que estaba ya agotado, la esencia de la gracia todavía germinó y produjo hojas como una planta joven.
3 Cómo el Bienaventurado Roberto Regó a ser Abad de Tonnerre
Mientras tanto, el Bienaventurado Roberto se hizo famoso por santidad y gracia ante Dios y los hombres, y fue elegido Abad por los monjes del monasterio de San Miguel de Tonnerre. Estos ermitaños no tenían a nadie que pudiera instruirlos en la disciplina regular, y cuando se enteraron de la reputación del hombre bienaventurado, se apresuraron a enviar a dos de sus hermanos para entrevistarse con él. Cuando llegaron al lugar donde el hombre de Dios servía fielmente a Dios, encontraron al Prior de la casa para escuchar. Le hicieron saber el propósito que los animaba y la causa de su viaje, y con mucha dificultad e innumerables súplicas lograron que les oyera en un lugar secreto. El antiguo Prior había sido atravesado por la espada de la envidia, y pensaba para sí que saldría perdiendo si el Señor lograba el provecho de los otros por el loable trabajo de su servidor. Por consiguiente logró convencer a los hermanos de la casa y a los compañeros del abad, para que no consintieran en la petición de los hermanos que habían ido a buscar al hombre de Dios para hacerlo su superior. Sin embargo, el Bienaventurado Roberto, cuando aceptó su proposición y sus justas esperanzas, quiso satisfacer sus deseos sólo con la condición de que los hermanos de Tonnerre se lo pidieran por unanimidad. Instruidos por tan sanas amonestaciones, les acompañó con sus oraciones y les fortaleció con su bendición, y los envió a su lugar de origen. Les infundió la esperanza de que tan pronto como el Señor le diese la oportunidad, les llenaría de alegría con su presencia.
Es grato reflexionar aquí brevemente en los planes de Dios. Aunque su propósito fuera santo y su deseo conveniente, se fue retrasando para que el deseo fuese creciendo; y así cuando lograran lo que buscaban, lo apreciarían más y lo observarían convenientemente.
El hombre del Señor seguía meditando, no en las cosas terrenas sino en las de Dios. Cuando vio que los hermanos de aquel lugar abandonaban los caminos de justicia, temió que la compañía del mal contagiase con tal plaga al que irradiaba sencillez, y convirtiese la faz de su hermosa alma en algo horrible, pues en las costumbres suelen influir aquellos con quienes se convive. Así que partió hacia el monasterio de Celle, de donde había salido. Allí dejó un tiempo el trabajo de Lía y gozaba de los deseados abrazos de su amada Raquel, bebiendo de las fuentes de la salvación, lo que después concedería a los fieles para su salvación.
4 Cómo lo nombraron Prior de Saint Ayoul
Como una ciudad construida sobre una montaña no puede estar oculta, el Bienaventurado Roberto, firmemente enraizado y teniendo como base la montaña de Cristo, fue elegido de nuevo, a la muerte del Prior de Saint Ayoul, pastor del humilde rebaño de Cristo. Fue elegido prior con el voto y el deseo unánime de los hermanos. Estos eremitas, animados por el amor de una vida celestial, cuando vieron que el hombre de Dios hacía constantes progresos hacia Dios y en sí mismo, se reunieron en consejo y enviaron a dos de los hermanos a la Sede Apostólica para obtener del Sumo Pontífice, por sus plegarias, que el hombre de Dios, el Bienaventurado Roberto se convirtiese en el pastor y padre del pequeño rebaño de Cristo. Sabían que era un crimen contradecir al Sumo Pontífice, o que actuaban imprudentemente si iban contra sus órdenes. El Sumo Pontífice oyó su proposición y se alegró enormemente. Amablemente aprobó su petición y fortalecidos con la bendición apostólica, los envió muy alegres a su casa. Escribió una carta apostólica al Abad de Celle autorizándole que cualquiera de los hermanos que fuera elegido lo recibieran como abad. El Abad de Celle, sabiendo que el Sumo Pontífice lo ordenaba, entregó al Bienaventurado Roberto a los que se lo solicitaban. Roberto quedó triste y apenado pero no se atrevió a desobedecer el mandato apostólico. Vio que su tribulación y la de lo suyos era consuelo para otros, porque una firme e incorruptible columna de cedro era llevada de su casa.
5 Cómo fue superior de los ermitaños
El Bienaventurado Roberto aceptó el cargo de pastor con buena voluntad, viendo que su trabajo era fructífero, porque el rebaño despreciaba unánimemente las cosas terrenales y buscaba sólo las del cielo, obedeciendo a sus saludables consejos. Por lo cual se unió de nuevo a Lía en la vida activa con el propósito de formar hijos espirituales. En su interior servía al Señor con espíritu de humildad, pero exteriormente cumplía su ministerio con gran energía. En aquel lugar que ahora llaman Colan, sirvieron al Señor en hambre y sed, con frío y desnudez, con ayunos y oraciones, llevando el peso de los días y del calor con ecuanimidad, sembrando con lágrimas para alegrarse cuando trajeran al granero del Señor gavillas de justicia. La vista de los compañeros de trabajo es un consuelo para el trabajador; y Dios, que vela y contempla los deseos de los humildes, multiplicó a sus siervos tan rápidamente que Regaron a ser trece, e imitaban a los Apóstoles, en cuanto podían, por las buenas costumbres y el número.
6 Cómo el hombre bienaventurado fundó Molesmes
Roberto, el hombre del Señor, considerando lo inadecuado del lugar, dejó allí algunos vigilantes y tomando a los hermanos se retiró a un bosque llamado Molesmes. Trabajando con sus propias manos, cortaron ramas de los árboles, y construyeron con ellas un albergue donde podían vivir en paz. Hicieron luego un oratorio con los mismos materiales, donde ofrecían a Dios con espíritu contrito, víctimas y sacrificios. Como no tenían pan, cuando tenían que comer para restaurar sus fuerzas, después de una jornada laboriosa, comían solamente legumbres.
7 Los visita el Obispo de Troyes
Sucedió que el Obispo de Troyes viajaba a través del bosque donde estos hombres de Dios servían al Señor con suma pobreza y humildad, y llegó al lugar con numeroso cortejo a la hora de la comida. Los hombres de Dios los recibieron con muchas atenciones, pero preocupados porque no tenían nada para darles de comer. El Obispo quedó edificado por su humildad y pobreza y lleno de remordimientos les dijo adiós y continuó su camino.
8 Cómo el Bienaventurado Roberto envió hermanos a Troyes sin dinero y descalzos
Pasado algún tiempo como los hermanos no tuvieran nada para subsistir, pidieron consejo al Bienaventurado Roberto. Este que nunca basaba su fuerza en las riquezas ni las conocía, dijo: "Tú eres " confianza", y les enseñó a confiar en Dios, pues sabía que Dios no permite que el alma de un justo sea afligida por el hambre durante mucho tiempo. Aunque no tenían dinero los envió a Troyes a comprar alimentos, basándose en el consejo del profeta: "Los que no tenéis dinero, venid, daos prisa para comprar y comer". Cuando entraron descalzos en la ciudad de Troyes, llegó la noticia hasta el Obispo. Este hizo que los condujeran a su presencia, los recibió cariñosamente, y mostró su amor a Dios atendiendo las necesidades de los siervos de Dios. Los vistió con vestiduras nuevas de acuerdo con la Regla, y los envió a sus hermanos con un carro cargado de ropa y alimentos. Los hermanos quedaron grandemente confortados por aquellas bendiciones, y aprendieron así a ser pacientes en las adversidades; y desde aquel día siempre hubo alguien que les ayudó en las necesidades de alimento y vestidos.
9 Su traslado a Aux
Siguieron perseverando en el servicio de Dios con gran constancia, y atrajeron a muchos que huían del mundo, rechazando su carga y colocando su cuello bajo el dulce yugo del Señor. Algunos les enviaban desde países lejanos lo que necesitaban, con el fin de recibir la recompensa del justo, porque en la presente vida proporcionaban al justo todo lo necesario para sobrevivir. Pero la abundancia de cosas da lugar a la indigencia moral, y cuando empezaron a poseer en abundancia los bienes materiales, se encontraron espiritualmente vacíos y su maldad crecía como la espiga del trigo. El Bienaventurado Roberto no ponía su corazón en la abundancia de riquezas, sino que trataba de ir progresando en Dios, viviendo rectamente y con una vida sobria y piadosa según la Regla de San Benito. Cuando los hijos de Belial vieron esto se levantaron cruelmente contra el hombre de Dios, provocándolo a la amargura y crucificando el alma del justo con sus malas acciones. Lector, te suplico que no te escandalices si te digo que el mal reinaba en esta santa comunidad, pues el orgullo se apoderó de las mentes celestes, alejándolas del país celestial y llevándolas a su propio terreno; y sepultó entre polvo y cenizas a los que acostumbraban a estar entre púrpura y fino lino. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que un día, los hijos de Dios, se presentaron ante Dios, y Satán estaba en medio de ellos. En la Iglesia siempre habrá justos que progresan y malvados que sirven de tropiezo. Cuando el hombre de Dios vio que sus correcciones eran infructuosas y que la observancia de la disciplina regular se dejaba a un lado, yendo cada uno por el camino que su depravado corazón le trazaba, decidió abandonarlos, no sucediera que procurando vanamente obtener algún provecho espiritual de ellos, él perdiera su propia alma. Surgió una discordia entre ellos, y se retiró a un lugar llamado Aux, donde había oído que vivían hermanos sirviendo al Señor con espíritu de humildad. Cuando llegó fue devotamente recibido y vivió con ellos durante algún tiempo, trabajando con sus propias manos, para tener algo que dar a los que sufrían necesidad. Era incesantemente ferviente en vigilias y oraciones y servía al Señor incansablemente. Aunque superaba a todos en santidad, servía a todos y se tenía por el último de todos. Por estas razones poco tiempo después fue elegido abad., y procuró actuar como superior con la mayor modestia, sin ejercer dominio sobre el grupo, sino siendo con todo el corazón un modelo para el rebaño, cuidando a los débiles y animando a los fuertes.
