jueves, 18 de abril de 2013

María de la Encarnación, Beata


Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia, 18 de abril
 
María de la Encarnación, Beata
María de la Encarnación, Beata

Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia

Martirologio Romano: En Pontoise, cerca de París, en Francia, beata María de la Encarnación (Bárbara) Avrillot, madre ejemplar de familia y mujer sumamente devota, que introdujo el Carmelo en Francia, fundó cinco monasterios y, muerto su esposo, abrazó la vida religiosa. ( 1618)

También es conocida como:Beata Bárbara Avrillot

Fecha de beatificación: 5 de junio de 1791 por el Papa Pío VI.
 

Nació en París el 1 de febrero de 1566. Sus padres, nobles, se llamaron Nicolás y María.

Desde muy niña fue encomendada como interna a las Hermanas Menores de la Humildad de Longchamp para que recibiera una digna educación.

Estimulada por el amor divino que ardía en su corzón, pronto concibió un entrañable ted¡o a todas las cosas de la tierra.

Su madre juzgó que su hija mudaría de actitud obligándola a alternar en el mundo con lo más granado de la sociedad, pero, viéndola cada día más retraída, mudó de proceder tratándola con rigores y aspereza.

Frustrados sus anhelos de vida religiosa, tuvo que acceder al deseo de sus padres tomando por esposo a Pedro Acarie, señor rico, noble y cristiano con el que tuvo siete hijos.

Se dedicó por entero a la educación de sus hijos y a ayudar a toda clase de necesitados.

Fue muy apreciada por los hombres y mujeres más insignes de su tiempo.

En 1601, leyendo las obras de Santa Teresa, se sintió inspirada para introducir en Francia la reforma de esta gran carmelita y así inició su fundación y consiguió la auto riazación real y la bula pontificia para construir el primer monasterio.

Después de muchas dificultades, llegaron por fin de España seis carmelitas descalzas y entre éstas la sierva de Dios Ana de Jesús y la Beata Ana de San Bartolomé, iniciando en París la vida regular.

Seguidamente cooperó nuestra beata en la fundación de Pontoise de Digione y de Amiens en el que vio con alegría ingresar a tres de sus hijas. Por todos es considerada como la "Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia".

Fallecido su eposo en 1613, vio por fin llegado el momento de poder realizar sus anhelos de vida religiosa ingresando ella también como hermana conversa y eligiendo para esto el convento más lejano y más pobre que era el de Amiens donde vistió el hábito el 7 de abril de 1614.

Por su delicado estado de salud, el 7 de diciembre 1616 fue enviada al Carmelo de Pontoise, donde, confortada por el viático y por éxtasis y visiones celestiales, entregó su alma al Señor el 18 de abril de 1618.

El papa Pío VI la beatificó el 5 de junio de 1791.

Su cuerpo reposa en la capilla del convento de Pontoise.

Su fiesta se celebra el 18 de abril.

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He aquí una madre de seis hijos, que se dio el gusto de poder llevar a su país tres nuevas comunidades religiosas, y de llegar a tener tres hijas religiosas y un hijo sacerdote, además de dos hijos muy buenos católicos y padres de familia.
Nació en París en 1565 de noble familia. Sus padres deseaban mucho tener una hija y después de bastantes años de casados no la habían tenido. Prometieron consagrarla a la Sma. Virgen y Dios se la concedió. Tan pronto nació la consagraron a Nuestra Señora y poco después fueron al templo a dar gracias públicamente a Dios por tan gran regalo.

De jovencita deseaba mucho ser religiosa, pero sus padres, por ser la única hija, dispusieron que debería contraer matrimonio. Ella obedeció diciendo: "Si no me permiten ser esposa de Cristo, al menos trataré de ser una buena esposa de un buen cristiano". Y en verdad que lo fue.

A sus seis hijos los educaba con tanto esmero especialmente en lo espiritual que la gente decía: "Parece que los estuviera preparando para ser religiosos".