10 Cómo fue reclamado a Molesmes
Mientras tanto, los monjes de Molesmes, arrepentidos por haber ofendido al hombre de Dios, y haberío apartado de ellos por su desobediencia, deploraban su ruina moral y material. Experimentaban en sí mismos cómo por los méritos del Bienaventurado Roberto el Señor les había concedido la abundancia, incluso en bienes temporales. Habiéndose reunido en consejo se llegaron al Sumo Pontífice, y apoyados en su autoridad llamaron al hombre de Dios a Molesmes. Una vez allí, intensificó la oración y el ayuno, y estimuló a sus súbditos de tal modo con el celo de Dios, que en poco tiempo reformó la observancia de la disciplina monástica.
Había entre ellos cuatro hombres muy fuertes de espíritu, es decir Alberico y Esteban, y otros dos, a los que, después de practicar los ejercicios elementales del claustro, les atraía la vida solitaria del desierto. Dejaron el monasterio de Molesmes y llegaron a un lugar llamado Vivicus. Después de haber vivido allí durante cierto tiempo, bajo la instigación de los monjes de Molesmes, recibieron de Joceran, Obispo de Langres, una sentencia de excomunión si no volvían.
11 Establecen su residencia por primera vez en Citeaux
Obligados a abandonar el lugar del que antes hemos hablado, llegaron a una zona boscosa llamada Citeaux por sus habitantes. Construyeron un oratorio en honor de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, y en lo sucesivo ni las amenazas ni los ruegos pudieron apartarlos de su propósito. Sirvieron a Dios noche y día con espíritu ferviente y sin desfallecer.
12 Cómo el Bienaventurado Roberto se trasladó a Citeaux
Cuando el Bienaventurado Roberto oyó hablar de su santa vida, tomando consigo a veintidós hermanos, se unió a ellos, para participar en su propósito y ayudarles. Le recibieron cariñosamente y él los dirigió durante algún tiempo con solicitud paternal, enseñándoles a vivir y actuar de acuerdo con la Regla, sirviéndoles siempre de ejemplo y modelo tanto en observancia religiosa como en bondad.
13 Cómo volvió desde Citeaux a Molesmes
Los monjes de Molesmes estaban disgustados por haber perdido tan buen pastor y visitaron al Sumo Pontífice con el propósito de que el Bienaventurado Roberto, hombre de Dios, fuese obligado a volver a la iglesia de Molesmes que él había fundado. Cuando el Sumo Pontífice oyó que la nueva fundación Cisterciense había echado fuertes raíces, se alegró enormemente y comprobó que abundaba en buenas obras, y que animados por el ejemplo del Bienaventurado Roberto, observaban la Regla de San Benito con gran fervor. Viendo que los monjes de Molesmes iban a desaparecer si se les privaba de la presencia del hombre de Dios, escribió al Arzobispo de Lyon con el fin de nombrar otro Abad para Citeaux y obligar al Bienaventurado Roberto a volver a Molesmes.
Cuando se enteró de esto, el Bienaventurado Roberto, que sabía que la obediencia es preferible al sacrificio y que el incumplimiento es semejante al crimen de idolatría, habiendo realizado las disposiciones pertinentes a la observancia del nuevo instituto, nombró abad a Alberico, hombre loable a Dios, que había sido uno de los primeros monjes de las iglesia de Molesmes. Entonces, dejando todo bien dispuesto, volvió al monasterio de Molesmes, que él había fundado en honor de la Virgen María. Cuando Alberico murió dos años después, le sucedió Esteban, nombrado abad de los Cistercienses por el Bienaventurado Roberto. Como era el fundador del nuevo monasterio, la administración de ambas casas (Molesmes y Citeaux) quedó bajo su mando.
Volvió a Molesmes con dos monjes: los Cistercienses lloraron su marcha, mientras que los monjes de Molesmes se alegraban de su vuelta. Una enorme multitud le dio la bienvenida en la ciudad de Bar-sur Seine y le recibió con gran bullicio y alabanzas a Dios. Roberto, sin embargo, con su pequeño rebaño, principalmente el grupo de Molesmes, entró en el lugar que le había sido preparado por Dios. Glorificó con gran fervor a la divina providencia que había dispuesto todo. Con amor de padre educó el rebaño que le habían asignado, enseñándoles las enseñanzas de la Regla; más bien se convirtió en un ejemplo viviente de la Regla, viviendo entre ellos conforme a la Regla. Cómo este hombre santo emigró de la prisión de la carne y con qué señales mostró el Señor que su muerte era agradable a sus ojos lo expondré más ampliamente a su caridad.
14 Fallecimiento del Bienaventurado Roberto
Como el Bienaventurado Roberto había luchado en muchas batallas a favor del Señor, se encontraba fatigado por el tedio de la vida presente y anhelaba con ardiente deseo morir y estar con Cristo. Dios oyó sus plegarias y efigió revelarle la hora de su partida muchos días antes, como él lo había deseado. Roberto, sabiendo que ésta era inminente, se lo comunicó a sus hermanos. Aquejado algún tiempo por una enfermedad corporal, acumuló méritos con la virtud de la paciencia, gloriándose de su enfermedad y preparando una grata morada al poder de Cristo. A sus ochenta y tres años, el 17 de abril, su cuerpo volvió a la tierra y su espíritu lo entregó a Dios, a cuyo servicio se había entregado incansablemente. La tierra lloró y el cielo se alegró. Sus hijos, los monjes de Molesmes, de los que había sido solaz y alegría, asistieron devotamente a los ritos funerarios de su reverendo padre llorando amargamente. No dudaban de que recibiría la recompensa celestial por sus méritos, ni que ellos recibirían favores a través de dichos méritos. Pero estaban angustiados porque la presencia de su padre no les alumbraba ya con su luz. Y como por sus obras santas, mientras permaneció en la tierra, había probado que era hijo de la luz, Dios hizo saber en el momento de su muerte cuánto lo estimaba.
Notas
1. Texto tomado de: Exordium. Programa de formación en las fuentes Cistercienses primitivas [Archivo PDF] en: <http://www.ocso.org>[acceso febrero 2005]. Texto castellano establecido sobre la edición de la Vita editada por Kolumban Spahr Das Leben des hl. Roberto von Molesme: Eine Quelle zur Vorgeschichte von Citeaux (Friburgo: Paulusdruckerei, 1944). Se sigue la división adoptada por Spahr. Se omite la amplia lista de fuentes y lecturas citadas por Spahr.