Su esposo Pedro Acarí, un joven abogado, que ocupaba un alto puesto en el Ministerio de Hacienda del gobierno, era muy piadoso y caritativo y ayudaba con gran generosidad especialmente a los católicos que tenían que huir de Inglaterra por la persecución de la Reina Isabel. Pero como todo ser humano, Don Pedro tenía también fuertes defectos que hicieron sufrir bastante a nuestra santa. Pero ella los soportaba con singular paciencia.

A quienes le preguntaban si a sus hijos los estaba preparando para que fueran religiosos, ella les respondía: "Los estoy preparando para que cumplan siempre y en todo de la mejor manera la voluntad de Dios".

El Sr. Acarí pertenecía a la Liga Católica y este partido fue derrotado y quedó de rey Enrique IV, el cual desterró a los jefes de la Liga y les confiscó todos sus bienes. De un momento a otro la señora de Acarí quedaba sin esposo y sin bienes y con seis hijitos para sostener. Pero ella no era mujer débil para dejarse derrotar por las dificultades. Personalmente asumió ante el gobierno la defensa de su marido y obtuvo que levantaran el destierro y que le devolvieran parte de los bienes que le habían quitado. Y llegó a ganarse la admiración y el aprecio del mismo rey Enrique IV.

Desde los primeros años de su matrimonio dispuso llevar una vida de mucha piedad en su hogar. Al personal de servicio le hacía rezar ciertas oraciones por la mañana y por la noche, y a la vez que les prestaba toda clase de ayudas materiales, se preocupaba mucho porque cada uno cumpliera muy bien sus deberes para con Dios. Se asoció con una de sus sirvientas para rezar juntas, corregirse mutuamente en sus defectos, leer libros piadosos y ayudarse en todo lo espiritual.

La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, visitaba enfermos, ayudaba a los que pasaban situaciones económicas difíciles, asistía a los agonizantes, instruía a los que no sabían bien el catecismo, trataba de convertir a los herejes, a los que habían pasado a otras religiones y favorecía a todas las comunidades religiosas que le era posible. Su marido a veces se disgustaba al verla tan dedicada a tantas actividades religiosas y caritativas, pero después bendecía a Dios por haberle dado una esposa tan santa.

La señora de Acarí se hizo amiga de una mujer mundana la cual empezó a tratar en sus charlas de temas profanos, y al iniciarla en lecturas de novelas y de escritos no piadosos. Esto la enfrió mucho en su piedad. Afortunadamente su esposo se dio cuenta y la previno contra el peligro de esa amistad y de esas lecturas y empezó a llevarle los libros escritos por Santa Teresa, y estos libros la transformaron completamente. Otra lectura que la conmovió profundamente fue la de las Confesiones de San Agustín. Una frase de este santo que la movió a dedicarse totalmente a Dios fue la siguiente: "Muy pobre y miserable es el corazón que en vez de contentarse con tener a Dios de amigo, se dedica a buscar amistades que sólo le dejan desilusión".

Muere su esposo y ella puede ahora dedicarse con más exclusividad a las labores espirituales. Arregla todo de la mejor manera para que sus hijos sigan recibiendo la mejor educación posible y ella dirige todos sus esfuerzos a una labor que le ha sido confiada en una visión.

Un día mientras está orando, después de haber leído unas páginas de la autobiografía de Santa Teresa, siente que ésta santa se le aparece y le dice: "Tú tienes que esforzarte por que mi comunidad de las carmelitas logre llegar a Francia". Desde esa fecha la Señora Acarí se dedica a conseguir los permisos para que las Carmelitas puedan entrar a su país. Pero las dificultades que se le presentan son muy grandes. Hay leyes que prohiben la llegada de nuevas comunidades. Habla con el rey y con el arzobispo, pero cuando todo parece ya estar listo, de nuevo se les prohibe la entrada. Una nueva aparición de Santa Teresa viene a recomendarle que no se canse de hacer gestiones para que las religiosas carmelitas puedan entrar a Francia, porque esta comunidad va a hacer grandes labores espirituales en ese país. Por sus ruegos el Padre Berule (el futuro Cardenal Berule) se va a España y obtiene que preparen un grupo de carmelitas para enviar a París. Y mientras tanto la Sra. Acarí sigue en la capital haciendo gestiones para conseguirles casa y por obtener todos los permisos del alto gobierno.