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San Roberto de Molesme
Nacido alrededor del a�o 1029, en Champagne, Francia, de padres nobles llamados Thierry y Ermengarde; muerto en Molesme, el 17 de Abril de 1111. A los quince a�os de edad comenz� su noviciado en la abad�a de Montier-la-Celle, o St.Pierre-la-Celle, situada cerca de Troyes, de la cual posteriormente lleg� a ser prior. En 1068 fue sucesor de Hunaut II como abad de St. Michael de Tonnerre, en la di�cesis de Langres. En esa �poca una banda de siete ermita�os que viv�an en el bosque de Collan, en la misma di�cesis, buscaron tener a Roberto como su jefe, pero los monjes, a pesar de que resist�an su autoridad constantemente, insistieron en conservarlo como su abad porque gozaba de una gran reputaci�n y era el ornamento de su casa. Las intrigas de ellos determinaron a Roberto a renunciar a su cargo en 1071 y buscar refugio en el monasterio de Montier la Celle. El mismo a�o �l fue colocado en el priorato de St. Ayoul de Provins, que depend�a de Montier-la-Celle. Mientras tanto dos de los eremitas de Collan viajaron a Roma y rogaron a Gregorio VII les concediera como superior al prior de Provins. El Papa accedi� a la solicitud y en 1074 Roberto inici� a los eremitas de Collan en la vida mon�stica. Como la localizaci�n de Collan fue encontrada inadecuada, Roberto fund� un monasterio en Molesme, en el valle de Langres a fines de 1075. A Molesme lleg� como hu�sped el distinguido canonista y doctor (�col�tre) de Reims, Bruno, quien en 1082, se coloc� �l mismo bajo la direcci�n de Roberto, antes de fundar la celebrada orden de Chartreux (Cartuja). En ese tiempo la primitiva disciplina estaba aun en pleno vigor, y los religiosos viv�an del trabajo de sus manos. Pronto, sin embargo, el monasterio lleg� a enriquecerse a trav�s de una multitud de donaciones, y con la riqueza, a pesar de la vigilancia del abad, vino el aflojamiento de la disciplina. Roberto se esforz� en reestablecer la primitiva austeridad, pero los monjes mostraron tanta resistencia que abdic� y dej� el cuidado de su comunidad a su prior, Alberico, qui�n se retir� en 1093. Al a�o siguiente �l volvi� con Roberto a Molesme. El 29 de Noviembre de 1095, el Papa Urbano II confirm� el instituto de Molesme. En 1098 Roberto, a�n incapaz de reformar a sus rebeldes monjes, obtuvo de Hugo, arzobispo de Lyons y Le gado de la Santa Sede, autoridad para fundar una nueva orden conforme a nuevas reglas. Veinti�n religiosos dejaron Molesme y alegremente se pusieron en camino hacia un lugar deshabitado llamado C�teaux en la di�cesis de Chalons, y la abad�a de C�teaux (v�ase) fue fundada el 21 de Marzo de 1098.
Dejados a s� mismos, los monjes de Molesme apelaron al Papa, y Roberto fue reestablecido en Molesme, que desde entonces lleg� a ser un ardiente centro de vida mon�stico. Roberto muri� el 17 de Abril de 1111 y fue sepultado con gran pompa en el iglesia de la abad�a. El Papa Honorio III en 1222, mediante Cartas Apost�licas, autoriz� su veneraci�n en la iglesia de Molesme y poco despu�s esa veneraci�n se extendi� a la Iglesia entera mediante un Decreto pontificio. La fiesta fue fijada inicialmente el 17 de Abril, pero luego fue transferida al 29 de Abril. La abad�a de Molesme existi� hasta la Revoluci�n Francesa. Los restos del santo fundador se conservan en la iglesia parroquial.
Vita S.Roberti, Abbatis Molesmensis, auctore monacho molismensi sub Adone, abb. saec. XII; Exordium Cistercien sis Cenobii; CUIGNARD, Les monuments primitifs de la Regle Cistercienne (Dijon, 1878); WILLIAM OF MAL MESBURY, Bk. I, De rebus gestis Anglorum, P.L., CLXXIX; LAURENT, Cart. de Molesme, Bk. I (Paris , 1907).
 
 
 
 
LA ORDEN DE CISTER
FUNDADA POR ROBERTO DE MOLESME
La orden monástica cisterciense nació en Citeaux en 1098 fundada por Roberto de Molesme. De aquella primera   abadía surgió el impulso y modelo para una renovación de la vida religiosa, recuperando los antiguos principios de la Regla Benedictina y haciendo especial hincapié en la separación del «mundo», en la vida de oración, y en el trabajo.
La orden se difundió rápidamente por toda Europa en el siglo XIII y para el siglo siguiente ya contaba con 700 monasterios. En el siglo XVII se dividió en dos grandes ramas: la de la «observancia primitiva» o trapistas y la de la «observancia común» o cistercienses propiamente dichos.
En el siglo XIX, tras las supresiones impuestas por el poder político francés, muy pocos monasterios pudieron subsistir. En nuestro siglo, sin embargo, su intensa espiritualidad ha provocado un nuevo y esperanzador crecimiento en abadías y vocaciones.
El 23 de marzo de 1998,  Juan Pablo II felicitó a los cistercienses el noveno centenario de la fundación de la abadía cisterciense de Citeaux, en Francia.   En su mensaje a los continuadores de la obra de Roberto de Molesme, el Santo Padre les invitó a «seguir siendo testigos ardientes y entusiastas de la búsqueda de Dios» y les alentó a abrir las puertas de las abadías a aquellos laicos sedientos de oración y espiritualidad, a condición de que no se vea perjudicada «la identidad propia de vuestra vida monástica». El obispo de Roma recordó también el sacrificio de los monjes trapistas de la abadía de Tibhirine, asesinados por un comando integrista en Argelia.   Les definió «mártires del amor de Dios a todos los hombres» y aseguró que han sido «artesanos de la paz a través del don de su vida».

Una monja Cisterciense explica su forma de vidaOct, 2007
 
Estimado D. Jordi Rivero
Somos una Comunidad Cisterciense, una Orden eminentemente contemplativa que, como dice N.P.S. Benito en la Regla, no antepone nada al amor de Cristo.
La monja Cisterciense es una persona que ha dejado todo por atender a la llamada amorosa de Jesús, Nuestro Señor. Se consagra a Dios y sigue a Jesucristo mediante los Consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; por la estabilidad y la conversión de costumbres, quedando comprometida a vivir en el monasterio una vida de ascesis, adorando al Padre en Espíritu y verdad.
Nuestra vida monástica cenobítica es un vivir en soledad gozosa, amando el silencio y alimentando el espíritu por medio de la “Lectio Divina” lectura reposada sobre la Sagrada Escritura preferentemente, como fuente de oración y escuela de contemplación. Es  en la Lectio donde la monja dialoga con Dios de corazón a corazón.
Nuestra vida está ordenada desde las cinco y veinte de la mañana, hasta las nueve de la noche, en función del Oficio Divino, trabajo, oración, lectura, comida y una hora diaria de compartir fraterno, donde la monja se expansiona con sus hermanas: penas, alegrías, experiencias… todo tiene interés y así se cultiva el espíritu de familia.
Nuestra Comunidad, sencilla y acogedora, quiere ser una Comunidad de Amor, que busca la comunión con Dios a través de las relaciones fraternas con las hermanas.
La Comunidad tiene diariamente sus horas de trabajo; tanto las tareas domésticas, como la decoración de porcelana,  la elaboración de pastas o la confección de rosarios, son actividades que nos ofrecen la ocasión de colaborar con alegría en la obra Divina de la Creación, a la vez que, siguiendo el ejemplo de Cristo ganamos el sustento diario con nuestro esfuerzo: ORA ET LABORA.
La Comunidad se reúne en el Oratorio siete veces al día para alabar al Señor.
La seguridad vocacional, no es algo automático que se consigue de la noche a la mañana, es un proceso que trabajamos todos los días. Si el Señor me quiere monja cisterciense lo vamos sabiendo cuando vivimos como tales. El Señor nos llama cada día y vamos respondiendo en fidelidad.
Nuestra vida no es tanto seguir un horario cuanto la vida Comunitaria con las hermanas, el cariño y cercanía con ellas sean de la edad que sean, la alabanza a Dios con los salmos y la Celebración de la Eucaristía.
Los tiempos de silencio no se llenan con “callar” simplemente sino que es tiempo de relación con Dios, de reflexión y de ayuda a las Hermanas.
Una cosa me parece importante además de lo que te he comentado. Nuestra vida es exigente por algunos aspectos que te comento a continuación. Uno se refiere al equilibrio personal, a la coherencia de Vida, vivimos libres y liberadas de ataduras exteriores, familia, amigos etc. Si recibimos visitas, por supuesto, pero sin que lleguen a ser un estorbo en nuestra relación con Dios.
Además queremos vivir de manera coherente y equilibrada, tanto física como síquicamente.
No es una evasión del mundo de la realidad concreta, es vivir con el Señor que nos quiere y al que queremos, en sinceridad  total.
Reciba un cordial saludo Comunidad Cisterciense de Cañas (España)

SOBRE EL COMIENZO DEL CENOBIO CISTERCIENSE

SOBRE EL COMIENZO DEL CENOBIO
CISTERCIENSE
E X O R D I O   P A R V O
PRÓLOGO
Nosotros, los cistercienses, los primeros fundadores de esta iglesia, queremos manifestar a nuestros sucesores con el presente escrito, cuán canónicamente, con cuánta autoridad, por quiénes y en qué tiempo se originó el monasterio y su estilo de vida, para que, divulgada la sincera verdad de los hechos, amen con mayor empeño el lugar y la observancia de la santa Regla que, con la gracia de Dios, nosotros allí comenzamos; oren por nosotros, que hemos soportado sin desfallecer el peso y el ardor de la jornada, y se esfuercen hasta el último aliento por el arduo y angosto camino que la Regla señala; de modo que, dejada la carga de la carne, reposen felizmente en el descanso eterno.
Índice de los capítulos
I           Origen del Cenobio Cisterciense
II         Carta del Legado Hugo
III        Partida de los Monjes Cistercienses de Molesmes, y su llegada a Cister y el monasterio que comenzaron
IV        Cómo aquel lugar fue erigido en Abadía
V         De cómo los de Molesmes pidieron insistentemente al Papa para que volviese el Abad Roberto
VI        Carta del Papa para que volviese el Abad
VII       Decreto del Legado Hugo sobre el asunto entre Molesmenses y Cistercienses
VIII      Recomendación del Abad Roberto
IX        Elección de Alberico como primer Abad de la Iglesia Cisterciense
X         Sobre el Privilegio romano
XI        Carta de los Cardenales Juan y Benito
XII       Carta de Hugo, Arzobispo de Lyón
XIII      Carta del Obispo de Chalon
XIV     Privilegio Romano
XV       Instituciones de los monjes cistercienses que vinieron de Molesmes
XVI     De su tristeza
XVII    Muerte del primer Abad y promoción del segundo. De sus instituciones y de su alegría
XVIII   De las Abadías
CAPÍTULO I
Origen del Cenobio de Cister
En el año 1098 de la Encarnación del Señor, el primer Abad de la iglesia de Molesmes, fundada en la diócesis de Langres, Roberto, de santa memoria, junto con algunos hermanos de dicha comunidad, se presentaron al venerable Hugo, Legado entonces de la Sede Apostólica y arzobispo de la iglesia de Lyón, prometiéndole ordenar su vida bajo la custodia de la santa Regla del padre Benito, rogándole con todo encarecimiento que les otorgara la ayuda y la fuerza de su autoridad apostólica para llevar a feliz término su empresa.
El Legado, accediendo gustoso a sus deseos, echó los cimientos de su origen con la siguiente carta:
CAPÍTULO II
Carta del Legado Hugo
Hugo, arzobispo de Lyón y Legado de la Sede Apostólica, a Roberto, Abad de Molesmes, y a los hermanos que con él desean servir a Dios siguiendo la Regla de san Benito.
Sea conocido de todos los que se gozan en el progreso de la Santa Madre Iglesia, que Vos y algunos de vuestros hijos os presentasteis ante Nos en Lyón y declarasteis querer ajustaros en adelante más estrecha y perfectamente a la Regla de san Benito, que hasta entonces habíais observado en aquel monasterio con tibieza y negligencia.
Como está claro que en dicho lugar no se puede cumplir esto, por impedirlo diversos obstáculos, Nos, mirando el bienestar de las dos partes, es decir, de los que se van a marchar y de los que se van a quedar, juzgamos que sería conveniente que os apartaseis de allí a aquel otro lugar que la divina liberalidad os asignare, y sirváis en él al Señor más provechosa y tranquilamente. Así pues, a vosotros que estuvisteis presentes: el Abad Roberto y los hermanos Alberico, Odón, Juan, Esteban, Letaldo y Pedro, así como también a todos los que regularmente y de común acuerdo os decidáis a asociaros, os aconsejamos, ahora como entonces, que guardéis este santo propósito.
Y para que en él perseveréis, os lo mandamos confirmándolo perpetuamente con la autoridad apostólica por nuestro sello aquí impreso.
CAPÍTULO III
Partida de los Monjes Cistercienses de Molesmes,
y su llegada a Cister y el monasterio que comenzaron
Después de esto, confiados en el apoyo de una autoridad tan grande, el Abad Roberto y los suyos regresaron a Molesmes, y en aquella comunidad monástica eligieron, de entre los hermanos, compañeros ávidos de la Regla. De este modo, entre los que habían ido a hablar al Legado de Lyón y los que escogieron en el monasterio llegaron a veintiún monjes.
Acompañados por este grupo se dirigieron diligentemente a un desierto llamado Cister, situado en el obispado de Chalon, que siendo inaccesible a las pisadas humanas a causa del espesor del bosque y de los espinos, era sólo guarida de las fieras.
Al llegar allí, los hombres de Dios comprendieron que aquel lugar era tanto más apto para la vida monástica que ya estaban decididos a seguir y por la cual se encontraban allí, cuanto más despreciable e inaccesible era a los hombres; talando y apartando primeramente los árboles y matorrales, empezaron a construir allí mismo un monasterio, con el permiso del obispo de Chalon y del dueño de aquel terreno.
Aquellos hombres, cuando estaban en Molesmes, hablaban a menudo entre sí, inspirados por la gracia de Dios, de la transgresión de la Regla de san Benito, padre de los monjes, y se lamentaban y entristecían al ver que la promesa que habían hecho ellos y los demás monjes con profesión solemne, de guardar esta Regla, la habían abandonado casi por completo, y que, por lo tanto, incurrían a sabiendas en pecado de perjurio. Por eso se dirigían hacia aquella soledad, con la autoridad del Legado de la Sede Apostólica, para adecuar su profesión a la observancia de la santa Regla.
Entonces el señor duque de Borgoña, Odón, complacido por el santo fervor de los monjes y exhortado por las cartas que le escribió el mencionado Legado de la Santa Iglesia Romana, construyó enteramente a sus expensas el monasterio que ellos habían comenzado de madera, les proveyó por mucho tiempo de todo lo necesario y les favoreció abundantemente con tierras y ganado.
CAPÍTULO IV
Cómo aquel lugar fue erigido en Abadía
Por aquel mismo tiempo, el que había venido como Abad, recibió del obispo de aquella diócesis, por mandato del Legado, el báculo pastoral con el cuidado de los monjes, e hizo prometer según la Regla a los hermanos que con él habían ido, la estabilidad en aquel lugar.
Fue así como aquella iglesia quedó erigida canónicamente en abadía por la autoridad apostólica.
CAPÍTULO V
De cómo los de Molesmes pidieron insistentemente
al Papa para que volviese el Abad Roberto
Pasado no mucho tiempo, los monjes de Molesmes, por voluntad de su Abad Dom Godofredo, sucesor de Roberto, acudieron a Roma ante el Papa Urbano, y le pidieron insistentemente que restituyera a Roberto a su antiguo lugar. El Papa, movido por sus importunaciones, encargó a su Legado, el venerable Hugo, que, si era posible, hiciera volver al Abad Roberto, y que los monjes que amaban el desierto se quedasen en paz.
CAPÍTULO VI
Carta del Papa para que volviese el Abad
Urbano, obispo, siervo de los siervos de Dios, al venerable Hugo, hermano en el episcopado y Vicario de la Sede Apostólica, salud y bendición apostólica
Hemos oído en concilio, el gran clamor de los hermanos de Molesmes que pedían con vehemencia la vuelta de su Abad. Decían que la vida monástica se había degradado en su monasterio desde la ausencia de su Abad, y que tanto los príncipes como el resto de la vecindad les detestaban. Forzados así por nuestros hermanos, enviamos a tu caridad la presente carta para decirte que nos sería grata, si fuera posible, la vuelta de aquel Abad desde el desierto al monasterio; pero si no lo pudieras conseguir, procura que los que aman el desierto permanezcan en paz, y los que viven en el monasterio se ajusten a la disciplina regular.
Cuando leyó estas Letras apostólicas, el Legado llamó a consejo a personalidades eclesiásticas de buena reputación, y decidió el asunto mediante el documento siguiente:
CAPÍTULO VII
Decreto del Legado Hugo sobre el asunto entre
Molesmenses y Cistercienses
Hugo, siervo de la iglesia de Lyón, al muy querido hermano Roberto, obispo de Langres, salud.
Hemos juzgado necesario comunicar a tu Fraternidad lo que hemos resuelto en la asamblea tenida hace poco en Port d’Anselle, sobre el asunto de la Iglesia de Molesmes.
Se nos presentaron allí con cartas vuestras, los monjes de Molesmes, haciéndonos ver la desolación y destrucción de su monasterio desde la partida del Abad Roberto y pidiéndonos encarecidamente que les fuera devuelto como padre. No veían otra posibilidad de poder restablecer la paz y la quietud en la iglesia de Molesmes, o de volver a restaurar allí el vigor primero del orden monástico.
También estuvo presente allí ante nosotros, el hermano Godofredo, a quien consagrasteis Abad de aquella iglesia, diciendo que cedería gustoso su puesto al mismo Roberto como a padre, si era de nuestro agrado devolverle a la iglesia de Molesmes.
Una vez oída vuestra petición y la de los monjes, y leída también de nuevo la carta a Nos dirigida sobre este asunto por nuestro señor el Papa, que lo confía todo a nuestra disposición, determinamos finalmente, con el consejo de muchas personalidades eclesiásticas, tanto obispos como otros que nos asistían, restituir dicho Abad a la iglesia de Molesmes, accediendo así tanto a vuestros ruegos como a los de ellos.