Nuestra santa no es de las que se quedan con los brazos cruzados. Sabe que a París ha llegado el famoso obispo San Francisco de Sales a predicar una gran serie de sermones y lo invita a su casa y este santo apóstol que es admirador incondicional de los escritos de Santa Teresa se le convierte en su mejor aliado y habla con las más altas personalidades y le ayuda a conseguir los permisos que necesitan. Otro que les ayudó mucho fue el abad de los Cartujos, que era su confesor. Y entre todos logran conseguir del Papa Clemente VIII un decreto permitiendo la entrada de las hermanas a Francia. Un ideal conseguido. En 1604 llegaron a París las primeras hermanas Carmelitas. Iban dirigidas por dos religiosas que después serían beatas: la beata Ana de Jesús y la Madre Ana de San Bartolomé. La señora de Acarí con sus tres hijas las estaba esperando en las puertas de la ciudad, y con ellas lo mejor de la sociedad. Y cantando el salmo 116: "Alabad al Señor todas las naciones, aclamadlo todos los pueblos", entraron al pueblo para dar gracias y luego las acompañaron a la casa que les tenían preparada. Poco después las tres hijas de la señora Acarí se hicieron monjas carmelitas y luego lo será ella también.

La comunidad de las carmelitas estaba destinada a hacer un gran bien en Francia por muchos siglos y a tener santas famosas como por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús.

La beata de la cual estamos hablando en esta biografía tiene la especialidad de haber sido una de las monjas más especiales que ha tenido la Iglesia Católica. Madre de seis hijos (tres religiosas carmelitas, un sacerdote y dos casados) viuda, dama de la alta sociedad y termina siendo humilde monjita en un convento donde su propia hija es la superiora. No es un caso tan fácil de repetirse.

Después de conseguirles muchas novicias a las hermanas carmelitas y de ayudarles a fundar tres conventos en Francia y de haber tenido el gusto de que sus tres hijas se hicieran monjas carmelitas, pidió ella también ser aceptada como hermanita legal en uno de los conventos. Y allí se dedicó a los oficios más humildes y a obedecer en todo como la más sencilla de las novicias. Al ser nombrada su hija como superiora del convento, la mamá de rodillas le juró obediencia.

Los últimos años de la hermana María de la Encarnación (nombre que tomó en la comunidad) fueron de profunda vida mística y de frecuentes éxtasis. Dios le revelaba importantes verdades. Estas elevaciones espirituales, ahora en la vida del convento las podía gozar mucho más tranquilamente. Santa Teresa en una tercera aparición le anunció que ella también llegaría a pertenecer a su comunidad de hermanas carmelitas y esto la animó a hacer la petición para entrar a la santa comunidad. Desde que se hizo religiosa su ilusión era pasar escondida y en silencio, cumpliendo con la mayor exactitud los reglamentos de la congregación. Las monjitas empezaron pronto a presenciar sus éxtasis y les parecía que esta venerable señora era ante Dios como una niñita sencilla, pura y obediente que tenía su cuerpo acá en la tierra pero que ya su espíritu vivía más en el cielo que en este mundo.

En abril de 1618 enfermó gravemente y quedó medio paralizada. No se cansaba de bendecir a Dios por todas las misericordias que le había regalado en su vida. A una hija que lloraba al sentir que se iba a morir le decía: "Pero hija, ¿te entristeces porque me marcho a una patria mucho mejor que esta?". Y su lecho de muerte se convierte en cátedra desde donde enseña a todas la santidad. Sin cesar recomienda a quienes la visitan que no se apeguen a los goces de la tierra que son tan pasajeros y que se esfuercen por conseguir los goces del cielo que son eternos.