Pero antes de volver irá a Chalon y depositará el báculo y la carga abacial en manos de nuestro hermano, el obispo de Chalon, ante quien hizo la profesión según la costumbre de los demás Abades. Además, a los monjes del Nuevo Monasterio les dejará libres y absueltos de la profesión y de la promesa de obediencia que como Abad le hicieron, y él, a su vez, recibirá del obispo la absolución de la profesión que le hizo tanto a él como a la Iglesia de Chalon.
Asimismo hemos permitido que puedan volver con él, cuando salga del Nuevo Monasterio, todos los hermanos que quieran seguirle, pero con la condición de que en adelante, ni unos ni otros se atrevan a solicitarse o recibirse mutuamente, a no ser según lo que establece san Benito para la recepción de los monjes de un monasterio conocido.
Después de haber cumplido todo esto, lo remitimos a vuestra caridad, para que le restituyáis como Abad de la iglesia de Molesmes. Pero con la condición de que, si, con su habitual inconstancia, abandona alguna vez aquella iglesia en vida del ya mencionado Abad Godofredo, ningún otro le pueda sustituir sin nuestro permiso, el vuestro, y el del mismo Godofredo.
Todo lo cual ordenamos quede ratificado con fuerza de autoridad apostólica.
Acerca de los objetos sagrados del ya mencionado Abad Roberto y de los demás objetos que trajo consigo al separarse de la iglesia de Molesmes, con los cuales se presentó al obispo de Chalon y al Nuevo Monasterio, determinamos que todo permanezca en poder de los hermanos del Nuevo Monasterio, excepto cierto Breviario, que podrán conservar, con el consentimiento de los de Molesmes, hasta la festividad de san Juan Bautista, para sacar copias de él.
Intervinieron en esta definición los obispos siguientes: Norgand de Autun, Gualtero de Chalon, Beraud de Macon, Poncio de Belley, y los Abades Pedro de Tournus, Jarento de Dijon, y Gaucerano de Ainay, y además Pedro, camarero del Papa, y otros muchos personajes honorables y de buena reputación.
El Abad aprobó y cumplió todo aquello, liberando a los cistercienses de la obediencia que le habían prometido, allí o en Molesmes. A su vez Dom Gualtero de Chalon, dejó libre al Abad de la carga de aquella Iglesia. Así regresó, y con él algunos monjes que no amaban el desierto. Con estas medidas y con la decisión apostólica, aquellas dos abadías quedaron en paz y libertad totales.
A su regreso, el Abad llevó a su obispo, como escudo de defensa, la siguiente carta.
CAPÍTULO VIII
Recomendación del Abad Roberto
Gualtero, siervo de la Iglesia de Chalon, desea salud al amadísimo hermano en el episcopado Roberto, obispo de Langres.
Te hago saber que el hermano Roberto, a quien habíamos encomendado la abadía situada en nuestra diócesis y llamada Nuevo Monasterio, ha sido por Nos desvinculado de la profesión que hizo a la iglesia de Chalon y de la obediencia que a Nos prometió, de acuerdo con la resolución del señor arzobispo Hugo. Él, a su vez, ha dejado libres y absueltos de la profesión y de la obediencia que le habían prometido, a los monjes que determinaron permanecer en el Nuevo Monasterio.
No dudes, pues, ahora recibirle y tratarle con deferencia. Salud.
CAPÍTULO IX
Elección de Alberico como primer Abad de la Iglesia Cisterciense
Viuda, pues, de su pastor la iglesia de Cister, se reunió y eligió como Abad, por vocación regular, a un hermano llamado Alberico, hombre ilustrado, muy versado en las ciencias divinas y humanas, amante de la Regla y de los hermanos. Durante mucho tiempo había desempeñado el cargo de Prior, no sólo en la iglesia de Molesmes, sino también en ésta, habiendo trabajado largo tiempo y con mucho esfuerzo para que los hermanos pasasen de Molesmes a aquel lugar, por lo cual había recibido muchas afrentas, cárcel y azotes.
CAPÍTULO X
Sobre el Privilegio romano
Una vez recibida, con no poca resistencia, la carga abacial, Alberico, hombre de prudencia admirable, se puso a considerar las tempestuosas tribulaciones que podrían abatirse alguna vez sobre aquella casa a él encomendada y zarandearla. Para precaverse en el futuro, mandó a Roma, con el consejo de los hermanos, a dos monjes, Juan e Iboldo, para que pidiesen al Papa Pascual, que pusiera su iglesia bajo las alas de la protección apostólica, a fin de que quedara perpetuamente tranquila y defendida de toda presión de personas eclesiásticas o seglares.
Estos hermanos, provistos de cartas selladas del arzobispo Hugo, de los cardenales de la Iglesia Romana Juan y Benito y de Gualtero, obispo de Chalon, fueron a Roma rápidamente y, antes de que el Papa Pascual, prisionero del Emperador, pecase, trajeron en su poder el Privilegio Apostólico, redactado en todo según el deseo del Abad y sus compañeros.
Hemos creído conveniente dejar escritas en este opúsculo dichas cartas, junto con el Privilegio romano, para que conozcan nuestros sucesores con qué prudencia y autoridad fue fundada su Iglesia.
CAPÍTULO XI
Carta de los Cardenales Juan y Benito
Al padre y señor, el Papa Pascual, digno de toda alabanza en todo lugar, Juan y Benito, se ofrecen a sí mismos para todo.
Como quiera que es propio de vuestro gobierno atender a todas las Iglesias y ayudar a los que piden cosas justas, y como la Religión cristiana debe desarrollarse apoyada en vuestra justicia, suplicamos humildemente a Vuestra Santidad que os dignéis escuchar con benevolencia a los portadores de esta carta, enviados con nuestro consejo a Vuestra Paternidad por algunos hermanos religiosos.
Piden que el decreto que habían recibido de vuestro predecesor, nuestro señor el Papa Urbano, de feliz memoria, sobre la tranquilidad y estabilidad de su forma de vida monástica y lo que, según dicho decreto, resolvieron el arzobispo de Lyón, entonces Legado, y otros obispos y abades, para dirimir las diferencias entre ellos y la Abadía de Molesmes, de la que se habían separado por una cuestión de observancia, por vuestra autoridad permanezca firme para siempre. De la autenticidad de su vida monástica, nosotros mismos, que lo hemos visto, damos testimonio.
CAPÍTULO XII
Carta de Hugo, Arzobispo de Lyón
Al reverendísimo padre y señor suyo, el Papa Pascual, Hugo, siervo de la Iglesia de Lyón, se ofrece a sí mismo para todo.
Estos hermanos, portadores de las presentes cartas, de camino hacia Vuestra excelsa Paternidad, pasaron por aquí, y como residen en nuestra provincia, es decir, en la diócesis de Chalon, pidieron a nuestra humilde persona que les recomendásemos por escrito ante Vuestra Santidad.
Sabed que son de cierto lugar llamado Nuevo Monasterio, al que se fueron a vivir cuando salieron con su Abad de la iglesia de Molesmes, para observar una vida más estricta y retirada, siguiendo la Regla de san Benito que habían profesado, dejando las costumbres de algunos monasterios, por juzgarse a sí mismos demasiado débiles para llevar un fardo tan pesado. Por eso, los hermanos de la iglesia de Molesmes y algunos otros monjes vecinos no cesan de incomodarles y turbarles, pensando que la gente les tendrá por más viles y despreciables si éstos monjes nuevos y originales habitan entre ellos.
Por lo cual, humilde y confiadamente suplicamos a Vuestra Paternidad amadísima, que recibáis con vuestra acostumbrada benignidad a estos hermanos, que ponen en Vos, después de Dios, toda su esperanza, y por eso acuden a refugiarse bajo vuestra autoridad apostólica, para que, defendiéndoles con el Privilegio de vuestra autoridad, les libréis, a ellos y a su monasterio, de dicha hostilidad e inquietud. Como son pobres de Cristo, no pretenden defenderse en modo alguno de sus rivales mediante las riquezas o el poder, sino que solamente ponen su esperanza en la clemencia de Dios y en la vuestra.
CAPÍTULO XIII
Carta del Obispo de Chalon
Al venerable padre, el Papa Pascual, Gualtero, obispo de Chalon, salud y debida sumisión.
Del mismo modo que Vuestra Santidad desea ardientemente que los fieles progresen en la Religión verdadera, así también es conveniente que no carezcan de la sombra de vuestra protección ni del calor de vuestro consuelo.
Por eso, os suplicamos que aprobéis todo lo que se ha hecho en relación con estos hermanos, que por deseos de una vida más austera y siguiendo el consejo de hombres santos, abandonaron la iglesia de Molesmes y fueron traídos por la bondad divina a nuestra diócesis. En su nombre están ante Vos los portadores de las presentes cartas. Os pedimos, pues, que aprobéis todo esto, según el decreto de vuestro predecesor y según la decisión y el rescripto del arzobispo de Lyón, Legado entonces de la Sede Apostólica, y de los otros obispos y abades, en la cual estuvimos nosotros presentes y de la que fuimos autores junto con los demás.
Os pedimos también que os dignéis confirmar esto con un Privilegio de Vuestra autoridad, de modo que aquel lugar permanezca para siempre como abadía libre, quedando a salvo, sin embargo, la reverencia canónica a nuestra persona y a nuestros sucesores.
También el Abad que ordenamos en aquel lugar y los demás hermanos, solicitan con todas sus fuerzas a Vuestra bondad esta confirmación con el fin de salvaguardar su tranquilidad.
CAPÍTULO XIV
Privilegio Romano
Pascual, obispo, siervo de los siervos de Dios, al venerable hijo Alberico, Abad del Nuevo Monasterio situado en la diócesis de Chalon, y a sus sucesores regulares que en el futuro han de sucederle: para siempre.
Un deseo, inspirado por Dios, relativo a un propósito de vida religiosa y a la salvación de las almas, debe ser realizado sin ninguna dilación. Por eso, hijos muy queridos en el Señor, acogemos sin dificultad todo lo que pedís en vuestras preces, pues nos congratulamos de vuestra vida monástica con paternal afecto.
Así, pues, decretamos que aquel lugar donde habéis elegido vivir con vistas a alcanzar la paz monástica, esté libre y defendido de cualquier molestia humana; que exista allí abadía para siempre y que quede especialmente protegida bajo la tutela de la Sede Apostólica, quedando salva la reverencia canónica a la iglesia de Chalon.
Así pues, por el contenido del presente decreto, prohibimos que a nadie absolutamente le esté permitido modificar vuestro género de vida, ni recibir a los monjes de vuestro monasterio, llamado “Nuevo”, sin la recomendación prescrita por la Regla, ni perturbar mediante astucia o violencia a vuestra comunidad.
Confirmamos también, teniéndola por razonable y laudable, la decisión sobre la controversia habida entre vosotros y los monjes del monasterio de Molesmes, tomada por nuestro hermano el obispo de Lyón, Vicario entonces de la Sede Apostólica, junto con los obispos de su provincia y otras personalidades eclesiásticas, por precepto de nuestro predecesor, de apostólica memoria, Urbano II.
Vosotros, pues, carísimos y muy estimados hijos en Cristo, debéis acordaros de que parte de vosotros habéis dejado las anchuras del siglo, y parte también las estrecheces menos austeras de un monasterio más laxo. Y para que seáis juzgados cada vez más dignos de esta gracia, afanaos por poseer continuamente en vuestros corazones el temor y el amor de Dios. De este modo, cuanto más libres os veáis del tumulto y de los placeres del mundo, tanto más anheléis agradar a Dios, con todas las fuerzas de vuestra mente y de vuestra alma.
Si en adelante algún arzobispo u obispo, emperador o rey, príncipe o duque, conde o vizconde, juez o cualquier otra persona eclesiástica o seglar, conociendo el texto de esta constitución, se atreviera temerariamente a contravenirla y, después de avisada por segunda y tercera vez, no se enmendara con una adecuada satisfacción, sea desposeída de la dignidad de su potestad y rango, y sepa que es reo del juicio divino por la iniquidad perpetrada; sea privado del Cuerpo y Sangre sacratísimos de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, y en el juicio final esté sujeto a severa venganza. Pero que la paz de nuestro Señor Jesucristo esté con todos los que se porten rectamente con aquel lugar, y perciban aquí el fruto de su buena acción, hallando ante el severo Juez el premio de la paz eterna.
CAPÍTULO XV
Estatutos de los monjes cistercienses
que vinieron de Molesmes
A continuación el Abad y sus hermanos, sin olvidarse de su promesa, determinaron unánimemente establecer y guardar en aquel lugar la Regla de san Benito, rechazando cualquier cosa que pudiera oponerse a la Regla, esto es, flecos, pellizas, telas y aun capuchas y calzones, sábanas y cobertores, jergones de paja y diversos platos de manjares en el refectorio, grasa y todo lo demás que era contrario a la pureza de la Regla. De este modo, teniendo en todo como norma de conducta para su vida la rectitud de la Regla, se amoldaron a ella y se conformaron a sus huellas, tanto en las observancias eclesiásticas como en las demás. Despojados del hombre viejo, se gozaban de haberse vestido del nuevo. Y como ni en la Regla ni en la vida de san Benito leían que este doctor hubiese tenido iglesias o altares, o derechos de ofrendas o de sepulturas, o diezmos de otros, u hornos o molinos, o villas, o campesinos; ni tampoco que hubiesen entrado mujeres en su monasterio, ni que hubiese enterrado allí a muertos, excepto a su hermana; por eso renunciaron a todo aquello diciendo: “cuando nuestro padre san Benito nos enseña que el monje debe hacerse ajeno a la conducta del mundo, claramente indica que tales cosas no deben encontrarse en las acciones ni en el corazón de los monjes, los cuales deben ser consecuentes con la etimología de su nombre alejándose de estas cosas”. Decían también que los santos Padres, que fueron instrumentos del Espíritu Santo, y cuyas normas es un sacrilegio traspasar, distribuían los diezmos en cuatro partes: una para el obispo, otra para el párroco, la tercera para los peregrinos que se hospedan en aquella Iglesia, o para las viudas y huérfanos, o los pobres que no tienen otros recursos, y la cuarta para restaurar la Iglesia. Y como no veían que en este cómputo entrase la persona del monje, que posee sus propias tierras de las que puede vivir trabajándolas por sí mismo y con ayuda de su ganado, no quisieron usurpar injustamente para sí estas cosas, considerándolas como derecho ajeno.
Y así, después de despreciar las riquezas de este mundo, los nuevos soldados de Cristo, pobres con Cristo pobre, empezaron a tratar entre sí sobre el modo, el tipo de trabajo o la actividad con que, en aquel género de vida, podrían sustentarse a sí mismos y a los huéspedes, ricos o pobres, que vinieran a ellos, y a los cuales la Regla manda recibir como a Cristo. Entonces determinaron tomar, con permiso de su obispo, conversos laicos con barba, y tratarlos, en vida y en muerte, como a sí mismos, excepto en el estatuto monástico; y además también obreros a sueldo, pues no entendían cómo podrían guardar plenamente día y noche los preceptos de la Regla sin la ayuda de aquéllos. Asimismo aceptaron tierras alejadas de las poblaciones, viñas, prados, bosques y cauces de agua para construir molinos de uso privado y para pescar, también caballos y diversos ganados útiles para las necesidades humanas. Y como en diversos lugares habían establecido centros de explotación agrícola, determinaron que fueran los mencionados conversos, y no los monjes, quienes administrasen aquellas casas, pues, según la Regla, los monjes deben vivir en el claustro. Además, como aquellos santos varones también sabían que san Benito no había construido sus monasterios ni en ciudades ni en castillos ni en aldeas, sino en lugares apartados del concurso de las gentes, ellos prometieron imitar lo mismo. Y como en los monasterios que él construía, establecía doce monjes más un padre, ellos determinaron hacer otro tanto.
CAPÍTULO XVI
De su tristeza
A aquel hombre de Dios, el Abad de que hemos hablado, y a los suyos, les causaba cierta pena el hecho de que en aquellos días eran raros los que se acercaban para imitarles. Pues aquellos santos varones ansiaban transmitir a sus sucesores, para la salvación de muchos, el tesoro de virtudes que habían encontrado por la gracia divina. Mas casi todos los que veían y oían la aspereza de su vida insólita y casi inaudita, se apresuraban a alejarse de ellos en cuerpo y alma más que acercarse, y estaban convencidos de que no iban a durar mucho. Pero la misericordia de Dios, que para provecho de muchos había inspirado esta milicia espiritual, la extendió sobremanera, y la llevó a su perfección como se verá por lo que sigue a continuación.
CAPÍTULO XVII
Muerte del primer Abad y promoción del segundo.
Sus estatutos y su alegría
El hombre de Dios Alberico, después de haberse ejercitado felizmente durante nueve años y medio en la disciplina regular de la escuela de Cristo, pasó al Señor, glorioso por su fe y sus virtudes, y mereciendo que Dios le hiciera digno de recibir la dicha de la vida eterna.
Le sucedió un hermano llamado Esteban, de nacionalidad inglesa, que había venido también de Molesmes con los otros y que era asimismo amante de la Regla y del lugar.