Las hermanas le preguntan: "¿Le va pedir a Dios que le revele la fecha de su muerte?", y responde: -"No, yo lo que le pido a Nuestro Señor es que tenga misericordia de mí en esta hora final". Otra le pregunta: "¿Qué le pedirá a Dios al llegar al cielo? - Le pediré que en todo y en todas partes se haga siempre la voluntad de su querido Hijo Jesucristo". El 18 de abril de 1618 tiene un éxtasis y al final de él una monjita le pregunta: "¿Qué hacía hermana durante este rato?" Y le responde: "Estaba hablando con mi buen Padre, Dios". Luego con una suave sonrisa se quedó muerta.


Beata María de la Encarnación Avrillot, viuda y fundadora
fecha: 18 de abril
n.: 1566 - †: 1618 - país: Francia
otras formas del nombre: Bárbara Avrillot
canonización: B: Pío VI 5 jun 1791
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pontoise, cerca de París, en Francia, beata María de la Encarnación (Bárbara) Avrillot, madre ejemplar de familia y mujer sumamente devota, que introdujo el Carmelo en Francia, fundó cinco monasterios y, muerto su esposo, abrazó la vida religiosa.

Bárbara Acarie -«la bella Acarie»-, conocida más tarde con el nombre de María de la Encarnación, introdujo en Francia la reforma carmelitana que había iniciado Santa Teresa en España. También contribuyó a establecer en París a las Ursulinas y a las Oratorianas. Bárbara era hija de Nicolás Avrillot, alto funcionario del gobierno. Su extraordinaria piedad llamó la atención de las monjas del convento de Longchamps, dirigido por una tía suya, donde se educó. Para prepararse a la primera comunión, a los doce años, se mortificó severamente. Bárbara hubiese querido abrazar la vida religiosa en el convento de las franciscanas de Longchamps o como enfermera del hospital de París; pero sus padres tenían otros planes sobre la única hija que se les había dado. Bárbara no tuvo mas remedio que resignarse, diciendo humildemente: «Puesto que mis pecados me hacen indigna de ser esposa de Cristo, trataré por lo menos de ser su esclava.» A los diecisiete años, contrajo matrimonio con Pedro Acarie, un joven abogado de la aristocracia que ocupaba un alto puesto en la tesorería real. Pedro era piadoso y caritativo, como lo demostró ayudando a los católicos ingleses a quienes las leyes isabelinas habían desterrado y privado de todo su haber; pero tenía un temperamento un poco extravagante e hizo sufrir bastante a su esposa. Sin embargo, el matrimonio fue en lo esencial feliz, y Bárbara fue una excelente esposa y madre. Se preocupó tanto por la formación espiritual de sus seis hijos, que alguien le preguntó si los estaba preparando para la vida religiosa. Bárbara respondió: «Los estoy preparando simplemente para que cumplan la voluntad de Dios, pues Él es el único que puede dar la vocación religiosa». Sus tres hijas entraron más tarde en la Orden del Carmelo, uno de sus hijos fue sacerdote y los otros dos practicaron en el mundo los principios cristianos en que habían sido educados. Parece que Bárbara comunicó su piedad a toda su servidumbre, cuyo bienestar procuraba constantemente. Cuando caían enfermos, atendía a sus criados con verdadera ternura. Andrea Levoix, su doncella, la acompañaba en todas sus devociones y obras de caridad.