En tiempo de éste, los hermanos, a una con el Abad, establecieron la prohibición de que el duque de aquellas tierras, o cualquier otro príncipe, pudiera instalar en ninguna ocasión su corte en aquella iglesia, como acostumbraban antes en las solemnidades. Además, para que en la casa de Dios, en la que querían servir con fervor día y noche, no quedara nada que oliera a soberbia o superfluidad, o corrompiera de algún modo la pobreza, guardiana de las virtudes, que espontáneamente habían abrazado, determinaron no conservar cruces de oro o plata, sino sólo de madera pintada; y tampoco candelabros, excepto uno de hierro, ni incensarios que no fuesen de cobre o de hierro, ni casullas que no fuesen de fustán o lino, pero sin seda, ni oro ni plata; ni albas ni amitos que no fueran de lino, asimismo sin seda, oro ni plata. Abandonaron por completo el uso de palios, capas pluviales, dalmáticas y túnicas. Pero conservaron cálices de plata, no de oro sino, en lo posible, dorados, y cánula de plata y a ser posible dorada; y las estolas y manípulos únicamente de seda, sin oro ni plata. Mandaron claramente que los manteles del altar fueran de lino y sin pinturas, y las vinajeras sin oro ni plata.
En aquellos días creció aquella Iglesia en tierras y viñas, en prados y granjas sin que decayera su vida monástica. Entonces visitó el Señor aquel lugar, derramando su misericordia entrañable sobre aquellos que le imploraban, clamando día y noche con lágrimas en los ojos y con profundos y prolongados suspiros, tocando casi las puertas de la desesperación, y todo porque apenas tenían sucesores.
Pero la gracia de Dios envió de una sola vez a aquella iglesia tantos clérigos doctos y nobles, tantos laicos que en el mundo habían sido poderosos e igualmente nobles, que fueron treinta los que ingresaron al mismo tiempo y llenos de ardor en el noviciado y, luchando esforzadamente contra los propios vicios y las instigaciones de los espíritus malignos, consumaron felizmente la carrera de su vida. Animados con su ejemplo, y viendo que en ellos era posible lo que antes tanto temían como imposible en lo tocante a la observancia de la Regla, acudieron allí jóvenes y viejos, hombres de todas las edades y de todas las partes de la región, para doblar sus soberbias cervices al yugo suave de Cristo y amar ardientemente los duros y ásperos preceptos de la Regla. Y así empezaron a alegrar y consolidar maravillosamente aquella Iglesia.
CAPÍTULO XVIII
De las Abadías
A partir de entonces establecieron abadías en diversas diócesis. Las cuales aumentaban de día en día con una bendición del Señor tan abundante y poderosa, que en menos de ocho años se habían construido ya doce monasterios, entre los que habían salido directamente de Cister y los restantes salidos de aquéllos.
CARTA DE CARIDAD “PRIOR”
PRÓLOGO
Sobre la Carta de Caridad
Antes de que empezasen a florecer las abadías cistercienses, el Abad Dom Esteban y sus hermanos dispusieron que no se fundaran abadías en la diócesis de ningún obispo, sin que antes éste hubiese aprobado y confirmado el decreto elaborado y confirmado entre la comunidad de Cister y las demás nacidas de ella, a fin de evitar escándalos entre el Pontífice y los monjes. En este decreto, los mencionados hermanos, para prevenir todo naufragio futuro de la mutua paz, dilucidaron, estatuyeron y legaron luego a sus descendientes, el pacto de amistad, el modo de vida, y aun la caridad con la que unirían indisolublemente por el espíritu a sus monjes, corporalmente divididos a través de las abadías situadas en distintas partes de la región. A este decreto pensaron que debía llamársele Carta de Caridad, porque su contenido, rechazando todo gravamen de exacción, busca sólo la caridad y la utilidad de las almas tanto en lo divino como en lo humano.
Índice de los capítulos
I.          Que la iglesia madre no exija a la hija ningún censo material.
II.         Que de un solo modo se entienda y se cumpla la Regla por todos.
III.       Que todos tengan los mismos libros eclesiásticos y las mismas costumbres.
IV.       Estatuto general entre las abadías.
V.        Una vez al año visite la madre a la hija.
VI.       La reverencia debida a la hija cuando viniere a la iglesia madre.
VII.      Acerca del Capítulo General de los Abades en Cister.
VIII.     Relaciones entre los salidos de Cister y los que ellos han engendrado, y que todos vengan al Capítulo General y de la satisfacción y penitencia de los que no vinieren.
IX.       De los Abades que fueran negligentes en el cumplimiento de la Regla o de la Orden.
X.        Ley que ha de seguirse entre las Abadías que unas a otras no se engendraron.
XI.       Muerte y elección de Abades.
CAPÍTULO I
Empieza la Carta de Caridad.
Que la iglesia madre no exija a la hija ningún censo material
Como sabemos que todos somos siervos, aunque inútiles, del único verdadero Rey y Señor y Maestro, por eso no queremos imponer ninguna exacción de bienes terrenos o de cosas temporales a nuestros hermanos, abades y monjes, que la bondad de Dios pudiera ordenar bajo disciplina regular en diversos lugares, sirviéndose de nosotros, hombres llenos de miseria. Pues, deseando ser de provecho a ellos y a todos los hijos de la santa Iglesia, disponemos no ejecutar respecto de ellos nada que les sea gravoso, nada que disminuya su hacienda, no sea que, mientras anhelamos abundar a expensas de su pobreza, no podamos evitar el mal de la avaricia que, según el Apóstol, es ciertamente una verdadera idolatría. Queremos, sin embargo, en gracia de la caridad, retener el cuidado de sus almas, para que si alguna vez, lo que Dios no quiera, intentasen apartarse un poco de su santo propósito y observancia de la santa Regla, puedan por nuestra solicitud, volver a la rectitud de vida.
CAPÍTULO II
Que de un solo modo se entienda y se cumpla
la Regla por todos
Así pues, queremos y mandamos que observen en todo la Regla de san Benito tal como se observa en el Nuevo Monasterio. No introduzcan un sentido distinto en la interpretación de la santa Regla, sino que tal como la entendieron y guardaron nuestros antecesores, nuestros santos padres, es decir, los monjes del Nuevo Monasterio, y como nosotros hoy la entendemos y guardamos, así también la entiendan y guarden ellos.
CAPÍTULO III
Que todos tengan los mismos libros eclesiásticos
y las mismas costumbres
Y puesto que en nuestros claustros recibimos a todos los monjes que de ellos vienen a nosotros, y también ellos acogen a los nuestros en sus claustros, nos parece oportuno, y así lo queremos, que las costumbres, el canto y todos los libros necesarios para las Horas diurnas y nocturnas, y para las Misas, sean según la forma de las costumbres y de los libros del Nuevo Monasterio, de modo que no exista discordia en nuestros actos, sino que vivamos con una sola caridad, con una sola Regla y con unas costumbres semejantes.
CAPÍTULO IV
Estatuto general entre las abadías
Cuando el Abad del Nuevo Monasterio vaya a hacer la visita a alguna de estas comunidades el Abad local le cederá el puesto en todos los lugares del monasterio, para reconocer que la iglesia del Nuevo Monasterio es la madre de su iglesia; y el Abad que ha llegado ocupará el sitio del Abad local mientras dure su estancia allí, salvo que no comerá en la hospedería, sino en el refectorio con los hermanos, por causa del mantenimiento de la disciplina, a no ser que el Abad local esté ausente. Lo mismo harán todos los Abades de nuestra Orden que estén de paso. Si fuesen varios los llegados y el Abad local estuviera ausente, el más antiguo de ellos comerá en la hospedería. Con esta excepción: el Abad local bendecirá a sus novicios después del tiempo de prueba en presencia de un Abad de mayor rango. Además, el Abad del Nuevo Monasterio tendrá cuidado de no intentar tratar, ordenar o tocar cosa alguna de las cosas del lugar que fuere a visitar, en contra de la voluntad del Abad o de los hermanos. Pero si se enterase de que en aquel lugar se transgredían los preceptos de la Regla o los estatutos de nuestra Orden, con el consejo del Abad presente procurará corregirlo caritativamente. Pero si el Abad local no estuviera presente, corrija, no obstante, lo que encuentre defectuoso.
CAPÍTULO V
Una vez al año visite la madre a la hija
Una vez al año el Abad de la iglesia madre visitará todos los monasterios que él haya fundado; y si visitara con mayor frecuencia a los hermanos, que éstos se alegren más por ello.
CAPÍTULO VI
La reverencia debida a la hija cuando viniere a la iglesia madre
Cuando algún Abad de estas iglesias venga al Nuevo Monasterio, se le mostrará la debida reverencia. Ocupará la silla del Abad, recibirá a los huéspedes y comerá con ellos, pero sólo si el Abad está ausente. En caso de que estuviera presente, no hará nada de esto, sino que comerá en el refectorio. El Prior local dispondrá los asuntos de la comunidad.