Grandes pruebas materiales aguardaban a la familia Acarie. Pedro había prestado su apoyo a la Liga Católica y, para ayudarla, había contraído grandes deudas. Al subir al trono, Enrique IV le desterró de París, y los acreedores se apoderaron de todas sus propiedades. La familia llegó a tal grado de pobreza, que en ciertas ocasiones la beata no tenia nada que dar de comer a sus hijos. Ella misma se encargo de llevar a la corte el proceso de su marido, demostró que era inocente de la acusación de conspiración contra el rey y consiguió que los acreedores concediesen nuevos plazos. Así obtuvo que su marido volviese a París. Aunque naturalmente su fortuna había disminuido, el buen nombre de la familia quedó a salvo. La generosa e inteligente caridad de la Sra. Acarie empezó a ser tan conocida, que muchas gentes le confiaban la distribución de sus limosnas. María de Medicis y Enrique IV la tenían en alta estima, de suerte que la beata pudo obtener de ellos el permiso y la ayuda necesarios para introducir a las carmelitas en París. La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos, tendía la mano a los caídos, ayudaba a los que habían venido a menos, asistía a los agonizantes, instruía a los herejes y favorecía a todas las ordenes religiosas.

Dos apariciones de santa Teresa le movieron a interesarse por la introducción de las Carmelitas Teresianas en Francia. Tres años después de la segunda visión, en noviembre de 1604, dichas religiosas inauguraban su primer convento en París. En los cinco años siguientes, se fundaron cuatro conventos más. La Sra. Acarie no sólo era el alma de todo el movimiento, sino que se ocupaba también de preparar a las jóvenes para la vida religiosa. Era, por decirlo así, una especie de maestra de novicias casada. Sus principales consejeros de aquella época eran san Francisco de Sales y Pedro de Berulle, el fundador de los oratorianos franceses.

Nada tiene, pues, de sorprendente que, poco después de la muerte de su esposo, ocurrida en 1613, haya solicitado la admisión en la Orden del Carmelo como hermana lega. Pero solo fue religiosa durante cuatro años. Esencialmente fue una mujer que se santificó en el estado matrimonial, pues era ya santa mucho antes de tomar el hábito. Con el nombre de María de la Encarnación, ingresó en el convento de Amiens, del que su hija mayor fue poco después nombrada subpriora. La beata fue la primera en prometerle obediencia. Aunque caminaba con mucha dificultad, pues había sido operada tres veces de la pierna, veinte años antes, practicaba gozosamente los mas humildes oficios, como el de limpiar las ollas de la cocina. Más tarde fue trasladada a Pontoise, a raíz de ciertas dificultades con el P. de Berulle.

La vida exterior de la beata María de la Encarnación estaba sostenida por una profunda vida mística. Durante la contemplación, que en su caso rayaba en éxtasis, Dios le reveló grandes verdades espirituales. Los efectos de estas gracias se habían manifestado ya desde los primeros años de su vida matrimonial y le habían producido ciertas dificultades en la familia y otras graves pruebas. Uno de los directores espirituales que más la ayudaron fue el P. Benito Fitch, capuchino de Canfield, en Essex. En 1618 la beata tuvo un ataque de apoplejía que la dejó paralítica e hizo prever el desenlace próximo. La priora mandó que todas las religiosas se reuniesen alrededor del lecho de la beata para recibir su bendición. La hermana María de la Encarnación empezó por decir: «Señor, perdóname el mal ejemplo que he dado»; después bendijo a las religiosas y añadió: «Si Dios se digna admitirme en la felicidad eterna, le pediré que la voluntad de su Hijo se cumpla en cada una de vosotras.» A las tres de la mañana del día de Pascua, recibió el viático y murió durante la extremaunción. Tenia entonces cincuenta y dos años. Fue beatificada en 1791.

Hay muchas biografías de la beata. La primera de ellas fue la de Andre du Val (1621) . Mencionaremos entre las principales las de Boucher, Cadoudal, Griselle, y el resumen de E. de Broglie en la coleccion Les Saints. Pero la mejor biografía es sin duda la del P. Bruno, La belle Acarie (1942) y contiene una extensa bibliografía. La influencia que la beata ejerció en su época fue suficiente como para que la mencionasen Pastor (Geschichte der Papste, vols. XI y XII) y H. Bremond (Histoire litteraire du sentiment religieux en France, vol. II, pp. 193-262). Es muy buena la biografía inglesa de L. C. Sheppard, Barbe Acarie (1953).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
 

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