CAPÍTULO VII
Acerca del Capítulo General de los Abades en Cister
Todos los abades de estas iglesias vendrán una vez al año, en el día que de común acuerdo determinen, al Nuevo Monasterio, y allí tratarán de la salvación de las almas, determinarán lo que haya de enmendarse o añadirse en lo que toca a la observancia de la santa Regla o a la Orden, y restablecerán entre ellos el bien de la paz y de la caridad. Si se viera que algún Abad se muestra poco celoso de la Regla, o demasiado implicado en asuntos temporales, o culpable de cualquier otro vicio, será proclamado allí con caridad. El proclamado pedirá perdón y cumplirá la pena que le sea impuesta por su culpa. Esta proclamación la harán sólo los abades. Si alguna iglesia llegase a caer en una pobreza extrema, el Abad de la comunidad procurará exponer esta situación ante todo el Capítulo. Entonces, todos los abades, inflamados en el grandísimo fuego de la caridad, se apresurarán a aliviar la pobreza de aquella iglesia con los bienes recibidos de Dios, según sus posibilidades.
CAPÍTULO VIII
Relaciones entre los salidos de Cister y los que ellos
han engendrado, y que todos vengan al Capítulo General
y de la satisfacción y penitencia de los que no vinieren
Cuando, por la gracia de Dios, alguna de nuestras iglesias se hubiera desarrollado tanto que pudiera fundar otro monasterio, uno y otro observarán entre ellos la normativa que nosotros guardamos con nuestros hermanos. Queremos y nos reservamos para nosotros, que todos los abades de todas las regiones, en el día que de común acuerdo hayan determinado, vengan al Nuevo Monasterio y allí obedezcan en todo al Abad del lugar y al Capítulo, en lo que se refiere a la corrección de sus desviaciones y a la observancia de la santa Regla o de la Orden. Pero ellos, con aquellos a los que engendraron, no tendrán Capítulo anual. Pero si una enfermedad corporal o la profesión de los novicios impidiera alguna vez a alguno de nuestros abades acudir a nuestra reunión en el lugar que hemos dicho y en el día fijado, enviará a su Prior, quien procurará dar a conocer al Capítulo la causa de su ausencia, y a su regreso dará a conocer a su Abad y a sus hermanos lo que hayamos decretado o modificado. Porque si alguno, en cualquier otra circunstancia, se atreviese a faltar alguna vez a nuestro Capítulo General, en el Capítulo del año siguiente pedirá perdón por su culpa y cumplirá la pena de la culpa leve, durante el tiempo que juzgue el presidente del Capítulo.
CAPITULO IX
De los Abades que fueran negligentes en el
cumplimiento de la Regla o de la Orden
Si se viera que algún Abad menosprecia la santa Regla o nuestra Orden, o consiente en los vicios de los hermanos a él encomendados, el Abad del Nuevo Monasterio, bien por sí mismo o por el Prior de su comunidad, o por cartas, procurará amonestarle cuatro veces para que se enmiende. Si responde con desprecio, entonces el Abad de la iglesia madre procurará dar cuenta de su desviación al obispo en cuya diócesis reside, y a los canónigos de su iglesia. Estos le convocarán, y con suma prudencia tratarán el asunto con dicho Abad; y, o bien le corregirán, o bien, si se mantiene incorregible, le removerán de su cargo. Pero si el obispo y los clérigos hacen caso omiso de la transgresión de la santa Regla en aquella comunidad y no quisieran corregir o deponer al Abad, entonces el Abad del Nuevo Monasterio y algunos Abades de nuestra Congregación, que él llevará consigo, se presentarán en aquella comunidad y removerán de su cargo al transgresor de la santa Regla. Y los monjes de aquel lugar, en presencia y con el consejo de los abades, elegirán otro Abad que sea digno. Pero si el Abad y los monjes de la iglesia del lugar desprecian a los abades llegados y no quieren dejarse enmendar por ellos, entonces las personas presentes lanzarán contra ellos la excomunión. Y si en adelante alguno de éstos, vuelto en sí, quisiera escapar de la muerte de su alma, y deseando mejorar de vida, viniera a su madre, es decir, al Nuevo Monasterio, para vivir allí, sea recibido como hijo de aquella iglesia. Fuera de esta causa, que nuestros hermanos han de evitar con sumo cuidado, a ningún monje de estas iglesias recibimos para que viva con nosotros sin el consentimiento de su Abad. Por su parte, tampoco ellos recibirán a los nuestros en las suyas. Contra la voluntad de estos Abades no llevamos a vivir en su iglesia a nuestros monjes, ni ellos a los suyos en la nuestra. Si los abades de nuestras iglesias viesen que su madre, es decir, el Nuevo Monasterio, empezaba a decaer de su santo propósito y a desviarse del camino recto de la santa Regla o de nuestra Orden, amonestarán cuatro veces al Abad de este mismo lugar por medio de sus tres hermanos en el abadiato, es decir, los de La Ferté, Pontigny y Claraval actuando en nombre de los otros Abades, para que se corrija; y el resto de las cosas que hemos establecido que se haga en relación con los otros abades que se hubieran apartado de la Regla, las ejecutarán con todo cuidado con él. Con esta excepción: que si deja el cargo, no le podrán sustituir ellos por otro, ni si se resiste le podrán lanzar el anatema. Pero si no aceptase su consejo, notificarán inmediatamente su contumacia al obispo y a los canónigos de la iglesia de Chalon, pidiendoles que le hagan comparecer a su presencia; y una vez examinada la causa le harán que se corrija por completo o le removerán de su cargo si fuese incorregible. Una vez removido, los hermanos de aquel mismo lugar enviarán tres mensajeros, o más si quisieran, a las abadías directamente fundadas por el Nuevo Monasterio y a lo largo de quince días convocarán a todos los Abades que puedan, y con su consejo y ayuda elegirán para sí un Abad, como Dios tuviera establecido de antemano. Mientras tanto, el Abad de La Ferté presidirá esta iglesia, hasta que o bien sea restituido el mismo pastor, convertido por la misericordia divina de su error, o bien sea elegido regularmente otro en su lugar. Pero si el obispo y los clérigos de dicha ciudad no se preocupasen de juzgar al transgresor de la manera como hemos dicho, entonces todos los Abades salidos directamente del Nuevo Monasterio, irán al lugar de la transgresión, y depondrán de su cargo al transgresor de la santa Regla; luego los monjes de aquella iglesia, en presencia de los Abades y con su consejo, elegirán para sí un Abad. Pero si el Abad y sus monjes no quisieran recibir ni obedecer a nuestros abades, que éstos no teman herirles con la espada de la excomunión, y separarles del cuerpo de la Iglesia católica. Pero si después alguno de los que se han desviado se arrepintiera y, deseando salvar su alma, se refugiase en alguna de estas tres iglesias, es decir, la de La Ferté, la de Pontigny o la de Claraval, se le recibirá como familiar y coheredero de la Iglesia, hasta que sea devuelto a su propia iglesia como es de justicia, reconciliado. Pero entre tanto, el Capítulo anual de Abades no se celebrará en el Nuevo Monasterio, sino en el lugar previsto por los tres Abades mencionados.
CAPÍTULO X
Ley que ha de seguirse entre las Abadías
que unas a otras no se engendraron
Para aquellas abadías que no se engendraron unas a otras, ésta será la ley: todo Abad cederá el puesto en todos los lugares de su monasterio a un Abad que esté de paso, para que se cumpla aquello de: “anticipándoos a honraros mutuamente”. Si se juntasen dos o más, el más antiguo de los llegados ocupará el primer puesto. Pero todos, sin embargo, comerán en el refectorio, como arriba dijimos, excepto el Abad local, si está presente; pero en cualquier otro lugar en que se reúnan, seguirán el orden de la antigüedad de sus abadías, y será primero aquél cuya iglesia fuese la más antigua, excepto que si alguno de ellos estuviese revestido con alba, poniéndose el primero, delante de todos, en el coro de la izquierda, presidirá la acción litúrgica aunque sea el más joven de todos. Pero en cualquier parte en que se sienten juntos, se harán mutuamente la inclinación.
CAPÍTULO XI
Muerte y elección de Abades
A la muerte de su padre, los hermanos del Nuevo Monasterio enviarán, como antes hemos dicho, tres mensajeros a los Abades, o más si lo desean; y reunirán a todos los que puedan llamar en el espacio de los quince días siguientes; y con su consentimiento elegirán a aquel pastor que Dios tenga previsto de antemano. Entre tanto, el Abad de La Ferté, como ya hemos dicho tratando de otra cuestión, ocupará en todo el puesto del Abad difunto hasta que sea elegido otro Abad que, con la gracia de Dios, asuma el lugar y el cuidado del mismo. En las demás comunidades que, por cualquier circunstancia, se hayan quedado viudas de su propio pastor, los hermanos de aquel lugar llamarán al Abad de la casa que les engendró y, en su presencia y con su consejo, elijan para sí un Abad de entre ellos o de entre los hermanos del Nuevo Monasterio o del resto de nuestras iglesias. Los cistercienses no pueden elegir como Abad a alguien de una iglesia extraña, ni ofrecer sus monjes a otros para esta misma función. Pero cualquier persona de cualquier comunidad de nuestra Orden que los monjes elijan, sea recibida sin oposición.
 
 
 

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